¿Y cuando tú te mueras?
¿Cuando tu luz al cabo
se derrita una vez en las tinieblas?
¿Cuando frío y oscuro
-el espacio sudario-,
ruedes sin fin y para fin ninguno?
[‘Aldebarán’, de Unamuno]
***
Una vez más mi memoria regresa desde el futuro para traerme recuerdos de
lo que nunca ha sucedido, la soledad cristaliza a mi alrededor como estrellas
de nieve que se hicieran hielo al caer y posarse sobre mis hombros y mis
cabellos. Me habéis visto detenerme tantas veces así, en medio de la noche,
para escrutar las estrellas... y nunca os he dicho para qué las miraba, con qué
secreto objetivo, con qué arcana pregunta. Y sin embargo es sencillo, temo por
los míos como temen todos los hombres, porque no controlamos el destino ni
conocemos el futuro, porque no sabemos qué desgracias esconde la luz misteriosa
de las estrellas. Te tumbas en medio de la yerba negra para encararte con
ellas, y luego no sabes qué más hacer para asegurar la felicidad de tu gente.
¿Contarlas una a una, aunque no sea posible? ¿Distinguir una entre todas y
tratar de seguirla? ¿Esperar hasta nunca a escuchar su latido, o hasta recibir
la sombra de un mensaje, un eficaz consejo, una inspiración segura?
Es terrible ser hombre en medio del tiempo y del espacio, con la nada
detrás y la nada delante, atenido a tus propios recursos y creyendo llevar en
la valija esa espada que se titula libertad. ¿Libertad cuando te nacen donde y
cuando quieren? ¿Libertad existiendo como existe la cosa llamada muerte? ¿Libertad
cuando estás atado a tus instintos y a tus sentimientos? ¿Libertad cuando tu
guía es una razón que no puede negarse a comprender su objeto?... Pero tienes
que caminar hacia algún horizonte, convencerte a ti mismo de que tienes un
destino y lo buscas y persigues, repartir los seres en amigos y enemigos,
separar en dos haces la luz de la sombra, decidir qué amas y qué odias, no por
otra razón que al parecer se espera de ti que lo hagas... Mientras los ojos de
tu gente, atentos como perros ansiosos, te siguen en cada paso que das, en cada
inútil decisión que tomas, en cada gesto que comienzas, en cada ademán que
concluyes...
Depositan en ti tanta confianza que acaban creyendo (ellos, nunca tú)
que tu mano decide cuándo el eterno movimiento rompe por fin la nadedad
indeterminada para que se empiecen a gestar las cosas, que pones en marcha el clinamen mecánico y espiritual que rasgará
la cortina de átomos para convertir la vastedad en mundo. Y tú sabes que tu
mano no hace nada, que gesticula de cansancio, para cambiar de postura, para
apartar de los ojos la mosca de la ignorancia, que su gesto no es un gesto, que
no crea ni destruye...
Finges meditar largamente, pero lo que pasa es que tienes miedo a
levantarte porque sigues sin respuesta y no les puedes encaminar hacia
dirección segura, ni acallar sus angustias, naturalmente la estrella no te ha
dicho nada. Dejas que la noche escape silenciosa entre tus dedos, perezosamente
te incorporas con la aurora fingiendo salir de trance profundo, lanzas la mano
luego hacia cualquier punto de la rosa de los vientos, qué más da, el destino
espera en todas partes, coges tu báculo y seguro y decidido marchas hacia la
nada seguido por toda tu gente, al fin tranquila porque la estrella te guía...
Y quizá sí te guía, quién dice que guiar sea otra cosa...
A nadie engañas, ni siquiera a ti mismo, desde luego no a tu gente cuyo
camino sigues, cuya aventura compartes, a cuyo horizonte mismo te diriges, bien
que por honradez nunca te ampares en la estrella para acallar rumores de desatino
o pérdida...
Ya estamos perdidos cuando la honda nos lanza desde el nacer a la
muerte. Ya el hondero que nos arroja es ciego y manco y no distingue los
rumbos.
