Ahora que estuve en menos allá
Miguel
Cobaleda
I -
Jamás me gustó
Jamás me gustó la lluvia,
pero me gusta ahora, nunca
es tarde,
cae blanda y suave y silente
sobre la piedra y la yerba
de mi tumba
y acompasa el ritmo de este
sueño
que no tiene otros compases
ni otros tiempos.
Siento solamente si os
empapa
mientras me vais despidiendo
con las manos cogidas, qué
frías siempre
eso no cambia, prefiero un
sepelio
sin sol,
sí sí, yo y el calor, pero
qué haría
para estar a tono con mi
entierro
en un día cálido y seco, sin
la húmeda
transparencia del aire,
cada cosa a su tiempo,
el momento oportuno
incluso en la suprema
elegancia de morirse.
De qué lejos tú, hijo mío,
espero que no hayas dejado a
medias
ningún experimentum crucis
y que vaya a retrasarse otro
siglo
el remedio que cavilas de la
muerte
¿una muerte o toda
muerte?...
Confío en lo primero, lo
segundo...
Bien, felizmente ya no me
preocupa.
Sujeta a tu madre por el
brazo,
no es muy de cementerios, no
te creas
que es tan fuerte que todo
lo soporte
no se le han muerto antes
otros compañeros de su vida,
y aunque es más joven que
nosotros
ya no tanto como siempre lo
ha sido.
Perdón...: no había oído
bien
me distraje un momento sin
querer
viendo de qué se alegra cada
cual.
En los sepelios
todo el mundo se alegra por
razones
no siempre bien
esclarecidas.
¿Niebla?... la que debe,
no olvidéis que es la orilla
de un río
¡no, no!... no quiero saber
qué rio...
Prefiero que mis cenizas
se mezclen con las aguas sin
nombre
de un arroyo perdido que
debéis olvidar.
Y que el solo sonido
de la lluvia cayendo
sobre el agua que me
arrastra
acompase vuestro adiós
y os ayude a llorar
o lo que sea que hagáis
para fing para expresar la
pena.
Un hermoso murmullo,
gracias por no enterrarme,
qué odioso hubiera sido
oír caer la lluvia
blanda, suave y silente
sobre la piedra y la yerba.
II -
Para que nunca sepas
Para que nunca sepas,
y que jamás recuerdes
no te diré no te dije
para que sea menor la
tristeza de tu pena
lo mucho que te amé
lo mucho que te amaba
y ahora más todavía
eso aquí no cambia
me gustaría ver si se atreve
quien sea que tenga poder
y que se atreva a
intentarlo.
Un océano fuiste
para llenar mi vaso,
rebosaste de mí desbordando
los cauces,
mi norte y mi sur,
mi este eras, mi poniente,
el sol y el aire y todo
meteoro,
mis dioses eran fueron
siempre
tu palabra y tu gesto
que creaban mundos y
paisajes
para mis ojos y alientos.
Y vivir en ellos y de ellos.
No todo la muerte lo
derrite,
pienso y siento ahora muerto
como vivo
si ese amor me era
me sigue siendo,
nada es morir si sólo es el
silencio,
nada es morir si es sólo la
sombra,
si solamente consiste en
estar muerto
pero tu amor se mantiene y
permanece.
Una singladura de tu
inmensidad
es la vida,
simplemente ahora otro
navegarte
por regiones distintas de tu
siempre amor,
viajero de todos tus
horizontes,
navegante estelar de las
constelaciones
en que te complaces.
Estas palabras que no digo
las mismas palabras que no
dije
están grabadas en el tiempo
de tal modo
que su troquel traspasa los
momentos
y se incrusta aquí, en esta
densidad sin piel
en que la sombra se hace
piedra.
Vivir y no vivir no hacen
tribus distintas:
ajenos a tu amor muertos por
siempre,
vivo por siempre yo
que te amo.
III -
Nada más morirte
Nada más morirte
las cosas se apresuran
a irse deshaciendo,
las de la vida digo,
como si fuesen ellas
y no tú las muertas.
Se deshacen los soles
¿cuántos, por cierto, había?
y la luz se deshace
al tiempo que la sombra,
se deshace la nada
que creíste nada
y la ves ahora hacerse
nada nada de firme
y volverse nada
al irse deshaciendo
(calma, calma, sosiego:
quizá sólo sea
un juego de palabras...).
Se deshacen las palabras
no en chirridos menores
sino en inmensas cadenas
que no se interrumpen
y asfixian al que habla
estrangulado por ellas,
palabras asesinas
que si te descuidas
te matan otra vez
te nacen a la vida.
Se deshacen los sentimientos
y se caen pétalo a pétalo,
regando el paisaje
de un humus hediondo
que pudre pero no fertiliza
y donde y de donde
luego crecen saprofitas
como ese que dicen amor
y que no tiene triaca.
