ANTOLOGÍA DE RELATOS BREVES 041-052

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RELATOS SEMANALES
ANTOLOGÍA 05


Miguel Cobaleda
@MACCGL

#LosCuentosDelAmanuense Colección de micro-relatos

QUINTO GRUPO: 041 AL 052

31-10-2021 AL 26-12-2021




041-V
Miguel Cobaleda
31-10-2021

Barajamos tres posibilidades: que haya sido la bombona de butano, una bomba terrorista o una V2 alemana.

Parece que, por exclusión, podríamos reducirlo mucho, porque no había bombonas de butano en todo el edificio (el butano no se emplea desde los tiempos lejanos de los combustibles fósiles), y los últimos terroristas entraron hace décadas en la conciliación nacional, ahora no sabrían fabricar ni un petardo.

Pero claro, para que haya sido una V2 alemana de la 2ª Guerra Mundial, tiene que haberse producido un cortocircuito en el tiempo, porque hace siglos que no vuelan esos artefactos. Se trataría de alguna que, en su trayectoria hacia el objetivo, hubiese sido capturada por un túnel helicoidal retroactivo temporal –algo así–, y se hubiese colado en nuestra época. De haber sido éste el caso, lo mismo podría valer para la bombona de butano que para el ataque terrorista. He ahí la causa de la indecisión.

Para complicar más las cosas, uno dice que le pareció oír un silbido premonitorio, y, si es verdad, entonces se trata, no de una V2, sino de una V1, porque aquéllas no silbaban, venían sin avisar, mientras que éstas tenían su silbido característico como todo el mundo sabe.

Los extremistas y los chiflados tienen otras hipótesis, claro: descenso o despegue de alguna nave espacial extraterrestre; que el sr. primer ministro se ha puesto a pensar y le ha estallado el cerebro; incluso que el propio dios padre ha venido de visita a las colonias. En fin: nos hemos quedado sin el edificio del gobierno y sanseacabó.

Lo creemos porque estamos metidos entre los escombros y las ruinas. Pero si algún idiota hubiese escrito esta historia sacada de su magín, diríamos que se trataba de una completa necedad: “el pasado no interviene en el presente (en el futuro)”, diríamos.





042-DIÁLOGO
Miguel Cobaleda
07-11-2021


NASCITURUS.- Estarás marcada para siempre.
MADRE FUTURA.- Pues lo estaré.
NASCITURUS.- Una niña de 15 años no puede saber lo que le conviene.
MADRE FUTURA.- ¿Y tú sí, un embrión de dos semanas? ¿Tú sí sabes lo que me conviene?.
NASCITURUS.- Claro que lo sé, mejor que tú, que eres toda instinto y nada pensamiento. ¿Es que ni siquiera recuerdas a tu padre? Tan salvaje e integrista como es, te echará a patadas de casa en cuanto sepa que estás embarazada.
MADRE FUTURA.- Muy bien, nos iremos de casa. Una casa así no es un hogar, es una cárcel.
NASCITURUS.- Estas loca. Perderás el curso, seguramente tendrás que dejar el instituto, y adiós a tus sueños de hacer una carrera en la universidad.
MADRE FUTURA.- No me vas a meter miedo con eso... la universidad... ¿Hay alguien que no sepa que la universidad es, ahora mismo, una mierda? ¿Que me la pierdo?... Pues mejor que mejor.
NASCITURUS.- Trabajos malos y malos salarios, varios a la vez para poder pagar un mísero alojamiento. Y mientras tanto, ocupándote además de mí, de mis enfermedades infantiles, de mis vacunas... por no hablar de pañales sucios y tetas chorreantes...
MADRE FUTURA.- Por no hablar de un hijo. ¡Un hijo! Pero claro, tú no sabes lo que es un hijo. Un hijo nunca sabe lo que es un hijo hasta que se vuelve padre o madre.
NASCITURUS.- ¿Entonces no me vas a abortar?
MADRE FUTURA.- Por supuesto que no, el solo pensamiento me horroriza.
NASCITURUS.- No sabes lo que te espera.
MADRE FUTURA.- Sé lo que me espera: me esperas tú.
NASCITURUS.- ¿Y si salgo a mi abuelo? ¿Y si no te amo? ¿Y si no aprecio el heroico esfuerzo que haces para darme a luz y cuidarme años y años? ¿Y si soy un animal de bellota y te abandono en tu vejez o reniego de ti o te odio por haberme traído a este mundo?
MADRE FUTURA.- Es decir, que, sin que haya parido, tú ya sabes que voy a parir un monstruo.
NASCITURUS.- Monstruos hay.
MADRE FUTURA.- No son mis hijos.
NASCITURUS.- Si me abortas ahora, que todavía es pronto, será como si nada, una cosita sin importancia, no quedará recuerdo, podrás seguir con tu vida, en tu casa, con tus estudios, con tus planes, niña mimada y con toda la vida de rosa por delante.
MADRE FUTURA.- Si te aborto ahora ¡y mira lo que me haces decir, embrión malhablado!... Si te aborto ahora, tu recuerdo será una sombra que me envolverá siempre, me envolverá por den-tro, una soga de tiniebla en torno a mis pensamientos, a mis recuerdos, a mis sentimientos; una herida supurante, un amargor infinito, un vacío sideral. Si te aborto ahora ¡y fíjate las cosas que me haces pensar, feto descarado!, si te aborto ahora, me abortaré a mí misma, no habré existido porque no seré yo, seré mi negación, seré mi propio odio, seré mi propia nada.
NASCITURUS.- O sea, que no me piensas abortar, diga yo lo que diga.
MADRE FUTURA.- No.
NASCITURUS.- Muy categórica, sí señor. Y muy terca.
MADRE FUTURA.- Pues anda que tú...
NASCITURUS.- A quién estaré saliendo...





