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CUENTOS
RELATOS SEMANALES
ANTOLOGÍA 08
Miguel Cobaleda
@MACCGL
#LosCuentosDelAmanuense Colección de micro-relatos
OCTAVO GRUPO: 071 AL 100
29-05-2022 AL 18-12-2022
71-LA MUJER
Miguel Cobaleda
29-05-2022
Como me miraba con insolencia y picardía, y hasta se atrevió a guiñarme un
ojo, supuse que intentaba seducirme. Nunca pude sospechar que fuese un
fantasma de mi propia memoria, un recuerdo inconsistente.
Ahora sí que me doy cuenta de haber soñado con una mujer muy alta, de
grandes caderas poderosas y pechos enormes, al menos en una etapa de mi
adolescencia en que me dio por esa clase de mujer (que ahora no, desde
luego). Ya no logro precisar qué tipo de ensoñaciones más o menos
eroticoides me consentía yo entonces, pero nunca pude imaginar que, saliendo
de las fantasías lejanas de mi juventud, iba a venir en mi ancianidad una
tal visión a pretenderme.
La vida me ha enseñado a ser humilde, de forma que traté de mostrarme tal
cual soy para que la mujer se diese cuenta de que estaba equivocando sus
objetivos, pero me hizo saber, con cierta sorpresa por mi parte, que era a
mí a quien estaba buscando y era a mí a quien se insinuaba. Entonces me
explicó la razón, y se disculpó por no haber llegado antes, cuando era
tiempo, dijo. Acepté sus explicaciones sin comprenderlas del todo, y
paseamos en silencio, cogidos de la mano (yo me encontraba un poco fuera de
lugar, dando la mano, a mi edad, a aquella joven), hasta el amanecer.
Cuando nos despedimos, me dio las gracias por haberla soñado y me besó con
pálidos labios en la mejilla, como una hija respetuosa. Y uno de los dos se
desvaneció en la nada.
72-LA FAMILIA
Miguel Cobaleda
05-06-2022
Era una anciana andrajosa y sucia que llevaba años empujando su carretillo
de mendiga por las calles de nuestro territorio. No era la única,
naturalmente, pero era la más vieja y la más negra. Y quizá la más
misteriosa, con el carrito tapado, con el rostro envuelto, con el silbido
del asma, con aparecer desde lo negro y desparecer en lo negro.
El jefe me nombró estratega para esa acción, de modo que estuve una semana
estudiando las costumbres de la vieja, sus idas y venidas, y especialmente
su paso –una vez al día, al atardecer– por el atajo del Rizo, que decimos
nosotros. Siempre a la misma hora, con la luz justa para ver y no ser
vistos.
La esperamos tranquilamente un martes, dispuestos en dos grupos de
vanguardia y retaguardia para que no tuviese forma de escapar. Y la matamos
a golpes. Tampoco dijo nada esa vez.
En el carrito no llevaba cosas de valor, pero entre sus ropas tenía una de
esas carteras donde se guardan retratos: parece que la vieja había tenido un
hogar y una familia, o algo así.
La desnudamos por completo para hacer más difícil cualquier investigación.
Lo quemamos todo, naturalmente.
Cuando volvió a aparecer días más tarde, supimos que venía a por nosotros.
Nunca pensé que la muerte hubiese tenido una familia.
73-♥♣ VENCEDOR DEL
GUERRERO TRANSPARENTE
Miguel Cobaleda
12-06-2022
Este relato trata de un tiempo remoto en que ya existían los hombres pero no
existían los nombres; no era posible denominar las cosas, la única forma de
referirse a ellas era irlas señalando una por una. No se podía, por ejemplo,
decir el nombre de la tribu de la que vamos a hablar, los Cazadores de la
Noche, sino que era preciso pintar sobre el suelo o trazar en el aire ➳✪. Ni
se podía hablar de sus enemigos, los Carascortadas, y había que dibujarlos
de este modo Ø Ø. Por esta razón nos veremos obligados a evitar los nombres
de los tres protagonistas de la historia. El héroe principal no se llamaba,
por tanto, Corazón de Trébol, sino ♥♣; su amigo, el gran guerrero Flecha
Certera no era conocido como Flecha Certera, sino como →ʘ; y para llamar al
tercer héroe, al cazador Pecho Cosido, habríamos tenido que perfilar en el
aire la vertical de su tronco para cortarla luego por dos cicatrices
paralelas ‡.
El relato los encuentra cuando, casi niños todavía, se preparaban para ser
admitidos por la tribu como Guerreros de pleno derecho capaces de matar, la
máxima distinción a que un adolescente podía aspirar en aquella tribu remota
que fueron los ➳✪, de antiguos y olvidados tiempos, cuando el hombre blanco
no sólo no visitaba aquellas regiones, sino que ni siquiera existía, siendo
aún tan sólo una pesadilla de los dioses.
Bien, no hubo problema con el feroz →ʘ, ni con el habilísimo ‡. Muy otra,
sin embargo, fue la suerte de ♥♣, que resultó, digámoslo sencillamente,
incapaz de matar. Se dudó de su pertenencia a la tribu porque nunca antes
recordaban los ancianos un caso parecido. Se sospechó que fuese, a pesar de
su apariencia de joven adolescente normal, un espíritu de los bosques, un
árbol semoviente de aspecto humaniforme, algún pájaro cautivo por una
irremediable bipedestación. Se rechazó, incluso, su pertenencia a la propia
especie humana, y la cosa no debe extrañarnos pues, repitámoslo, ¡no sabía,
no podía, no quería matar! Pero dejemos que pasen, crueles, los años,
condenado ♥♣ a vivir solitario en el seno profundo de los bosques, mientras
→ʘ y ‡ acumulan hazañas en la guerra y en la caza, actividades casi únicas
de aquellas gentes primitivas. Ambos, venerados por la tribu, ansiaban sin
embargo en el fondo de sus corazones enfrentarse algún día con el enemigo
peor, más dañino y sanguinario que los tradicionales Ø Ø Ø: el ferocísimo
Guerrero Transparente, del que no podemos tampoco decir su nombre y ni
siquiera dibujar su signo pues, siendo transparente, no lo tenía. Era este
peligro tan afilado y letal, que podía matar con cualquier cosa, desde las
mismas flechas enemigas hasta el agua sucia de los charcos, desde la carne
vieja de las presas podridas hasta los hongos de brillantes colores del
suelo de los bosques. Pero, invisible, no era posible derrotarle.
Nos cuenta luego el relato cómo un día la desgracia se abatió repentina
sobre →ʘ y ‡ quienes, en el breve espacio de tiempo de una batalla perdida y
una caza contrariada, se vieron –heridos, insensibles, desgarrados sus
cuerpos y abatidas sus victorias– abandonados en las manos inmisericordes
del que no tiene nombre ni signo, por causa en el primer caso de las flechas
enemigas, en el segundo por las garras de un enorme oso kodiak que nunca
serviría a la tribu de alimento. Como venía haciéndose desde tiempo
inmemorial con los heridos sin esperanza, ambos, →ʘ y ‡, fueron llevados al
bosque y abandonados allí para que los espíritus de la floresta se
alimentasen de sus cuerpos y recogieran sus almas.
♥♣ resultó ser el primer espíritu que se tropezó –y aquí la casualidad no
influyó para nada, que siempre estaba muy al tanto, aunque oculto, de todo
lo que a su gente le ocurría– con los dos agonizantes, a los que no tuvo
jamás, por muy costumbre inveterada que fuese, la intención de dejar,
inconscientes y destrozados, a su aparentemente sellado destino.
Procedió con meticuloso cuidado a trasladar a los heridos –desplegando al
efecto el cuidadoso procedimiento que la naturaleza le había enseñado en la
soledad de sus meditaciones– junto al recodo más fresco y despejado del
arroyo. Enseguida lavó las heridas a base de agua abundante que sacaba del
arroyo con el cazo de una gran raíz ahuecada, y que derramaba como a golpes
sobre los desgarrones de la piel para librarlos, no tocando la materia
lesionada con sus propias manos, de toda la suciedad adherida. Cuando le
pareció que el proceso estaba completo, se recogió un instante en la
intimidad de su alma para hablar con los dioses del bosque, sus maestros, y
luego, decidido y firme como el guerrero más valeroso, eficiente y seguro
como el cazador más hábil, procedió a la tarea. Un emplasto mezclado y
limpio que se componía básicamente de los extractos de dos plantas, el
humilde musgo acuático y el elegante y altivo pinabeto, fue aplicado
cuidadosamente sobre las heridas, abundante aunque drenado para permitir la
salida de los humores perversos. La experiencia constante de su vida
solitaria y la costumbre de no matar ni permitir la muerte, le habían
enseñado que no hay mejor modo de raer por completo de una herida los huevos
del sin nombre, que el viscoso y opalino aceite que se destila en los huecos
de la corteza del abeto; también sabía que el delicado musgo que hunde sus
raíces en el suelo del arroyo y extiende luego sus larguísimas ramas, puede
quitar de la frente de un herido los soles que la arden y de sus heridas
cortar el chorro rojo que las vacía; exprimidas sus ramas hasta quitarles el
agua, luego el esfagno [Sphagnum papillosum] se convierte en una esponja
natural de putrideces y apaga los fuegos que hacen latir los daños,
permitiendo al desgarrón y al desgarrado un descanso que también es
beneficioso y sereno. Atento a la evolución de sus amigos, se tendió a su
lado, entre ambos cuerpos, bajo el dosel del bosque, arrullado por el
murmullo suave de las aguas, recibiendo sobre la frente, por entre los
huecos del ramaje, el beso de una estrella remota, acaso la suya.
Cuando muchas lunas después regresaron al poblado los tres, enteros, sanos,
firmes, juntos como en la lejana niñez, la tribu supo con asombro que ♥♣
había vencido por fin al Guerrero Transparente.
74-PASTELITOS
Miguel Cobaleda
19-06-2022
Vivía de la pensión heredada de su madre, una funcionaria municipal viuda
que falleció cuando él cumplió los veinte años. La pensión, una parte mínima
de la que tuvo ella, era exigua, pero sus gastos consistían solamente en la
comunidad de un apartamento muy pequeño ya pagada la hipoteca; la energía
eléctrica que ahorraba viviendo casi a oscuras, sin televisor ni lavadora
–lavaba diariamente a mano en la mini-bañera–, sin teléfono, sin aire
acondicionado; el gas butano de la hornilla con la que cocinaba y unos
gastos varios de alimentación y limpieza que jamás sobrepasaban el monto
total de su renta.
*****************************
– Tienen buena pinta, seguramente estarán muy ricos. [Este diálogo era
siempre el mismo, idéntico].
– Sí.
– Usted lo sabrá...
– No me los como, los hago para vender.
– ¿Y cuestan?
– Lo pone el cartel.
– A diez centavos la docena, ya veo... O sea, cada pastelito cuesta menos de
un centavo.
– Eso. Pruebe usted uno, si quiere, probar uno es gratuito.
– No gracias, acabo de desayunar. [Él sabía que era mentira porque la beata
y su compañera venían directamente de la iglesia, las había visto salir y
llegar; y jamás esas piadosas mujeres habrían desayunado antes de comulgar].
*****************************
Al día siguiente de morir su madre comenzó con las dos tareas
“profesionales” en que ocupaba el tiempo: los santos y los pastelitos. Como
él falleció a los ochenta años, resultó haber estado sesenta dedicado a
estas dos actividades.
*****************************
Madrugaba mucho y su primer cometido era escribir en la pizarra mágica –de
las que se graban con un punzón sobre el plástico exterior y se borran dando
una pasada al segmento intermedio que separa dicho plástico de la hoja con
superficie de parafina–, escribir en la pizarra, repito, el santo del día,
el de hoy por ejemplo: “San Asgardo, patrón de las preñadas en mayo, abogado
de los fetos albinos, mártir que fue por desgarro de entrañas con feroces
hierros. En su ermita crecen la borbonesa y sus hermanas, y dicen que
también ayuda en casos de extravío del misal”. Luego de escribir cada texto,
ponía la pizarra junto al cristal de la ventana, al lado de la puerta de
entrada. Como vivía en un bajo, el santo quedaba al nivel de la calle y
servía para que las dos viejucas –siempre las mismas– que venían de misa, se
parasen a leerlo con atención. Nadie más se paraba nunca, o lo leía nunca, o
se interesaba nunca, o nunca. Jamás repitió ningún santo, no sólo los 365
días del primer año, ninguno en los 21.915 días en que puso santos en la
ventana. No consultaba santorales, tenía en su memoria todos los nombres e
historias, por ejemplo la santa de ayer: “Santa Solinancia de Asdibalia, la
de los ojos de fuego como dos torrentes de lava, Santa Solinancia de ciegos
y videntes. Abogada de adivinos y de solitarios, de profetas y de locos, de
los que miran los corazones y las grietas del tiempo”.
