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CUENTOS
RELATOS SEMANALES
ANTOLOGÍA 07
Miguel Cobaleda
@MACCGL
#LosCuentosDelAmanuense Colección de micro-relatos
SÉPTIMO GRUPO: 061 AL 070
27-02-2022 AL 22-05-2022
61-AMIGUITAS
Miguel Cobaleda
27-02-2022
No sé cómo relataros nuestro horror cuando supimos que Irsila y Amelayi se
habían ido solas a jugar al bosque. No eran temores absurdos los nuestros,
conjeturas de adultos histéricos: sabíamos con certeza que el asesino de Kos
estaba en esa zona, perseguido, acorralado, enloquecido, hambriento... La
primera partida que le encontrase le mataría en el sitio y quemaría sus restos.
E Irsila y Amelayi habían ido solas a jugar al bosque, dos niñas de diez años.
Creo que en ese trance nadie se echó atrás, todos los varones del pueblo nos
organizamos en grupos, bien armados, entrenados, decididos, rodeados por los
negros y mudos mastines que ya olían las huellas.
El bosque es grande, empieza en el pico de Agra, desciende a inunda tres valles
seguidos, rodea las últimas estribaciones de Illapa para acabar con unos alerces
que ralean ya en las orillas del Crosan. Tiene arroyos, torrenteras,
despeñaderos, marañas, cuevas, umbrías, un laberinto imposible de recorrer
totalmente, y aunque no era fácil que las niñas hubiesen podido alejarse
demasiado, si el kosiano las había capturado y ocultaba, quizá nunca pudiésemos
dar con sus... con ellas.
Creo que hasta las fieras conocían nuestra empresa, de todos modos la ferocidad
del silencio era tan patente, que todo callaba y se ocultaba en torno, cuando el
hombre se enfada de veras es preferible desaparecer, pues no hay bestia que le
gane en maldad y poder. Nos ceñía la frente una ira tan grande que sólo se
igualaba con nuestro temor. Ni siquiera llamábamos con voces a las niñas, los
mastines ladraban con gestos sin sonido, éramos fantasmas que la propia muerte
dejaba pasar sin dar la cara. No recuerdo ahora cuántas partidas, pero la red de
nuestros caminos llegó a entrecruzarse como se cruzan las líneas en la carta que
marca los destinos del hombre, éramos ejércitos en marcha permanente, cada uno
vanguardia y retaguardia de otros, ni un solo movimiento se escapó a nuestro ojo
y, aunque no era difícil que las niñas hubiesen podido alejarse mucho, si acaso
el kosiano las había capturado y ocultaba a despecho de nuestros esfuerzos, no
tardaríamos en dar con sus... con ellas.
Era nuestro el bosque, bajo nuestro dominio estaba, y el bosque lo sabía. La
tarde no quería dejar paso a la noche (para ello tenía que moverse, atravesar
nuestro paso, no se atrevía), la noche esperaba sin saber si llegar (y tocarnos
la cara, no se atrevía). Luces imprecisas borraban los perfiles... Así de
feroces íbamos los hombres en busca del asesino de Kos y, de paso, al rescate de
Irsila y Amelayi o de sus... de ellas.
De pronto se encendió la noche en risas y en murmullos, dos niñas jugando
tranquilas a sus cosas, alegre llamarada chisporrotea y deja que aromas de pinos
y de abetos ocupen el aire, han encendido un fuego y siguen con sus cuentos,
como tienen permiso para volver tarde a casa... No entienden nuestro susto, no
entienden nuestros gestos, ese silencio que nos envuelve les parece forzado,
muchas otras veces han venido a este sitio, cerca está su cabaña de troncos, no
ha pasado nada, nadie las ha asustado, todo han sido risas y juegos y sus
menudos asuntos de niñas. Un hombre gigantesco?... No saben de qué les estamos
hablando. Se duermen en nuestros brazos mientras el bosque poco a poco recobra
su calma. Nadie encontró nunca al asesino de Kos.
Cansa recorrer las veredas durante horas o días, armados, silenciosos,
jadeantes, feroces. Pero no podemos dejar que el bosque se rebele, cada poco hay
que hacerle saber quiénes somos sus amos. Aunque es verdad que podríamos quemar
simplemente a alguno de sus habitantes y enseñar nuestro poder sin inventar
asesinos o niñas desvalidas.
62-MÚSICA SOLITARIA
Miguel Cobaleda
06-03-2022
Maieslaw Stroiovitch Koturewsky recibió la noticia del estreno de su Konzerte
für Violine and Orchester in F-Dur, Opus 50, al venir del cementerio de
presenciar el sepelio, en día soleado pero de infinita tristeza, de los restos
mortales de su amada esposa Valia Andreievna. En ese momento no fue capaz de
saber si la noticia era buena, pues estaba narcotizado por el dolor y los
vapores acres de la primera soledad, pero era buena, muy buena, ya que iba a
estrenar esa obra sublime la propia Philarmonica Astermarética bajo la batuta
del insigne Eugen Adlan Steporliak. El suave aunque insidioso violín del segundo
movimiento, un andante atrevido y atemorizador, se unió sin que nadie se diese
cuenta a la tristeza que iba ganando poco a poco el rostro del día.
Tan abstraído estaba K. en los sombríos pensamientos de sus oraciones funerales,
que casi no reparó en la coincidencia, la rara circunstancia que igualaba las
dos noticias y las dos desgracias. En efecto, el primer ofrecimiento para el
estreno del Konzerte le fue dado, dos años atrás, al regresar del entierro de
Valia Maieslova Koturewskaya, su única hija, a quien una neumonía inmisericorde
había arrancado de su lado y de los brazos de la madre a la que, empapada de una
congoja sin remedio, acababa ahora de perder también. Pero con la misma
seguridad con que la muerte le arrebató sus dos únicos amores, ahora venía el
destino a llevar a la cumbre su música.