043-ASILO
Miguel Cobaleda
14-11-2021

Me tienen envidia los compañeros del asilo.

Mi hija viene todas las tardes, todas ¡y en el año hay cientos! a verme, sin faltar una, de tres a nueve, como un reloj, seis horitas de compañía, cariño, ternura y pequeños cuidados menudos de esos que saben tan requetebién cuando uno es viejo y vive en el asilo.

Nunca viene con las manos vacías. No se trata de grandes regalos, que no lo permite su modesta economía, no lo aconsejaría la prudencia al ser todos los días y no lo consentiría yo mismo. Es una barrita de chocolatina, hoy unos caramelillos, mañana un pastel, el otro siquiera un ramillete de flores del campo... humilde todo ¡pero qué dulzura representa el modesto, el luminoso detalle de cada día!

Así están los colegas del asilo, con los dientes largos como tiburones, la mayoría no tienen visitas ni siquiera el día del asilado, que viene hasta el gobernador.

Como que he pensado prestarles a mi hija de vez en cuando un rato, como si fuese suya, por pura compasión. Al Ulpiano, mi amiguete, por ejemplo, un taxista jubilado que está más solo que la una porque los hijos se marcharon todos a trabajar a Suiza, y no vienen (o no tiene hijos y eso de Suiza es un cuento chino, que aquí hay mucho cuento).

Una tarde a las siete, por ejemplo, que haga mi chica como que se va, y a los dos minutos entre otra vez y mire por el salón buscando a su padre y pase los ojos por donde yo estoy como no reconociéndome y se detenga, llena de alegría, al ver al Ulpiano, se acerque, le bese cariñosa, le entregue las florecillas, o el tabaco, o lo que sea, y se pase con él una hora y luego se despida tan cariñosa y tan bella.

Por pura compasión, ya digo, por sentirme por un día el rey más generoso del mundo, que el rey del mundo a secas ya me lo siento a diario.

La visita es tan maravillosa que ¡Dios me perdone! hasta he dudado de sus buenas intenciones. Pensaba... qué sé yo... en un concurso o algo de la tele “sea usted cariñosa con su padre y nosotros seremos cariñosos con usted”, y le regalasen luego un viaje a Disnivor o a las Bamas. O que ya estaba muerto y en el cielo, aunque no recuerdo haber sido tan bueno...

Pero aquí está como un clavo todas las tardes, que es el sol saliendo para mí dos veces cada día.

Ahora mismo el Ulpiano señala su reloj de muñeca con la otra mano, son las tres y tiene que estar al llegar, atentos todos ahora, va a producirse el milagro. ¡Señor, Señor, qué maravilla, si yo ni siquiera tengo hijas!



 

044-ERAN ESTRELLAS
Miguel Cobaleda
21-11-2021



El pueblo no tenía nada de especial. Era un pueblo pequeño, normal, sin nada que lo hiciese diferente.

Empezó una tarde, de pronto. Creyeron al principio que era nieve, pero luego comprendieron que eran estrellas que caían.