En fin se deshacen
los hilos del tapiz
que forma el argumento
del cuento que nos cuenta
y los trozos de la historia
se desmigan, desgranan,
desintegran, diluyen
hasta que meramente
la vida que has dejado
meramente se acaba.
Por eso muchos muertos
nunca estuvieron vivos.
IV - El
catálogo
El catálogo de diferencias
es que el catálogo de
diferencias
entre estar vivo y estar
muerto
no es cosa mayor cabe aquí
en el hueco más menor de la
memoria
de la memoria ínfima
con que recuerdo lo que pudo
quizá
no haber pasado.
Hueles o no hueles
los aromas del aire.
Escuchas o no escuchas
los trinos del tiempo.
Ves o no ves
los perfiles del paisaje.
Tocas o no tocas
la carne viva que se te
entrega.
En fin, poco más.
La tristeza si acaso,
aquí nadie está triste.
Si acaso la alegría,
aquí nadie está alegre.
Éste es el reino
de las no-distinciones,
la luz se cierne como
sombra,
el tiempo se para como
eterno,
la piedra gime como un
cachorro
a quien su madre se come
(sí sí, ya sé que las
madres).
Pero no son grandes
las diferencias,
por mucho que los vivos
se empeñen en seguir
temiendo
(ése sí es agudo contraste:
aquí no se teme volver,
felizmente no se puede).
V - Fuí
rey
Fuí rey de mi pueblo,
señor de millones de
hombres,
amo de continentes y
océanos,
dueño de los aires y lord
del tiempo.
Y fuí esclavo abyecto y
miserable
del más cruel y brutal de
los amos,
condenado a trabajar
en la entraña del suelo
sin ver nunca la luz de una
piedra celeste
que dicen perfila los
contornos
para que el ojo los toque.
Fuí caprichoso dueño
de un harén infinito
donde todas las hembras
existían por mi capricho
y morían por mi desdén.
Y fuí hembra de harén
cuando ya la vejez, la
enfermedad,
la molicie,
deshicieron en migas
de recuerdo imposible
la belleza que un día.
Fuí el artista más claro y
brillante
de todas las lenguas,
de todos los instrumentos,
de todos los pinceles y
cinceles.
Y fuí mudo y sordo y ciego
pedazo de madera insensible
a las nieves y a los soles,
vegetal mantenido en el
hálito
por el amor incomprensible
de una madre.
Fuí vencedor, caudillo
victorioso,
condottiero de ejércitos sin
número,
miles de víctimas regaron
por mi espada
con su sangre los hilos de
la historia,
y fuí vencido en miles de
batallas
y encadenado a todos los
yugos
e ignominias, degollado
por todas las hojas
inclementes
que de acero y de cristal y
de piedra
la ferocidad haya agufilado.
Y nunca tuve compasión de
mí,
y nunca me tuve compasión.
Ahora sé que todos los
destinos
son el mismo destino
siempremente.
Mismo rey y mismo esclavo,
mismo creador y sordociego,
mismo vencedor mismo
vencido,
mismo vivo y mismo muerto.
Toda la sangre derramada
ha escapado de mis propias
venas
por mi propia sangre
degolladas
hecha daga, espada, hecha
barrena.
VI -
Estoy pesando lágrimas
Estoy
pesando lágrimas ¿es que no bebe bastante?las que derrama hoy son gotas más
delgadas,
no
sé si las derrama o se le van cayendo
a
su pesar a su olvido a su estar a otra cosa,
me
deja de llorar,
me
llora sin llorarme,
las
lágrimas, constantes, la van llorando a ella,
no
bebe lo bastante,
no
bebe de las fuentes
que
incesantes se nacen
del
profundo manantial
de
mi quizá recuerdo,
no
bebe de los ríos
que
se nutren inmensos
de
una nostalgia acerada
de
perfiles sin límite,
no
bebe ni siquiera de los mares salados
que
claman agonías por mi ausencia gimiente,
no
bebe lo bastante
o
no lo bastante algo,
pero
me he puesto la última
gota
de tristeza
en
el centro del alma,
encima
de su párpado,
no
pesa,
no
penetra,
no
me inunda de pena,
ni
siquiera es salada.
Poco
a poco me aparta
del
llorar de sus ojos,
hoy
sólo era salada una gota de pena
por
alguna tristeza de ajenos corazones
que
la rozó de paso cuando entregó mi ropa
a
no sé qué mendigo
que
ha heredado al tiempo
sus
ayes mis camisas.
Tal
vez la costumbre
de
haberme ido llorando
día
tras lágrima día
y
que al fin los lagrimales
no
son lo deberían
pero
no son infinitos ni siquiera infinitos
y
se acaban se secan se seca toda fuente
menos
quizá la muerte
pero
la pena sí, la pena desde luego,
o
se angosta, se acurruca
en
su cuna pequeña,
regresa
al mínimo útero
y
se hace tan lisa, tan menuda, tan íntima
que
quién la nota al paso, grano de polvo y nada,
la
pena sí se seca.