*****************************
En cuanto colocaba el santo en la ventana empezaba con los pastelitos (nunca
aprovechaba los del día anterior, los tiraba a la basura y hacía otros
nuevos), siempre la misma receta, la única que sabía: bizcocho y crema, cada
pastel en un papel blanco encerado con ondas en los bordes. Hacía los justos
para llenar la mesita que colocaba en la acera, junto a la puerta, entre
ésta y la ventana del santo. Dos docenas, veinte centavos. Aunque si le
hubiesen preguntado de qué vivía –no le preguntaron nunca– él no habría
dicho: “de una pensión”, habría respondido “soy pastelero, vendo pasteles”,
nunca vendió ninguno.
*****************************
– ¿Quién lo ha encontrado? [Guardia municipal primero]
– Dos señoras que salían de misa. [Guardia municipal segundo]
– ¿De qué habrá muerto? [Guardia municipal primero]
– De frío, de hambre, de viejo. [Guardia municipal segundo]
– De hambre no, porque en ese caso se habría comido sus pasteles. [Guardia
municipal primero]
– No eran para comérselos, eran para vender. [Guardia municipal segundo]
– Ya... ¿Qué hay que hacer con ellos cuando el juzgado levante el cadáver?
[Guardia municipal primero]
– Tirarlos. [Guardia municipal segundo]
– ¿No son pruebas? [Guardia municipal primero]
– ¿Pruebas? [Guardia municipal segundo]
– Pruebas forenses. [Guardia municipal primero]
– No. Tíralos. No son pruebas de nada. [Guardia municipal segundo]
75-UN MINILAGRO
Miguel Cobaleda
26-06-2022
Asmanto era ciego, sordo, mudo y disminuido psíquico. Nadie sabía de su
existencia.
Sí: estaba recogido y protegido en una institución de caridad, pero nadie
sabía de su existencia.
Sí: los cuidadores le atendían en todas sus necesidades físicas, comer,
beber, la higiene de su cuerpo, pero nadie sabía de su existencia.
Sí: estaba debidamente controlado, con su ficha puesta al día, con su ropa
lavada y planchada, con su habitación barrida y fregada, pero nadie sabía de
su existencia.
Bien, veamos: puesto que Asmanto era ciego, sordo, mudo y cerebralmente
muerto ¿no querremos decir que él no sabía nada de la existencia de nadie,
ni que le cuidaban, lavaban, le daban de comer, le cambiaban las
sábanas?..., pues ¿cómo podría enterarse de nada de eso, siendo ciego,
sordo, mudo y sin cerebro?
También, pero, sobre todo, lo que queremos decir es lo que hemos dicho: que
nadie sabía de su existencia.
Y habló así Asmanto a su Dios:
–Dios: si existe algo además de mí, y si eres tú, mi Dios, lo que existe, te
ruego que me dejes saber algo de ti, que yo sepa que no estoy solo. Que yo
sepa que Asmanto no es una luz apagada en medio de una nada sombría y
solitaria. Porque si Asmanto es una luz apagada en medio de una nada
sombría, entonces, Dios, mi dios, ni siquiera puedo pedirte que me... ¿que
me qué, mi dios?...
Porque como Asmanto era ciego, sordo, mudo, sin cerebro y nadie sabía de su
existencia, carecía del concepto de la muerte y no podía rogarle a su dios
que le matase.
Dios le oyó de todos modos, y le abrió a Asmanto los oídos durante un
instante [la duración de los instantes fluctúa: el instante sin sordera de
los oídos de Asmanto fue un instante y un milenio, una ráfaga y un infinito,
una centella y una eternidad], precisamente cuando Olmene, su cuidadora ese
día, estaba haciendo la cama de Asmanto con sábanas limpias:
– Verás qué frescas y suaves están. He procurado que las laven con mucho
suavizante, porque como es el único sentido que sientes, quiero que lo
puedas disfrutar. En cuanto termine, te acostaré y te taparé, de modo que el
embozo te refresque las mejillas.
Los que sabemos, sabemos que no es cierto que nadie sepa de su existencia.
Casi nadie, pero su Dios y Olmene saben que Asmanto existe.
Y Asmanto sabe que existe Olmene (y que ella es su dios).
76-DICE MI EDITOR
Miguel Cobaleda
03-07-2022
Dice mi editor que tanto hablar de Dios, DIOS, dios, los Dioses, los DIOSES,
los dioses, se ha convertido en un recurso facilón, ha dejado de ser un
rasgo original del estilo para transformarse en un escape cómodo que el
lector habitual ya conoce y descarta despectivamente: “ya está éste otra vez
con los dichosos dioses...”. Tiene toda la razón mi editor y no me ha
molestado su advertencia, especialmente porque contiene eso de “el lector
habitual”, que yo no sabía que tenía, Dios bendiga a los lectores hab... o
sea, no Dios, Dios aquí no pinta nada, era una frase hecha, que los lectores
habituales sean bendecidos por... bueno, por alguna Oficina Gubernamental de
Bendiciones Generales, o algo.
Dice mi editor que tengo que ir pensando en suprimir las tríadas, que si lo
hago para añadir palabras, que lo deje de una vez, que ya no pagan por
palabra cuando publican algo y que esa costumbre tediosa de tres adjetivos,
tres adverbios, tres ejemplos, cansa, los estudiosos lo reputan como una
perversa deriva hacia la anáfora. Tiene toda la razón mi editor y no me ha
molestado su advertencia, especialmente porque contiene eso de “cuando
publican algo”, que yo no sabía que me sucedía a mí, Dio... que la Oficina
Gubernamental de Bendiciones bendiga a las editoriales que publican a
sujetos como yo (ni siquiera conocía su existencia) y, de paso, a los
estudiosos.
Así que en este relato, ni tríadas ni lo demás. Un relato escueto, derecho
al asunto, el argumento y ya. Dejemos descansar a los lectores habituales, a
las editoriales y hasta a los mismos estudiosos.
Va de suicidas.
Va de tipos que se tiran al tren o se tiran desde un puente (hay otras
posibles tiradas, pero esas tríadas...).
Va de familias abandonadas que no entienden las razones y no esperaban
semejante desgracia.
Va de notas melancólicas escritas con sangre.
Va de desesperación, de soledad (hay más, pero esas tríadas...).
Va de mi amigo Sebastián, el bueno de Sebas, que se ha tirado desde el
puente romano, luego de dejar una nota escrita con... en fin, con un
rotulador rojo, supongo que sangre no es, en la que no dice nada porque las
notas de los suicidas no tienen sentido.
La familia, confusa, aterrada, espera en la sala de espera a que el cirujano
les diga algo.
Porque Sebas no se ha matado, sólo se ha roto un cartílago de la nariz y un
dedo de la mano derecha.
Su viuda (frustrada) me mira con... bueno, sí, con resignación, y se me
parte el alma, yo que creía que todo estaba resuelto...
He esperado que la celadora se marchase y le he metido al Sebas el hueso de
la mandíbula hasta el cerebro, con un manotazo que tenía ensayado (el
maldito Sebas falla más que un petardo húmedo, me esperaba algo, no sabía
qué, pero algo) y he salido con paso tranquilo. “Duerme”, he dicho, y más o
menos... Achacarán el asunto al golpe delantero, más grave de lo que habían
supuesto.
Paca, la esposa, me ha entendido, ha sonreído con suave sencillez y se ha
acomodado en el asiento de hule. Lo último no, mejor sin tríadas: “Paca, la
esposa, me ha entendido y ha sonreído con suave sencillez, punto.”
Dios le tengo en su gloria... o sea, no Dios, Dios aquí no pinta nada, era
una frase hecha... que descanse en paz, o algo.
Lástima que no pueda entregar este relato a ninguna editorial, y que no lo
vaya a leer ningún lector habitual, pero es tan revelador en su escueta
sencillez... Ni siquiera se lo voy a dejar a mi editor, que acaso fuese
capaz de leer entre líneas, es tan sagaz...
Aquí vuelve el cirujano, todo contrito, ahora que acaba de salir de la
habitación. ¡Qué chapuceros son!, ¡¿Con que no era nada y el Sebas está
muerto?! ¿La mejor Seguridad Social del mundo? ¡Y una mierda!
77-GEMELOS UNIVITELINOS
Miguel Cobaleda
10-07-2022
Cuando sucedieron los hechos yo no sabía aún que en mi familia son
corrientes las parejas de gemelos, mi madre y la tía Sandra, mis primos Sun
y San, la abuela Felisa y la tía abuela Pascuala, y tantos más. Lo que sí
sabía es que el otro inquilino del saco me estaba quitando espacio, así que
le estrangulé con una especie de cordón que había disponible. Dejó de
moverse y se fue secando poco a poco, al nacer les oí decir que había sido
un trágico accidente, desde luego que sí, yo no pedí compañía en ese viaje
embrionario, no es mi culpa si no saben racionalizar los envíos y de vez en
cuando tienen que hacer ofertas de un pack de dos.
A partir de entonces nunca me ha gustado que se me acerquen mucho, necesito
espacio vital en una proporción mayor que la del resto de la gente, cuando
alguien se me acerca mucho, sencillamente lo mato.
Lo peor de todo este asunto es que me quedó –del citado período embrionario
y de mi primer asesinato– una como comezón que, al parecer, se llama
conciencia y es una especie de moscardón interior que zumba sin parar. Me he
vuelto teólogo casuista por ese motivo, especializado en el tema “¿a qué
edad se es moralmente responsable de los propios actos?”... Nadie defiende
que ya lo seas antes de nacer, los más radicales suponen que a partir de los
siete años de edad un ser humano ya sabe distinguir el bien del mal. No
estoy de acuerdo. Yo no creo que sean distintos, a mí me parecen la misma
cosa. En realidad es como si se le pregunta a... ¡qué sé yo!... a un
calamar, a un girasol o a una mosca, qué diferencia hay, a su entender,
entre ser de izquierdas o ser de derechas en cuestión política, que esos
entes no entienden=notan=sienten la diferencia (que seguramente no la hay,
ni entre izquierda y derecha ni entre el bien y el mal). ¿Fuí yo malo por
estrangular a mi gemelo y no él, que me quitaba espacio vital?... ¿Podía con
ocho meses de feto saber que el malo era yo y el bueno era él?... Con ocho
meses de feto ¿ya se es malo o bueno?
He fundado una escuela de filosofía moral según la cual el bien y el mal no
se distinguen, ni siquiera –como dicen los relativistas– por la
circunstancia. No hay circunstancia que valga: si un ladrón, que no pensaba
matar, mata porque el robado se defiende, a mí más parece un suicidio que un
crimen ¿por qué te defiendes de un ladrón que solamente busca re-equilibrar
los desajustes de la balanza social? Si un heredero mata a los demás para
heredar él sólo toda la fortuna ¿no es culpa del fallecido por haber
sembrado tantas semillas en vez de una única? A mí me parece una
consecuencia perversa de un defecto de planificación. Cuando un ejército
invasor mata para conquistar ¿acaso no se podrían evitar esas muertes
invitando al agresor a quedarse con lo que desee? A mí me parece un delito
de egoísmo que castiga la insolidaridad como es debido. Y así todo. Como lo
mismo se puede argumentar en contrario, está claro que no está claro qué es
el bien y qué es el mal. Si hay una distinción –que no creo– sería que el
bien es lo bueno para mí, y el mal lo malo para mí, pero cá.
Los que se han dignado escuchar mis lecciones dicen que estoy loco. No
tienen razón. He fundado una escuela de psiquiatría funcional según la cual
la locura y la cordura no se distinguen, ni siquiera –como dicen los
oportunistas– por los concomitantes. No hay concomitancia que valga. Cuando
el otro inquilino del saco intentó estrangularme con un cordón que había,
sólo porque le quitaba espacio vital, le arranqué la cabeza y se terminó el
problema. Al nacer les oí decir que había sido un trágico accidente, pero no
es verdad, ese otro sujeto era un maldito asesino. Y estaba loco.
78-LA BANDA DE LOS DOCE APÓSTOLES
Miguel Cobaleda
17-07-2022
Hemos formado una banda de ladrones con la peculiaridad de que somos todos
muy ricos, por ejemplo yo, que tengo varias empresas, varios palacios,
varios yates, varios aviones, varios de todo, incluso varias esposas,
ninguno de los cuales sabe de los otros (un suponer: mi esposa número uno no
sabe nada de mi palacio número dos, y mi yate número tres no sabe nada de mi
hijo número cuatro). Me diréis, sin razón, que para qué queremos robar si
somos tan ricos, pregunta idiota por demás, ya que la riqueza es un
relativo, nunca un absoluto, al que se aspira sin alcanzarlo. La pregunta
juiciosa no es para qué queremos robar, sino “qué queremos robar”, qué es lo
que nos falta cuando no nos falta nada, de qué carecemos los que no
carecemos.