¡Qué gran alboroto, alegría, bullicio, excitación! Incluso duda... Pero al llegar la noche se notó claramente que sí eran estrellas, al ver el trozo de bóveda negra que se iba vaciando.

Enseguida dijo algún escéptico que no podían ser estrellas, pues son muy grandes, tanto como la torre de la iglesia, y las vemos pequeñas por la enorme distancia. Pero nadie le hizo caso porque las estrellas caían y seguían cayendo.

Ahora todo lleno está de estrellas, los tejados, los campos, los caminos y el remolino del río. Cuando los niños se pelean, cuando las niñas juegan, entre polvaredas de luz lo hacen, salpicando estrellas.

Pero se han ido calmando los ánimos. Como las estrellas ni sirven ni estorban, poco a poco ha ido renaciendo la calma, el desinterés, el olvido...

Será que alguien ha empezado a limpiar y está tirando las cosas inservibles a la basura.






045-PENA
Miguel Cobaleda
28-11-2021



Me encanta dar pena ¿por qué será?

A la mayoría de la gente le fastidia que los demás se enteren de sus miserias, las ocultan y disimulan, sonríen con el dolor, ponen al mal tiempo buena cara. Supongo que se imaginan que los amigos serán más felices si conocen sus desgracias, y serán más desgraciados si no las conocen.

A mí me pasa lo contrario, me encanta que sepan lo enfermo que estoy, lo mucho que me duele, la faena que me han hecho, la ofensa de que he sido objeto, que no me ha tocado la lotería, que mi hija ha tenido que prostituirse para poder llevar a su madre lejos de mis palizas, que mi hijo no consigue dejar la droga porque en la cárcel no funcionan bien los medios de rehabilitación, que el jefe me odia, que el sacerdote supremo de la secta a la que pertenezco ha venido a decirme que mi propio dios –sólo él de entre todos los dioses– no existe, los otros sí, pero tienen ya lleno el cupo de fieles. En fin, me encanta.

Me gusta tanto que me invento desgracias, al principio sólo pequeñas y a modo de prueba, pero ahora ya sufro terremotos que afectan solamente a mi casa y propiedades, maremotos localizados en donde fondean mis yates, inmensos descalabros electorales cuando me presento a emperador del mundo, plaza que todos consiguen menos yo. Y así.

Esta semana estoy rizando el rizo: pretendo ser el dios ése que no existe y cuyo único feligrés es el idiota desgraciado al que todo lo malo le sucede.





046-HIJO
Miguel Cobaleda
05-12-2021


Enseguida se comprende qué soñaba aquel hombre teniendo como tenía un hijo tonto.

Su sueño primero y más elemental era que el hijo, por modo milagroso y siguiendo vías directamente celestiales, dejaba de ser tonto y se volvía listo como el que más.

¿Y ya? ¿Estaba al fin contento el hombre aquél, padre repentino de hijo con talento?

No tal, sino que se angustiaba ahora por la segunda desgracia que había pasado a primer plano. El hijo listo antes tonto era, siempre lo había sido, vago e inconsistente, entregado a la pereza.

Soñaba, pues, aquel hombre con un milagro que hiciera de su hijo el más diligente, trabajador y ejecutivo de entre todos los seres humanos.

¿Y ya?

Bien, ser listo y trabajador de ninguna manera te asegura, antes al contrario, la suerte en el trabajo. Así pues rezaba aquel hombre para conseguir un tercer milagro (y éste difícil si los hay).

¿Y ya?

¿Basta acaso tener suerte en el trabajo si nadie reconoce tu mérito? ¿No es lógico desear que alguien que es genial, trabajador y está en lo suyo, alcance metas que todo el mundo reconozca? ¿Y que se le premie luego con la gloria profesional? ¿Y qué decir del dinero, sólo los estúpidos ineficientes van a gozar de él?

En fin...

Recordad que tenemos que deshacer el camino recorrido a lo largo del sueño si queremos volver a la realidad: de la riqueza a la gloria, de la gloria al trabajo, del trabajo a la diligencia, de la diligencia al talento, del talento al hijo mondo y lirondo, tonto, vago y sin trabajo ni suerte.

Ya puestos, sigamos un poco antes de despertar, y libremos al pobre hombre también del hijo. Para lo que servía...

¡Será estúpido!: ahora sueña con tener un hijo...




047-BOBO
Miguel Cobaleda
12-12-2021



He decidido hacerme el bobo para no meterme en líos. A los bobos todo el mundo los desprecia, todo el mundo se ríe de ellos, pero nadie les quiere mal, al rato de haber hecho a su costa algunas bromas, se les olvida y se les deja en paz.