Y de nada me sirve a mí el truco infantil con que trato de amansar mi
angustia: hacer de mi alma trocitos pequeños e irlos sembrando para saber luego
el camino recorrido, y quizá poder desandarlo hacia un puerto anterior que
tampoco fue refugio. De nada me sirve, porque los buitres de cristal del tiempo
se abaten ferozmente sobre ellos y los picotean y borran todas las huellas. El
único resultado de tan ingenuo expediente es que yo me quedo sin alma, sin
alma, sin alma, poquito a poco, trocito a trocito, miguita a miguita, y quizá
que los buitres de esta región estén más gordos y sean más transparentes de lo
habitual.
Si vagas solitario por el mundo y no perteneces a ninguna tribu ni
sigues a nadie que se guíe por estrellas y, recorriendo bosques o valles
remotos y olvidados, acaso encuentras, caminante amigo pero desconocido,
pequeñas piedras de zafiro de alma, sírvete recogerlas y ponerlas aparte por si
se tercia que nuestros caminos se crucen y puedo comerciarlas contigo. O
quédate sin más con ellas para un dije o un exvoto piadoso. O, si tan humildes
y pequeñas te parecen que no crees que compense el trabajo de agacharte a
recogerlas, al cabo tampoco está mal que las vayan tragando los buitres del
tiempo, es el destino final de almas como la mía, gastadas y quebradizas, almas
que mucho han mirado las estrellas desde la yerba negra de la noche, y mucho
han preguntado por los seguros caminos, y mucho han esperado imposibles
respuestas. Cuando un alma se diluye en
esos menesteres, luego ya no sirve para engastarse en la lija de pulir los
diamantes de la esperanza.
***
Quizá
no piensas morirte, estrella... Se me ha informado de que solamente los hombres
pensamos eso, lo cual nos distingue de las bestias, de los dioses y de las
estrellas (y de la estúpida muerte, que se cree inmortal). Pero te apagarás un
día, tiene razón el poeta, antes o después tu luz se derretirá en las
tinieblas. ¿Que tampoco eso será para siempre, dices?... ¿Que así como el hecho
milenario de que las tinieblas se sigan derritiendo en tu luz se acabará cuando
tu luz se derrita en las tinieblas, igualmente se acabará acabando el que la
luz se derrita en las tinieblas y volverá de nuevo la tiniebla a derretirse en
tu luz?... ¿Que todo da la vuelta y la vuelta da también la vuelta y el fin es
el principio? ¿Quién te lo ha dicho, estrella, alguien que lo ha visto y lo
sabe? ¿Lo sabes tú misma? ¿Qué vez es ésta o no se cuentan las veces porque no
tienen ni fin ni principio ni principio ni fin? ¿Lo sabe la muerte?
O
tal vez que una estrella se apague no significa que muera. A lo mejor entra en
otra vida diferente, convertida en astro oscuro ilumina oscuros caminos, sirve
de oscura guía para oscuros destinos, o lo que es luz en este universo haz sea
sombra en el universo reverso, y viceversa. Y siendo así, nunca mueras, de luz
a sombra, de sombra a luz, cambiando simplemente para adoptar más cómoda
postura, que respires hacia un lado o que respires hacia otro no significa que
estés muerta. O ya lo estás, si acaso fuiste más brillante y eso que llamamos
tu luz es simplemente sombra, ¡qué sabemos nosotros de sombra y de luz!, el
tuerto es rey donde los ciegos.
Yo
soy muy de tocar, estrella, incluso en lo abstracto comprendo mejor si lo palpo
con la mano, no sé qué hacer contigo, tan remota y enorme, cómo te tocaría la
piel... ¿De verdad abrasas? ¿Me quemaría la mano si quisiera cogerte con ella?