En medio de una niebla de soledades amargas, de tristezas sin descanso, de
llamadas frenéticas y ensayos extenuantes que le tenía medio atontado la mayor
parte de los días y la totalidad de las noches, fueron apareciendo a la luz en
formas distintas, (dos estrenos directos, uno por televisión, edición de cuatro
discos y un álbum doble, edición de seis partituras con libretos) las obras
principales de K., tan alabadas por la crítica y admiradas por el público, que
se convirtieron en repertorio obligado de todas las grandes orquestas del mundo,
y el mismo Eugen Steporliak decidió estrenar también el segundo gemelo, el
Konzerte für Violine und Orchester in G-Dur, Opus 51, obligando al atemorizado
solista Rupert Hanslatt a hacerse con los terribles solos de violín del mismo.
Fue una época, larga, corta? que K. no pudo nunca recordar con precisión, salvo
los programas de los conciertos, las partituras, los recortes de la prensa, que
estaban allí como testimonios concretos de este tiempo nebuloso.
Así llegó el día en que era K. el compositor viviente más famoso y admirado, que
había llegado a componer más de 70 obras (algún día se decidiría a estrenar por
sí mismo su querida Romanza, op. 70) antes de conseguir estrenar la primera,
cuando era el músico con más notas escritas y menos conocido del planeta, y de
golpe a la fama más elevada, al estrellato más deslumbrador. Estaba K. contento
de semejante sucesión de acontecimientos? Lo menos que se puede decir es que era
muy consciente del precio terrible que había pagado, pues al fin estaba claro
para él que el éxito de su música iba parejo con la desgracia de su vida
personal, que los dioses o el destino no le habían dado la gloria que su talento
merecía hasta haberle hecho pagar por adelantado el tributo mayor que se podía
pagar. Ahora estaba seguro de que toda su obra iba a ir siendo estrenada,
siempre con el mismo éxito, siempre con la misma segura admiración, tan segura y
tan seguro como que la tumba no le iba a devolver a sus dos Valias...
Era ya familiar en los estrenos, en medio del silencio más respetuoso y
contundente que se pueda imaginar, la figura vencida y venerable de K. saliendo
al proscenio con dos rosas rojas y depositándolas con unción en el exacto
centro, vale decir el centro de la música, como homenaje, dedicación e
imborrable memoria a sus amores perdidos.
63-LETANÍA
Miguel Cobaleda
13-03-2022
Leo Foéderis Arca era negro, casi azulado, con ojos oscuros pero transparentes,
fosco pelo de corta ralea, y daba por sí mismo testimonio de la bien merecida
fama que tenía nuestra orden de liberal, cosmopolita, abierta a todas las razas
y a... (iba a decir todos los credos ). Pero si cantaba maitines a dúo con Janus
Domus Aurea, el pelirrojo gigante de Asmódar, o con el siniestro enano Mihel
Turris Ebúrnea, entonces el testimonio era, además, universal, pues juntos por
parejas o conciliados a trío, sobre cantar como los ángeles, parecían
representar diferentes continentes (y los representaban: vaya usted a saber qué
distante y misteriosa región sería la de Torre de Marfil, en todo caso remota,
peligrosa, oscura).
Aunque nunca solíamos bromear (imposible con Mihel, difícil con el lento y torpe
Janus), lo cual contrasta mucho con el habitual proceder entre jóvenes de una
banda , formábamos los cinco, Leo, Janus, Mihel, Silvio Iánua Coeli y yo mismo,
Angus Stella Matutina, un grupo bien avenido capaz de efectuar incursiones en
guerrilla a la despensa del convento en hora nocturna, o de sacarle al magro
sacristán algún cuartillo de vino con el precio de nuestro silencio, del que tan
necesitado andaba el rijoso Rosa Mystica.
Creo que fue Puerta del Cielo el que tuvo la idea (otros dicen que fue Arca de
la Alianza, e incluso Estrella de la Mañana...), pero fuese quien fuese, todos
asistimos imper (térritos, turbables, meables) al desarrollo estratégico de la
misma, así como a su planificada ejecución. Y es que Regina Vírginum y Spéculum
Iustítiae nos tenían verdaderamente hasta los... laudes de tanta mortificación,
y todos estábamos desando darles una lección definitiva. Suerte hubo de que las
celdas de los dos miserables, Espejo y Reina, estuviesen juntas, así como de lo
fácil que fue proceder al soborno de Hans Vas Honorábile, que tenía la suya más
allá, y de Pieter Causa Nostrae Laetítiae, que cerraba el recodo del claustro y
ejercía por su cuenta las funciones de vigilante, espía y soplón: a Vaso le
pagamos en chorizos y vino, a Alegría en... bien, en carne. Cubiertos de esta
forma los flancos, cerrada la puerta general del ala claustral norte con llave
que custodiaba Puerta, y decididos a proceder, entramos en las celdas de los muy
virtuosos Reina y Espejo, a la sazón profundamente dormidos en sus virginales
catres. Embozados, silenciosos, contundentes, atamos a los dos penitentes antes
de que estuviesen completamente despiertos, tapando, claro está, sus bocazas y
les sacamos en volandas de la zona para llevarles a nuestro territorio sur,
donde el control era más sencillo y menos inseguro.
Quiero que sepáis que no fue una novatada de convento: fue una venganza en toda
regla, bajo ley marcial y en presencia del enemigo, pues los malditos monjes
ejemplares nos llevaban dando la peor tabarra de este mundo durante dos años
enteros: ser santos, ¡oh, dioses!, y en un convento, a la vista del prefecto
que, pecador él mismo, nos fustigaba a los jóvenes con el ejemplo de estos dos
corderos del sacrificio.
Bien, a lo que íbamos: desnudos por completo los reos (menos la mordaza que
sujetaba sus terrores), procedimos a llenar de brea y aceite sus partes viriles,
tan innecesarias en ambos virginales casos, los atamos a dos de las columnas del
pórtico, encendimos las teas que arrimamos misericordiosamente (la noche era muy
fría) a sus encogidos escrotos y les quitamos de golpe las mordazas para que
tuviesen ocasión de gritar a toda la comunidad su voluntaria renuncia a los
placeres de este mundo. Y lo hicieron, bien alto, siguiendo la letanía que dos
de nosotros, el siniestro Mihel y otro, no recuerdo, habían escrito para la
ocasión y ahora dictaban al oído y obligaban a los dos mártires a repetir: Oh
señor dios y madre virginal, pues que estos atributos del hombre son inútiles en
vuestro siervo, y solamente ocasión de pecado nefando, os hago donación cremada
de los mismos para gloria vuestra y edificación de mis otros hermanos .