Siendo bobo puede mirarse el mundo con abierta expectación y completa libertad, todos suponen que lo natural en un bobo es que mire mucho con los ojos abiertos, y da lo mismo lo que el bobo pueda ver y pensar.

La gente es caritativa, en el fondo, con los bobos, intuyen que a ellos hubiese podido también tocarles la china. Tranquilizan su conciencia, o apaciguan su temor, o algo, siendo generosos con los bobos. Cualquier bobo lo tiene fácil para vivir a costa de la sopa boba, sin trabajar (¿en qué, si son bobos?), sin sufrir, incluso sin pedirla.

Por lo demás, es muy satisfactorio comprobar que los que no son bobos, son en realidad mucho más bobos que los bobos. Al final, te sientes un poco explotador y amo despótico, tienes la sensación de mover marionetas con hilos. No a voces ni con órdenes ásperas, claro, pero sí con el manejo sutil de los sentimientos humanos, el halago, el desprecio, la mala conciencia. Ignoro la razón, pero los que no se creen bobos se sienten culpables de los bobos, como si fuesen pecados que ellos han cometido.

Ser bobo es fácil, basta contestar a las preguntas con la respuesta que la gente espera porque es la primera que a ellos se les ha ocurrido, antes de leer, escuchar o recibir otra idea que les parece mejor. Claro, si eres muy inteligente, entonces, para aparentar que eres bobo, tendrás que pensar y esforzarte, lo primero que se te ocurra será demasiado complejo para que lo entiendan los que no son bobos y sigan picando el anzuelo.

El último consejo: nunca llames bobo a nadie. No porque se enfaden, que es lo de menos; para que no caigan en la cuenta de que lo son y en la tentación de explotar su natural condición. Sería fatal que los bobos hiciesen de bobos, la ruina del oficio.





048-EL SISTEMA DEL ASESINO PERFECTO
Miguel Cobaleda
19-12-2021


En mi gremio, el de los Asesinos A Sueldo, hay toda clase de sistemas, o de métodos, o, como se dice técnicamente, de MOP (modus operandi). Tenemos a gala no copiarnos los unos a los otros, que cada cual invente su propio protocolo. La cosa es tan así, que muchos creen que es una regla del propio sindicato, que los secretarios generales no permiten que se sindique nadie que copie el método criminal de otro que ya esté registrado en las listas gremia-les. No es verdad, no hay tal regla, se trata solamente de una ley no escrita, pero a todos nos complace respetarla porque es algo inveterado, por ejemplo: nadie ha vuelto a matar hermanos con quijadas de borrico.

Hay congresos anuales con ponencias de los grandes nombres de la profesión, yo nunca falto porque siempre son muy pedagógicos. Me preguntan, claro: “Pero ¿no dices que nunca se repiten los métod... – Cierto, cierto, nunca se repiten. Los asistentes no vamos –o yo al menos no voy– para copiar sistemas ajenos, pero escuchar a los grandes maestros de la profesión te enseña a mejorar tu propio procedimiento. Escuchando al Serrador aprendí a no hablar durante mi cometido, por ejemplo”.

Aparte de esas razones –que son verdaderas– es que los relatos de los maestros son siempre muy entretenidos, no sólo informativos. Descubres tantas formas de matar... que no es que las vayas a copiar, pero emocionan y asom-bran. Está por ejemplo el Serrador –muchos discuten su técnica, incluso hay algunos que han propuesto que sea expulsado del sindicato porque no es, propiamente, un asesino–, pero su método es fascinante: consiste en serrar un gran árbol casi del todo y, cuando la víctima va a pasar cerca, terminar de derribarlo sin advertir “¡¡árbol va!!”, aplastando a la presa con el inmenso tronco. Los que desean echarle dicen que no advierte porque es mudo, no porque sea asesino. Me parece una tontería, por esa regla de tres habría que expulsar del sindicato a todos los que matan mirando para otro lado, los gobernantes que desamparan a los humildes, los que con su avaricia hacen que las infraestructuras se derrumben por falta de los materiales adecuados, los que emplean las leyes para abusar de su letra en contra de su espíritu... y tantos y tantos que de muchos modos matan. Merecen ser parte del gremio.