¿No cabrías? ¿Es solamente una simple cuestión de tamaño? ¿Tan grande eres? He
leído que eres mucho más grande que el sol, pero el sol me cabe en la mano, a
mediodía es poco mayor que mi palma, no lo toco porque ya sé en qué consiste,
aburrido y derrochador expendedor de luces, pero a ti me gustaría tocarte, qué
pena que estés tan lejos, yo casi no viajo, me conformaré con pensar en ti pero
no deseo acercarme, ni siquiera preguntaré si alguna agencia organiza viajes de
fin de semana para tocar a Aldebarán, si de verdad eres de sangre habrá que
llevar guantes.
Es
lo mismo, me voy a imaginar que estamos los dos tumbados al fresco en medio de
la llanura, tu mordisqueando una paja, con las manos detrás de la nuca, yo
sentado y sujetando mis rodillas con las manos. Me han dicho un millón de veces
que no debo tocar a la gente, que las caricias son una cosa muy personal, que
la cultura ordena otra cosa, que la mano no es el ojo, que la mano ofende...
Así que lo haré despacio, mirando hacia otro lado, como si al hacer un gesto
inconsciente se me fuese la mano y te rozara la piel... A ver qué pasa, a lo
mejor no dices nada, ni te extrañas, ni lo notas... Como estamos juntos
tumbados sobre la yerba... Y si te ofendes, pues qué le vamos a hacer... ¿No
comprendes? Si no te toco no sabré a qué atenerme... Que ya estés muerta, o que seas de sangre, o que me
quemes la mano, cualquier cosa que te ocurra podré saberla si te toco. Mira
estrella, me ha pasado así con otras cosas, hasta que no las toqué con la mano
no supe de verdad lo que eran el amor, la paternidad, la amistad, el dolor, el
olvido...
La
máquina, sin preguntarme, inserta aquí una paloma. Ignoro si está siguiendo los
esquemas tradicionales y se trata del símbolo de la paz, si es simplemente un icono
aéreo, si se refiere a que estoy dejando volar demasiado mi imaginación... Ya
he dicho en otro lugar que tiene una cierta iniciativa propia y que si trato de
resistirme demasiado tiempo se venga cortándome la fuente de mi inspiración. No
me queda más remedio, pues, que admitir el pájaro y en todo caso tratar de
buscarle una relación con mi deshilvanado diálogo estelar.
¿Cobijado
bajo las alas de una paloma podría acercarme a la estrella roja lo bastante
como para tocar su piel, que era el tema de la página anterior (en la medida en
que se me alcanza)?... ¿Que toda esperanza es pluma, vuela pero no aterriza, es
traída y llevada por los vientos sin que alcance a controlar su destino?... Lo
tengo difícil, el símbolo de la paloma no me dice nada, nunca me ha gustado,
las palomas me parecen unos animales feroces, de sujeto y encadenado vuelo,
siempre parrulando sin sentido, como hombres, sucias como hombres, estúpidas
como hombres, ni siquiera se dan cuenta de que saben volar, igual que los
hombres. No se me ocurre nada que justifique su presencia, la voy a quitar
aunque la máquina se calle y tenga yo que terminar a mi modo (dios sabe cómo)
este asunto. Lo que me hace pensar que en cierto sentido yo soy esclavo de la
coherencia lógica, incluso haciendo literatura (y eso que me creo libérrimo y
originalísimo) acabo por dejarme encadenar por el sentido oculto de las cosas,
no acepto nada que no encaje en su lugar.
A
la vista de la anterior consideración me detengo y echo una mirada sobre las
páginas de EL SEGUIDOR que llevo
escritas, pues tenía la impresión de que eran tan dispares y tan ‘suyas’ que no
obedecían a ninguna consistencia ni a ninguna exigencia de sentido general.