No
lo bastante pena
no
lo bastante ella
no
lo bastante yo
no
lo bastante algo.
VII
- Sordo se ha
Sordo
se ha vuelto el mundo
sordo
el tiempo sordo el aire
sordo
el amor
sorda
la alegría
estar
muerto es estar sordo
el
sonido ya no suena,
los
recuerdos sordos son
tu
voz si fue tu voz
si
acaso ha sido
ya
no es tu voz
estar
muerto es no escucharte
¿hablas
aún?
Aquí
no hablas
el
eco de tu silencio
es
el único sonido
que
continúa.
O
quizá es que suena todo a la vez,
cada
palabra, cada sílaba
en
un único instante,
cada
cascabel
de
cada risa
en
un único ritmo,
cada
sollozo de cada tristeza
en
una única
solitaria
inmensa
tristeza
deshabitada.
Todo
a la vez.
Todo
a la nunca.
Qué
más dará.
VIII
- El dulce
El
dulce calor de la amistad
se
me ha venido a las venas del alma
encendiendo
su apagada red de canales,
dando
vida de nuevo a su marchito perfil
cuando
habéis venido a pasear
cogidos
de la mano, lentos, sosegados,
por
encima del césped de mi tumba,
recordando
otros ayeres,
recordando
mi voz y mi presencia,
dejando
desgranar la tarde en mi nostalgia,
citando
palabras que dijo mi voz
y
seguramente pensó mi razón
y
hasta cabe que sintiera mi alma,
cuando
mi alma sentía
y
mi voz se paseaba por entre las fibras
de
vuestro cariño,
amigos
del alma,
o
lo que hiciera sus veces.
Una
tarde de fin del otoño,
paleta
de sienas y tierras,
amarillos
rezagados, verdes de olvido,
calmosos
los aires sabedores,
una
libélula solitaria que se interpreta alma,
nevando
despacio impalpables afectos
de
otros días otros tiempos otros días,
silencio
por entre el rumor de hojas pisadas,
silencio
por entre cariños que aroman
junto
con el humus las últimas luces,
mi
tumba suena como la tierra en calma,
un
colibrí irisado de escamas,
desencantado
de su continente y su origen,
un
instante se perfila sobre la estela,
qué
más da su fecha segunda,
la
minúscula sombra del pájaro la tapa,
por
un instante pensé que la veía,
me
distraen vuestro pasos y ya no la busco,
os
miráis a los ojos, tiembla
entre
vosotros el aire que es mi alma,
con
los dedos suaves la rozáis y os estremece,
a
lo mejor sí.
A
lo mejor sí me habéis querido.
Estar
muerto
es
coleccionar
alomejores.
IX
- Sabían
Sabían
que esta vez
la
clase era importante,
estaban
con los cuatro y aun los cinco
sentidos,
me
miraban tan dentro
que
no tuve que hablar
para
que asimilaran
todos
mis saberes.
Ojos
como punzones
traspasando
las fronteras
y
haciendo que todos los conceptos
se
volviesen brillantes,
las
manos de la razón
alzadas
en preguntas
incesantes
y agudas
como
bisturíes que son,
escalpelos
de luz.
Nunca
he dado la lección
a
tan ávidos alumnos
que
lástima que la frontera
haya
esta vez dividido los mundos,
mientras
pasaba lista
y
ni siquiera sabían
que
la estaba pasando,
cómo
he recordado
sus
rostros y sus nombres,
ahora
que puedo al fin
responder
a sus dudas,
ahora
que mis palabras
troquelarían
sus almas
un
cristal nos separa.
Nunca
más su maestro,
pero
el pasado es eterno.
X
- Siempre
Siempre
quise saber
si
estar muerto era frío,
la
muerte como tal
nunca
fue mi enemiga,
pero
el frío era la muerte,
me
abrigaba avaricioso
coleccionaba
estufas
para
hacerme inmortal
(un
frío diferente
que
aterra al terror)
y
pecaba sin ganas
(despreciar
idiotas,
desear
esposas
de
prójimos casados
con
infectas arpías,
gulas
y lujurias caducadas de fecha...)
por
merecer infierno.
Cien
grados, mil grados
escalofríos
me daba
la
superficie del sol
¿era
esa escarcha amarilla
todo
lo que los dioses
sabían
diseñar
en
temas de calor?
Tan
dentro llegó a estar
en
mi entraña ese frío,
[o
ese temor quién sabe
si
son la misma cosa]
que
el propio corazón
acabó
siendo un témpano
y
el hielo ya nacía
de
mi hondo interior
y
escarchaba de cristal
todos
mis afectos
derramándose
como la nieve
cuando
borra perfiles.
No
sé si me explico.
Si
le das tiempo al tiempo
te
mueres ya de muerto.