Empujamundos dictó su ponencia sin hablar, con el ejemplo. Su sistema consiste en empujar el planeta del que se trate con un impulso inicial tan salvaje, que el mundo se pone en movimiento más deprisa que su propia atmósfera, dejando sin aire a todos los seres que lo habitan, como en ese juego en que tiras del mantel tan bruscamente que los platos y las copas se quedan sobre la mesa. La pega es que no discrimina, es un método para mundos enteros. En el congreso estuvo a punto de asfixiarnos a todos, yo creo que se quedó con ganas...

El sistema del Contador me pareció de lo mejorcito que hemos escuchado en los congresos anuales. El Contador mata de hambre, así de simple. Es célebre su encargo para matar de un sólo golpe a todos los trabajadores del puen-te Rialto. Los encargados del puente Ribajo, viendo que sus competidores iban más deprisa y se iban a quedar con la contrata de fielatos y aduanas, encargaron al Contador que matase a los trabajadores de Rialto. Contador se pre-sentaba en el tajo cuando descansaban para comer y empezaba a contar cuentos. Con su voz de suave tono, sus estribillos pegadizos, sus argumentos originales, sus finales sorprendentes... conseguía distraerlos de tal modo que se olvidaban de comer y de beber, hasta el punto de que, salvo un escayolista sordo y un capataz sin imaginación, murieron todos los trabajadores del puente Rialto, es una lástima ver el arco central construido a medias, algunos dicen que no se termina de caer porque espera el final del último cuento, podría ser.

Mi sistema es el Odio, arrojo odio concentrado sobre la víctima; no cambio porque –ya lo he dicho– no nos copia-mos los unos a los otros, pero no me gusta mi método, tiene fallos importantes. En una ocasión en que debía matar a un hombre, le encontré paseando con su hijito pequeño de la mano; ya había concentrado mi mirada de odio sobre el hombre, cuando el niño dio ese saltito que dan de vez en cuando los niños que van paseando de la mano de sus padres –no sé a cuento de qué vienen esos saltitos, pero todos los niños los dan– y me distraje, con el resultado de que la mirada mató al niño en vez de al padre, que se quedó absorto, dando la mano a un pellejito vacío de niño pequeño, sin saber qué hacer, pobre. Además, para odiar debidamente hay que conocer a la víctima a fondo, cosa que en un encargo no pasa porque ni siquiera sabes de quién se trata cuando te lo encargan. Si me decido a copiar un sistema ajeno –ya sé que no es costumbre, pero de todos modos...–, copiaré el sistema de T, el asesino perfecto, una leyenda entre nosotros. Corren muchos rumores sobre él y su método. Yo no creo ninguno, que conste, pero claro: “¿Quis occidit ipsos occisores?” ¿Quién asesina a los asesinos?... Alguien tiene que ser, y muchos dicen que es él, T, precisamente. No sustituirle, claro ¿cómo podría?, pero quizá ayudarle, ser su acólito, llevar sus listas, constatar que no se escapa nadie, algo. Aunque tendría que dejar el sindicato, el Tiempo nunca ha querido pertene-cer, va por libre.





049-UNA MONEDA EN NAVIDAD
Miguel Cobaleda
23-12-2021


Hemos llegado tan tarde al reparto de Navidad que ya no quedan dioses para nosotros, ni sobras, ni migajas de dioses que nadie haya querido.

Mi tribu es pobre, no sólo vivimos en el más alejado confín, sino que hemos tenido que venir andando por trochas abismales en medio de la noche; no es de extrañar que hayamos sido los últimos en llegar y encontremos cerrada la ventanilla expendedora de dioses. Nos aplasta una desolación pegajosa que se adhiere a la piel del pecho, por dentro: después de tanto camino, después de tanta indigencia, nosotros que, en nuestra miseria desamparada, necesitamos a los dioses más que nadie, ¿seremos los únicos que no podamos conseguir ninguno?

Nunca ha sido más triste la tarea de jefe, conducir a la tribu por los caminos de la desesperación hacia este vacío de dioses en que naufragan nuestras esperanzas. Sentados y silenciosos contemplamos con abatimiento la cerrada garita donde durante tanto tiempo se han surtido de dioses otras tribus más afortunadas, y nos sentimos solos en nuestro fracaso. No sé qué hacer, ni siquiera tengo ganas de reunir al consejo de ancianos para tomar alguna decisión... ¿Qué puedo decirles? ¿Qué me pueden decir? ¿Qué decisión nos atreveremos a tomar si no hay dioses que la avalen, o la propongan, o la defiendan?