En la banda somos doce, como los Apóstoles, y nos conocemos con esos mismos
apodos para no usar nuestros nombres verdaderos; yo soy Judas (no soy el
fundador de la banda y, cuando entré, los otros apóstoles estaban cogidos,
lo siento; no me pienso contentar ni con treinta monedas, ni con treinta de
nada, por si habíais supuesto otra cosa).
Pedro y Santiago son más o menos jefecillos, “cillos” sólo, porque jefes de
verdad no hay, todos damos nuestra opinión y todas se tienen en cuenta.
Hemos llevado a cabo quince robos y los doce primeros fueron ideas de cada
uno de los doce de la banda, en mi caso se trató de asaltar el palacio del
gobernador, robar el sello gubernativo, cambiarle la esposa por la concubina
(ni él ni ellas se dieron cuenta) y cagarnos en la mesa presidencial, doce
cagarrutas que salieron en todas las redes sociales. También salió lo del
cambio de mujeres, pero ningún seguidor se hizo eco, algo me asombra porque
una es blanca y la otra es negra, una es alta y la otra es bajita, una es
una mujer y la otra es un travesti... pues nadie ha notado nada (era mi
broma preferida y me he llevado un chasco). Otro de los atracos (idea de
Tomás) consistió en asaltar el puerto deportivo y destruir nuestros propios
yates, cada uno los suyos. Yo no había advertido a mi esposa número siete
que siempre duerme en él (o que Tomás no había anunciado de qué iba su
asalto) y se quemó con el barco, no estaba asegurada, el barco sí, me
encanta perder cosas valiosas (o bueno, esposas) destruyéndolas por mi
propia mano, tanto más cuanto que dejé como al descuido el sello gubernativo
y el gobernador ha sido acusado del desastre y condenado a galeras (le han
permitido que se llevase al travesti, a mí ha tenido que pagarme con la
otra, la negra bajita, que es ahora mi esposa número siete). Y la he
asegurado esta vez.
El atraco que más me gustó fue cuando asaltamos el convento de las Calzadas
Reales y no robamos cálices de oro ni vestiduras enjoyadas de las imágenes
principales. Lo que sí nos llevamos fue la reja de clausura, que es ahora la
cancela del palacio de Andrés, y también una bula del Papa Benedicto VII que
autoriza a matar paganos si con cada pagano muerto rezas dos credos. Esa
bula se guarda a buen recaudo en nuestra cueva porque nunca se sabe cuándo
puede resultar de utilidad. Juan anda aprendiendo el credo y ya ha comentado
varias veces que su querida esposa es pagana... Me da que quiere cambiar “la
suya mujera”.
Ahora estamos preparando el atraco dieciséis y vamos a robar del Banco
Central Nacional la silla del conserje de la puerta, que se joda y se quede
de pié toda la jornada. Yo aprovecharé para llevar unos sacos de dinero y
meterlos en la caja fuerte del banco, ya no sé qué demonios hacer con tantos
montones de efectivo, se me pudren los millones como si fuesen hogazas de
masa madre. Pero no le veo futuro a la Banda, dice Pedro que es carencia de
imaginación, que no da para más, que ya no tenemos ideas divertidas y nos
aburrimos. Puede ser: el otro atraco propuesto –Santiago– alternativo a lo
del Banco ha sido desvalijar la Biblioteca Nacional y repartir los libros
entre los pobres, con que ya me diréis... Estoy pensando en dejar la Banda,
al fin y al cabo yo no soy un ladrón, a todos mis jornaleros les pago un
denario.
79-LOS ENAMORADOS DEL PINAR
Miguel Cobaleda
24-07-2022
La romántica historia y trágica muerte de los Enamorados del Pinar, Arabela
y Ray, había causado en el pueblo una conmoción tan grande, y en los
compañeros de su curso del Instituto una desolación tan palpable, que el
profesor de literatura propuso –tratando de sublimar en arte el dolor
colectivo– que escribiera cada uno un trabajo literario interpretando
libremente el argumento de ese suceso tan conmovedor. Hubo dos, uno
entregado y otro no, que merecen reseña aparte.
Paul –el que fue más tarde novelista de enorme éxito–:
“Gustaban de pasear su amor por los pinares, decía Arabela que el aroma de
la miera cargando el aire caliente del verano era el aroma mismo de su
pasión. Y en uno de esos paseos, cuando Ray la miraba como siempre, con una
ternura contenida, vio como se abría en la blanca blusa de la niña una
amapola repentina, flor floreciendo de la nada, relámpago rojo, trompeta del
horror.
– Te sangra la nariz.
– No es de la nariz, es de... la boca.
A partir de ese punto empezó a girar el destino, volviendo su aguja hacia la
sombra. Una tisis veloz, una devastación de los alientos, una decadencia
dura como una ley natural implacable, fue despojando a Arabela de todos los
pétalos de su hermosura.
Alguien –que acaso había envidiado su felicidad y su belleza– la puso de
pronto ante un espejo, y ese fantasma pálido y moribundo resultó demasiado
para ella, ya sabemos cuál fue su última renuncia, se dejó llevar por la
desesperación y se abandonó a las corrientes traidoras del río, a su
profundo misterio cenagoso, a su solución húmeda y sombría. Ray perdió todo
norte y todo sentido, vagó sin rumbo por entre los pinos ya sin vida, dejó
que su razón se uniera al fluvial destino de la amada y se abandonó
solitario, ciego, loco. Lo encontraron perdido –perdido de sí mismo– en
cierto recodo remoto y tuvieron que internarlo en una celda, donde murió al
poco tiempo, al menos consiguió ese triunfo sobre la tiniebla.”
El otro trabajo lo garabateó con trazos de rabia en un folio sucio el último
escolar, el más rebelde, el solitario y despreciado, un sin nombre –no
consta en los anuarios, se negó a entregar reseña y foto–, que lo quemó al
final, diciendo al profesor, “lo siento, no se me ha ocurrido nada, aunque
soy de su curso casi no les trataba”.
“Ray me llamó para que fuese a verle cuatro días antes de morir, supongo que
ya conocía su propio calendario. Lo dudé con esa duda que sabe de antemano
que al destino no se le puede distraer, así que me presenté en la prisión y
pedí verle.
Estaba ya muerto, él lo sabía y yo también. Nos sentamos frente a frente con
las miradas ardiendo, ráfagas de odio cruzando el breve espacio entre los
dos.
– Te he llamado porque quiero contarte la verdadera historia.
– ¿A mí?... ¿Para que se la cuente al pueblo?... No me escucha nadie, ni
siquiera me ven.
– A ti, no para el pueblo. En el pueblo ya creen saber lo que pasó. Y me da
lo mismo.
– Conocen tu propio relato, cuando te entregaste. Que la violaste, la
ahogaste en el río y luego te fuiste a pasear tu locura por el bosque.
Tenías la cara arañada de sus uñas, la ropa tan rasgada como la suya,
estabas empapado de agua cenagosa... Una buena pelea, supongo, el novio
forzando a la novia y la novia defendiéndose con toda su furia.
– No. Arabela se escapó del sanatorio, les dejaban pasear entre los pinos y
yo estaba al tanto. Nos encontramos lejos, en la ribera, donde los árboles
más viejos, ya sabes, el pinar era nuestro paisaje y nuestra alma. Estaba
tan cambiada... era un espectro transparente, no pesaba nada, respiraba sin
alentar, sus ojos eran el total de su rostro, pero eran de fuego, como
siempre, de fuego y de pasión. Yo quería beber sus labios, penetrar su
cuerpo, no para poseerla a ella, sino para sorber su muerte y quedármela,
ella no quería que esa ponzoña me atacara a mí, quería el veneno para ella,
salvarme inmaculado del horror. Y así empezamos a luchar cada uno contra sí
mismo, en ella por un lado la pasión que sentía por mí, deseando mi boca, mi
cuerpo, mi sexo, mi alma, por otro lado la angustia para no contagiarme,
para salvarme del peligro; en mí por un lado el deseo de rescatarla, de
salvarla, de borrar de su aliento las señales de la muerte, de atravesar su
cuerpo y saquear de su entraña la ponzoña maldita, por otro lado el deseo de
no profanar su presencia, de no ofender su pudor, de no contaminar la
costumbre virginal que hasta ese día había sido nuestro secreto. Cada cual
luchando contra sí mismo para amar y no matar, para rescatarnos de la muerte
y entregarnos sin medida. Me arañó, la arañé, me besó, la besé, me penetró y
la penetré... al final nos abrazamos, derrotados en todos los combates,
tratando cada cual de hacerse el otro, de formar un tenue puente de vida por
encima de la sombra. Nos abandonamos al río que estaba tan inmediato y era
tan cómplice... Nos dormimos con el sueño final, juntos, unidos, íntimos.
Cuando el hielo de la corriente me despertó, nuestros brazos se habían
soltado, el cadáver de Arabela se había hundido en el cieno del fondo, no la
pude encontrar... El pecho me estallaba cuando encallé en la orilla sin
aliento y sin alma. Las estrellas brillaban impasibles, malditas sean.
Ésa es la historia, aunque tú no la creas...
– Sí la creo, totalmente, palabra por palabra... ¿Por qué me la has contado
precisamente a mí?
– Porque tú también la amabas y tú también hubieras muerto por ella.”
80-MARE NOSTRUM
Miguel Cobaleda
31-07-2022
Fue mi mujer, Karuma, la que me inició en este viaje, hasta ese momento yo
lo consideraba transitorio, provisional, una especie de excursión de pocos
días, una aventura colectiva –de nuestra aldea ya faltaban casi la mitad de
las familias–. Pero Karuma me hizo ver que necesitábamos todo el dinero que
pudiéramos conseguir, y ante mi resistencia a vender la casa –una choza–, la
tierra –un huerto minúsculo y estéril– por no quedarnos sin nada y a la
intemperie, razonó ante mí con palabras sencillas: “De este viaje no hay
volver, esposo, este viaje es la muerte. Si tiene razón nuestra fe,
alcanzaremos el paraíso, si nuestra fe es una maraña de cuentos infantiles,
nos perderemos en la sombra infinita, pero de este viaje no hay volver”. Así
que lo vendimos todo, borramos nuestra huella de la existencia anterior,
olvidamos el pasado para poder construir el futuro, tomamos el escaso fardo
de nuestra historia y los tres de la mano, nuestra hija Anreka, mi esposa
Karuma y yo, empezamos este viaje que no es un viaje de vivir, sino un
sendero del tiempo.
Salir del corazón profundo del continente africano nos llevó un año de
esfuerzos y sufrimientos sin medida, pero esa parte no entra en mi relato
porque en este viaje sólo cuentan el principio y el final, las escenas
intermedias no han existido. Cuando por fin llegamos a una costa del norte,
nuestros cuerpos eran despojos hambrientos, nuestras ropas harapos de los
vertederos, nuestra esperanza un milagro de imposible descripción, pero
habíamos logrado mantener intacto el dinero obtenido antes de partir.
Sabíamos que la travesía de ese mar sin misericordia sólo era posible
pagando y pagando.
Trabajos sin fin, humillantes y sucios, mendigar los tres cada uno en una
esquina, privarnos incluso de lo digno, ahorrar cada milésimo de céntimo...
y aún así pasó otro año antes de juntar lo bastante para que, entre la
cantidad inicial y ese ahorro, pudiésemos pagar los gastos de la travesía,
pero esa parte no entra en mi relato porque en este viaje sólo cuentan el
principio y el final, las escenas intermedias no han existido.
Expulsados de las lanchas más grandes –más caras–, de las pateras más
nutridas –más seguras–, al final sólo conseguimos una barca a medio
desguazar con un viejo motor de gasolina, unos bidones de lo mismo y otros
de agua tan sucia que no era fácil distinguirla. Con una brújula loca que
sólo apuntaba hacia el sur, y unas vagas indicaciones como si el mapa del
mar fuese sólido, partimos hacia... ¿cómo era?... “Si tiene razón nuestra
fe, alcanzaremos el paraíso, si nuestra fe es una maraña de cuentos
infantiles, nos perderemos en la sombra infinita”. Ante mi estupor, el viejo
motor siguió funcionando mientras hubo combustible, no fue él el que falló,
cumplió su compromiso con nosotros y, de todas las criaturas con las que se
cruzó nuestro camino, resultó ser la que más me conmovió con su ayuda
generosa y su esfuerzo continuo. El que falló fue el mar, maldito sea. ¿No
es un lago atravesado incesantemente por embarcaciones?... ¿No hay mil
lanchas de millones de parias que van en busca del edén y lo surcan de día y
de noche?... ¿No es el escenario de la grandilocuencia de todos los
ejércitos ribereños?... ¿No pululan las rápidas canoas de los
contrabandistas de drogas?... ¿Era nuestro mar un mar distinto, de otro
continente, de otro planeta, de un mundo vacío, con mares desiertos y
océanos solitarios?...
Días y días de soledad, el alimento que se acaba, el agua potable que se
termina en medio de un trillón de kilómetros cúbicos de agua venenosa...