Hay muy diversas versiones sobre la escena y su secuencia. Yo prefiero una de
entre todas: Ardiendo por los testigos, ya mudos, de su anterior condición
sexuada, Reina y Espejo atronaron con sus berridos la paz del convento hasta que
el abad se personó con otros asustados monjes y desataron y curaron a los dos
vírgenes . Nadie más había a la vista, nadie pudo ser acusado. El prefecto dejó
de poner ejemplos de santidad... Ahora es un convento tranquilo. Mihel usa a
Espejo de... usa a Espejo. Janus, que es del norte, dice que se trata de no sé
qué de Estocolmo.
64-EL POZO
Miguel Cobaleda
20-03-2022
Mi nombre es Liuvak y soy sacerdote del pozo.
Acabo de terminar mi primera ronda Circ, sus casi tres kilómetros de boca que
son la primera dimensión del pozo. Me dispongo ahora, con otra rapidez u otro
talante (Espir no es ritual tan sagrado ni esencial como Circ), a ir bajando el
camino espiral que lentamente desciende hasta Jal-I, a donde llegaré, si la
liturgia del día no se sobresalta con acontecimientos indeseados, mañana al
iniciarse la jornada, pues son más de veinte kilómetros de camino sagrado y
emplearé en ellos toda la noche. Y ya mis pobre huesos no son lo que eran.
En Jal-I presidiré los sacrificios, dirigiré las oraciones colectivas y
administraré los diferentes sacramentos. Y luego ya, con calma, iré subiendo
lentamente hasta mi casa, haciendo noche en los sagrados lugares.
Como sabéis, Jal-I no es el final de Espir, naturalmente, sino tan sólo el final
del trozo que cavaron los dioses. Luego sigue hasta Jal-II, casi 140 kilómetros
y más de 500 metros de Mist, cavados después por los titanes, y más tarde hasta
Mist 1.000 y 2.000, donde Jal-III se hunde en las sombras. La dimensión
principal, Misterio, nunca ha sido recorrida más allá de Mist 2.000 por
sacerdotes del pozo, pero es de sobra conocido que aún sigue en Mist 10.000 el
trabajo infinito de cavar. Yo nunca he pasado de Jal-II, en mis tiempos los
disturbios inferiores que citan los escritos antiguos no se han producido, y no
ha sido requerida la presencia sacerdotal más allá de los 170 primeros
kilómetros de Espir, donde tiene su lugar la vida humana, o, por lo menos, la
civilización. Sé, claro está, por los sagrados libros, que el pozo sigue siendo
cavado, y que cuando los gigantes concluyan su trabajo en Mist 10.000 (y no
puede ser cosa ya de mucho tiempo, aunque no espero verlo durante el curso de mi
vida), seguirán los hombres hasta Mist 100.000, en que se terminará la historia
humana y comenzará la empresa de otras criaturas que en su momento vendrán a
sustituirnos. El pozo es infinito y todos los seres somos creados para su
servicio.
Sé que los humanos inferiores, los más cercanos a Mist 2.000 (se dice incluso
que muchos viven más allá) oyen perfectamente los inmensos trabajos de
excavación cuyos ecos gigantescos se elevan hasta su nivel. Es peregrinación
sagrada llegar a esos lugares y dejar que tus oídos se impregnen de tan santos
murmullos, pero pocos la realizan en nuestros días, yo mismo no conozco a nadie
que la haya recorrido.
El ingenuo pueblo cree, y es superstición que los sacerdotes combatimos sin
éxito, que el pozo tiene fin, que es posible llegar hasta la roca de su fondo,
cristalina, lisa, brillante, una esmeralda cuajada en suave lisura. [Así se
explica, dicen estos herejes, que los trabajos de excavación tengan que seguir:
si el pozo fuese infinito, la excavación no sería necesaria].Y hubo tiempos en
que tribus enteras se perdieron para siempre yendo en busca de la verde luz del
pozo. Hoy día, aunque sigue la torpe creencia, nadie se aventura a tales
profundidades, en parte por la predicación y enseñanza de los sacerdotes, en
parte porque ahora el pueblo tiene otras urgencias. Pero de cuando en cuando se
organiza aún alguna insensata caravana hasta la esmeralda definitiva. Siempre me
cruzo con esmeraldinos cuando bajo a Jal-I, vestidos con el verde sayal, los
febriles ojos avizorando con furia las tinieblas. Más que la ira santa que a
otros sacerdotes arrebata en su presencia, a mí me inspiran lástima, y veo en
ellos precisamente la triste locura con que los dioses castigan a los que dudan
de la infinitud de su obra. Pero sería imposible hacer el catálogo de todas las
heterodoxias que ha inspirado el pozo a lo largo de los milenios, desde los
primitivos y quizá míticos superficiales, que se negaron a vivir en el pozo y
prefirieron morir en el envenenado mundo exterior, hasta los misteritas, los
jalonesios, los espirales y estos patéticos esmeraldinos de nuestros días.
Se dice que Espir es un camino tan pulido porque ningún caminante resiste la
tentación de empujar al abismo con el pie cualquier guijarro suelto. Si los
esmeraldinos tuviesen razón, su brillante y verde esperanza estaría hace tiempo
cubierta de inmensos escombros. Pero me dejo llevar de la insensatez y razono
como ellos. Mist es infinito y, si no lo fuese, la fabulosa esmeralda estaría
sepultada, no bajo guijarros, sino bajo los huesos de millones de víctimas.
Porque el pozo no sólo es infinito, también es insaciable.
65-1.000.000
Miguel Cobaleda
27-03-2022
Cuando eres niño no piensas en ello, aunque sabes confusamente que ha de llegar
la hora de visitar al anciano y de enfrentarte contigo mismo, con tu destino.
Pero qué verdad es que un día (y ocurre de golpe) te despiertas asustado,
convertido en hombre, emplazado a esa cita inevitable y aterradora, sabiendo que
no ha de tardar, sabiendo que no puede tardar.