Incluso lo he mantenido así, me parece, en la nota introductoria. Y ahora
resulta que no, que cuando se trata de admitir algo que, de verdad, no viene a
cuento, me resisto. ¿De verdad me resisto? ¿De verdad no viene a cuento? De
donde otro mito que cae es que escribo para mí mismo y para media docena de
míos próximos, pues de ser así me importaría un pito la incoherencia, pero me
temo que todo esto significa que algo en mí escribe para ¿para quién?... ¡¿Para
la posteridad?!... ¿Realmente estoy tan interesado en la coherencia que si un
tema no viene a cuento, o no encaja o es irrelevante, de otro nivel, pueril,
inadecuado, lo borro, lo rompo, como un adolescente que tiene siempre en el
fondo-horizonte de su mente el ‘gran público’ al que destina su exquisita
literatura?
¿Quito
o no quito la paloma? ¿Qué harías tú, estrella? Tengamos presente que, desde
luego, no viene a nada, aquí no tiene sentido, es un dibujo prefabricado que
está incluido en el programa, lo mismo podría haber insertado un guepardo o el
dibujo de un lápiz o de una locomotora. Además, no he sabido hacer del asunto,
remontando el vuelo como el propio pájaro intenta hacer, un elegante anexo bien
sea poético, bien filosófico, a mi trabajo. Certifico para quien lo lea (se me
escapan estos detalles) que esta página no tiene nada que ver, el propio
Aldebarán la retiraría del conjunto, no digamos el vasco. Pero por otro lado
llevo bastantes días hablando con una estrella gigante roja que está a muchos
miles de millones de kilómetros y que se aleja de mí a 57 kilómetros por
segundo (de mí o del sol, viene a ser lo mismo), por lo que un despropósito más
no será un despropósito porque estará entre muchos otros y resultará un a
propósito. Así que no sé qué hacer, se me va acabando la página y no tengo
decidido el camino a seguir, la estrella no me guía ni responde, ni siquiera
imagino cuál pueda haber sido la intención de la máquina al insertar ese
dibujo. Como no sea que la paloma y yo estamos lo mismo, aparentemente
levantando el vuelo, pero pegados a esta hoja llena de letras que nada
significan, intentando alzarnos hacia elevado destino, pero enfangados en un
charco barrinoso de palabras y palabras, hablando como para las estrellas pero
con voz que no se libera desde la fibra machacada y encolada, ícaros de papel
cuyas alas nunca arderán al rojo fuego de aldebaranes remotos...
***
DIGRESIÓN
Obligado
a releer, por motivos que se explican en la página anterior, las diferentes
partes de este trabajo, noto que me he ido separando del autor del poema, lenta
pero implacablemente. En las primeras hojas era frecuente la cita, incluyendo
el nombre completo, Miguel de Unamuno, y referencias explícitas a sus tesis
filosóficas. Han ido desapareciendo, como si el diálogo entre la estrella y yo,
antes indirecto y a través del intérprete unamuniano, se hubiese vuelto directo
e íntimo, deliberadamente excluyente del rector de Salamanca. Rectifico ahora,
no deseo dejar fuera de esta conversación a don Miguel, pensador y poeta de
gran cercanía a mi propio sentir, especialmente en estas líneas del poema que
comento. Quizá se deba a que nunca escribo (pienso) bajo la guía de explorador
ninguno, este trabajo ha nacido de una casualidad que es al tiempo una
imposición, no suelo llevar compañeros de viaje y por un momento me he olvidado
de tan egregia e interesante presencia, máxime si se piensa que tengo todo el
rato el cuello forzado para mirar a la distante estrella o hacer bocina con la
mano tratando de entender sus palabras. Y aunque es nueva para mí esta
experiencia de caminar al lado de otro pensador en los surcos de la escritura,
Miguel de Unamuno respira conceptos tan densos y palabras tan atrevidas y
bellas que de ningún modo pretendo monopolizar yo solo el monólogo, al
contrario: monologuemos los dos con la roja luminaria, e incluso recordemos de
vez en cuando que vamos juntos. Como de los tres uno está muerto (dos quizá, es
suceso discutible, dentro de algo más de 50 años os lo diré de cierto), pongan
los otros dos la parte que al ausente corresponda.