Karuma y yo dejamos las últimas migas y las últimas gotas para saciar el
hambre y la sed de nuestra querida Anreka, y luego la soledad fue penetrando
poco a poco nuestros miembros, nuestros pensamientos, nuestras almas, hasta
cercarnos por dentro con un muro de impotencia. Cuando Karuma llevaba varios
días sin noche y varias noches sin día acunando en su regazo el arrugado
cadáver de Anreka, se dejó resbalar con ella por entre las suaves ondas de
ese desierto flexible. Mi locura ya no prestaba atención a tan menudos
detalles, así que esa parte no entra en mi relato porque en este viaje sólo
cuentan el principio y el final, las escenas intermedias no han existido. No
te mueres cuando quieres, el destino no lo consiente, el suicidio es una
quimera, un engaño como tantos, ese mar desierto de pronto se volvió tan
frecuentado que varias embarcaciones se disputaron mi salvamento. Estuve en
un... ¿manicomio, los llaman estas gentes que no conocen la soledad del
océano?, días sin término, noches sin remate, hasta que me dejaron salir
porque, a su entender, mi locura era ya lo bastante razonable.
Trabajos sin fin, humillantes y sucios, mendigar en una esquina, privado de
todo, incluso de lo digno, ahorrar cada milésimo de céntimo... y aún así
pasó un año antes de juntar lo bastante para poder pagar los gastos de una
travesía hacia coordenadas que brillaban en medio de mi demencia, pero esa
parte no entra en mi relato porque en este viaje sólo cuentan el principio y
el final, las escenas intermedias no han existido.
Cuando pude, embarqué hacia esos números que cruzaban mi destino, apagué el
motor de la chalupa, me até un pedrusco al cuello y me tiré por la borda.
Las buscaré sin descanso, ahora tengo la eternidad a mi disposición, nuestra
fe ha resultado ser una maraña de cuentos infantiles, pero he navegado un
mar ilimitado y sé encontrar mi camino en una sombra infinita.
Os cuento esto porque es ya el final de mi viaje, este final sí que ha
existido. Yo no, pero mi viaje sí.
81-DE BATALLAS Y PUTAS
Miguel Cobaleda
07-08-2022
Sandhor me ha encomendado –a mí y mi sección– rematar a los heridos. No es
exactamente la tarea militar más honrosa, pero la verdad es que a mí me
gusta, es matar sin riesgo, lo que sólo tiene ventajas. Acaso, acaso, que,
si son muchos como pasaba hoy, al final se te cansa el brazo y se te embota
la espada. Algunos los he matado aplastando sus cabezas con una roca, cuando
ya sin filo la hoja no lograba cortar los cuellos. Ciertamente toda tarea
repetitiva acaba siendo tediosa, y después de unos momentos iniciales
exultantes, el resto se hace más como obligación –una especie de imaginaria
somnolienta– que como placer. Dice Crasnir, mi lugarteniente, que a él le
pasó otra vez en que tuvo un burdel enorme sólo para él y al final le
aburrían los coños y dejó insatisfechas a cerca de una docena de las putas
últimas. Ya serían más de una docena, Crasnir siempre presume de ser más
jodedor que nadie. En fin, que entre los treinta de mi sección calculo que
hemos rematado a tres mil heridos, a cien por rematador, más o menos.
– ¿No te interesan los que puedan salvarse?
– Hemos hecho casi medio millón de prisioneros, tenemos esclavos de sobra
para el mercado de Estaán, incluso demasiados para que se conserve un precio
suficiente. Y un herido, aunque sea leve, es siempre una pieza de desecho,
no merece la pena. Rematadlos a todos, graves o leves.
– Bueno, mataremos también a los muertos, al fin y al cabo es más sencillo
que andar discriminando.
Así que nos hemos repartido entre los treinta el campo de batalla y hemos
empezado a rematar. Como es, en cierto modo, un trabajo rutinario que se
hace de forma más o menos mecánica, te permite pensar en otros asuntos. Hoy
me ha dado por imaginar lo que sentiría si fuese yo uno de estos heridos que
un soldado vencedor remata, uno que esté sangrante, pero que pueda sentir y
darse cuenta, ser consciente de lo que sucede. Lo primero que he pensado es
estarme quieto para que me crea muerto ya, por si eso le disuade... Ya sé
que no es así, que estas secciones de rematadores rematan todo, vivos y
muertos, por mayor facilidad y para no dejar a nadie, pero de todos modos...
Luego me ha dado rabia ese gesto en cierta forma cobarde, deshonroso, y he
preferido mirarle a la cara y que se fije en mí cuando me clave su daga o su
espada, que me recuerde quizá por la noche, cuando esté en su camastro, que
le persigan mis ojos durante mucho tiempo. Pero tampoco, ese pensamiento es
una tontería, un rematador veterano ha visto tantos ojos moribundos que ya
para él son únicamente un telón final de sombra y de miradas yertas, ni
siquiera distinguirá los ojos vivos de los ojos muertos. Rematar es lo que
tiene: acabas por no distinguir la vida de la muerte.
Que digo yo ¿son tan distintas? La única diferencia entre yo, este soldado
rematador con su espada sangrante, y el herido cuyo cuello me dispongo a
cortar, es el lado de la espada que ocupamos cada uno, si bien se piensa no
hay ninguna otra diferencia. Es la espada, su puño, su hoja, lo que nos
distingue, nada más. Soldados de dos ejércitos similares, cada uno
obedeciendo a un rey muy parecido al otro rey y con un mismo propósito
–hacerse con el reino ajeno–, combatiendo por terceros, sin odio y sin
compromiso, matando por igual, sudando lo mismo, pisando el mismo barro de
la tierra regada con sangre y orina, olvidados en el fragor de la pelea de a
qué rey obedece cada uno, empeñados en combates individuales donde lo único
que importa es no ser el vencido... Y esperando el toque de victoria del
propio bando para parar de pelear, siendo como son los dos toques tan
iguales... ¿Soy yo el soldado vencedor encargado de rematar, el que empuña
la espada, o soy el soldado vencido que se dispone a morir cuado el filo de
la espada le arranque el alma?
Cansada de su función, la espada resbala de mi mano, me tumbo al lado de
este soldado enemigo del que ignoro si ya lo he ultimado o sigue vivo.
Crasnir, que no me reconoce, nos remata a los dos, bendito sea, esta vez no
va a dejar ninguna puta sin atender.
82-MI PATRULLA
Miguel Cobaleda
07-08-2022
Mis hombres, los nueve soldados de mi patrulla, son todos veteranos
cuarentones, todos fueron alguna cosa antes de ser soldados y todos tienen
unos nombres muy raros, les he puesto apodos sencillos. Yo también fuí algo
antes que soldado, fuí profesor, así que he elegido para llamarles los
nombres de nueve pensadores de las primeras centurias d. C.: QUADRATO,
ALCUINO, ORÍGENES, PSEUDO DIONISIO, MACROBIO, RHABANO, ERIÚGENA, ABELARDO,
ANSELMO; Y yo, el CABO, BEDA EL VENERABLE. Con estos nombres se permiten
licencias. A Pseudo Dionisio le llaman Pseudo; a Rhabano, Rabo. En cuanto a
mí, nunca dicen El Cabo, me llaman “Venerable”, los muy cabrones.
Ya he dicho que fueron “frailes antes que soldados”, todos lo hemos sido,
dos destinos nos cruzan el pecho:
QUADRATO.- Antes que soldado fue barquero, ayudante de Caronte. Con la
demografía creciente y las guerras modernas, el viejo gruñón no daba abasto
para cruzar a los muertos a la otra orilla del Aqueronte, así que contrató
ayudantes. Quadrato, con su propia barca, cruzaba a los muertos a la orilla
de allá del Leteo. Ese río es el del Olvido, sus camaradas dicen que cruzaba
“a los moribundos”, mantienen que eran moribundos al salir, muertos al
llegar, y no lo recuerdan.
ALCUINO.- Antes que soldado fue monje, predicó el Evangelio a las tribus
apaches antes del descubrimiento de América. Nunca dice cómo llegó tan
lejos, todos pensamos que lo que cuenta son mentiras, pero da tantos
detalles y las hilvana tan bien, que hace dudar. En todo caso, si hay ahora
algún indio apache cristiano, Alcuino fue el apóstol de sus tatarabuelos.
ORÍGENES.- Antes que soldado fue cocinero, un auténtico chef de cuatro
estrellas, que preparaba los menús a bordo de una patera de emigrantes.
Viajes de recreo, Misurata–Lampedusa, Lampedusa–Misurata (ya de vacío).
Recogía gente de muchos países, sobre todo Chad, Níger y Sudán, que llegaban
a Misurata atravesando desiertos y atravesando la nada.
PSEUDO DIONISIO.- Antes que soldado fue esbirro, asesino a sueldo del jefe
de un cártel mejicano. En cuanto tal asesino –o sea, como demostración–
tiene tatuajes por todas partes, rostro incluido, pero no son calaveras, ni
tibias, ni nada filibustero: tiene tatuados los hexagramas del I-King... Es
un cuadro y un poema (un poema chino). Dice que mataba poco porque cobraba
mucho... pero mató a todas las monjas de un convento... Cuando se emborracha
sostiene que no las mató –las amaba– y que no era un convento, sino una casa
de lenocinio (la palabra es suya, a saber de dónde la ha sacado).
MACROBIO.- Antes que soldado fue negrero, no en un buque, sino en la costa
africana, capturando Kunta Kintes que luego varios barcos trasladaban a
continentes “civilizados”. Cuando le digo que las fechas no me cuadran, que
la esclavitud fue abolida mucho antes de nacer él, me señala al resto de sus
compañeros, cada uno de un país y de un siglo.
RHABANO.- Antes que soldado fue verdugo, de los de hacha y capucha (aunque
también ahorcaba y daba garrote vil si se terciaba). Era un funcionario del
común, a sueldo del cabildo. Los alcaldes (trabajó para cuatro) eran todos
unos tacaños y, si pasaba un tiempo sin ajusticiar, se quejaban de que se
malgastaban los recursos del concejo, y le obligaban a ajusticiar a gentes
que no tenían nada que ver, sin venir a cuento, lo mismo excursionistas que
mendicantes o putas.
ERIÚGENA.- Antes que soldado fue violador de doncellas, no de forma amateur
sino como profesional. Anduvo con un grupo de partisanos que se dedicaban a
escarmentar a las aldeas que habían confraternizado con los invasores:
quemaban las casas, fusilaban a los hombres y violaban a las mujeres. Pero
estaban estructurados de forma especializada, por un lado los que quemaban,
por otro los que fusilaban y por otro los que violaban. Eríugena era de los
que violaban. Según él, violar mujeres maduras era relativamente descansado
porque ya sabían a qué atenerse, pero que con las doncellas –sobre todo
niñas–, era tremendo, agotador, porque no entendían nada y había que andar
con explicaciones y remilgos.
ABELARDO.- Antes que soldado fue escritor o, como él se llamaba a sí mismo,
amanuense (al parecer, se limitaba a copiar al dictado). Los argumentos que
escribía –que se veía obligado a escribir– se cumplían inexorablemente, como
el destino. Cierta vez escribió que: “Las llamas alcanzaron tal altura que
los halcones y las águilas empezaron a caer desde el cielo como carbones
encendidos, y la luz de las estrellas se apagó bajo el imperio de ese
tremendo resplandor. Los vivos duraban lo que su ascua corporal tardaban en
extinguirse, los niños apenas unos segundos. Madres hubo que ardieron con
sus recién nacidos mamando aún de sus pechos, esposos abrazados que se
consumieron como un solo ser. Los adobes se derritieron ¡los adobes!, los
pinos eran teas que estallaban como fuegos artificiales inundando el aire
con el olor de la miera ardiendo, el río se convirtió en un surtidor de
vapor ígneo, se elevó sobre sí mismo, se alzó desde su cauce, se puso en pie
y azotó como un látigo de fuego a todos los miserables que huían a través de
los campos y habían llegado a creer que podrían escapar del infierno. Por
supuesto que no: el infierno es infinito, o lo fue aquel día y aquella noche
y aquel siempre”. Se cumplieron sus palabras sin faltar una coma.
ANSELMO.- Antes que soldado fue soldado, nació soldado con el fusil en la
mano, con la cicatriz que le cruza la cara, con el callo de los culatazos en
el hombro derecho, con esa mirada tan propia de los soldados cuando vuelven
del campo de batalla del que nunca vuelven. Nunca deja de mirar sobre el
hombro, sospecha del universo (con razón).
Y yo, el Cabo, EL VENERABLE, siempre profesor, soldado siempre: estaré de
imaginaria cuando el cosmos se hunda.
Formamos una de las patrullas más formidables –más temibles– de todo el
regimiento de infantería. De todo el ejército. De todos los ejércitos. Somos
una ficción, no existimos. Ahora bien, si no existiésemos, habría que
crearnos.