XI
- Vivas otro
Vivas
otro argumento
y
lo vivas mil veces,
vivas
otro destino
y
mil destinos tengas,
seas
tú y seas otro
y
la multitud te envuelva
o
te acierte solitario
en
mitad de un aliento,
vivas
junto a y juntatigo,
vivas
estilita y único,
vivas
el soplo más leve
o
la tempestad más furiosa:
siempre
creerás al final
haber
vivido escaso y poco y limitado.
Pero
en la muerte...
Aquí
sabrás que has vivido,
y
todo te será suficiente,
conocerás
de frente a los que nunca
llegaron
a salir a la luz
aunque
fueran acaso deseados
y
arrastran tenebrosos su ausencia.
Conocerás
incluso a los que nunca
fueron
ni siquiera pensados,
jamás
estuvieron en el plan de las cosas,
no
se perdieron
porque
nunca se hallaron,
jamás
ninguna hembra
los
imaginó en su seno,
son
una nada en la nada y te miran
con
esos ojos inmensos
ciegos
y mudos y vacíos
que
no se olvidan como no se olvida
aquello
en que jamás se ha pensado.
Y
ellos te enseñarán
con
su orfandad incesante
que
tienes una estirpe y en ella te insertas.
Aquí
sabrás que has vivido,
y
todo te será suficiente,
incluso
la perla menor,
la
ráfaga menos duradera,
el
único instante bullendo
en
el amnios misterioso y radiante:
ya
solamente esa luz
te
dará derecho a reclamar la herencia
tuya
tuya tuya y tuya
para
siempre.
XII
- Nunca
Nunca
completé
la
colección de dolores.
Nunca,
por ejemplo,
me
dolieron mis pecados.
Y
ahora ya.
Tanto
como cavilas
esquivando
las penas,
tanto
como te hurtas
a
los mínimos dolores,
terso
en la superficie del ánimo,
atento
a que la menor arruga
del
perfil de tu paz
sea
combatida y derrotada
y
nunca sobresalga
del
borde de su cauce,
y
luego echas de menos
dolores
que nunca,
penas
que jamás.
A
mi por ejemplo
nunca
me dolió
un
dolor muy hermoso
que
me enseñó un coleccionista,
cuando
yo no sabía
y
miraba esas maravillas
sin
darme por enterado.
Y
tantos y tantos
que
a otros dolían,
más
afortunados, más dichosos,
y
que a mi nunca,
nunca
me dolieron,
no
sé, dolores de todas
las
tallas y colores,
recuerdo
uno de un amigo
que
nunca me dolió jamás
y
eso que el creyó, pero nunca.
Y
ahora ya.
Curioso
me resulta
comprobar
(con asombro)
que
guardo aún la bolsa
de
lágrimas de pega
con
que llorar fingía
penas
muy afamadas,
de
muertes, desamores,
de
familia y amigos
que
sentí no sentir
pero
qué iba a hacerle,
y
ahora que no tengo
(tener
nunca tuve)
sentimiento
alguno,
sigo
guardando la bolsa
de
lágrimas falsas
(es
que son de piedra,
de
rubí, de zafiro,
diamante
y esmeralda,
las
piedras son muy duras,
no
como las lágrimas,
lo
verdadero es efímero,
la
mentira es eterna).
En
fin que echo de menos
no
haber tenido penas,
dejar
que los dolores
se
quedaran conmigo
siquiera
una velada.
O
quizá haber sentido
lo
que dije sentir
cuando
otros sufrían
y
me daban generosos
parte
de su pena.
Mis
amigos me fueron
más
fieles que yo a ellos.
Pero
y qué voy a hacerle,
ahora
ya que estoy muerto
y
tampoco me importan.
XIII
- La grieta
La
grieta del tiempo, el salto
que
tanto forzaba mi destino,
la
diferente catadura de las horas
que
me arrojaban de abismo en abismo
como
barco sin timón ni horizonte,
cuánto
ahora lo echo de menos
para
pasear contigo en el recuerdo
horas
diferentes de distintos aromas,
hija
mía cuya vida te fue dada
a
contrapaso de la mía,
a
descompás de mi aliento,
de
irte cuando yo te esperaba
y
de irte igualmente siempre irte.
Tu
sonrisa primera
y
tu siguiente sonrisa,
tu
abrazo primero y tu último abrazo
cuando
ya sentías mi frente
piedra,
los
primeros pasos de baile,
los
diversos desgarros del amor
hijaesposamadrehuérfanaviuda,
esa
ternura cuyo diseño acredita
y
él sólo
a
los dioses,
mujer
mujer mujer mujer maravilla
mujer,
ancla
que me sujeta al futuro,
ahora
ya no puedo no puedo aquí
una
compasión feroz
me
ha rescatado
de
la grieta del tiempo.
Ya
no me asusta la siguiente hora,
no
la hay.