Ya el anciano mismo es puro y simple terror: cómo es un hombre que tiene un
millón de años? Qué clase honda y siniestra de arrugas son sus arrugas, con qué
ojos mira desde la profundidad insondable del tiempo infinito? Son pupilas unas
pupilas que llevan persiguiendo la luz durante todas las horas de cada 365 días
de un millón de veces? ¿Qué han aprendido en ese breve intervalo? Se sabe que su
mirada traspasa los huesos, las intenciones, los recuerdos, y y te dice tu
futuro! Es por eso que eres hombre cuando comprendes estas palabras, cuando por
fin se hace la luz en tu cerebro de niño y te das cuenta de que el anciano, al
verte, te sabe desde tu siempre antes hasta tu siempre después, sin sombras, sin
oscuros rincones ocultos. ¿Y quién quiere, de verdad, que exista alguien capaz
de conocerle así? Porque nadie te obliga a ir al anciano, no es visita que las
leyes sancionen... pero nunca se ha sabido de nadie que no vaya, no, se descarta
tan por completo esa posibilidad no ir al anciano? que ni siquiera se entiende
bien cuando se dice.
Nadie te cuenta nunca su entrevista con él. Esos amigos que no han tenido
empacho en darte lecciones guarras sobre las crudas realidades del sexo, esos
camaradas que te han guardado las espaldas en todas las trifulcas de la vida,
que han empeñado por ti la última libertad y el último céntimo... Nada, no te
dicen nada, se encogen de hombros vete tú mismo , es cosa corriente’, todo el
mundo va qué quieres que te diga? no hay nada que decir?...
No es pánico lo que se siente, no se puede describir, no hay palabras, no ha
bastado un millón de años para acuñar una expresión que indique el sentimiento
de un muchacho cuando por fin está ante esa mirada, ante esa voz, ante esas
palabras.
Porque el anciano te dice [a eso vas] el día de tu muerte.
Hazme caso, no creas los bulos de chiquillos que repiten que no se le entiende,
que esa voz más vieja que el tiempo es un murmullo carente de sentido. Se le
entiende: desde sus ojos, sin auxilio de la voz, las palabras pasan directamente
a tu alma, a alguna honda tripa de tu alma que ni tu alma ni tú sabíais que
había; la fecha, la exacta e irrenunciable fecha, queda grabada con diamante al
rojo en cada sillar del edificio de tu historia.
Confuso como la negra superficie de un mar que espera su última tormenta, así se
presenta en mi recuerdo el tiempo anterior a la visita, la espera, no sé si
larga o corta, los murmullos de los pálidos aspirantes, los silencios de los que
ya se iban, las luces de un amanecer que ahora recuerdo crepuscular y rojo, la
quieta sacralidad de aquel recinto... No os fiéis de mí, de verdad no sé lo que
fue cierto y lo que invento. Sí recuerdo, nunca podrán ser esclavas del olvido,
sus palabras: “Segunda semana, día tercero, cuarto mes” [Sé que no hubo espacio
de tiempo entre estas palabras y las que siguieron, pero ese tiempo inexistente
duró en mi alma una eternidad de eternidades. Porque ése era mi día, el justo y
cabal en que se producía nuestra cita. Era ya, pues, el momento de mi muerte?].
“Te estaba esperando. El nacido en ese día ha de sustituirme. Hace un millón de
años que te aguardo, tú eres el que tiene que ocupar ahora mi lugar”.
Si tuve una vida anterior no la recuerdo. Amigos, familia... algún amor
adolescente?... Ni siquiera sé cuándo pasaron ante mí, les miré las estremecidas
almas y les dije el día de su muerte. Porque pasaron sin duda, y se lo dije. La
ceniza que fueron ya es ceniza de otros y de otros...
SIN NÚMERO-DISCURSO DE JUBILACIÓN
Miguel Cobaleda
03-04-2022
Despedida de los alumnos de 2º de Bachillerato
Despedida de Miguel Cobaleda como profesor
Viernes, 4 de junio de 2004
Queridos alumnos:
Hoy hace exactamente cinco años, el viernes 4 de junio de 1999, hablaba yo a los
alumnos de 2º de bachillerato que, como ahora los que me estáis escuchando, se
despedían del Instituto. Ellos fueron los primeros en cursar este plan de
estudios que continúa vigente y que vosotros habéis seguido hasta hoy en que,
terminada la presente etapa de la enseñanza media, os despedís del “Lucía de
Medrano” para pasar el curso que viene a la Universidad.
En la presente ocasión mi despedida es doble pues, por un lado, os despido a
vosotros, alumnos de 2º curso de Bachillerato, en nombre de todos los miembros
de la Comunidad Escolar, y por otro lado me despido yo mismo ya que, inmediata
como está la fecha de mi jubilación, pueden considerarse estas palabras la
última lección que dirijo, como profesor, a mis alumnos.
No son dos los mensajes aunque sean dos las despedidas; es uno solo, el mismo
que vengo repitiendo desde mi primera clase, probablemente el mismo que
repetimos todos los profesores todos los días aunque lo disfracemos bajo las
máscaras de diferentes asignaturas. Es un aviso sencillo y un consejo
desinteresado, aunque más valioso, si se admite y se sabe administrar, que
cualquier otro que puedan verter en vuestros oídos los que detentan ambiciones y
defienden intereses.
El mensaje dice así, sencillamente: sed vosotros mismos.
Sed vosotros mismos, esto es, el vosotros mismos auténtico que encontraréis en
el fondo de vuestros corazones y que no está hecho de recados publicitarios ni
de torpes halagos; el vosotros mismos que no consiste en seguir las advertencias
de quienes quieren utilizaros, ni radica en dejarse convencer por la transitoria
veleidad del momento; el vosotros mismos que no asiente sin reflexión ni actúa
por mímesis.
Toda clase de mercaderes del cuerpo y del espíritu os están esperando para
convenceros de que compréis su género sin analizar críticamente el valor del
mismo. Pero para realizar negocio a vuestra costa tienen que haceros despreciar
primero los valores genuinos que ya os constituyen: no os venderán sus
maquillajes si antes no os convencen de que sois feos; no os despacharán sus
motivos si antes no os aseguran que los vuestros están marchitos; y no os
impondrán sus ideas si antes no os convencen de que las vuestras son pobres, de
que dejéis de pensar por vosotros mismos.
Nunca dejéis de pensar por vosotros mismos. Nunca.
Sois luminosas centellas de fuego y libertad y tenéis el esplendor del futuro
abierto ante vosotros. No permitáis que la mentira os confunda, que la maldad os
contagie ni que la estupidez os persuada.