83-EL TIEMPO Y LA SANGRE
Miguel Cobaleda
21-08-2022
No he podido despedirme, aunque eso ya lo habréis supuesto.
1640 o 16/40, o 16'40": cifras famosas que todo el mundo conoce y que dan
nombre, incluso, a montones de instituciones, hospitales, ONGs, iglesias,
centros escolares... 16 minutos y 40 segundos, es el precio en tiempo del
litro de sangre según la fijación monetaria que se hizo en la Convención
Mundial TIEMPO-SANGRE (Philadelphia, 2032) cuando se ajustaron en paridad el
segundo de tiempo y el mililitro de sangre, de donde un litro son 16 minutos
y cuarenta segundos.
Claro que hay quejas de todo tipo, la mayor parte de las cuales son muy
razonables. Están los que dicen que tiempo y sangre son sagrados, que el uno
mide la vida humana y el otro la sostiene, que ese convenio es ofensivo,
blasfemo. Tienen razón. Están los que dicen que ajustar la sangre en
unidades de tiempo es como poner precio a las manzanas en colores del
crepúsculo, o tasar en kilos la aurora boreal. Tienen razón. Están los que
discuten técnicamente la equivalencia misma, diciendo que no hay paridad,
que la equiparación debería haberse hecho entre dos cantidades más
parecidas, y proponen entre otras (hay varias propuestas) un día de
tiempo=un litro de sangre, como más sensata proporción. Tienen razón. Y
están los que analizan la sangre por medio del tiempo –no encuentran
resultados– y el tiempo por medio de la sangre –tampoco– y no usan la famosa
equivalencia porque se niegan a equiparar ni el tiempo ni la sangre con
ningún otro parámetro; entidades absolutas, las llaman. Tienen razón. Por mi
parte, yo no entiendo ni la fijación teórica segundo=mililitro
[constantemente está siendo superada en la realidad, en este momento el
litro de sangre está en casi 20 minutos por un movimiento al alza que nadie
se explica, ya que la paridad tiempo-sangre casi siempre se rompe en favor
del tiempo; la semana pasada, el litro de sangre no llegaba a los 15
minutos], ni la variación real que se da en la práctica. Sí, ya sé: si no
entiendo lo uno, debería entender lo otro, pero no. El ajuste de las monedas
al cambio varía, claro está, dependiendo de la cambiante riqueza de las
naciones, de las fluctuaciones del comercio (del capricho de los amos), de
mil factores.
El origen de todo esto es confuso. Una opinión dice que nació de la venta de
sangre a cambio de monedas, de dinero, práctica ancestral, documentan. Otra
mantiene que el origen está en los donantes de sangre del pasado, gente que
donaba su sangre gratuitamente, sin contra-prestación alguna... Eso sí, hay
un mercado enorme –e infame– sobre el tiempo y la sangre, es decir, sobre la
sangre, es decir, sobre el tiempo. Me explico: hay compraventa ilegal de
sangre, pero siempre para acumular cantidades ingentes de tiempo. La sangre
misma, con ser tan valiosa, no interesa por sí en este mercado del que
hablo, sino por su valor en tiempo, que es lo que esos usureros mafiosos
acumulan con desmesura. Los bancos de tiempo-y-sangre son cada vez más
bancos de tiempo, y los bancos de sangre se están quedando reducidos a un
uso puramente médico asistencial, muchas veces gratuito. El acopio bruto de
tiempo –como antaño del oro, de la sal, de conchas de moluscos, o de otros
símbolos cambiarios a lo largo de la historia– pretende acumular poder de
compra. Ahora bien, si en el caso de un ahorrador corriente que haya podido
almacenar en su banco un par o tres de años, ciertamente se entiende que la
intención es gastarlo en pequeñas dosis en diferentes ocasiones más o menos
especiales, o dejarlo como reserva para el día de mañana, cuando se necesite
un desembolso total; pero cuando se trata de cantidades enormes de tiempo,
mil años, cien mil años –incluso evos enteros, como en el caso del top ten
de los ricos del mundo, multieternillarios con cifras escalofriantes–,
entonces el propósito es otro: el poder político, el poder social, el poder
íntimo o el puro poder por sí mismo (que es la esencia verdadera de la
usura). Porque con el tiempo en fracciones razonables se puede hacer de
todo, incluso vivir (ése era, en el origen, su propósito humano fundamental,
usar el tiempo para vivir, antes de estas épocas recientes, más listas pero
menos sabias); pero con el tiempo en cantidades infinitas no se puede hacer
nada más que juntarlo, guardarlo y dejarlo dormir, sin gozarlo, sin sentirlo
y sin vivirlo.
Pero, claro, no es mi caso, como ya habréis supuesto. Cuando se trata del
tiempo razonable (no del usurario), muchas veces tiempo y sangre se
confunden, si no en la teoría estricta de los manuales técnicos, sí en la
práctica de la vida diaria. Cuando un enamorado se declara a su amada con el
propósito de casarse con ella, lo corriente es que le regale a la vez una
semana (o un mes, si es rico y generoso), y tres litros (o diez, si es
rumboso y adinerado), o dos semanas sin la sangre, o seis litros sin el
tiempo... Todo ello está aceptado, bien visto, se admite la equivalencia (en
cuanto al valor sentimental, se entiende, no en cuando al valor financiero).
Cuando yo me declaré a mi amada, sólo pude entregarle –con mi primer
sueldecito de funcionario docente (al fin podíamos fundar una familia...)–
un humilde reloj de media semana y sangre mucho menos, la equivalente, más o
menos, a medio día–. Pero hemos sido maravillosamente felices porque todo el
tiempo de cada cual ha sido siempre en favor del otro, y con nuestra sangre
común hemos engendrado al mejor hijo que el tiempo y la sangre puedan
concebir. Así que, como ya habréis supuesto, cuando tuvo necesidad de que la
transfundieran a causa de su enfermedad hemorrágica, no lo dudé ni un solo
instante, aunque ya sabía que, procediendo de ese modo, si siquiera podría
despedirme de ella. En efecto, no he podido: le he entregado a ella toda mi
sangre y todo mi tiempo. No tengo más, valgan lo que valgan, Dios la proteja
(Dueño, como es, de todo el tiempo, del razonable y del usurario).
84-SI LES ROZA LA MUERTE, DISIMULAN
Miguel Cobaleda
28-08-2022
La cota 623 era una colina cónica que cerraba y dominaba un valle lleno de
objetivos de interés militar, así que la sección encargada de su defensa
había recibido la orden de resistir allí indefinidamente.
[La expresión “indefinidamente” es muy poco militar, pero es muy militar,
porque forma parte de muchas órdenes de “defensa a ultranza”. Da lo mismo
decir “hasta nueva orden”, o decir “hasta que sean relevados”, o decir
“indefinidamente”: siempre es indefinidamente. O sea, hasta que se acabe la
guerra u os maten. Que lo único concreto es que te maten, porque las guerras
se sabe cuándo empiezan pero no se sabe cuándo acaban, y siempre hay
soldados perdidos allá o acullá a los que nunca llega el relevo o la nueva
orden y a lo peor ni se mueren, de modo que siguen eternamente en la colina
defendiendo la cota 623. Se sabe de varios casos de gentes que siguen
creyendo ser combatientes de la Segunda Guerra Mundial, de la Primera Guerra
Mundial, de la Guerra de los Cien Años e, incluso, de la guerra civil de
Sila y Mario (un centurión de la Décima de Mario ha aparecido hace poco, ya
de avanzada edad, creyendo ser atacado por tropas silanas cuando se trataba
de voluntarios de una ONG; a duras penas ha consentido en ser desmovilizado,
le han entregado un terreno, como Honesta Misio, donde la marca germana, en
territorio cimbrio, en Jutlandia, cerca del mar del Norte).]
En 623 ya no quedan más que dos marines, o jenízaros, o gente del tercio, o
legionarios... en fin, soldados de los que no se rinden porque ni saben ni
es cosa de hombres, qué le vamos a hacer, tiene que haber de todo. Jóvenes
no son, aunque sí que son jóvenes, pero llevan tiempo en la guerra y en la
guerra, con que lleves una o dos horas, ya no eres joven, no importa la edad
que tengas; en la guerra la edad no cuenta porque cuando vas a la guerra se
te da por amortizado (expresión muy poco militar pero muy militar). Hablan
sin palabras que es lo común en la 623 [la cota 623 es un arquetipo
platónico, una idea trascendental, persiste y existe en todas las
contiendas, la primera data del Paleolítico Inferior y la última data de hoy
mismo. Es decir, no hablan pero se entienden, no hablan pero hablan. Se
cuentan naderías propias de la cota 623 (hay una edición de estas naderías
por si los defensores de 623 no quieren molestarse en pensar temas de
conversación y prefieren usar asuntos catalogados)].
– ¿Te duele la herida de la frente?
– Me escuece, aunque ya no. Me escocía, pero se ve que el frío la está
cerrando o secando, o algo.
– Eso mismo me pasa a mí en el pecho, la noto cada vez menos, se estará
secando, como tú dices.
– En el pecho está mejor, supongo... Esto de la frente..., como me quede
cicatriz, va a ser una lata.
– No seas presumido... Un soldado con cicatrices es lo suyo, incluso es
bueno para ligar.
– Estoy yo pensando en ligar... Lo digo por mi mujer y por mi madre, aunque
a mi mujer le pasará eso, que dirá ¡qué horror!, pero se sentirá orgullosa.
Mi madre no tanto, claro. La que me preocupa es la niña, todavía es muy
pequeña para acostumbrarse a un rostro desfigurado por una cicatriz.
– ¿Cuántos años tiene?
– Seis años. Toda una mujercita preguntona. En la última carta mi esposa me
dice que está empezando con esas preguntas metafísicas propias de los niños,
las que no tienen respuestas.
– No le importará la herida...
–¿Cuánto hace que no nos atacan?... A lo mejor ya ni están.
– Acaso. He oído de un destacamento de marines que fue superado por una
fuerza muy superior y, cuando estaban empezando el cuerpo a cuerpo, el
diseño de los uniformes y otros aspectos les llamó a todos la atención;
resulta que el destacamento estaba allí por una guerra anterior y, como para
la guerra de ese momento no tenían órdenes, se retiraron sin calar las
bayonetas siquiera. No te toques la herida; aunque parezca seca, todavía se
puede infectar. Dices que ya casi no te escuece...
– Es verdad, no me escuece, pero me preocupa. Me pide mi esposa que le mande
una foto del puesto, se debe de creer que la 623 es un paraíso de
vacaciones... ¿Cómo puedo hacerme una foto con esta pinta?
– Se me ocurre que si te haces la foto con el casco, quizá...
– El casco tiene el mismo agujero que mi frente.
– ¡Ya sé! Usaremos el mío, que no está agujereado. Tu niña ni lo notará.
– Le estoy escribiendo una carta para explicarle cosas.
– Lo mejor es ir por derecho, díle la verdad, que estás muerto. Por muy
pequeña que sea, eso lo entenderá.
– Siento una tristeza infinita por mi pequeña, que no me tendrá a su lado
para cuidarla.
– Te tendrá, no te angusties, esto no durará para siempre.
– ¿La guerra o la muerte?
– La colina.
85-EL VELOZ MURCIÉLAGO HINDÚ
Miguel Cobaleda
04-09-2022
PANGRAMA.- El veloz murciélago hindú comía feliz cardillo y kiwi.
Ahora que estoy a punto de acabar mi viaje y que lo miro todo desde fuera,
me acuerdo una vez más de lo que Rork decía de mí: que soy extraño, que
estoy loco y que no formo parte de la horda. No me lo decía a mí, claro
está, a mí no me hablaba, nadie me hablaba; era un rumor incesante que
sonaba/flotaba en la gritería general: “Nhord está loco”. Es decir Nhord,
“No-Hord”, que no es de la horda, que es un... –“individuo”, pensaban como
en niebla, porque no conocían la palabra ni entendían el concepto, pues en
la horda no hay individuos, yo soy, al parecer, el único–. Nhord no es mi
nombre, no tengo nombre, en eso soy muy murz. O sí, quizá; puesto que no soy
Hord y soy individuo, a lo mejor sí tengo nombre y es ése: Nhord. Esto que
acabo de decir os resultará extraño para los que no sabéis nada de nosotros,
los murz. Los murz no somos individuos, es decir, no lo son, aunque yo sí lo
sea (y, por lo tanto, quizá no sea un murz). Rork es una subhord, un grupo
de unos cien mil murz físicos, una bandada familiar que tiene su propio
lenguaje de ultrason, que se mueven siempre juntos, que cuelgan juntos del
techo y que se reconocen por todo ello y por el olor de su guano.