Pero
eras tú,
mi
recuerdo de tú,
ese
ir y venir de hora en hora,
de
ahora en ahora,
y
la siguiente siempre más viva y hermosa
y
esa cinta es ahora continua
y
nada la sobresalta
y
en ese laberinto recto te pierdes,
se
pierde tu aroma,
tu
ternura qué pena qué pena,
por
qué no la defienden
si
es tan suya y tan bella
los
cobardes dioses que duermen
y
yacen.
Siento
tu mano lenta y suave
en
mi piedra fría de muerto reciente,
pasar
como mariposa de amor
los
párpados cerrando y abriendo la noche
hacia
dentro de la nada
que
se me enciende cuando tus manos
como
mariposas de niebla
corren
descorren los telones finales.
Siento
tu aliento vivo y cálido
flotar
como mariposa de luz
besando
mi rostro y despidiendo mi aliento
que
se deshace y se quiebra.
Siento
tus lágrimas ardientes y heladas
caer
como mariposas de nieve
abriendo
surcos en el barro que me cubre
y
me consiste.
Siento
tus ojos
como
libélulas de tristeza
rozarme
el alma al pasar, al ir
¿al
irse, al irme?
al
írseme
hacia
donde lejos de ti donde tarde de ti
donde
nunca de ti hija
que
me fuiste y te fuí
y
ya no.
Pero
no puedo volver a las horas rimadas,
cincelando
la melodía
que
tú eras en mi corazón,
porque
el silencio ha desquebrado el mundo,
que
ya no va y viene en el tiempo.
La
flecha está detenida en medio de la nada,
tu
alma y la mía forman el abismo
que
las separa,
si
en tu tiempo sigue el tiempo
recuerda
que te amé cuando aún no eras
y
te amo ahora que ya no soy.
XIV
- ¿Qué?
¿Qué
del placer del sexo
era
tan hermoso?
¿El
roce de mucosas?
¿El
fluir de jugos?
¿La
parte mecánica
del
vaivén y el ritmo?
¿Los
deslizarse previos
epidermis
sobre epidermis?
¿El
espasmo nervioso
brevísimo,
fantasmal?
¿Estar
en manos
del
instinto de especie?
¿Lo
efímero, lo fugaz
de
todo su argumento?
¿Lo
eterno que encerraba
en
no sé qué esencia íntima?
¿Creer
por un instante
que
éramos el otro?
¿Creer
por un momento
que
el otro se nos era?
¿Recordarlo,
preverlo?
Misterioso
se hace
ahora
todo el tema,
pero
claro es que aquí
carece
de sentido:
ningún
muerto se siembra
en
el seno de otro muerto.
Los
muertos, como sabemos,
nacen
de los vivos.
XV
- Prisioneros
Prisioneros
del tiempo,
rehenes
de la esperanza,
cautivos
del temor,
esclavos
de sentimientos
que
nacen sin haber sido llamados
y
mueren sin despedirse,
miserables
arbustos de carne
que
jamás pueden romper
el
arraigo de plomo que los lastra,
ni
asomar la copa
por
encima de las orillas
de
su historia
¿por
qué quieren los vivos
seguir
vivos?
Ratones
en cuyo pequeño corazón
dioses
juguetones han puesto el deseo
de
ser reyes del universo,
señores
del tiempo,
amos
de la esperanza,
soberanos
del miedo,
propietarios
de sentimientos
que
obedecen como perros
las
secas voces del amo.
Somos
los hombres
como
son las estrellas:
brillamos
con luz propia
y
ardiendo nos consumimos.
Respeta
la muerta estrella
en
su negra tumba sombría,
antes
fue un hombre.
XVI
- Hemos
Hemos
muerto a la vez
el
otro y yo,
entrado
hombro con hombro
en
la confusa sombra,
apaciguado
al tiempo
los
estertores,
respondido
por junto
a
los adioses,
de
la primera soledad
hemos
sido contestes.
Con
leve asombro doble
comprobamos
al fin
que
nunca fuimos dos,
que
siempre fuimos uno.
Parece
que es corriente,
al
morir te deshaces
en
muchos tuyos tús
que
en vida no eran varios.
Se
van por separado
el
que fue generoso
y
el egoísta abominable,
el
padre encantador
y
el tirano sombrío,
el
esposo amante
y
el feroz violador,
el
amigo más fiel
y
el amigo enemigo,
el
incansable laborioso
y
el inerte holgazán,
en
fin, tú y el otro.
Y
cada uno se hace muchos.
Quién
me hubiera dicho
que
el padre encantador
éramos
siete en realidad...
XVII
- Cuando
Cuando
la lanza de sombra
encuentra
tu alma
y
en ella se clava
pasando
a su través,
más
allá del límite
de
toda ferocidad,
como
si los poderes que te ignoran
se
hubiesen concitado
para
odiarte,
como
si la piedad que no existe
existiera
y
no te fuese destinada,
cuando
esa lanza te encuentra.
