ANTOLOGÍA DE RELATOS BREVES 021-030

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ANTOLOGÍA 03


Miguel Cobaleda
@MACCGL

#LosCuentosDelAmanuense Colección de micro-relatos

TERCER GRUPO: 021 AL 030

20-06-2021 AL 21-08-2021



021-ENTUERTOS
Miguel Cobaleda
20-06-2021



No son dos, sino que somos tres: Miguel de Cervantes, Pierre Menard y yo. Yo también he escrito El Quijote. En realidad –aunque no estoy seguro– habré escrito dos Quijotes, digo yo, porque si Cervantes con un brazo escribió uno, es natural que yo, con los dos brazos, haya escrito dos. Veamos: mi Quijote no empieza “En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...”, porque mi Quijote, que no se llama Alonso Quijano sino Faustino Leza Gómez, es natural de Viana de Cega, en la provincia de Valladolid, un pueblo del que sí quiero acordarme porque me gusta mucho. Mi Quijote empieza: “En un lugar de Castilla, llamado Viana de Cega...”

Mi Quijote no ha leído muchos libros de caballerías, no por preferencias literarias, sino porque en el quiosco donde cambia las novelas a un real de peseta las nuevas y a diez céntimos las usadas, no tienen libros de esos, sólo novelas de amor y novelas del Oeste. Lo cual no le ha impedido a Faustino fomentar en su pecho la comezón de las aventuras ni le ha impedido echarse a esos caminos de Dios para remediar entuertos. No usa un caballo, sino dos caballos, aunque está un tanto desvencijado, le falla el motor, le falla la batería, se le cae el amortiguador y no le cierran las puertas, pero Faustino no se arredra por contratiempos menores. Sí que ha buscado un compañero de aventuras, aunque no se llamase Sancho sino, qué sé yo, Mariano o Felipe, pero nadie quiere salir en ese vehículo a recorrer los senderos de la patria en tan noble tarea como se propone mi Quijote. Lo que sí tiene es una enamorada, Lunahermosa del Cega (que no se llama así, sino con nombre normal): se trata de una moza a la que él se imagina como una maravilla de beldad, aunque realmente tiene los ojos saltones y es algo ancha de estructuras, aparte de un pelo estropajo que no consigue domar con los potingues que anuncian en la tele.

En cuanto a los entuertos mismos, en esto sí se parece mi Quijote al Quijote de Cervantes. El mío también le dio la libertad a unos delincuentes, unos chicuelos a los que el maestro dejó castigados durante el recreo; viendo sus caras tristes, ató con el cable la reja a los bajos de su vehículo y la arrancó de cuajo, soltando a los muchachos. Se enfrentó con una bestia salvaje, a la que sacó de su jaula. No era un león, era un cerdo que una furgoneta llevaba encerrado en una jaula hasta Gijuelo y que estaba parada en un bar de carretera mientras el transportista se tomaba una caña; el animal no quiso presentar batalla y se alejó con un trotecillo por la cuneta hacia los árboles. Por lo que hace a los pellejos de vino, se las ingenió mi Quijote para reventar la cerradura de una bodeguilla e hizo añicos todas las botellas de Rioja, Montilla y Moriles, Valdepeñas, Jerez, Priorato... incluso las del Ribeiro y del Albariño, todas las denominaciones de origen menos las de Ribera del Duero, por cosa de la honrilla de la patria chica. Cuando un vecino de Viana, a instancias de los familiares de Faustino, salió a buscarle y traerle de vuelta a casa, se lo encontró enzarzado en una pelea dialéctica con un gasolinero que se empeñaba en cobrarle la gasolina, aunque mi Quijote porfiaba en que estaba haciendo una tarea patriótica y merecía gracia y posada por parte de los menestrales a los que salvaba de sufrir abusos. El vecino pagó el combustible, metió a Faustino en su coche y lo llevó de vuelta a sus lares del Cega.

He de decir que, poco después de la publicación de mi Quijote, un escritorcillo de tres al cuarto ha querido plagiar mi libro y hasta me ha insultado en su prólogo. ¿Tengo yo la culpa de no ser manco? ¿Pretende acaso que me arranque un brazo para legitimar mi historia? Que durante mi vida no haya mi patria entrado en guerra con el moro tampoco es culpa mía, dispuesto estoy, si la patria me lo pide, a subir a galera y combatir al invasor con lanza, espada y adarga.