Rork tenía toda la razón, estoy loco, no formo parte de la horda, soy
extraño. La principal razón de que me acabasen expulsando de la cueva fue
que se cansaron de chocar conmigo por todas partes. Mi vuelo es tan veloz
que al mismo tiempo estaba en un extremo de la cueva y en el otro. Esa
rapidez de centella les impedía apartarse y dejarme pasar; cuando su
ultrason salía de ellos y trataba de localizar mi posición, yo ya había ido,
llegado, vuelto, regresado, vuelto a salir... y siempre tropezaba con sus
físicos, a veces con todos sus físicos a la vez, la velocidad es lo que
tiene, lo sabemos la luz y yo, todos los seres del mundo se tropiezan con
nosotros, no toleramos sombra.
El desarraigo siempre importa, quien diga lo contrario miente, pero hay
desarraigos y desarraigos. Algunos somos tan Nhord, que el desarraigo es
nuestra esencia, hemos nacido para el exilio, la velocidad es lo que tiene.
No formo parte de la horda. Al poco de empezar a volar, ya me tropezaba con
todos, ya me desorientaba eso de estar en varios lugares a la vez, y tan
distantes que ni siquiera entendía el ultrason ajeno de las subhords
remotas; ya me sentía estrecho en una cueva que era tan inmensa que se
contenía a sí misma, ya soñaba con salir y no volver. Nhord, pues, muy
nhord, la velocidad es lo que tiene. Y soy extraño, claro que sí: el tiempo
no me concierne porque soy eterno. No quiero decir inmortal –supongo que
también, aunque ¿cómo comprobarlo si el tiempo no me concierne?–, sino
eterno. Las cosas viven y antes o después desaparecen, yo no. Siempre lo he
sabido, y formé parte de un experimentum crucis con una rama de un manzano.
Llevaba... no sé, cien años volando solo por mi cuenta, cuando me detuve
junto a un manzano para pasar la noche; mordí un fruto y lo arranqué
llevándomelo en la boca; me colgué de la percha de una de las ramas
superiores, comí la fruta, cagué las semillas y me dormí... Desperté por el
dolor que me produjo chocar contra el suelo. El manzano no existía, ni el
resto de los árboles, el riachuelo que serpenteaba antes por allí ya no era
riachuelo, sino río, su cauce circulaba por sitios diferentes, incluso creo
–esto no lo puedo asegurar– que las montañas eran también distintas...
Ser eterno me proporciona experiencias curiosas. Recuerdo que una noche,
haciendo prácticas de vuelo lento, pasé junto al patio-estadio de una
escuela; un chicuelo como de ocho o diez años deambulaba torpemente por
entre las gradas sobre la pista de atletismo, tocando las vigas, los
travesaños, los propios escalones, recorriendo los pasillos. Supe enseguida
que era ciego, lo que no deja de ser una gran desgracia para su especie, y
que estaba tratando de situar los objetos del paisaje cuotidiano, al menos
los mayores, para poder moverse entre ellos durante el día con cierta
eficiencia. Como soy un individuo y un Nhord, reconocí en el niño a un
semejante, porque seguramente su ceguera en un mundo de videntes le estaba
marginando poco a poco, o mucho a mucho. Me quedé junto a él y tomé la
costumbre de posarme en su hombro (en una postura muy incómoda porque tenía
que estar cabeza arriba, lo cual para un murz por muy raro que sea...),
cuando el chico me aceptó y comprendió que trataba de ayudarle. Pronto pudo
reconocer mis gritos de aviso, lo que le ahorraba encontronazos –que no le
importaban– y burlas –que le mortificaban mucho–. Yo estaba a gusto, era una
distracción de mi errabunda vida, pero no llegamos a ser familia el chico y
yo... Cuando quise darme cuenta, ya no era un chico ni asistía a la escuela,
estudiaba en la universidad, era un hombre y estaba casado, tenía tres hijos
y dos hijas, daba clases en una institución especial, estaba jubilado, tenía
cuatro nietos, estaba viudo, estaba muerto, sus hijos también, lo mismo que
sus nietos, sus bisnietos, sus tataranietos... la velocidad es lo que tiene.
No te duran los seres, no ya los fugaces amores, las amistades efímeras, las
relaciones sociales, no sólo: tampoco te duran los paisajes, las montañas
transitorias, los océanos vertiginosos, las constelaciones raudas. Claro que
soy extraño. Cuando quise salir de la cueva y atravesar el bosque, lo hice.
Cuando quise salir de mi isla-continente y atravesar el río infinito que
sólo tiene esta orilla, lo hice. Cuando quise salir de esta prisión redonda
y traspasar las órbitas en torno a la fuente de la luz, lo hice.
Claro que soy extraño. He dejado atrás todas las cosas, la luz y la
tiniebla, los mundos y los vacíos, más allá de todo lo que existe, o
existió, o existirá. Ahora que estoy a punto de acabar mi viaje, y sé que
soy eterno, me pregunto si seré inmortal. Ojalá no lo sea..., pero
seguramente sí, porque el tiempo no me concierne, la velocidad es lo que
tiene.
86-LA PRINCESA CAUTIVA
Miguel Cobaleda
11-09-2022
Escribo esto con letrotas gordas porque este relato es un cuento infantil,
de los de hermosas princesas prisioneras en castillos y galantes caballeros
valientes que acuden a su rescate. Aunque no sé por qué los cuentos
infantiles tienen que tener siempre letrotas gordas, ¿porque los niños que
no saben leer, con las letras grandes –mágicamente– ya sí que saben? ¿Porque
les leen los cuentos abuelos viejísimos que las letras normales no las
verían? ¿Porque los autores y las editoriales se ahorran mucho con letrotas
gordas y hojas de cartón, de modo que les bastan dos párrafos, tres
garabatos y medio argumento para hacer un libro?
De todos modos, este cuento no es para niños ricos que, cuando los
caballeros llegan al castillo, siempre liberan a las princesas y se marchan
cabalgando hacia las perdices y los días felices. Éste es un cuento para
niños pobres, de modo que el caballero, que sí logra entrar en el castillo
después de haber matado dragones, ogros y malandrines, de todas formas no
puede liberar a la princesa porque está sujeta con un grillete en su pie
izquierdo, unido a una cadena enorme que se ancla en la pared con una
argolla inmensa. Todo el aparato es de titanio al iridio o iridio al titanio
y no se puede cortar ni romper (habría que jalar el castillo entero).
Así pues el caballero se queda junto a la princesa, prisionero por amor. La
ayuda cargando con los eslabones cuando ella quiere dar unos pasos sin
arrastrar todo el peso, cuando le traen la comida y él se la acerca, cuando
le cuenta lo que se ve por el ventanuco de la torre... En fin, juntos,
prisioneros pero juntos.
– Si están juntos –dice uno de los niños que lee con dificultad estas
letrotas– entonces no están prisioneros. (Aunque los niños creen que todos
los castillos son mágicos...).
87-ME HA DEJADO MI AMADA
Miguel Cobaleda
18-09-2022
No sé si realmente me amaba, tanto como lo repetía y repetía, luego cuando
al fin lo dejó de repetir, no sé si realmente me amaba, siempre con sus ojos
oscuros mirando qué sé yo qué honduras de mí mismo, buscando en mi fondo
alguna complicidad con un migo mismo que yo no conocía, abierta a la noche
su alma cerrada, tapiado a la luz su corazón sin alegría, por qué somos los
unos la condena de los otros. No sé si realmente me amaba.
Sí, sí que fue recorriendo mi propio camino, para alcanzarme decía, para
rescatarme la vida antes de que rodara al fondo último del último abismo, y
a los infiernos bajó porque no fuese solo, la recuerdo todavía con el pico
en el brazo, ingenua, sin saber, tuve que enseñarle todo el ritual, usó mis
liturgias, mis arras, mis herrumbres, la cuchara quemada, el viejo
encendedor, la goma tatuada con la marca de mis dientes, quiso todo lo
mismo, que el éxtasis rodase por las mismas roderas, hacer suyas mis venas,
hacer suyos mis sueños y suyos mis delirios. Y juntos bajamos a los mismos
infiernos y bailamos al son de la única música.
Conoció los senderos del centro del abismo, las puertas tapiadas con su
nunca jamás, la condena incesante que no tiene vuelta, cogida de mi mano
visitó por sus ojos todos los rincones que quemaban los míos, hasta ser
veterana y cicerone y guía de la nada brumosa que te suplanta el aliento.
Luego tiró de mí agarrándome del alma, pero el abismo es grande y me fui
salvando solo mientras ella se quedaba sin fuerzas para salir, gastadas
todas al empujar hacia la luz mis ojos, decía que me amaba, no sé si no
mentía, tal vez fue todo una excusa para sacarme de allí y en realidad no me
amaba, los celos son extraños, o quizá que no quiso compartir otra vez el
infierno conmigo. Veleidosa, inconstante, como todas las mujeres.
No me amaba, sospecho.
88-NAIPES
Miguel Cobaleda
25-09-2022
Cuando me echo las cartas a mí mismo procuro no engañarme ni mentirme, ya se
encargan ellas. Tengo un tarot con los arcanos trucados, dos locos, tres
profetas, ningún diablo, el carro de la fortuna tiene, cómo no, las ruedas
cuadradas. Si me sale la muerte, le doy la vuelta (la tiro), no necesito
cartas para saber que la muerte siempre sale. Y si me prometen el amor de
una hermosa doncella, pues bueno, pues qué bien, pero no me lo creo, yo
tengo espejo y, si con ojos de mujer me miro, no me gusto ni me amo,
ingratas que son.
A veces me doy tres, en ocasiones cuatro, recuerdo todavía cuando me salió
ser emperador del mundo durante siete partidas y acabé encerrado en la torre
con las manos atadas y sin poder barajar (vida, se llama).
Bueno, a lo que iba: desde hace algunos días los naipes se niegan a que les
vea la cara, ni anverso ni reverso, sólo se tienen de canto, 22 filos ciegos
que me cortan rodajas de la esperanza en tiras y no se distinguen los unos
de los otros. Dice un libro muy antiguo –que contiene toda la magia– que eso
pasa siempre.
Pero en fin, al asunto: estoy desesperado, no sé cómo ir viviendo ¿cómo
saber qué hacer si las cartas son mudas? Le pregunto a mi esposa y se encoge
de hombros, si las cartas se callan... Le pregunto a mis hijos y no me
responden, si las cartas no dicen... Pregunto a mis amigos y no saben nada,
si las cartas se abstienen... Estoy aprendiendo a interpretar los bordes,
pero sin mentirme ni engañarme, a qué conduce eso.
Mas vamos al grano: que estamos en un mundo vacío los naipes y yo, los
veintitrés arcanos mayores, yo el más secreto y misterioso de todos, estoy
repetido, a saber qué naipe soy, no saberlo es la parte más interesante del
juego, jugar a serlos todos, emperador, diablo, profeta (mago), loco...
Subido al carro imposible de la fortuna doy vueltas en torno a mí mismo, soy
el burro de mi propia noria, vengo de donde voy, me regreso sin pausa,
siempre estoy ido. Es un mundo solitario e inhóspito, el sol es una carta
plana, la esperanza consiste en ganarte a ti mismo, el futuro es siempre
igual: una filigrana que sirve para que no se distingan las cartas si las
miras por el anverso.
Y entremos en el tema: cuando arrojo sobre la mesa cada naipe, su figura se
me parece y se me disfraza, eso es lo que somos, lo que soy, un naipe que
alguien juega sobre un tapete inquieto, ojalá no sea un triunfo y pierda por
mi culpa el monto de su apuesta, sombrío azar el que nos condena a ser a la
vez naipe y jugador en la misma partida
89-COMERCIO
Miguel Cobaleda
02-10-2022
Me han dicho que existe una mujer, más allá de los límites, en regiones muy
alejadas, que se vende por dinero. Me parece raro ¿qué es exactamente lo que
vende? ¿se vende por partes, un brazo, un ojo, un sentimiento? En cuanto al
dinero, no sé para qué le sirve, con dinero no se puede comprar un brazo, un
ojo, un sentimiento. En cualquier caso, resulta preferible conservar los
propios, mejor que cambiarlos por ajenos. Y si estuviesen defectuosos, me
parece improbable que obtenga por unos miembros defectuosos la cantidad de
dinero suficiente como para comprar con ella otros mejores y nuevos. Tiene
que ser muy buena en el trato, esa mujer, si consigue tanto beneficio.
O, si lo que hace es venderse entera, como esclava, entonces ¿de quién es el
dinero que obtiene al venderse? Los esclavos son propiedad del amo, ellos y
todo lo que les pertenece, por lo cual, al venderse, la mujer se pierde a sí
misma, pierde todo lo que tenga y pierde también el dinero que le pagan por
su propia venta. Quien la compre tiene que ser muy bueno en el trato, si
consigue tanta plusvalía.