Cuando
la flor de luz
encuentra
tu alma
y
en su centro florece
lanzando
a todos los vientos
el
murmullo de una alegría
que
sobrepasa la esperanza,
como
si los poderes que te ignoran
se
hubiesen arrepentido
y
te amasen,
como
si la piedad que no existe
existiera
y
fuese tu sierva y tu amiga,
cuando
esa flor te encuentra.
Todo
ello tiene sentido
si
vives.
Ambas
cosas te ocurren
(y
ambas te ocurren)
si
vives.
Así,
si
vives:
¿cómo
distinguir,
quién
distinguir,
cuál
distinguir,
qué
distinguir,
entre
ambas lanzas
de
luz y de sombra,
entre
ambas lanzas de sombra y de luz?
Pero
en cambio
si
no vives.
XVIII
- Duradero como
Duradero
como.
Como
qué. La eternidad
no
dura.
El
tiempo sí
pero
el tiempo
se
desvanece y retrocede
hasta
perderse
en
la memoria
de
su propio origen.
¿Como
el amor?
¿Como
el odio, mejor,
más
afanoso y constante?
¿Como
la muerte,
si
es que acaso
la
muerte existe,
duradero
como la muerte
que
se ignora a sí misma
aunque
el hombre la conoce
y
la calla
con
todos sus nombres?
Duradero
como.
¿Como
el solo instante
que
vale una vida?
¿Como
la vida interminable
que
se hace odiosa al que pena?
¿Como
el dolor de diamante
que
nunca se gasta?
¿Como
la niebla del alma
que
jamás amanece?
¿Duradero
como el miedo
que
encementa las escaras
abiertas
en la esperanza
y
esgrafía el espíritu
con
perfiles de hielo?
Fijáos
que tememos
todo
lo duradero
porque
no se termina
y
todo lo fugaz
por
acabarse pronto...
Y
acaso más que nada
la
duración incierta
con
que temor y esperanza
enmascaran
su rostro.
XIX
- Anteses
Anteses
y despueses,
yo
te llamo tú respondes
tu
respondes yo te llamo
tu
te llamo yo respondes
yo
tu llames tu respondo,
juegos
de palabras,
eso
es todo,
qué
más habría si el tiempo
es
un pez redondo.
Pero
sólo te llamaré
si
antes me respondes,
para
qué si no,
para
qué llamarte.
Si
en tu alma no se abre
la
flor de color de tu respuesta,
la
flor de amor de tu mirada,
para
qué sembrar yo llamadas
destinadas
a morir en el vacío,
en
la soledad y en el silencio.
Y
que el orden
de
la lógica
vaya
aprendiendo otro orden
el
que aquí se aplica en todo ritmo:
la
respuesta antes que la pregunta,
el
después antes del antes,
el
olvido del amor primero
y
luego el amor del olvido,
los
hijos antes y después sus madres
(secuencia
que debiera
acaso
imponerse
como
mejor para el gobierno
del
amor universal
y
ese tipo de cosas),
el
castigo antes que el delito,
los
discentes enseñando
y
los docentes aprendiendo,
primero
morir luego nacer.
Que
sea la mirada
la
que ponga el paisaje,
que
sea el oído
el
que armonice
la
secuencia de notas
y
la haga música,
primero
la razón
y
luego el sentido,
en
fin
primero
morir luego nacer
Ya
lo he diré hace un luego.
XX
- Regresar
Regresar
es palabra
que
tiene muchos sentidos
y
ninguno,
ninguno
quizá
más
propiamente.
¿Regresar
de dónde?
¿A
dónde regresar?
Presupone
un hogar
y
un destino,
un
puerto de salida
y
de llegada,
un
océano intermedio
que
pueda navegarse,
una
brújula viva
que
sepa de horizontes,
astrolabios
vigilantes
amorosos
de estrellas,
y
al menos una quilla
que
rompa el infinito
en
babores y estribores.
Pero
no hay de eso,
inventos
del hombre,
fantasías
pálidas
que
nunca se escriben
en
el cuaderno de bitácora
llamado
realidad.
Por
eso yo no he ido
a
sitio ninguno
del
que regresar se pueda,
siempre
he estado regresando
sin
previamente ir,
para
qué gastar el tiempo
en
viaje de ida e ida
si
mi puerto era éste
y
ya estaba mi amada
conmigo
desde siempre.
Y
este último viaje
no
nos ha separado,
no
hay orilla y orilla
cuando
no existe el mar
que
las distancia y aleja.
Ni
el tiempo ni la muerte:
también
sueños del hombre
viajero
impenitente
que
imagina la estrella
como
un destino de luz,
regresar
es palabra
que
no tiene sentido.
XXI
- Amaba
Amaba
del tiempo su poder de borrar,
deshacer
las cosas,
diluir
su esplendor,
desgastar
sus perfiles,
volverlas
a la nada
donde
ya no asustan.