Quizá sea mucho pretender que mi Quijote haya recuperado la razón, que no. Pero está más calmado, ya no quiere salir de hazañas ni echa de menos su montura... Deja que se deslicen sus días apaciblemente sin meterse con nadie, sólo enciende la mirada si se le acerca Lunahermosa (que ahora, solícita, le cuida en su locura). Cuando le visité, consintió en salir de su triste apatía y me invitó con sencillez:

– ¿Hace una copita de vino? Sólo tengo Ribera del Duero...


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022-UNA HISTORIA DE AMOR
Miguel Cobaleda
27-06-2021



Tal vez parezca mentira en un mundo tan desamparado e infeliz, pero no le necesitaba nadie.

Se había preparado para toda clase de servicios y gestas heroicas, podía reparar una sartén, edificar una catedral, sanar enfermedades incurables, cambiar una rueda, componer sinfonías... Hacía llover, dispensaba soles, decía la buenaventura -y aun la mala- que invariable, proféticamente, se cumplían o no se cumplían, pero estas habilidades no interesaban a nadie, no resultaban de utilidad.

Así que tuvo que colocarse de perro.

Era una familia media, gris matrimonio de cuyas vidas y aspectos no llegó a tener cabal idea, demasiado por encima o por debajo del nivel de su consciencia; y una pequeñuela de tres años acaso, su ama, su reina, su luz, su juguete..., mutuamente entrañables, viviendo en una nube de ternura cuotidiana que les aislaba... ¿de qué?... De la desgracia, de la fealdad, del desamor?... De la nada?

Se dejó rascar como un perro, acariciar el lomo, sacar de paseo; aprendió a hacer sus necesidades a horas precisas en un corralito de arena del parque cercano a casa; aulló como un triste coyote cuando comprendió que se esperaba de él alguna suerte de emoción nostálgica, comió galletas especiales troqueladas con forma de hueso –de hueso abstracto, de arquetipo de hueso–.

Amó a su reina y le lamió la mano hasta saberse célula a célula la tersura infantil de su piel,
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la morena belleza juvenil de su cutis,
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la firme elegancia madura que fue adquiriendo con los años,
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la ácida y venerable rugosidad de los ancianos dedos,
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la agrietada y querida mano que –en último ademán de despedida – nuevamente rascaba con suavidad la piel tras sus orejas, olvidada de hijos y nietos, vagamente desconcertada por la asombrosa longevidad de su amigo, ningún perro vive tanto, no quieren.

Y se dejó morir sobre su tumba, ajeno a lluvias y halagos, contento de cumplir hasta el final su fiel destino de perro.

El amor es así, produce alma.

 

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023-CIRCUNFERENCIAS
Miguel Cobaleda
04-07-2021



Ni siquiera estaba yo trabajando esa tarde, cuando mi mundo se desmoronó. Dejaba vagar tranquilamente mi pensamiento mientras la mano, habituada de siempre a moverse sola, dibujaba otras cuantas de los millones de circunferencias que he diseñado en mi vida, pues es de advertir que soy –he sido– trazador de circunferencias, promotor de círculos.

Se dice que Il Giotto, preguntado por su oficio, trazó en el suelo con una tiza una circunferencia –pero perfecta– dando a entender, a la vez, su profesión y su genio. En mi caso sí es profesión, pero no es genio, ni siquiera talento, ya que me limito a trazar circunferencias, perfectas siempre... pero sólo circunferencias, el arte no me ha sido conferido, soy un sencillo compás humano, o lo era hasta esa tarde, cuando mi mundo se desmoronó. El valor de mi contribución a la sociedad se basa en que mis circunferencias son –eran– más perfectas incluso que las trazadas por medios mecánicos dirigidos por inteligencia artificial, y de los que cabe esperar una exactitud suprema. Esa tarde llevaba mi mano –aprovechando mis ensoñaciones– dibujadas unas cuantas, cuando algo me alarmó, o alarmó a mi inveterada costumbre de circulista: la última no era una circunferencia, era una elipse... Un ojo menos acostumbrado no lo hubiese percibido, pero el mío lo notó en cuanto la curva se salió de su lugar eterno. ¿Y quién necesita elipses, que sólo sirven para órbitas planetarias y poco más?