A lo mejor es que recibe el dinero a cuenta, técnicamente antes de ser
propiedad de nadie, lo deja a sus deudos por ejemplo, si los tiene, y luego,
ya puramente reducida al simple valor comercial como cuerpo, entonces se
entrega al amo. Sería algo así como otorgar una dote a tus herederos cuando
no tienes otra propiedad que tú mismo. Tienen que ser muy especiales esos
hijos, si fuerzan un trato tan ventajoso en que solamente pierden una madre
pero ganan lo que vale una esclava.
Al fin, cuando mi curiosidad se hizo insostenible, tomé la determinación de
vender todos mis bienes; cogí el dinero, me despedí de nadie por si no
regresaba, y marché al confín donde me fueron diciendo que la mujer vivía.
Bueno, pues no era cierto, la mujer sí era cierta, pero no era su cuerpo,
como yo imaginara, lo que ponía a la venta. Lo que liquidaba era el alma y
por poco dinero, una simple y simbólica moneda. Lo hacía por despecho, por
furia, por desamor, por nada (una venganza contra no sé qué ofensas o
abandonos o agravios).
Habiendo llegado tan lejos, le entregué la moneda y compré lo que vendía,
allí quedó la mujer vacía, desalmada, por fin sin tanto peso, más alegre,
más ilusionada; al darse la vuelta se olvidó de mí y de mi equipaje y,
distraída, dio la moneda de limosna a un viejo mendigo.
Su alma resultó viajera, la llevo en el fondo del zacuto, a veces me la
pongo en días de mucha fiesta, y cuando me noto vacío y quiero sentirme
habitado.
90-VICIO
Miguel Cobaleda
09-10-2022
He caído en las garras de un vicio insaciable que me ha ido robando,
carcomiendo, la entera envergadura de mi ser, y del que no puedo ya -estoy
seguro- rescatarme o salvarme. Es pegajoso como una melaza diabólica, untas
descuidado la yema de un dedo por probar el sabor –simplemente probarlo– y
cuando quieres darte cuenta tienes los pies del alma tan hundidos en su
cieno, que no hay forma de salir, el espíritu entero tienes ya del vicio
transido (esperé mucho tiempo para poder usar esta palabra –que quizá no
entiendo–; lamento que haya sido en tan últimas y extremas condiciones;
hasta estarlo por el vicio, nunca antes estuve transido por nada).
A mí se me vino a poner delante, arrojado diré, en medio de la vida, me
tropecé con él, me dí de bruces, yo estaba a otro asunto, no soy gente de
vicios, les tengo miedo, nunca unto las yemas de los dedos en cosa alguna
que no conozca de antemano y sepa inocua.
Y no empezó con timideces, ahora la punta de la uña de un pie, luego el
extremo del lóbulo de la oreja..., no: me agarró por el alma con las dos
manos en apretado alicate de un como fierro solidísimo, ya desde el instante
primero estuve a su merced, los ojos sin otro horizonte, los oídos sin otra
música, el ánimo sin otro proyecto, el corazón sin otro deseo.
Noto ahora que la vieja carne se me va cayendo, podrida, leprosa del vicio,
cada vez estoy menos opaco y de hueso y piel y sangre y músculo; donde las
escaras de la enfermedad me desgajan pedazos, ronchas como de luz los van
sustituyendo, ahora resplandezco que ni mirarme puedo, brillo demasiado para
sostener la vista.
Y ni siquiera hay guetos a los cuales retirarme, lugares donde vivan otros
viciosos y donde esta enfermedad y sus terribles pústulas no den tanto
escándalo; por lo visto no hay más gente en las garras de este vicio, es una
especie de promoción o diseño de nueva creación que sólo yo padezco. Yo y mi
amada, es claro: este terrible morbo amoroso acomete de a pares, entresaca
dos víctimas y las funde en una.
91-ESPEJO
Miguel Cobaleda
16-10-2022
No tengo nada especial contra los espejos, no soy guapo pero no soy feo,
ninguna monstruosidad maligna me acecha desde su pulida superficie, los uso
con normal tranquilidad y siempre me devuelven la esperada mueca ausente del
mismo desconocido.
Pero el espejo que compré el otro día... No sé cómo explicarlo... su imagen
se derrite, se borra, se diluye, resbala en goterones por la piel del
azogue, regueros que se escurren hasta el borde, deslizándose luego en la
recta longitud hasta ir secándose por las esquinas con un amarillento color
de orín y óxido.
El caso es que, al empezar a mirarme, estoy entero, sólido, compacto. Las
usuales burlas del cristal, a las cuales se acostumbra uno cuando usa los
espejos a diario: mi izquierda es mi derecha, mi verdad es mi mentira, mi
alma es mi cuerpo, etc., pero nada más, nada raro, nada sospechoso.
Empiezo mi trabajo, con pulso firme, despacioso, tranquilo... y entonces
pasa. Lo primero suelen ser las pupilas, cuyo verde esmeralda se va
volviendo zafiro oscuro, humo sucio, hasta licuarse en una manchazón
pardusca que ya no devuelve ninguna mirada. Luego la boca; se desdibuja,
empalidece, se estira, se disuelve, se algo, se va. La nariz, mientras
tanto, ha seguido sinuosos meandros hasta el borde, ya no recuerda su
prominente situación, al parecer nunca estuvo... Y me quedo mirando como un
estúpido ese óvalo vacío, de difuso color rosáceo que, enseguida, se ablanda
como una oblea sin cocer, se estira, se rasga y es atraída por el vórtice
que la llama desde el confín.
Si intento echar las manos hasta el marco del espejo para detener esa
misteriosa licuefacción de mis rasgos, nada noto, el cristal está seco, no
es por allí por donde se ha ido mi rostro.
Acabo, por supuesto, tocando frenético mi propio semblante, alarmado,
buscando en la realidad lo que en la fantasía no encuentro. Pero claro.
92-APLAUSO
Miguel Cobaleda
23-10-2022
Me había parecido cuando salí de entre cajas, tras la última pata, casi por
el foro, deslumbrado por la oscuridad, y ¿por qué no confesarlo? asustado,
nervioso, me había parecido que la asistencia era escasa. Es una forma rara
de pensar en un actor profesional que vive de su trabajo, pero lo cierto es
que, en el momento de salir a escena, prefiero –y me imagino– que haya poca
gente. No sé... es como si el fracaso ante pocos fuese menor que el fracaso
ante muchos, y el miedo al fracaso, por tanto, disminuyera con el número.
Ese ambiente que supongo más íntimo, más familiar, me dispone el ánimo a una
mayor cordialidad, suaviza y matiza el tono de mi voz, da a los agudos una
tersura que disimula el clarín, envuelve a los graves en una funda de
melancólica y tranquila calidez. Me siento relajado, doy lo mejor de mí, y
no me importa si la masa de los aplausos atruena menos o no atruena.
Con esa confianza recité mi monólogo y creo haber estado muy por encima de
otros momentos; pecaré de inmodestia pero, en ocasiones, sublime. A gusto
con mi personaje (a gusto conmigo mismo) anduve los senderos del largo
recitado teniendo para cada palabra su gesto y su tono, seguro, confiado,
dejando como nunca en las pausas que el silencio se hiciera notar con espesa
presencia, austero de movimientos y eficaz en todo instante.
Esperaba un aplauso rompedor, fulminante, aunque moderado en la cantidad
total de decibelios. Por eso me asombró el caudal imprevisto, ya desde el
inicio retumbador, inmenso, incluso forcé la vista en el primer saludo para
ver –que no vi nada– la sala abarrotada. No sé si lo estaba, pero el aplauso
crecía y se volvía tremendo, al fin fue tan cerrado, tan sólido, tan denso,
que me quedé completamente inmóvil, envuelto, rodeado, sintiendo el latido
en cada hueso del cuerpo, con los ojos cerrados, sometido a un vértigo
creciente, poco a poco temeroso, cada vez más asustado, mientras el aplauso
inhumano, despiadado, implacable, dominaba la inerte resistencia de las
cosas y empezaba a abrir grietas en los muros, en los suelos, en el espacio,
en el tiempo.
Rodeado de ruinas, de migas del mundo, empapado de un terror que no tiene
nombre, sigo y sigo oyendo el aplauso que será condena eterna porque a la
muerte le asusta.
93-CONTRATO
Miguel Cobaleda
30-10-2022
No es tan fácil suplantarse como parece, especialmente con la familia, que
siempre han tenido ocasión de fijarse en matices impalpables de la
convivencia, minucias imprevisibles pero delatoras, determinantes. Por
ejemplo, parece que a mi esposa le acaricio el lóbulo de la oreja izquierda
¿cómo diablos iba mi otro yo a saber semejante cosa?... pues lo echó de
menos, la primera mirada de sospecha.
A mi hija le afeo, como en broma, cada mañana, cuando aún no tenemos los
párpados despegados de puro sueño, su lista interminable de novios,
imaginando siempre nombres absurdos y preguntando por ellos ¿has quedado hoy
con Severando? ¿irás a clase con Ciriano? ¿te has prometido ya con
Irsegulo?. Bueno, eso lo sabía, estaba en mi guión y lo tenía anotado, pero
al parecer nunca repito nombres, y hoy volví a preguntar por el maldito
Irsegulo, que qué me importará a mí se ya se ha prometido o no se ha
prometido con él. Segunda mirada de sospecha.
Y que huelo distinto, ¡toma ya!. Uno tras otro, todos los de la casa me han
ido husmeando, los más delicados me han preguntado por el nuevo perfume, los
otros me han dicho que si estoy resfriado, que si es por eso que no me
ducho...
Bueno, pues todo han sido mandangas así, nadie se ha fijado que soy más
amable, que se puede hablar y hasta discutir conmigo, que no me acaloro, que
escucho y comprendo las razones ajenas, que sonrío, que hago favores, que
espero el último para leer el periódico y entrar en el baño, que muestro un
constante deseo de agradar. En fin, que soy otro.
Aunque debo reconocer que, en conjunto, el experimento ha funcionado.
Miradas de sospecha, las que se quieran, pero dudas serias o descubrimientos
netos, ninguno. Todos en casa dan por bueno que yo soy yo; acaso que me haya
vuelto algo raro, cosa primaveral, o de mis años, o a papá ya se sabe que no
hay quién le entienda; pero yo.
Lo que no deja de ser un poco preocupante (no para mí, claro) porque no me
parezco a mi mismo en nada. El contrato de suplantación no especificaba
parecidos y me he dejado como soy, muy distinto de la otra parte
contratante, moreno y rubio, alto y bajo, chato y narigudo, hombre y mujer,
sabio y estúpido, honrado y perverso...
En fin, yo, con hacer mi trabajo...
94-CRISTALES
Miguel Cobaleda
06-11-2022
Salió el sol tan radiante y de forma tan repentina, que me acerqué a la
ventana y la abrí de par en par: fuera seguía diluviando de ese modo
tranquilo, concienzudo, impasible, con que la lluvia manifiesta su reinado
sobre mi tierra.
Un tanto asombrado por mi inexplicable estupidez, cerré las dos hojas y
volví a mi libro... quise volver, pero de nuevo el sol destellaba con
fuerza.
Supongo que no necesito insistir para convenceros de que hice más pruebas;
el resultado era siempre el mismo, los cristales de la ventana tenían su
propio paisaje, su propio clima, sus propias ideas, en fin, vida propia.
Han pasado años y todavía no me acostumbro. Generalmente tengo la ventana
abierta para saber a qué atenerme ‘de verdad’, pero os mentiría si no
admitiese que esos cristales tan emancipados tienen en ocasiones un poderoso
encanto. ¡Cuidado!: yo procuro seriamente no caer en sus garras, pero ¿qué
daño causa ver un fresco y rozagante macizo de jacintos cuando ‘en realidad’
campea sobre el terreno la más implacable nevada? ¿Y a quién perjudicas si
te dejas arrullar por el murmullo de un riachuelo encantador cuando faltan
dos meses por lo menos para que lo haga posible el lejano deshielo?
Últimamente he saludado a través de los cristales a amables y sonrientes
vecinos que se fueron a vivir a otra parte hace docenas de años; he sentido
la hermosa calidez de primaveras que, en este clima, no son posibles; a
través de la ventana he conocido la excitación del éxito y la fama, la
plenitud de la amistad, el deleite de la riqueza, la renovada vivencia de la
juventud.
Si te acercas a ellos son –parecen– cristales corrientes, y quizá lo sean,
pero en el mínimo grosor de su alma de hielo se contienen todas las
maravillas que la vida nos niega y que el tiempo nos escamotea.
¿Por qué –me preguntáis– sostener tantos años la peligrosa superchería? ¿Por
qué no cambio de una vez esos embustes de vidrio y acabo con semejante
locura?...
Es fácil decirlo, yo también lo he pensado, incluso tuve en la mano la
espátula y el cúter para retirar la masilla... pero saben defenderse: al
acercarme a ellos con asesinas intenciones, a su través la vi venir,
sonriente, amorosa, arrojándome besos y tiernas miradas, bella y exquisita
como en vida, hace ya tanto tiempo...