Para
probar con hechos mi buena disposición hacia el viajero quemealque acompaño,
recordaré que sus palabras ‘ruedes sin fin y
para fin ninguno’, devuelven a mi memoria ecos de gran interés
filosófico, como no puede ser por menos cuando habla, aunque sea para finalizar
una estrofa, poeta de tan alto contenido ideal. Rodar sin fin, ‘rodar’, viejo
tema es al que sin embargo se vuelve y se vuelve (¿rodando?) cuando de
postrimerías se habla, pues nos resistimos a dejar de...volver. Y recordemos,
pues, que todos los cauces que dan al hombre la ilusión de un renacimiento
postrimero fueron recorridos afanosamente por Miguel de Unamuno, buscador
incansable de recuperaciones del alma, enmarcada ésta de aquí en un bello juego
de conceptos contrapuestos. ‘Fin ninguno’, ‘para’ fin ninguno, casi un desafío
al viejo Aristóteles, que sólo descansaba tranquilo cuando el tema a tratar
encajaba por fin en la red de las causas finales, es ahora lanzadera que va
(rueda) y viene (sin fin) y va (para) y viene (fin ninguno). Estás lanzada,
estrella, estamos lanzados nosotros, a rodar y todo rodar carece de sentido
pues no se propone fin o meta, pero en el seno de nuestro corazón creemos
caminar hacia un horizonte, un ‘para’ algo, que dé sentido a ese camino
circular, a esa prisión redonda... sólo que para fin ‘ninguno’, de nuevo la
rueda implacable se apodera del acto y nos devuelve a la sinrazón y a la
desesperanza. Miguel de Unamuno pretendió conscientemente tejer su doctrina (al
menos en ciertos temas de su antropología, no tanto en la profunda teología que
culmina sus tesis existenciales) como un vaivén de hilo que se acerca al tope
de la esperanza para ser repelido por el mazo hacia el tope opuesto de la
desesperación, y volver y volver a volver, en proceso que, dicho así, parece
carecer de sentido y recuerda el loco vagabundeo del viento, pero que, sito y
activo en la máquina del tiempo, acaba por dar un tejido denso como resultado.
El vivir existenciado de Miguel de Unamuno en ese telar se teje, no otra cosa
es vivir que venir de la esperanza para ir a la desesperación, y poder luego
regresar de la desesperación para volver de nuevo a la esperanza. Igual que
nosotros, la estrella rueda en la noche como araña que urde redonda tela para
atrapar en ella ¿qué?... Hermosa es también la respuesta que entre los tres, la
estrella, don Miguel y yo, hemos preparado: el sentido de la vida, su
sinsentido.
NO
FUE DIGRESIÓN, RESULTÓ PARÁFRASIS
***
Este hecho nocturno de la Tierra
bordado con enigmas,
esta estrellada tela
de nuestra pobre tienda de campaña,
¿es la misma que un día vió este polvo
que hoy huellan nuestras plantas
cuando en las humanas frentes
fraguó vivientes ojos?
¡Hoy se alza en remolino
cuando el aire lo azota
y ayer fue pechos respirando vida!
[‘Aldebarán’, de Unamuno]
***
Hemos
llegado a los versos que, a mi juicio, son los más bellos del poema, su cumbre,
tanto si hablamos de la carga intencional, como del ritmo, como del simple
lenguaje mismo, pero especialmente las imágenes que evocan, lo que implican y
explican.
Un
día nos alzaremos en remolino cuando el aire barra la superficie del suelo,
esto que somos, los elevados pensamientos, las emociones sagradas, en remolino
el cariño que sentimos y el denso odio de plomo del que casi es imposible
pensar que vaya a desgastarse. En remolino el proyecto que nuestra ambición
acaricia, la nostalgia que nuestro recuerdo conserva. En remolino nuestra
oración y nuestra blasfemia. En remolino ese hondísimo amor que sella con
troquel indeleble el rostro de los seres amados, de nuestras compañeras y de
nuestros hijos, en remolino la esperanza, el tiempo en remolino que el aire
levanta cuando azota displicente la superficie pelada de la noche.