Amaba
del tiempo su alianza feroz
con
el olvido
que
disminuye tamaños
y
encoge importancias,
devuelve
al color
su
pálido rostro
y
llama a cada quien
con
un apodo pequeño
sin
esplendores
ni
glorias,
y
entonces ya nadie asusta.
Amaba
del tiempo su metro,
moderado,
discontinuo,
errático,
saltibundo,
hermosa
paleta que pinta paisajes
en
una tela que se va deshaciendo
y
no tienes que temer que su dibujo
te
defina para siempre en lo eterno.
Amaba
del tiempo el tiempo,
ésa
es la verdad y ahora
no
sé si estar muerto es soñarlo,
y
nunca lo hubo, que quizá,
es
tan raro el tiempo que quizá,
y
tan rara la vida que acaso.
XXII
- Torcido y
Torcido
y derecho
y
nuevamente el haz
es
el envés del envés.
Quizá
toda una vida
para
enderezar lo torcido,
varias
vidas acaso
para
torcer lo derecho,
y
qué regla mirar
y
a qué modelo atarse
para
seguir la pauta
y
girar cuando giren
y
conseguir que la curva
debidamente
recta
pueda
seguir torciendo
su
derechura rota.
Y
todo ello siempre
inverso
y viceverso
aunque
quizá la muerte
aunque
quizá la vida
dos
reversos, digo,
de
la misma moneda.
XXIII
- Insisto
Insisto
con frecuencia
y
vuelvo a insistir
como
tal vez no deban
insistir
los muertos
en
que todo es lo mismo
y
viene a dar igual
anverso
que reverso,
izquierda
que derecha,
y
todo lo demás.
Seguro
que os asombra
(estando,
claro, vivos)
y
no creéis idéntico
el
odio que el amor,
tristeza
y alegría,
respirar
que estar muerto,
ir
desde o venir hacia,
pero
es que en vuestro mundo
no
es como en el mío,
aquí
todo es reflejo
y
sombra en el espejo,
azogue
que se mira
a
sí mismo en sus ojos
y
se repite ecoico
sin
que pueda saberse
qué
rumbo está trazando.
No
distinguir los rumbos
es
precisamente la esencia
(¿cuántas
esencias llevo?)
de
este estado preciso
que
llamáis estar muerto.
Lo
que más me preocupa
es
no saber de cierto
si
no saber de cierto
cambia
las cosas ciertas
como
el amor que os tuve,
como
el amor que os tengo.
XXIV
- Lo que estás
Lo
que estás de muerto
aquí
se eterniza.
Lo
que eres,
lo
que haces,
las
palabras que dices,
el
odio que sientes
o
el amor si acaso,
el
gesto inconsciente,
todo
lo que estás
en
ese último instante
aquí
se vuelve eterno,
inmutable,
de piedra.
Si
acaso el parpadeo
entrecierra
tus ojos,
verás
la eternidad
a
medias para siempre,
si
besas otros labios
como
despedida,
eternamente
el beso
se
volverá prisión
de
esos labios que nunca
dejarán
de seguir siendo
eternamente
besados.
Si
mueres en ocaso,
un
ocaso infinito
te
envolverá por siempre,
y
si acaso la aurora
es
quien te despide,
sus
rojos resplandores
serán
mortaja eterna.
Procura,
pues, mirar
los
ojos de tu amada,
acariciar
el pelo
de
tu hija más querida,
pronunciar
las palabras
más
hermosas y dulces,
y,
aunque estés incómodo,
si
ves que ya te mueres
no
te acomodes tus partes;
no
querrás gastar
toda
la eternidad
tocándote
los... en fin.
XXV
- he navegado
he
navegado el tiempo
en
una nave torcida
aproada
rumbo a ayeres
singladuras
redondas
como
el sol que las cuenta
y
nada ha vuelto luego
a
repetir los puertos
siempre
los mismos
o
singular y único
regresando
de entonces
y
a barlovento nunca
rota
en hilos la jarcia
podrida
estopa la quilla
los
masteleros hendidos
enjutas
las aguas muertas
muertos
los vientos perdidos
y
la rosa que los cela
ciega
de todo sentido
bauprés
queriendo mesana
timón
volviendo sin irse
vomitando
por la borda
rumbos
que nadie ha seguido
mi
nave ha llegado a puerto
sin
haber nunca partido
XXVI
- No sé si
No
sé si me sacié de acariciar su piel,
aquí
no se puede.
Pero
no lo recuerdo.
Recuerdo
que mi insistencia levantaba ampollas,
ajaba
la pasión, la cansaba,
se
volvía la piel escaras y sudores,
lasciva
la lascivia se iba de espejismos
y
abandonaba un tema demasiado manido
harta
de un roce que ya no era otra cosa,
lo
recuerdo, qué insistente insistencia,
ahora
me parece que no me sacié,
aquí
no se puede.