***
Como he dicho antes, estas palabras son también mi despedida, aunque insisto en
que el mensaje es el mismo, si bien articulado con otras expresiones y revestido
de otros sentimientos.
Cuando resumo en la memoria mis 37 años de docencia para preguntarme a mí mismo
qué deseo deciros en esta lección final, no tengo duda alguna acerca del
contenido argumental de la misma: quiero daros las gracias.
Quiero daros las gracias a vosotros y a los más de cinco mil alumnos que han
escuchado mis enseñanzas a lo largo de los años, y a todos los cuales ahora
vosotros representáis aquí.
Y quiero daros las gracias porque me habéis permitido educar vuestra
inteligencia: así de sencillo y, a la vez, así de espléndido.
También he tenido, claro está, la oportunidad de educar en vosotros otras
dimensiones de la persona, de contribuir a que seáis hombres y mujeres de bien,
leales, generosos, magnánimos, cumplidores de vuestros compromisos... Y creedme
que les doy a estas cuestiones morales toda la importancia que tienen.
En mi opinión, haber podido contribuir a la educación de vuestra inteligencia es
el mayor orgullo posible: educar la inteligencia es un quehacer sin parangón.
Ninguna otra profesión, ya se ocupe del cuerpo o trate de objetos distintos, se
le puede comparar.
En este planeta no hay nada más elevado, más importante o más digno que la
inteligencia. Mejor dicho: en todo el universo, pues estoy completamente
convencido de que se trata de un logro supremo que sólo se ha producido una vez
y entre nosotros, los seres humanos.
Además, educar la inteligencia es la tarea más creadora que existe; quien
entrena el músculo o encamina el talento, los dirige, los encauza, mas no los
crea. Pero educar la inteligencia es hacerla, es crearla: cuando por la
explicación de sus mentores un alumno pasa de no comprender la esencia de lo que
le resulta misterioso a comprenderla, se enciende una luz que antes no existía
en medio de la tiniebla de este universo sombrío, tiniebla que sólo el brillo de
la inteligencia consigue disipar.
A lo largo de los años he sido muy feliz en mi profesión pedagógica
contribuyendo a la formación integral de muchos jóvenes, pero nunca tanto como
cuando he visto encenderse en vuestra mirada el súbito brillo de la comprensión
intelectual. Ése es el más fecundo y persistente legado de la tarea docente
porque, a diferencia de cualquier otra sedicente luminaria del poder, de la fama
o de la riqueza, y a despecho de quienes la postergan con un criterio miope, la
luz de la inteligencia, una vez encendida, no se extingue jamás.
Por eso, permitidme que os vuelva a repetir el anterior consejo: Nunca dejéis de
pensar por vosotros mismos. Nunca.
Desertar del pensamiento propio es desertar de la Humanidad, convertirse en una
piedra, desmerecer del destino que nos ha señalado a los seres humanos con un
propósito que trasciende las limitaciones del tiempo.
Seguid con firmeza vuestro camino, no dejéis que os conduzcan sin saber a dónde,
no permitáis que os convenzan sin saber de qué, y, sobre todo, no consintáis que
os vivan, porque vuestra vida es vuestra y es única, insustituible, el único
paisaje que tenéis para dibujar en él la figura de vuestra felicidad.
Muchas gracias y adiós.
Miguel Cobaleda.
SIN NUMERACIÓN-PATATAS
Miguel Cobaleda
05-04-2022
¿Qué mueve a un soldado ruso o a un guerrillero checheno a disparar, en una
calle tranquila de una pequeña ciudad, a una madre que lleva a su hija pequeña
de la mano, la niña con su mochilita escolar a la espalda, dejando sus cadáveres
en medio de la calzada? ¿Qué mueve a un soldado ruso o a un guerrillero checheno
a ametrallar a un anciano que viene de la compra, abandonando su cuerpo muerto
junto a las patatas desparramadas? ¿Un odio frío nacido sin explicación en el
fondo de sus pechos de piedra? ¿Una diferencia de ideología? ¿Una disparidad de
religión? ¿El simple gesto de apretar el gatillo de un arma cargada y montada?
¿Que las víctimas estaban allí, disponibles? ¿Nada?
Si es por el odio, entonces cualquier alma capaz de sentir ese odio asesino está
gravemente enferma, tendría que ser retirada de inmediato a los talleres de
almas, desmontada, sustituidas sus piezas rotas por otras nuevas, recompuesta,
probada mediante tests de operaciones, sacada de nuevo al servicio activo pero
tutelada por mentores con almas probadamente sanas. Y que se ciegue el hueco del
alma donde arraigaba ese odio.
Si es por diferencias ideológicas, entonces todas las ideologías muestran graves
trastornos de contenido y deben ser desactivadas. Que cada ideología sea
analizada por un comité de expertos independientes, invalidadas sus tesis
letales, corregidas sus desviaciones demenciales, borrados sus símbolos de
muerte, vaciadas sus listas de prosélitos. Si acaso –con el tiempo– parecieran
haberse vuelto inofensivas, que fuesen otra vez implementadas para buscar nuevos
conversos, aunque siempre restringidas a sus argumentos menos nocivos, limadas
sus aristas y reducidas a consignas sin contenido.
Si es por disparidad religiosa, entonces todas las religiones están en
entredicho, hay que remitirlas –con grandes precauciones de asepsia en el
traslado– a sus dioses originales y a sus primeros apóstoles, aunque no sean
capaces de reconocerlas por causa de su gran deterioro y corrupción. Que sean
ellos los que decidan qué tipo de cura o tratamiento son precisos para que
recuperen su evangelio redentor y su mensaje salvífico.
Si es porque las armas las carga el diablo, las amartilla el diablo y las
dispara el diablo, entonces es que el diablo se ha vuelto loco, hay que
encerrarle lejos de las armas, que no se acerque ni al cuchillo de la cocina, y
menos aún a cosas tan peligrosas como las armas de fuego. Que se le trate –con
humanidad, sí, con caridad, eso siempre– pero con mucho cuidado, teniendo en
cuenta lo peligroso que es, lo loco que está, lo sanguinario que está, lo
asesino que está, lo genocida que está. Que se encargue de su tratamiento alguna
clínica especializada en diablos locos, asesinos y genocidas, que le mediquen
con los fármacos indicados para su patología, que le den duchas frías, o
electroterapias frías, o lo que sea frío. Y que no le permitan salir de la celda
hasta que demuestre que se ha curado, que será en adelante un diablo civilizado
y cortés.