Y
mirará la estrella con su ojo impasible de sangre todo lo que fue y ya no es,
lo que nunca fue y sigue no siendo, lo que pudo haber sido y continúa
inexistente y a la vez posible, posible y a la vez inexistente.
Vivientes
ojos en humanas frentes, ojos que vieron primaveras de esplendor y perfiles
amados, y se abismaron, tal vez, en la noche en medio de ese mar de estrellas
sin saber hasta dónde, hasta cuándo. Y hoy nuestros pies pisan ese polvo, o
quizá yace en el fondo de mares que en aquel tiempo ni siquiera existían, el
curso de las cosas, su cambiar, es fuente de asombro nostálgico, de
incomprensión melancólica.
La
lección del tiempo es tan espesa que nunca circula fácilmente por las venas de
la razón, no acabamos de entenderla, de admitirla, nunca estamos a punto para
poder examinarnos de ella. Es tarde y es pronto, pues estamos al final del
tiempo en relación con la esperanza, al principio del tiempo en relación con la
vida, somos contemporáneos de una estrella que no tiene historia, a la vez
somos y somos polvo, vivimos y nos azota el viento en leve remolino, venimos
desde el horizonte final y nos dirigimos al horizonte principio.
En
las noches de insomnio y de terror, cuando los fantasmas del sinsentido, de la
muerta justicia, de la desorientada esperanza asaltan en tropel las vísceras
inermes del alma asustada, esas palabras que convierten el ayer remoto en hoy
miserable y el hoy miserable en mañana polvoriento, palabras de ceniza y de pulvis es et in pulvere reverteris,
resuenan en el vacío de nuestro corazón como ecos inmensos, capaces por el solo
poder de su reverberación imponente de quebrar en fisuras los sillares de la
trabazón basal del alma, de mover las masas que componen los mundos deshaciendo
su equilibrio y reduciendo a escoria la luz de los soles.
***
Por eso he podido yo llegar a explicarme a mí mismo páginas como éstas:
es con ellas con lo que dreno mi alma de terrores, es así como lloran mis ojos
que no saben llorar, como suavizo las heridas de la tristeza y extiendo un
bálsamo de palabras sobre la piel de mi angustiado espíritu, mientras procuro
caminar con cuidado, no quisiera pisar sin respeto ese polvo que fue antes
alma.
***
TESIS
Ya vivía la estrella cuando remotos antepasados en la noche de los
tiempos respiraban ilusiones y alzaban los ojos hacia ella preguntándose por su
misterio y su historia.
Y vive la estrella ahora que yo, solitario en la noche, contemplo su
historia y su misterio, roja de herrumbre, como si el filo de la sombra
estuviera llenándose del orín del tiempo.
Tantos siglos entre lo uno y lo otro obligan a concluir que son
distintas estrellas, luces diversas, sangres diferentes, pues aquellos
vivientes ojos y estos míos se distancian un millón, dos millones, tres
millones de vidas, de años, de cielos, de misterios.
Tienen que ser distintas.
***
ANTÍTESIS
No puede una estrella ser otra estrella, cada estrella es ella misma en
una individualidad tan absoluta que los dioses ponen en hora por ellas el reloj
de sus propias identidades: los dioses son cada quien cada quien porque cada
uno es la perla de un astro diferente, no iba a ser como los hombres que
tenemos almas distintas...
Por eso la estrella tiene que ser la misma ¿Que ha pasado el tiempo? ¿y
qué es el tiempo? ¿Cómo haría el tiempo para convertir un astro en otro
diferente, astros que son rojos rubíes y zafiros azules y que no se dejan
cambiar ni siquiera por él, señor todopoderoso de los cambios?
Cuando el rojo Aldebarán fue encendido en la noche, era la misma
estrella que ahora me contempla. Mi remoto antepasado y yo somos el mismo
también, vale para la vida de las almas la rígida inmutabilidad que vale para
los cristales.