Este estupor en que me hallo es tan cerrado, que tardo en advertir a un chicuelo de la tribu que lleva un rato delante de mí, en silencio, mirándome muy atento con sus grandes ojos luminosos. Cuando al fin me doy cuenta, pienso que esos ojos son la única luz que brilla en esta paramera sombría; pero, al ver que reparo en su presencia, rápidamente me habla:

– La máquina.
– ¿Qué? –La niebla de mi razón tarda en diluírse–.
– La máquina –repite–.
– ¿Qué máquina? ¿De qué me hablas? ¿Qué quieres?.
– Hay una máquina automática, funciona con monedas.
– Anda, chiquillo, ve con tus padres...
– Está detrás, por eso no la hemos visto al llegar. Detrás de la caseta.
– No sé qué me dices...
– Ahí detrás –señala con el dedo, me habla despacio y vocalizando mucho, como se habla a los sordos y a los tontos– hay una máquina automática expendedora de dioses. Funciona con monedas. Yo tengo una.
– ¿Tienes qué?
– Una moneda. Podemos conseguir un dios.

Al fin se abre en mi razón, o en mi corazón, al tiempo que un rayo de esperanza, un rayo de comprensión. La moneda del chicuelo resulta ser la única que tenemos, ya os he dicho que somos pobres, pero un dios es más que nada, a mi tribu le basta, estamos acostumbrados a pasarnos con lo mínimo.

La única moneda del chicuelo es la profunda razón teológica de que seamos, pues, monoteístas.





050-LA NAVIDAD NAVIDADA
Miguel Cobaleda
24-12-2021


Ser el dios que se encarga de la Navidad, aquí en el Olimpo, es un fastidio y este año me ha tocado a mí. No por turno, que no hay, ni por sorteo, que no quedaría bien –según dicen los puristas– en un mundo de deidades todopoderosas encargar una decisión al Azar, ni siquiera un dios: un simple funcionario menor. Lo ha decidido el Jefe, que lleva un tiempo mirándome mal, con desprecio o insolencia o algo, yo qué sé.

Hay que hacerlo a lo grande, cada año diferente, no vale plagiar las de otros años. Llevamos una eternidad –literalmente– aquí en el Olimpo haciendo navidades, así que inventar otra que no se parezca a las infinitas anteriores es casi imposible. Como no soy experto y tampoco tengo mucha imaginación [mi cometido como dios es ocuparme de matar gente: con ir borrando de la lista me basta; después de inventar las guerras, las hambrunas, la peste, el cáncer y la carretera, casi no hago más que ir tachando nombres, no se necesita mucha especialidad para eso], como no tengo imaginación, repito, he pensado hacer una navidad verdadera, no con actores, sino con la propia gente del asunto, a ver qué pasa.

El Niño nacido, el Hijo de Dios, pues Él Mismo (que no sé muy bien qué va a pensar su Eterno Padre, dí tú que el Muchacho ha salido amable, está encantado de volver a vivir el papel, y tampoco tiene mucho texto que recordar, los recién nacidos no hablan). El padre putativo es un carpintero de verdad que anda por aquí buscando siempre qué muebles cepillar con su divina garlopa. La Madre Virginal es la misma que le hizo de madre virginal en la historia auténtica, es lo que llamamos una “diosa emergente sobrevenida”, esto es, una mujer humana elevada a la divinidad en razón de sus méritos (y ya se conocen los dos, Hijo y Madre Virginal, se caen bien, no habrá entre ellos celos de actores por si se pisan el uno al otro la escena).

Herodes no ha sido problema (aunque yo recelaba, la verdad, tiene fama de canalla, asesino, parricida, malencarado, grosero, zafio, prepotente... un cabrón de marca mayor), pero ha sido encantador, al menos de trato, y me ha asegurado que le encanta repetir, que, ahora que ya sabe cómo va eso de los inocentes, esta vez el de Belén no se le escapa, no sé a qué se refería pero me da lo mismo, ha dicho que sí y con eso me basta.

Tampoco he tenido dificultades con los partiquinos: pastores, mujeres lavando en la plata del río, cabreros junto a la lumbre de lamparilla roja... A los que se han presentado los he contratado sin más averiguaciones, un denario a cada uno (a los primeros que contraté no les ha gustado que también les pague un denario a los últimos... Bueno, pues que se aguanten, los dioses somos como somos, nuestra lógica no es la suya, hasta ahí podríamos llegar). El ángel es Raziel, un colega que me ha ayudado en otros montajes. Está fantástico levitando con sus alas desplegadas.