Si es porque esas víctimas pasaban por allí, por favor, que vigilen bien para
que no vuelva a pasar por allí –por ningún allí– nadie con aspecto de víctima,
nada de viejos con bolsas del súper, madres con niños pequeños, novios cogidos
de la mano. Mejor dicho: que no pase nadie, que se vacíen de gente las calles,
las ciudades, las naciones, que se vacíen los planetas, las galaxias. Donde haya
asesinos, que no haya nadie más, acabemos con estos horrores de una vez.
Si es por Nada, porque los seres humanos somos así, entonces la especie humana
no merece sobrevivir: que vengan soldados de fuego y guerrilleros de sombra y
nos ametrallen a todos de una vez.
Y que recojan las patatas, por Dios, que no las dejen pudrirse al lado del
cadáver del viejo.
SIN NUMERACIÓN-NACIMIENTO INDECISO
Miguel Cobaleda
10-04-2022 (Mi cumpleaños)
No es cierto que haya intentado nacer varias veces sin conseguirlo hasta que mi
madre –la madre efectiva que me parió– me parió. Es una especie de broma que le
he jugado a los colegas y que luego se ha vuelto en contra mía, porque ahora me
llaman el “indeciso”, el “casi-nato” y otras lindezas ofensivas. Se creen la
leche de graciosos.
Así que no es cierto que intentara parirme una mujer paleolítica, en una cueva
profunda y remota no tan a salvo de los hielos eternos, y que no lo consiguiera,
ya que la maté por el esfuerzo antes de nacer del todo, y me quemaron en una
hoguera. No sé que hicieron con ella, creían en los espíritus (pero había que
nacer para tener uno), seguramente la enterraron con algún ritual destinado a
apaciguar su alma inmortal.
No es verdad que me pariera una mujer pielroja en una llanura infinita, los dos
morimos casi al tiempo, estábamos solos en medio de la nada, no sé de dónde
venía a dónde iba, quizá no iba a ninguna parte, era un alma errante desposeída
de toda patria, o tribu, o nación. Murió un poco antes que yo, su pecho siguió
manando leche lo justo para que yo viera el siguiente amanecer (me pareció
similar al primero, no creí perder gran cosa si todos los demás iban a ser
iguales).
Tampoco sucedió que me pariese –medio-pariese, sin acabar del todo– una mujer
pequeña, negra carbón, greñuda, muda, en medio de una selva de árboles tan altos
que no había cielo ni aire, era todo húmedo verdor, se respiraba (que yo no, no
me dio tiempo) un verdor infinito, un infierno de ramajes entrelazados en un
laberinto que ningún dios se había atrevido a deshacer. El bosque inmenso nos
tragó a los dos, pronto fuimos parte de su follaje total.
Ni me parió la mujer de ojos rasgados en medio de una balsa de hielo que flotaba
sobre un mar de hielo, desde una isla de hielo hasta un continente de hielo.
Aunque varias mujeres de su familia la abrigaban con pieles de oso y de foca, yo
noté que el frío –que me estaba matando en su vientre–, primero la estaba
matando a ella, nos ensartó a los dos con sus agujas de piedra, era un mundo de
donde el calor había sido expulsado por algún horrible crimen cometido en los
orígenes.
No consiguió parirme la elegante esposa del rey de un hermoso reino medieval en
un castillo de torres como flechas lanzadas al cielo y almenas de siluetas
esbeltas. Era joven, estaba sana, tenía todas las comodidades, la atendían cien
damas de compañía... Nadie sabe por qué no consiguió parirme, seguramente yo
mismo no quise nacer para no heredar aquel espantoso reino medieval en tan
sombría cárcel de piedra, con torres como ataúdes puestos en pie, con almenas de
roto cristal arañando el aire.
En fin, ni siquiera lo consiguió la mujer que parecía, al principio, más
capacitada. Primero se dejó preñar siendo muy joven, demasiado, tuvo que ocultar
su embarazo con fajas y vendajes de fuertes corchetes, me parió a trozos en un
baño público y me dejó en el cubo de la basura envuelto en los harapos de mi
propio destino, apagado antes de encenderse. Se prometió a sí misma que me daría
a luz cuando las circunstancias fuesen propicias, pero primero su carrera
profesional, luego su carrera empresarial, después su carrera política... todo
se fue interponiendo en su propósito y, cuando hubo finalmente en su vida un
momento de calma, era ya muy tarde para nosotros dos.
Nada de eso es cierto, lo he inventado, esas mujeres no han existido, sus fetos
inmaduros forman parte de mi grupo aquí, en la antesala, nos gastamos esas
bromas para no pensar en las madres que hemos ido perdiendo a lo largo de esta
pausa intemporal. Ser engendrado no basta, hay que nacer, llegar a término, ser
alumbrado.
Bueno, este lunes 10 de abril del año de gracia de... ¿cuál decís que es este
año?... del año de gracia de 1944 d. d. C. parece un buen día para nacer. Los
colegas que me despiden siguen riéndose de mí: “como seas igual de indeciso para
morirte”... dicen. Se creen la leche de graciosos.
66-MI HERMANA ZAYYA
Miguel Cobaleda
17-04-2022
Como solamente éramos nosotros dos, mi hermana Zayya y yo, teníamos que ser el
uno con el otro todo lo que pueden ser los hermanos: amigos, compañeros, socios
de juego, a veces un poco enemigos también, confidentes, cómplices, de todo.
Claro que no era fácil con Zayya, porque Zayya es egoísta. Bueno, no muy muy
egoísta, sino solamente un poco muy egoísta, pero lo bastante como para que yo
cogiese las moras y me llevase los peores pinchazos, mientras era ella la que se
las comía (prefería las maduras y dulces), o para que ella hiciese las
travesuras (un poco muy revoltosa sí que era) y yo sufriese los castigos.