***
SÍNTESIS
He sentado frente a mí a ese antepasado del principio de las cosas y nos
hemos mirado a los ojos: no somos el mismo, él respira unas esperanzas y yo
navego otros recuerdos; él apacienta unos horizontes mientras yo calculo
diferentes proyectos. Él ama cosas que yo ni siquiera sé que existen, y cuando
me las ha contado despacio, como se habla a los niños muy pequeños y torpes,
sus palabras no se hilvanaban entre sí, no concordaban en género ni en número
ni en historia, a mí me sonaban como palabras venidas de idiomas diferentes,
parecían sustantivos-águila y verbos-libélula, adjetivos-esmeralda y
adverbios-ébano, no se podía hablar con ellos.
La estrella es la misma y nosotros somos diferentes, lo que pasa es que
el tiempo no existe, la solución es ésa. Mi antepasado y yo, separados por un
millón, dos millones, tres millones de vidas, somos contemporáneos de la misma
estrella, existimos en su misma dimensión, el tiempo es otro de esos rumores
que los dioses emiten de cuando en cuando para que perdamos el rumbo y no les
encuentre nuestro pecho vengador.
***
ALEJAMIENTO
Nunca se debe empezar haciendo el mar que luego debe navegarse. Al
revés, las cosas deben hacerse al revés: primero navegar el mar, luego crearlo.
Pues te arriesgas a que ese océano, ya vivo y bullente de corrientes y de
historias, tenga luego voluntad y alma, propósito y recuerdo, y no se pliegue
dócilmente a los caprichos de tu viaje, a las narraciones de tu fantasía.
Si primero creas la estrella y luego hablas con ella, cuando menos lo
esperes te responderá, querrá saber quién eres, discutirá la tesis de que
pretendas ser su creador, tendrá objetivos propios en los que no estarás
incluido, insistirá en amarrar en puertos que tú ni siquiera deseas costear.
Si primero diseñas tus dioses y luego les rezas y adoras, querrán que
los consideres providencias y misericordias, exigirán liturgias, impondrán
sacerdotes, decidirán destinos, ni siquiera podrás tener tus propios
remordimientos: ellos dirán qué normas están vigentes y cuáles de tus actos han
de ser tus pecados.
Por eso hice a mi tribu antes que a sus dioses, los cobijé bajo un manto
nocturno vacío de estrellas y los lancé a navegar sobre la superficie de un mar
que no tiene existencia. Son felices con una felicidad que todavía no he
terminado de dibujar en mi tablero de diseño, se aman con un amor que tengo,
sí, en catálogo, pero que permanecerá aún largo tiempo en la lista de espera,
aún debo edificar sentimientos previos, amistades, cariños y otras ternureces.
No que esté la vida para que ellos la vivan: que vayan ellos viviendo mientras
la vida espera su turno, no quiera luego exigirles no sé qué autenticidades que
ni siquiera pienso incluir en sus especificaciones (si es que la hago, que me
lo estoy pensando). Primero les daré hijos y luego, ya veremos, quizá la
paternidad; primero les daré historia y ya veré qué hago si les entrego el
tiempo. Y así con todo. Mal asunto es hacer al revés las cosas.
Y el tema no es tan raro: aprendo de mí mismo. Confundido por el engañoso
tiempo en esto de las secuencias del antes y del después, primero tuve amigos y
luego la amistad, primero estaba ella y luego el amor que le tengo, primero
fueron los hijos y luego mi cariño hacia ellos... todo al contrario. Ahora los
amigos quieren que mi amistad sea bajo sus formatos, ella me pide un amor del
que tengo, quiera o no, que copiar los perfiles, mi hijo va por libre haciendo
de hijo a su modo, el diseño de hijo que yo tenía no me está sirviendo ni para
empapelarme los gabinetes del corazón y de sus inútiles ternuras. ¿Por qué?...
por hacer las cosas al revés, por empezar por el final y terminar por el
principio, cuando lo suyo es hacerlas al revés del revés, terminando por el
principio y empezando por el final.
La próxima vez que viva, tú serás esta mierda y yo será la estrella. Vas
a ver.