El problema han sido los Reyes Magos. Incluso los camellos estaban ya listos (aunque son dromedarios, no camellos) y los Reyes estaban aún sin contratar. Ni qué decir tiene que, para ser consistente con mi propósito de Aquella Misma Navidad, he buscado a los de entonces... No eran Reyes, no todos eran de Oriente ¡ni siquiera eran tres ni eran Magos! Eran cuatro, uno asiático (éste sí, de Oriente), otro europeo, otro africano y otro de “allende los mares” –se parece a los moáis de la Isla de Pascua–. Eran intelectuales de la época, lo que llamaban sabios, entonces bastaba hablar con palabras raras para ser considerado sabio, y éstos desde luego que hablan raro, como extranjeros que son (cada uno en una rareza distinta, no se entienden los unos a los otros). La estrella que les guió era, al parecer, Júpiter metido detrás de la Luna en la constelación del Cordero, o sea que tendré que contentarme con lo que haya. Y en cuanto a los regalos, ya no se acordaban, de modo que les he buscado unas cosillas para llevar y regalar al recién nacido (he procurado no ser anacrónico, nada de tecnologías: oro al 20%, una vela de olor, un canastillo de bebé bordado a mano y un cuerno horadado para beber con una tetina de tripa de cabra; ninguno de los cuatro, ni yo tampoco, sabemos que de..montres es la mirra).

Ha quedado bien, al Jefe le ha gustado. No lo ha dicho ¡decir elogios Él...!, pero se ve que sí porque ha decidido que, a partir de mi Navidad, empiece todo de nuevo, la Historia entera, a ver si esta vez funcionan las cosas como es debido.

Como no me ha dicho nada y no sé qué cambios va haber realmente, no sé si sigo teniendo el mismo trabajo o si mi antigua tarea ya no se necesita... Por si acaso, no he tirado la lapicera grande de tachar.





051-MOCOS Y ESTRELLAS
Miguel Cobaleda
25-12-2021



No tenéis razón, no es cierto que una Navidad solitaria sea más triste que otra con toda la familia, los amigos, y demás. Lo estoy pasando estupendamente. Un ejemplo: todo el turrón es para mí.

He puesto el belén como siempre, aunque haciendo un río de verdad, con agua corriente y todo, en vez de hacerlo como otras veces, de papel de plata ["Si es que se trata de una alegoría, el agua corriente convierte la belleza del Nacimiento en un bricolaje"]. Pues bueno, pues a mí me gusta el bricolaje y quiero un belén con agua corriente.

El castillo de Herodes está en primer plano, y no en las montañas de corcho del fondo [ Es un símbolo, la maldad que tratamos de alejar del primer plano de nuestra vida; no tiene sentido que esté tan cerca, debe ir atrás ]. Pues bueno, pues yo prefiero un castillazo enorme en primer plano, y en las montañas de atrás que vayan las ovejas; la maldad está siempre en primer plano, en segundo, en tercero... Si me hartan, todo el nacimiento consistirá en castillos de Herodes, que sería lo natural, dado que somos como somos, realmente.

La lavandera lava ropa en el río, y la ropa que lava está sucia, como es lógico, porque si estuviese limpia no bajaría al río para lavarla ["No seas asqueroso, cómo vas a poner un pañuelo lleno de mocos en el belén? Qué guarrada! No es estético ]. Pues bueno, pues a mí me gusta la lógica, no la estética; quiero un pañuelo sucio porque nadie en su sano juicio pasaría tanto trabajo y frío y humedad para lavar algo que no estuviera sucio. Mocos?... pues mocos.

Hay más figuras de animales que de personas, porque se trata de un belén que, como todo el mundo sabe, representa el nacimiento de Dios, creador de todas las creaturas, especialmente de los animales, cuyo número es infinitamente superior al de las personas [ Lo que tú quieres no es un nacimiento, es un zoológico"]. Pues bueno, pues un zoológico; no veo qué tienen de malo los zoológicos y sí veo lo que tienen de malo los personológicos, llenos de guerras, miserias y maldad.