Eso sí, en hermanas guapas, Zayya no dejaba nada que desear (o yo, al ser más
pequeño y su hermano único, la veía adornada de todas las bellezas), porque era
muy bonita, pelo sedoso casi siempre en largas trenzas de tres cabos, con ojos
azules de reflejos grises, piel transparente, como cuando hay un poco nieve y a
través de su blancura se ve el mundo. No era un poco muy hermosa, era muy muy
hermosa, o al menos eso me parecía a mí, aunque un hermano mayor siempre siente
cierta ingenua ternura hacia su pequeña hermanita.
Y buena compañera de juegos, aunque un poco muy egoísta, porque siempre era ella
la que tenía que ganar, siempre se prefería a sí misma. Si jugábamos a pobres y
ricos, ella siempre tenía que ser la pobre (lugo de mayor he aprendido otras
reglas, menos divertidas, según las cuales es mejor jugar a rico, pero entonces,
al no saber porque éramos muy niños, nos parecía que lo más divertido era ser
pobre). Si jugábamos a padres y madres, ella siempre era el padre. Si jugábamos
a maestros y discípulos, ella era la directora de la escuela a cuyo despacho me
mandaban a mí para ser castigado. Y si jugábamos a vivos y muertos, pues ya se
sabe, ella recitaba las oraciones fúnebres que yo, desde la tumba, le iba
recordando como el apuntador de un teatro. Pero era buena compañera de juegos,
Zayya, si no le llevabas la contraria.
Esto de niña, claro, porque luego de mayores Zayya y yo, hermanos únicos y ahora
solitarios, tenemos cada vez mejores relaciones, no ya en los juegos, que por
desgracia la infancia se llevó y no han vuelto, sino en todo, pues seguimos
siendo cómplices, compañeros, socios y confidentes. Hablamos menos –ahora no
hablamos nada– porque ya no necesitamos hablar, pues tantos años de trato
amistoso y constante nos han dado un sexto sentido para todo lo que se refiere
al otro, y nos entendemos sin palabras. Sigue siendo Zayya (en eso no ha
cambiado) tan bella como siempre; o sí ha cambiado, pues su belleza actual, de
mujer y no de niña, tiene una plenitud serena y elegante, espléndida,
translúcida, que quizá solamente se consiga con la sazón del tiempo. Y egoísta?
Ha cambiado el tiempo ese aspecto del carácter de mi hermana?... La verdad es
que no sé qué contestar, las personas al hacerse mayores comprenden mejor los
equilibrios del trato, el ahora yo pero luego tú, el hoy por mí mañana por ti,
de forma que los egoísmos a veces se disimulan, como si no estuviesen (a menos
que sea caso de fuerza mayor) o incluso se liman y desaparecen. Hubo un suceso,
por supuesto, no se me puede olvidar, cuando aquello del tren, que ya éramos
adolescentes. Se portó mi hermana entonces de forma egoísta?... Nunca he podido
responder a esa pregunta; de todos modos sería el único ejemplo, ya al final de
la infancia, desde entonces no puedo decir ni una sola cosa en contra de mi
hermana, ni una. Ya nunca hablamos, me espera por las tardes junto a las vías...
Eso es todo ahora entre Zayya y yo, desde que me salvó la vida a cambio de la
suya en la vía del tren, aquella tarde de nuestra adolescencia lejana, dejándome
a solas con su pálido recuerdo. ¿Egoísta Zayya?... No sé qué decir... Muerte por
muerte, prefirió la suya, siempre se prefería a sí misma.
67-LA FUENTE DE LOS CIEN CAÑOS
Miguel Cobaleda
24-04-2022
Cuando llegamos a Riamor mandé pasar a cuchillo a todos sus habitantes. Mis
hombres se asombraron de una orden tan infrecuente (nosotros no éramos una banda
de asesinos) y titubearon en silencio. Incluso Glennan el Fidelísimo, tan
acostumbrado a no discutir mis deseos que sacó su daga para degollar antes de
haber entendido mis palabras, se quedó de pronto quieto, mirándome extrañado,
dispuesto a obedecer pero agitado por las olas de mi bárbaro decreto. Yargus
estaba en ese momento preguntando, inclinado sobre la silla de su caballo y
cerca su rostro del de la bella riamoresa, la dirección a seguir para la fuente
de los cien caños. La jovencísima muchacha, que se disponía a responderle con
una sonrisa, oyó como todos y congeló su gesto. Pero Falcon el Feroz no piensa,
como todo el mundo sabe, así que espoleó a su montura y, sin detenerse, de un
tajo mandó rodando la linda cabeza llenando de sangre el rostro de Yargus, que
se limpió los labios con lentitud siniestra, inclinado aún sobre su moteada
montura.
Aquélla fue, más que mi propia orden, la señal de la matanza, y las espadas y
dagas brillaron como grises luceros a la incipiente luz de la mañana. La mayoría
murieron en sus camas, en sus almohadas, en sus divanes, en sus cunas. Mientras
esperaba en la plaza, en medio de un silencio que ningún grito rompía, vi un
reguero púrpura, creciente de espeso caudal, acercarse a la fuente y convertirla
en cien voces de sangre. El acero de la luz fue haciéndose rubí al extenderse
por el cielo, y la niebla de húmeda y densa consistencia atenazó los aires en
medio de su cepo. Tampoco hablaban mis hombres, entregados a la faena de matar y
matar, hartos los brazos y mellados los filos. Su silencio se juntaba al
silencio de las víctimas y las aves del cielo se escondían asustadas, mientras
la sangre manaba de los cien caños tan lenta y tan de tierra, que pensé que se
volvería piedra en las fauces de sus redondas bocas.
El tranquilo Áster y el clemente Sejan aparecieron con dos hermosas jóvenes
terciadas en las sillas, encaprichados de sus redondos perfiles, de sus cuerpos
dorados, o cansados quizá de destruir tanta belleza. Pero mis ojos no admitían
réplica y sus dagas gemelas acabaron enterradas entre los hermosos y palpitantes
pechos.
Siempre en silencio, hubo una tentativa de resistencia, o quizá solamente fuese
la confusión de aquella hora, el estar desprevenidos algunos y no recordar
(inocente, honestamente) que era la hora de morir. Pero mis hombres están
entrenados y son fuertes, y no era además el conato de defensa cosa convencida
ni feroz. Iba la fuente aumentando su purpúrea lava, iba la niebla de la mañana
enrojeciendo los cinco puntos cardinales, y el silencio se hacía cada vez más
entrenado y veterano.