95-PIEDRAS
Miguel Cobaleda
13-11-2022
Sé que soy lento, pero tampoco creo que puedan reprocharme nada. Hacer tú
solo una catedral lleva su tiempo.
Ya los planos, dibujados primero con el dedo sobre la arena (que el viento y
la lluvia destruyeron sin misericordia), luego con tiza sobre piedra azul de
lascas (que hube de emborronar yo mismo para corregir y corregir y
corregir...), más tarde con tinta y con el pergamino que me sirvió varias
veces de repetidos palimpsestos. Ya los planos, digo, fueron obra de muchos
meses, y aún ni siquiera tenía el lugar elegido.
Luego buscar la cantera en la que esté bien completa, y aún sobrante, la
gran obra entera que te propones levantar. Piedra resistente pero que a la
vez sea hermosa, lisa en su textura pero veteada en su aspecto, de grano
fino para el artístico trabajo, pero trabado y firme para que no se desgaje
con las inclemencias impías.
Romper las entrañas de la tierra, acarrear las moles fuera de sus tumbas,
cuartearlas con las mazas y los fierros y los hielos invernales, volverlas
manejables, proporcionadas, justas. Trabajar sus perfiles para que encajen
congeniadas, sillares de noble y sólido asiento; para que luzcan hermosas
con sus bajorrelieves y sus esgrafiados; para que soporten incansables el
peso de las bóvedas y de los tiempos.
Y ponerlas una a una unas encima de las otras, ascendiendo hacia un cielo
que mientras tanto permuta los días y las noches en tan rápido ciclo, que el
paso de los siglos se te hace diligente.
Llamadme lento si queréis, no me importa, nada me importa ahora que he
concluido mi obra, que el templo inmenso se alza en medio de la llanura
elevando a las estrellas sus agujas de piedra como flechas azules y blancas
bajo una luz eterna.
Pero aún me queda lo más largo, complicado, difícil: cincelar el dios eterno
que será su inquilino.
96-AQUELLO DE...
Miguel Cobaleda
20-11-2022
Nunca he odiado más chisme ninguno que al maldito cumplidor de frases
hechas, malhaya el buhonero que me engañó con él.
Empezó la atrocidad (¡y me ocurrió a mí, que no como carne, que me da
repugnancia y hasta recelo cualquier especie de bicho comestible!) con una
expresión inocente que usé –llevaba el cumplidor en el bolsillo sin saberlo–
entre colegas para referirme a no sé qué corruptela de los políticos, ‘una
merienda de negros’ , y en un relámpago estábamos, los colegas y yo,
sentados a una mesa, toda lujo y manteles de seda, oro en platos y
cubiertos, saboreando a pleno masticar una suculenta merienda de negros,
muslos, pechugas, lomos en los platos, las cabezas, ya empapadas de
cointreau, esperando en las bandejas centrales, como postre flambeado, y un
coktail de sangre y ron del que prefiero no acordarme.
‘Dios te oiga’ fue el fatídico desliz siguiente (a esas alturas ya miraba
mucho si el cumplidor estaba encendido o apagado, y, si estaba encendido,
hablaba despacio y poco, masticando las frases antes de pronunciarlas, casi
todo interjecciones y otros elementos sincategoremáticos, escasos
sustantivos, adjetivos vestigiales, verbos ni hablar...), pero es que fui
cogido por sorpresa, in fraganti, cuando mi esposa, al proponerme un momento
de solaz marital, rememoró ilusionada cierta célebre ocasión remota en
que... Y fue Dios y nos estuvo oyendo ¡y así no hay manera!, también yo le
oía reírse al muy...
¿Se necesitan más ejemplos? ¿Sabéis qué hace el condenado invento cuando oye
a un incauto la frase ‘aún queda el rabo por desollar’? ¿Habéis probado a
decir, con el cumplidor encendido en el bolsillo del gabán y cayendo una
lluvia arreciada pero normal, la frase manida y terriblemente letal ‘llueve
a cántaros’?...¿Sin casco ni armadura? ¿Habéis probado?
Pero éste es un juego al que puede dedicarse cualquiera con un poco de
imaginación y un poco de memoria, no es necesario que yo os detalle ejemplos
más terribles. Por poco seso que alguien tenga, seguramente evitará frases
tan comprometidas como ‘tras de cornudo, apaleado’, ‘el número de tontos es
infinito’, ‘aunque la mona se vista de seda’, ‘a cada cerdo le llega su
sanmartín’... lleve o no lleve el cumplidor a mano.
Dejadme solamente advertiros de algo que puede ser vuestra desgracia
absoluta (no olvidemos que ‘stultum facit Fortuna quem vult perdere’) si
tenéis el maldito cacharro encendido y no recordáis a tiempo la necesaria
prudencia: para mayor seguridad nunca, pero nunca, volváis a repetir aquello
de...
97-INDUSTRIA
Miguel Cobaleda
27-11-2022
La soledad es un mecanismo compuesto por partes diversas, unas móviles y
otras estáticas de sujeción, que funciona por medio de energías interiores
que hay que extraer de minas profundas mediante sistemas de explotación muy
complejos y costosos. Continuamente se producen avances y mejoras en la
tecnología de su explotación y uso industrial (pues hablamos aquí de la
soledad a gran escala, no de las soledades artesanalmente fabricadas
mediante recetas tradicionales, caseras), de modo que de semana en semana
salen al mercado nuevos modelos de soledad adaptados para todas las
necesidades, tanto de las grandes demografías nacionales –conurbanos,
metrópolis, distritos federales– como de las pequeñas poblaciones y células
familiares.
La especialidad que, en la ingeniería, se ocupa de los diseños y procesos de
fabricación de la soledad, es una de las más difíciles y su curriculum
contiene asignaturas abstractas que muchos ingenieros –aun veteranos–
conocen escasamente, necesitándose para su dominio años de absoluta
dedicación.
Soledades las hay de todas las calidades y todos los precios, como puede
suponerse en un mercado de su importancia, pero algunos modelos se han hecho
tan populares que bien puede asegurarse que no hay hogar o zona del planeta
donde no puedan encontrarse, ni establecimientos tan pequeños que no las
expendan.
Pasa con la soledad como con tantas otras cosas, la gente corriente compra
lo que hay en la tienda de la esquina, lo que ve anunciado por televisión, o
lo que le aconseja su vecino, pues no todo el mundo puede procurarse cosas
originales y distintas. Pero siempre hay algunos más atrevidos o más
exigentes que, a costa de desembolsos enormes o de hipotecar sus almas,
compran la soledad más cara del mercado, o el modelo más último – no por
ello necesariamente el mejor–.
Y nunca faltan aquellos que jamás se ponen una soledad si no la han hecho
ellos mismos, desde el tablero de dibujo al taller de las herramientas,
pieza por pieza, fracaso con fracaso, desolación tras desolación.
98-ESPADA
Miguel Cobaleda
04-12-2022
La espada desnuda no quería funda, odiaba las vainas, obligaba al guerrero a
un constante batallar. No ya la sangre derramada, ni siquiera el brazo
cansado: las mismas llagas que la empuñadura incesante hacían en su mano,
obligaron al caballero a intentar apaciguarla. Inútilmente.
Amenazó blandirse sola, amagó tajos en el aire como manejada por mano
invisible, se vistió de sangre que chorreaba por torrenteras furiosas de sus
dos filos gemelos, atravesó esa cosa espacio-tiempo, esa cosa, con su
agudísima punta de diamante y de luz. Y de nuevo tuvo el soldado que cogerla
en su mano, era una espada insaciable.
Pero llegó un momento en que no quedaban ya enemigos vivientes, todos los
reinos sometidos, todos los vencidos esclavizados, todos los objetos, el
aire mismo, hechos rodajas por esa máquina infatigable. Y la espada sabía
que matar al guerrero sería solamente un gesto simbólico, qué puede hacer
una espada, por muy feroz que sea, en un mundo vacío sin puños para
levantarla.
Así que al final, no por el cansancio o la falta de ganas, sino por la falta
de pechos y corazones y sangre, sobre el último montón de enemigos muertos
levantó el sangriento acero una última vez el caballero, dejando que la hoja
se fuese limpiando por sí sola con la lija luminosa y pulida del crepúsculo.
Quiso luego abandonarla, soltarla, desprenderse por fin de su peso infinito,
liberar la mano de esa herramienta asesina. Mas no pudo, soldada estaba a su
carne, prolongación de su brazo, músculo y hueso era de su propia anatomía.
No de otra forma llegó a ser nuestro nuestro odio, hubo un tiempo en que no
formaba parte de nosotros mismos, había que agarrarlo para poder blandirlo,
incluso producía llagas y callosidades en la piel del alma. Pero por fin.
99-CERA CERO
Miguel Cobaleda
11-12-2022
Al fin sé qué siente una vela de cera cuando encienden su pábilo arrimándole
un ascua, el fuego verdugo iluminador y asesino.
No es el calor de la combustión tranquila, ni siquiera la luz que
generosamente entrega a cambio de consumirse a sí misma; no es la ocupación
con que los ojos atentos atraviesan la duración de trabajo y sentido; no es
el chisporroteo de las impurezas que el aire lleva en su aliento.
Lo que siente es el tiempo, la cuenta atrás del tiempo que regresa a su
origen, a su cero, a su ya.
Ir desapareciendo lentamente la estatura, partir de un ser entero, e irse
gastando a trozos, proyectar cada vez una sombra más pequeña, parpadeante,
insegura, tan temerosa e intranquila que no parece una sombra.
Todo eso es lo que siente una vela encendida, gastarse en luz no la compensa
de nada, las figuras literarias no te consuelan de la muerte.
Ahora sabe la vela lo que siente un hombre cuando, al hacerlo nacer, su
madre enciende el pábilo finito, acabadero, corto, definiendo un plazo y
poniendo en marcha el tiempo que regresa a su origen, a su cero, a su ya.
Pero quién quiere ser una vela apagada...
100-LITIGIO
Miguel Cobaleda
18-12-2022
Que dos compradores demanden por casualidad, los dos a la vez, el mismo
artículo, no siempre puede resolverse partiendo el artículo por la mitad.
Esto lo comprendí el día que se me presentó ese mismo caso, cuando buscaba
un objeto sexual en el mercado de esclavos. Cierta vieja matrona y yo
señalamos a la vez a una esclavita joven gritando al vendedor ¡la compro!,
con voces unísonas y gestos unánimes.
Debo reconocer que la matrona tenía tanto derecho como yo, y que me puse muy
terco (no sé bien por qué, pues me hubiera dado lo mismo ceder y comprar
cualquier otra esclava), pero no voy ahora a ese aspecto del asunto, sino al
litigo mismo y su solución.
La matrona quería a la esclava, parece, para un uso diferente al que yo
pretendía, para que formase parte del cuerpo de casa, como lavandera,
costurera, cocinera, y demás.
Técnicamente hablando hubiésemos podido, pues, partirla por la mitad, porque
mi antagonista podría contentarse con la parte de arriba, cabeza, ojos,
brazos, y yo con la parte de abajo, piernas, nalgas, sexo, aunque es cierto
que ambos con pérdida notoria de sus facultades y de nuestros derechos. Por
ejemplo, la esclava media superior podría lavar, pero tendría que ser
llevada por otros medios al lavadero. Y en cuanto a mí, con la esclava media
inferior tendría resuelta la parte más penetrante de mi problema, pero
habría de prescindir de algunos placeres concomitantes, como la
conversación.
¿Días alternos, es decir propiedad compartida?... Jurídicamente era una
solución más elegante, pero ni la matrona ni yo nos avinimos a ella; yo no
siempre ando con ganas, y no era cuestión de que, precisamente en uno de mis
días buenos, la esclava estuviese lavando y cosiendo en otro lejano lugar.
Siendo mi oponente mujer, no me atreví a proponerle un duelo que dirimiese
el pleito...
Y así estábamos en zona de nadie cuando el vendedor, comprendiendo que era
más terquedad que necesidad por nuestra parte, y no queriendo perdernos como
clientes a ninguno de los dos, sacó de sus fondos dos esclavas
especializadas de muchísima mayor calidad que el objeto en disputa, y
ofreció vendérnoslas al mismo precio.
Fingiendo malestar – pero muy satisfechos– dimos los dos nuestros brazos
amablemente a torcer y aceptamos la componenda.
Entonces el vendedor le sacó a la muchacha los ojos y, cortándole
limpiamente las orejas, nos entregó a cada uno un ojo sobre una oreja, como
en una bandejita, obsequio de la casa, dijo, para que se acuerden de este
día.
Fue un buen arreglo, aunque yo salí perdiendo. ¿Que no?... veamos: la
matrona puede estar segura de que, si ella no la consiguió, al menos la
ciega ya no le servirá a nadie como costurera o cocinera; pero yo, en
cambio, sé que al día siguiente la vendieron a un burdel con notable
sobreprecio, cuando carecen de ojos son muy buscadas por su habilidad
táctil. Así que.