La estrella es Aldebarán, por supuesto, que es la más hermosa del cielo, con su rojo color y su magia misteriosa [ Estás loco?... Se pone una estrella pequeña de papel blanco o, en todo caso, una estrella de cristal; como mucho, diez o doce centímetros de punta a punta, y ya es exagerar... En qué belén pretendes colocar una masa de cuatrillones de toneladas de gas incandescente, billones de kilómetros de diámetro, ardiendo todo ello a millones de grados? ]. Pues bueno, pues me importan un bledo el tamaño, el peso, que arda, o lo que sea. No quiero una estrella de cristal, no quiero una estrella de papel, quiero una estrella verdadera que señale el lugar verdadero. Y si no le importa a Aldebarán venir a hacer su trabajo en mi belén, no veo qué puede importarle a nadie más.


Este año paso solo la Navidad y estoy estupendamente, bajo el fulgor rojizo de la estrella. Si el belén no es de verdad ¿cómo vas a pretender que el Niño Dios sea de verdad?




052-EL JAZMÍN
Miguel Cobaleda
26-12-2021


Me aburren las discusiones con mi hermana Delia porque carecen de sentido, resultan incoherentes, repetitivas y absurdas. Soy persona de paz, las controversias me abruman. Pero a Delia le encantan, se diría que la animan y vivifican, algo así.

– El jazmín de la reja es mío –me dijo Delia una tarde.
– Muy bien.
– Es mío, repito, no me lo discutas.
– De acuerdo, no te lo discuto.
– Te conozco, sé que tu forma de discutir es no discutir.
– Puede que sea eso, sí...
– ¿Recuerdas cuando te dije que el crepúsculo era mío?
– Vagamente.
– Me lo concediste sin más, aunque haciendo una de esas gracietas tuyas de juegos de palabras. Me dijiste que sí, que el crepúsculo era mío y que, en compensación, tú te quedabas con el ocaso...
– Algo recuerdo, pero hace ya tanto...
– No me vuelvas a enredar con palabras, no me digas amablemente que me regalas el jazmín pero que, en compensación, tú te quedas con todas las lamiales... Lo he buscado en wikipedia y sé que los jaz-mines son escrofulosas, por lo tanto nada de trucos.

Así que la maté y la enterré junto a la reja, al lado del jazmín, que al fin y al cabo era suyo. Lo hice una tarde que no había gente en casa para tratar de evitar los follones a los que mi familia es tan aficionada. Tal proceder resultó prudente pues nadie dijo nada y el suceso pasó sin pena ni gloria. La flor estojó bastante, se ve que los fluidos de Delia la alimentaban. Eso sí, desde entonces el olor dulzón –y algo como a muerto– del jazmín, me envuelve, me impregna y persigue como un cachorro estúpido, vaya a donde vaya, y no sólo empapa mi cuerpo, también mis gestos y mis palabras. Cuando hubo pasado el tiempo suficiente y no dejé de oler a jazmín y a muerto, tuve que tomar la determinación –que no quería– de quemar la maldita planta, enredada ya para entonces en torno a varios hierros de la reja, na-die me había dicho que los jazmines fuesen enredaderas. De nuevo esperé a cualquier tarde sin gente en casa. Saqué el material orgánico de la planta con trabajo, lo eché todo en el bidón de quemar, lo rocié con gasolina y le prendí fuego. Ardió despacio, pero finalmente no quedaron más que unas pocas ceni-zas blancuzcas que metí en una bolsa y llevé directamente hasta el río.

Hace ya meses de la pira del jazmín, pero el olor se mantiene, ahora ha cobrado color, no sólo se me huele a distancia –mi madre dice que me duche, que apesto–, se me ve a distancia, incluso de noche y sin luz; una especie de fuego fatuo me rodea y me perfila; cuando sabe a dónde voy, se adelanta y me espera, como los perros viejos que te conocen mejor que tú mismo y nunca te abandonan.

Otra tarde más con la casa vacía he vuelto a cavar junto a la reja por tratar de descubrir la fuente de ese olor maldito y lograr desolerme de una vez, pero sin querer he tocado uno de los hierros clavado en el fondo y enseguida he notado la sensación, ha sido una sacudida, y al mismo tiempo un agarre: he que-dado atrapado no sé cómo, mis manos se han vuelto verdes, los dedos finos y fibrosos como ramas, de los codos me han salido hojas, unos trebolillos fuertes sujetos a tallos de creciente grosor. Ahora que Delia no está, todos los crepúsculos son míos, igual que los ocasos, pero no puedo verlos porque, aun-que estoy vuelto hacia poniente, las grandes flores amarillas que me salen por los ojos me impiden ver cualquier cosa. El olor sí lo noto, mi madre tiene razón: apesto.


 

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