Sombras fugaces al galope pasaban ante mí, o eran entrevistas atravesando
callejuelas, chorreando de sus manos, de sus brazos, de sus pechos, de las
crines pegajosas de los cansados caballos. Yargus el Impasible, Falcon el Feroz,
Nebul el Silencioso, Glennan el Fidelísimo, Sejan el Clemente... todos ellos y
las sombras rubíes que seguían su huella, todos ellos matando y matando,
deshaciendo en sangre la existencia. Ya tocaba la mañana a su fin y me disponía
a dar la señal de partida –creyendo cumplida, equivocadamente, la misión del
día–, cuando el viejo Aspel Maliver apareció con una criatura de meses en los
brazos, salvaje su aspecto rojizo y sudoroso, salvaje su caballo tan fiero como
el amo, salvaje la espada desenvainada sobre el arzón, salvaje todo menos sus
ojos grises y su muda clemencia inesperada.
– Nada sabrá de este día, ¿por qué no llevarle? Yo me haré cargo de él. Crecerá
entre nosotros como uno más, acaso sus hijos y los hijos de sus hijos sean
grandes guerreros. [No sabía él la terrible verdad de sus palabras].
Ese fue en aquel día mi único gesto, doble y definitivo, pues comprendí que
Maliver ya había vivido suficiente: con su propia espada acabé con los dos y la
clavé después en el suelo, al lado del caballo que lamía con áspera ternura el
rostro de su amo. Bárbaro proceder que mis hombres no comprendieron y, quizá, no
me perdonan, pero habíamos ido a Riamor a acabar con ese niño. Acaso tenía
sentido haber vuelto al pasado por los oscuros corredores de la sombra para
dejar con vida al único que debía morir antes de que tuviese tiempo de crecer,
fundar nuestra raza, iniciar mi estirpe y sembrarme en el futuro, a mí, que soy
el Destructor?
68-DEGRADADO
Miguel Cobaleda
08-05-2022
El desastre no fue lo más desastroso, que peores aún resultaron las últimas
consecuencias, al menos para mí.
Cuando las cosas volvieron a sus cauces, se dedicaron a “darme mi merecido
castigo”, según decían. Lo primero la degradación, naturalmente, y con todo lujo
de fanfarrias y publicidades, hasta devolverme a la más pura desnudez militar,
sin grados ni insignias.
Luego las propiedades, casa a casa, finca a finca, mueble a mueble, hasta
retrocederme a la más pura desnudez económica, sin bienes ni enseres.
Después los amores, amigo a amigo, mujer a mujer, hijo a hijo, hasta
reintegrarme a la más pura desnudez sentimental, sin cariños ni afectos.
Más tarde las creencias, opinión a opinión, certeza a certeza, hasta desandar mi
historia y dejarme en la más pura desnudez religiosa, sin mitos ni dioses.
Y finalmente las razones, verdad a verdad, concepto a concepto, hasta deshacer
mi mente y dejarme en la más pura desnudez espiritual, sin luces ni horizontes.
Desnudo, solitario, ciego, empapado de olvido y desprecio, voy recolectando de
esquina en esquina el frío glacial de esta existencia en tiniebla. Por haber
pensado para ellos y haberles aumentado un poco esa cosa que llaman mundo.
69-EL ÁNGEL
Miguel Cobaleda
15-05-2022
No creo que el ángel estuviese jugando conmigo al escondite: tal cosa no es
seria ni propia de los ángeles. Pero lo cierto es que tan pronto aparecía como
desaparecía, venía y se marchaba, me hacía un guiño de complicidad o pasaba por
mi lado sin saludar ni reconocer. Al fin, un día, dejé de hacerle caso.
Y meses más tarde se marchó para no volver. Ahora estoy sin ángel, con la
espalda desnuda.
He tratado de convencer a Rita para que me preste el suyo unos días, siquiera
mientras estoy de viaje; no me gusta irme lejos sin ángel. Pero ya se sabe cómo
es Rita; no me ha dicho que no, pero no me lo ha prestado.
Sira se ha deshecho en disculpas, de lo mucho que lo siente, que si fuese otra
época, que precisamente ahora... No sé... Sira me aprecia y parecía sincera,
pero lo cierto es que nunca se sabe y que yo sigo estando sin ángel, con el
viaje a las puertas, como quien dice.
Al resto de la familia no les he dicho nada; ni tengo la suficiente confianza
para pedirles un ángel, ni me lo iban a prestar. Así que aquí les tengo a todos,
esperando a ver si de una vez me muero y pueden volver a sus ocupaciones
habituales.
Y yo sí quisiera... Lo que pasa es que no me hace gracia la idea de marcharme de
viaje sin ángel.
70-VOCES
Miguel Cobaleda
22-05-2022
Llamé a mis pastores de la montaña y a mis pescadores del río, siempre
dispuestos a venir en mi ayuda, pero el viento soplaba hacia mí, mis voces
bajaron valle abajo y no me oyeron.
Llamé a mis fieles soldados que se entrenaban bajo la cascada, siempre con la
mano en la empuñadura para acudir en mi defensa, pero la corriente hace un ruido
inmenso y mis voces se salpicaron de espuma y no me oyeron.
Llamé a mis hijos que practicaban con los arcos en el bosque, a mis hijos que
siempre están esperando la menor ocasión para asistir a su padre, pero el rumor
de las hojas deshizo el empuje de mis voces y no me oyeron.
Llamé a mis hijas, que reían entre bromas y que nunca sueltan sus lanzas por si
necesito que me guarden las espaldas, pero estaban a lo suyo, mis voces no las
encontraron y no me oyeron.
Llamé a mis amigos, siempre llenas sus bocas con el juramento de fidelidad que
me hicieron, pero mis voces se distrajeron en los recodos y no me oyeron.
Llamé a mis dioses y no me oyeron.
Te he llamado a ti, pero estabas ocupada haciendo conmigo el amor, y mis voces
se han desorientado y no me has oído.
Y como yo estaba llamando y llamando, con el bramido de mis voces tenía rotos
los tímpanos, y mis voces no pudieron hacer eco y no me oí.