En
menosallá la piel lo era todo,
y
es que no se podía
penetrar
a la víscera;
la
superfaz de las cosas, su cara tocadera:
ése
era el pan,
el
pan de cada dedo,
malditos
sean qué torpes que ya no recuerdan
o
no tengo dedos o algo se ha borrado,
malditas
las manos que nada retienen,
para
qué tanto roce, tanto y tanto estregar
y
darle a la piel su ración de hastío
si
luego nada queda
y
la piel no recuerda
(perdóname
piel si te echo a ti la culpa
de
la manquedad que me asfixia).
(de
que mis manos ya no tengan dedos).
(de
que mis dedos ya no sientan,
perdóname
piel que ya no recuerdas,
maldita
piel perdóname,
para
qué tanto roce).
(piel).
Eran
las cosas todo superficie,
trampantojo
pintado sobre atadijos de nada,
fingiendo
el rostro un alma en lo íntimo,
mintiendo
la piel un músculo tras ella,
engañando
la vida un futuro auténtico,
aparentando
la risa una alegría honda,
disfrazando
el amor su siempre dentro olvido.
Y
no supe no quise no pude
se
fatigaron mis dedos
de
buscar másallá
lo
que menosallá nunca contiene,
la
raíz, la hondadura, la profundez del hoyo
en
que las cosas son más que perfil y dibujo
y
cuentan de sí mismas
el
misterio y la historia.
Aquí
por el contrario la piel no existe,
lo
íntimo, lo profundo, lo privado, lo secreto
están
siempre a la luz,
eso
que llamamos luz y que quién sabe,
enseñando
sin pudor
su
entraña más oculta,
y
todo es desolado anhelo sin promesa,
quiero
al fin un mundo que tenga haz y envés,
la
moneda completa con anverso y reverso.
Echo
de menos tu piel
no
sé si ella me extraña,
qué
acariciar aquí aunque ya no tenga manos.
XXVII
- Recuerdo
Recuerdo
recordar que entonces recordaba
una
cosa sutil, misteriosa, latiente,
que
manaba, emanaba, nacía de algún sitio
oculto
y apartado y callado y profundo.
Estaba
entre nosotros y sí lo sabíamos
pero
no lo sabíamos porque no era sensible
o
acaso no teníamos sentidos para ello.
Era
ello y ella y era él y ero yo
y
era todo y tal vez acaso no era nada.
Brillaba
como lo negro brilla entre lo negro,
se
perfilaba nítido sobre su propio fondo,
pasaba
entre nosotros y nos daba la espalda
pero
nunca perdía de frente nuestro frente,
nunca
lo supe y lo supe siempre,
siempre
recordado y siempre en el olvido,
asiéndote
por el asa de algún filtro del alma,
de
pronto se iba.
Quizá
nunca estuvo.
Ahora
no tenemos o al menos no recuerdo
en
este lugar las cosas nunca ambiguan,
o
son o son o son o siguen siendo,
y
si no son no son y entonces no son nunca,
misterios
no hay aquí, aquí lo misterioso
está
catalogado como tal misterioso,
se
le conoce de siempre en su misterio absoluto,
tiene
nombre y apellido y apodo de misterio,
se
viste de misterio, trabaja de misterio,
no
da sobresaltos ni es sutil ni latiente.
Así
que nunca supe cuando estaba y estuve,
y
ahora ya no sé porque aquí es otra cosa.
Pero
recuerdo recordar que entonces recordaba
y
ese eco del eco del eco de otro eco
me
siembra en el alma un aroma hermoso,
en
lo que usamos ahora que hace veces de alma,
pero
no logro pronunciar su nombre si lo tuvo,
y
de pronto no estaba,
quizá
nunca estuvo.
Ojalá
que sí, aunque ya qué me importa,
pero
ojalá que sí,
latiendo
entre nosotros.
XXVIII
- Lento baja
Lento
baja
el
arroyo de mi muerte
como
lento bajaba
el
río de mi vida,
no
creáis a quien os diga
que
su corriente fue rápida
vertiginosa,
que no tuvo
tiempo
para casi nada,
en
un instante,
con
que dure un instante,
da
tiempo a vivir
y
eso es todo.
Muchos
llamar vivir
a
repetir la vida,
amar
más veces y no una
más
hijos tener que sólo uno,
dos
amigos,
dos
deseos
y
dos sueños.
Sentir
una y otra vez
el
mismo paisaje,
oler
dos veces el único aroma,
creen
que los dioses
por
eternos repiten
una
y otra vez el argumento,
pero
los dioses se distinguen
en
que viven una vez y no repiten,
cada
acto es único y final.
Yo
he sido un dios casi siempre,
encarnado
a veces por pereza
en
un tedio repetido,
pero
poco.
Un
amor, un hijo, un argumento,
un
amigo, una ilusión,
nacer
y morir sin bises,
una
idea solitaria,
un
sólo verso, siempre el mismo,
éste
de abajo: