ANTOLOGÍA DE RELATOS BREVES 031-040
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RELATOS SEMANALES
ANTOLOGÍA 04
Miguel Cobaleda
@MACCGL
#LosCuentosDelAmanuense Colección de micro-relatos
CUARTO GRUPO: 031 AL 040
22-08-2021 AL 24-10-2021
031-COMER Y SER COMIDO
Miguel Cobaleda
22-08-2021
Aunque estaba un poco harto de experimentos raros, me quedaba por hacer la
prueba de la gacela, saber en qué consiste la otra parte del tema. En efecto,
siempre se ha dicho que la lucha por la vida consiste en comer y no ser comido,
aunque antes o después a todos los cerdos les acaba llegando su sanmartín. Bien,
la prueba de la gacela estribaba en saber qué se siente cuando se es comido. Me
parecía interesante y como que no estarían completos mis estudios sin esta
aventura.
Técnicamente no fue sencillo, hube de jugar muy fino para estar a la vez delante
de la leona corriendo como una asustada cervatilla y no perturbar sin embargo el
olfato de la cazadora ni su atención ni su vista.
Ya en mi papel de gacela, me dio una rápida carrerilla tácticamente perfecta,
desde la desenfilada de unos arbustos tras el arroyo hasta la depresión en que
perdí pie, me clavó los colmillos en la grupa y con las garras me destripó la
panza. Bien, sí, emocionante... Tienes literalmente el corazón en la boca
mientras sientes a tu espalda el aliento caliente de la felina gigantesca y ves
cómo se te gastan los azúcares de los músculos y que te caza y te caza... y ya
estás con los intestinos por el polvo (sensación asquerosa si las hay, por
cierto). Luego pasa un rato que, entre el shock y que ya no respiras, ni sientes
ni te enteras de que te está masticando, si no te das prisa te desvaneces sin
sentir los poderosos maseteros trabajando en firme. Tuve la suerte de seguir con
un ojo (velado de sangre, eso sí) la delicada y exquisita precisión con que me
desmontó las quijadas para extraerme la lengua que chupó y saboreó con ademanes
de gourmeta... Y se acabó lo que se daba porque vino rápido un macho y con dos
rugidos chulos y tres pedorreos de tripa vacía, echó de allí a la cazadora, se
plantó sobre mis despojos y me desgarró sin técnica ni delicadeza ni buenas
maneras.
Ser comido es más interesante que comer, desde luego, pero hay mucha literatura
al respecto, te aburres entre sobresalto y sobresalto, entre mordida y mordida,
y luego te cagan sin miramientos como un mojón para marcar el territorio.
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032-ÁLGEBRA
Miguel Cobaleda
29-08-2021
Por accidente casual me convertí en discípulo de un algebrista loco que hacía
exhibiciones en ferias y clubs científicos, sumando de memoria enormes
cantidades, multiplicando otras, raíces cúbicas y señalamiento de primos
enormísimos y que tenía necesidad de un ayudante que a la vez fuese aprendiendo
los trucos del negocio. Yo sumo dos y dos con la calculadora del móvil, pero
para el caso valía como el más aventajado porque la calculadora puede sumar
incluso tres más cinco. Le dejé pasmado recitando la tabla de multiplicar en
módulo siete que es mi única “gracia” matemática y que uso con frecuencia en mis
épocas de insomnio.
Me contrató para borrarle durante sus actos el pizarrón gigante de que se
ayudaba, pasar entre el público repartiendo tarjetas con números raros, y en fin
distraer la atención cuando alguna vez (alguna) fallaba su ingenio. Tenía una
barragana de que era muy celoso y a la que había usado como ayudante hasta que
notó que algunos se fijaban en ella “y no en la aritmética”, según su expresión
favorita, y sobre la que me advirtió seriamente que contagiaba ladillas a todos
menos a él que estaba “exceptuado” (?).
Era un raro revoltijo de necedades numerológicas y verdaderos saberes
matemáticos y, a la vez que sostenía con firmeza que el siete era la esencia de
la fertilidad de las hembras, soltó una parrafada sobre ciertos aspectos que a
mí me parecieron una intuición completa de los transfinitos de Cantor. Aunque,
claro, yo...
Era tan fatuo y estaba tan pagado de sí mismo, que no pude resistir darle una
pequeña lección, engañarle con su hembra, vamos, pegar donde le dolía. Así que
enseñé a la mujer en ratos libres las profundas implicaciones del teorema de
Gödel y ciertas derivaciones (inventadas todas ellas) de las doctrinas de Euler.
Otra cosa no, yo con las ladillas no juego.
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033-CERDO
Miguel Cobaleda
05-09-2021
Me he empeñado en enseñar a un cerdo a ser hombre, a estudiar en la escuela
letras y números, a trazarse prolijos y hermosos planes de futuro, a desear para
sus hijos una profesión estúpida pero pingüe, a recordar las cosas como nunca
fueron, a traicionar y contarse luego el cuento de haber sido traicionado, en
fin, toda esa mierda.
El cerdo va poco a poco, no es que no aprenda, es que se le atasca su natural
honesto (criado a pura bellota, es salvaje e inocente), y no logra los matices
más sutiles del caso. Al traicionar te hace un gesto de pedirte perdón, lo que
aprende lo aprende por curiosidad genuina y sin proponerse luego objetivos
bastardos, de sus hijos no quiere sino que salgan sin mucha grasa sus curados
jamones... No es fácil, no es fácil.
Lo que diferencia este asunto de un vulgar apólogo para libros de texto es que
al fin logré que el pobre cerdo fuese en toda la extensión de la palabra un
hombre, ya sin lagunas ni despistes y en cada detalle siendo profesional y
auténtico.
Cuando al fin estuvo ya seguro en su nueva naturaleza, tratamos una tarde de si
podría en su caso hablarse de un alma o cosa semejante, alguna tripa etérea
menos para embutir que para crear pensamientos, poemas, música, teoremas,
emociones, argumentos teologados, silogismos, en fin, toda esa mierda.
Argumentos teníamos muy equilibrados para ambas posiciones, que alma sí, que
alma no, y en un tris estuvimos de decantarnos al sí, cuando recitó de corrido
los famosos pentámetros de... (sin distinguir entre batilos o virgilios):
“Sic vos, non vobis, mellificatis, apes;
Sic vos, non vobis, fertis aratra, boves;
Sic vos, non vobis, nidificatis, aves;
Sic vos, non vobis, vellera fertis, oves.”
y nos encontramos metidos, no sé cómo, en la quaestio disputata de si los
hombres somos hombres o somos cerdos.
Lo dejamos estar y nos fuimos hozando en busca de trufas.
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034-LA RAMA
Miguel Cobaleda
12-09-2021
Formo parte de un álamo solitario en la orilla de un... iba a decir de un río, y
lo fue en tiempos pasados, lo sé, lo he visto; ahora no es un río, ni siquiera
un riachuelo, un escupitajo entre las piedras. Soy la rama más baja y más
desnuda del álamo por la parte en que el árbol mira hacia el cauce. Cientos de
zumaques bordean las orillas del regato y quién sabe de dónde sacan ellos –y mi
árbol– el agua para resistir, como esos pinos que me rodean y que parecen vivir
del aire.
Casi no tengo hojas, soy la parte más recta y más derecha, de este viejo álamo
lleno de heridas redondas. Un hombre me mira fijamente. Es un guerrero, un
hombre de armas: tiene un arco de fresno cruzado por su pecho, un cilindro
–vacío– de cuero atado a su espalda, una daga en su cinto, una espada en su
vaina, un casco de acero le cuelga por detrás sujeto en el cuello por un
barbuquejo de pita. Cierto atado pardo descansa a sus pies. Me arranca del álamo
y me mira en su mano. Me alza hasta sus ojos y comprueba mi rectitud, me acepta,
se sienta y saca su daga. Pela mi piel hasta dejar mi entraña desnuda, húmeda,
ácida. Roza suavemente con sus dedos las posibles protuberancias de mi
superficie. No las hay. Del atado saca un gran mazo de ramas, no todas de álamo,
de fresno, de abedul, de pino incluso, todas rectas. Me une al mazo y nos ata
juntas, muy prietas. Somos un solo tronco de un ciento de especies, en vano
sería que quisiéramos separarnos.
Durante un tiempo que no sé calcular, el soldado nos moja y luego nos seca al
fuego; nos moja y luego nos seca al fuego. Cuando ya creemos que la eternidad es
una alternancia infinita de humedad y calor, desata el mazo y me toma en sus
manos. Con una tela/guante llena de arena, pule mi superficie hasta que semeja
geometría, nadie diría al verme que he sido parte de una naturaleza viva. En un
extremo fija una pluma blanca, en el otro un triángulo afilado de acero o de
piedra, o de acero tan pulido que parece piedra batida por las edades. Luego me
encierra en su carcaj y soy la primera de muchas.
Siento el redoblar de infinitos cuadrúpedos, el piafar de infinitos gaznates,
los gritos de una batalla, siento el olor de la muerte, de la sangre, de los
zumos espesos que se derraman desde la vida. Con la velocidad con que el
relámpago rompe el cielo, el soldado me extrae, me sitúa, me lanza. Rasgo el
viento, separo el viento en sus hilos. Atrapo el tiempo al pasar y lo adelanto,
lo dejo atrás.
Estoy clavada en el pecho de un hombre entre dos costillas, atravieso un músculo
del tamaño de un puño y le obligo a abandonar para siempre su galope incesante,
ya no incesante, por fin no incesante. Sobresalgo un poco, tras la punta de
acero, por la espalda del herido, caemos de espaldas, me clavo en la tierra con
el empuje de su cuerpo.
No sé el tiempo que pasa, no es posible contar el tiempo que pasa. Todos los
sonidos se han apagado, el hombre muerto es ahora un desorden de huesos secos,
la punta de acero –derrotada en óxido y herrumbre– ya no existe. Siento que la
tierra en que he penetrado me acoge y solicita. No sé lo suficiente para
responder las preguntas eternas: ¿es así, de este modo, como se plantan los
álamos? ¿Es así como se plantan las flechas? ¿Es así como se planta la muerte?
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035-RAMILLETE
Miguel Cobaleda
19-09-2021
La mujer se enamoró tan perdidamente, que la cosa por fuerza tenía que ser
artificial y fingida, nadie se enamora de ese modo, los guionistas ya saben que
la gente ha dejado de creérselo. Pero se explica, porque tenía más de cincuenta
años y nadie la había besado jamás, así que decidió que su amor iba a ser
desmesurado, enorme.
A él tardó un tiempo en elegirle (en realidad era aspecto menor y no tenía
prisa) pero al fin se decidió por un compañero de trabajo, no de la propia
oficina, sino de la sección de portes, joven, tal vez treinta años menor que
ella, no fue por nada especial, quizá porque era callado, prudente, servicial, o
que se llamaba Arturo, nombre legendario de sus sueños de niña, o ni siquiera.
Y así se quedaron las cosas.
Tan poca relación personal había entre portes y administración, que llegó a
olvidarse de su rostro vivo, pasaron años sin que volviese a verle, su amor por
Arturo se había vuelto inmenso, crujidos sentía en los cimientos del mundo, era
el peso de su amor, sólo ella lo sabía, los días y las noches tenían sentido
cuando cambiaba el ramillete de flores silvestres ante el retrato de Arturo.
Estando al borde de la jubilación y antes de marcharse de la empresa para
siempre, una última curiosidad la impulsó a buscarle, mejor sólo su ficha, ver
su nuevo aspecto tantos años mayor, saber con quién se había casado, si tenía
hijos y cuántos ... ¿Acaso habría tal vez abandonado la empresa?...
La ficha era casi la misma de trece años antes, el hombre ya era un hombre,
empezaba por la frente a escasear su pelo, seguía tan prudente, callado y
servicial, los informes decían que aún estaba soltero, una caliente osadía la
obligó a hurgar con la llave maestra en la taquilla ajena: allí estaba su foto,
la foto de ella misma, en una especie de altar a cuya ofrenda y ternura estaba
dedicado, fresco, recién cogido, un aromático ramillete de raspillas azules y
caléndulas.
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036-AUTOMÁTICO
Miguel Cobaleda
26-09-2021
Nada más salir del bosque, el bosque se apagaba. Era un bosque automático, se
encendía al entrar, frondoso, umbrío, bullente de vida vegetal y animal, con
varios niveles y doseles de árboles de muchas especies, animalillos de toda
condición, de los que vuelan, caminan, se arrastran, nadan... Y se apagaba al
salir, páramo liso y desierto de color gris marrón, sin yerba, sin pájaros, sin
insectos, sin vida.
No estamos acostumbrados a bosques así, de modo que, llenos de asombro, entramos
y salimos varias veces seguidas, para comprobar que no soñábamos, que realmente
el bosque se encendía y se apagaba. Al final ya sólo, en la misma raya
fronteriza, posábamos el pie y era bosque, levantábamos el pie y era páramo. Un
juego que resultaba sorprendente, pero que enseguida comenzó a ser aburrido.
Luego, pensándolo bien, lo fuimos encontrando razonable. ¿Por qué malgastar los
enormes recursos que un bosque exuberante necesita en materia orgánica, sales
minerales, agua, luz, por no hablar del inmenso stock de vida, cuando no hay
nadie para atravesarlo o usarlo siquiera como lugar de caza o de poesía?... Pues
entonces se apaga y en paz, menudo ahorro.
Pero eso sí, con gente cuidadosa que esté al tanto al salir y al entrar. Porque
con gente como nosotros, indolente, perezosa, que se deja la luz encendida y la
puerta abierta, lo mejor es que se trate de un proceso automático.
Como hacen con el sol, con la luna, con las estrellas, con la vida humana.
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037-TELAR
Miguel Cobaleda
03-10-2021
Me distrae el telar de mis delirios y pesadillas. Es una tarea ensimismadora
pero sosegante, pasar la hebra, pasar la hebra, pasar la hebra, cambiar la
trama, pasar la hebra, pasar la hebra, pasar la hebra, cambiar la trama, pasar
la hebra... Y así una tarde entera, un día entero, una vida entera. Se te
olvidan los demonios, el pensamiento se adormece como si hubieras tomado una
droga, las manos vuelan solas y el espíritu descansa.
Estoy tejiendo una manta, no es muy ancha, el ancho normal que las mantas
tienen, lo que el telar da de sí, dos metros y cuarta. En cambio su longitud es
interminable, llevo ya seis veces el largo del camino que va desde aquí hasta el
cementerio, y casi no he empezado mi labor, dada la gran cantidad de manta que
necesito.
Cuando volví de mi viaje anual al mercado del valle, donde comercio con los
productos de mi telar, todos los habitantes de la aldea estaban muertos, las
mujeres sorprendidas en sus tareas caseras, los niños sentados en los pupitres,
con las cabezas abiertas sobre cuadernos de sumas a medio hacer, 22 + 35, un
garabato y un siete, los hombres desparramados por todo el pueblo, llenando la
plaza, obstruyendo el camino, anegando las cunetas.
¿Quizá la furia ciega de la naturaleza, un huracán, un maremoto, un volcán, una
plaga?... No: el odio helado de los hombres, un desprecio glacial que aplastó a
mis vecinos con una bota de saña como si fuesen insectos, que los atravesó con
ráfagas de acero como si en vez de ser cuerpos humanos llenos de vida, hubiesen
sido peleles de trapo rellenos de borra. Nevados los perfiles, heladas las
viviendas, negro y gélido cristal en las escorias apagadas de los hogares,
piedra podrida los restos de alimentos en cocinas y despensas, gestos desolados
en los ojos abiertos...
No me basto yo sólo para enterrarlos a todos, no podría: para mis manos débiles
y solitarias sería una tarea imposible. Y tampoco quiero. No puedo sepultarlos
en una tierra fría, entregar su recuerdo a la tiniebla, cada uno a solas con su
silencio y su olvido. Mi manta es otra cosa, puedo abrigar con ella cada
desolación y borrar, al menos, los bordes cortantes de este horror sin nombre,
envolver en un mismo atado a los amantes que la muerte no separó, a la madre con
sus hijos por los que suplicó de rodillas, al padre con su familia que quiso
proteger con su propio cuerpo.
Además, yo no soy sepulturero, yo soy tejedor.
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038-ACERTIJO
Miguel Cobaleda
10-10-2021
“Cabeza Gorda” es el listo del pueblo, cuando se pone a comprender, no hay cosa
que no consiga entenderla. Es como una mula terca, mira fijamente la cosa de la
que se trate, suelta un berridito como de ahora vas a ver, y ¡hale! a descifrar
lo que fuere. Y lo descubre.
“Cabeza Gorda” es también muy chulo, ha tenido que superar con su inteligencia
lo feo y lo esmirriado que es en otros aspectos. Se pasea por las calles con el
cabezón muy erguido, mirando a diestra y siniestra como por encima de un hombro
muy alto –no del suyo mismo porque es enanillo– y en todo se muestra muy y muy y
más muy, hasta ser desagradable y grosero. No le aguanta casi nadie.
Un día comprendimos de lo que era capaz. Estaba el buhonero en la plaza
vendiendo su mercancía, en ese tingladillo que pone, cuando vimos venir al
“Cabeza Gorda” todo ufano. Sabedor del carácter y habilidades del listo, el
buhonero nos propuso en voz alta un acertijo, aparentemente a todos, pero en
realidad sólo para él, para picarle y ver si lo acertaba. Dijo:
–Tiene principio y no tiene principio. Tiene fin y no tiene fin. Está inmóvil
pero se mueve. Todo lo toca sin que toque nada. Está siempre lleno y siempre
vacío. Nos hace, nos deshace y estamos hechos de él.
“Cabeza Gorda” se quedó parado en medio del gesto como si le hubiese dado un
pasmo, le veíamos las ruedecillas de meditar girando en su frente, aquello era
la máquina de pensar en su acto pensante, la gente empezó a salir de sus casas y
a quedarse mirando, nosotros los chiquillos todos silenciosos, el buhonero con
la media sonrisa de ironía que siempre tiene... Un momento glorioso, nunca se ha
pensado en el pueblo con tanta intensidad.
Luego dijo “Cabeza Gorda” “¡Ah, qué bobada! Pues claro: el aire...” y se marchó
sin mirarnos. El buhonero volvió a sus negocios y todo el mundo cada cual a lo
suyo.
Sólo yo me quedé pensando en lo tonto que soy comparado con “Cabeza Gorda”,
porque yo había creído que se trataba del tiempo.
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039-FONDO
Miguel Cobaleda
17-10-2021
Desespera que un pozo no tenga fondo. La propia desesperación podría definirse
de ese modo. Aunque sea del agua de la vida, del agua de la felicidad, aunque
sea el pozo de la luz eterna, desespera que no tenga fondo.
¿Será que queremos saber que termina, la idea de lo inmenso nos desazona y
asusta? ¿Esperamos que haya un último lecho de piedra si alguna amargura nos
obliga a dejarnos caer en él? ¿Porque su agua interminable parece extender la
soberbia de la sed, aumentarla, volverla igualmente infinita? ¿Es porque
nosotros nos acabamos y no queremos que haya nada inacabable?...
Una vida sin término, una amor sin medida ¿son vida, son amor? ¿Acaso no se
necesita, para que sean y podamos vivirlos y sentirlos, acariciar con los dedos
sus perfiles, sus límites?
Tener en el pecho un pozo sin fondo es, por otra parte, como estar abierto a
todas las constelaciones del universo, que se mira a través de ti y, en esa
grieta sin fin, se reconoce. Y tenerlo en la cabeza es, naturalmente, la locura.
Yo prefiero los pozos con fondo, incluso fondos sin pozo. Pero te dan lo que te
dan.
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040-EDAD
Miguel Cobaleda
24-10-2021
Aquí nadie tiene muertos más jóvenes que él.
Un buen día nos pusimos de acuerdo y convinimos que no era digno, ni humano, ni
hermoso, que alguien de más edad sobreviva a su progenie. Si alguien tiene que
sufrir la muerte de su hijo, o sobrino, o nieto, o lo que fuere de su familia,
de su sangre, y más joven que él, se le ejecuta y entierra en el mismo sepelio.
Sin más cáscaras.
Que sí, que el amor de madre y de padre se bastan ellos solos para cuidar de los
hijos, que qué más quieren un abuelo, una abuela, que ver crecer a sus nietos
robustos y sanos. Muy santo y muy bueno, pero con nuestro sistema la gente
maltrata menos a los niños. ¿No decís que en vuestras tribus, aunque parezca
raro, muchos padres abusan y pegan a sus hijos?... Pues en la nuestra no. Aquí
los niños son sagrados, los jóvenes son intocables; en cuanto nace cualquiera,
una caterva de padres, madres, hermanos mayores, tíos, abuelos y tíos abuelos
viene con regalos y mimos y cuidados y rivalizan entre todos por el bien del
recién nacido. Como debe ser.
Cuando alguien sufre la mala suerte de tener un hijo calavera, que bebe, se
droga, conduce borracho... pues se marcha de farra con él y bebe y se droga y se
sienta al lado del conductor, que dicen que es el sitio más peligroso. “De
perdidos al río” es entre nosotros un refrán muy popular.
Esta noche, por ejemplo, que es mi despedida de soltero, se vienen conmigo a lo
que salga mi padre, dos hermanos suyos, el abuelo que me vive (otro acompañó a
la tumba a mi primo el suicida), la abuela superviviente y las dos tías abuelas.
Mi madre dice que es muy mayor y no está para juergas, que prefiere esperar al
sepel... los acontecimientos.