Los primeros en repudiarme –siempre rápidos– fueron mis colegas del Círculo de Artesanos; a la mañana siguiente de esa misma tarde me invitaron a marchar: “Si guardas algo de respeto por esta profesión que fue la tuya, no nos obligues a mancharnos las manos empujándote fuera. Vete sin hacer escándalo”. De mi Iglesia del Dios Circular, de su Secretaría Privada, recibí un mensaje escueto y terminante: “Se le hace saber que su habilitación de plegarias queda cancelada. En cuanto a las plegarias ya en curso, perderán su efectividad a partir de las 12:00 del día de hoy”. Mi mujer recogió a toda prisa y sin mirarme las joyas más valiosas y se marchó con cierto colega que era su inveterado pretendiente casi desde la infancia. Fueron directamente a la Oficina de Divorcios y bailó públicamente la danza ritual de desconexión marital. Luego tiró a mis pies su ceñidor de esposa y –supongo– se olvidó de mí. Mis hijos no fueron tan crueles... se limitaron a vaciar la casa hasta dejar los muros desnudos, y luego se han cambiado el apellido; debo protegerme de ellos porque, cuando me ven por la calle, me insultan y me tiran piedras y excrementos de perro.

Tuve que vender la casa, malvenderla, pero es igual, porque los dineros que conseguí no puedo gastarlos, ya que los comerciantes de la ciudad nos llaman –a los que son como yo– traidores elípticos y se niegan a aceptar mi dinero. Así que vivo en la calle, como lo que saco rebuscando en las basuras en callejones oscuros –para que no me echen a patadas–, me lavo por las noches en algunas fuentes públicas apartadas de la gente, y duermo tapado con harapos en lo que fue la cochiquera del Palacio Ducal, ahora medio derruido por haber corrido su dueño suerte similar a la mía. La Autoridad General, en su intento de parecer magnánima, consiente que algunos de nosotros vegetemos por las esquinas y actualmente somos una especie de entretenimiento para los niños. En efecto, se ha puesto de moda que les regalen sus padres unos calibradores muy grandes y muy precisos, con los cuales se acercan a mí, me gritan o insultan hasta que les hago caso y dibujo en el suelo con mi tiza una elipse lo menos acusada que puedo. Entonces usan su calibrador y gritan alborozados cuando encuentran diferencias milimétricas entre el eje mayor y el eje menor...

Pero de pronto sucedió una especie de milagro o similar, porque una de las elipses –así, de golpe– no era elíptica, sino que era circular. No sé qué me dijo el niño desencantado que reprochó a su padre haberle regalado un calibrador defectuoso, yo estaba extasiado ante la magia de haber recuperado mi maestría circular... Desde entonces he corroborado la maravilla: puedo hacer círculos si quiero, elipses si me da la gana, mi mano es ahora la dueña del dibujo. Más que antes, que estaba restringido a las circunferencias, porque ahora puedo dibujar elipses, circunferencias, parábolas, hipérbolas, arcos... lo que quiera, lo mismo geometrías que naturalezas, igual lo orgánico que lo cristalino. Ninguna forma se me resiste, mi mano se ha vuelto divina. Ahora soy un tonto con una tiza, pero un tonto creador con una tiza infinita. No he querido volver a mi vida anterior, me he lanzado a los caminos del mundo cubierto con mis viejos harapos, más libre por el dominio que el halcón por su vuelo, y “llevo conmigo todas mis cosas”. Desconocido, sí. Repudiado, sí. Paria, sí. Pero me ha sido concedido el arte y eso es más que suficiente para cualquier hombre nacido de mujer.


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024-SEMPER IDEM
Miguel Cobaleda
11-07-2021



Acabo de cumplir cincuenta años y mi familia me ha regalado un clon.

Como todo el mundo sabe, los clones para regalo suelen ser iguales –eso es lo divertido– pero con algún detalle diferente que los distinga del original, como los testigos que se añaden cuando se restaura una obra de arte. Así por ejemplo, son iguales pero ciegos; iguales pero azules... Como mi familia es tan original, mi clon es igual. Punto.

Ya que el concepto de identidad es solamente un concepto, quizá pueda apreciarse la mínima diferencia de que su crono hipotalámico está un poco adelantado, de forma que mi clon lo hace todo igual que yo, pero un instante antes que yo.

No siempre resulta un detalle encantador, como cuando sientes gula repentina, vas silencioso al frigorífico a por el rico helado de chocolate que sabes que te está esperando, y te encuentras al clon terminando el cucurucho. Me fastidia lo indecible ir a coger el coche y que el clon ya se haya marchado con él. O que bostece antes que yo y me quede con la boca a medio abrir como un idiota.

El otro día que tenía una cit... o sea, una cuestión administrativa con mi secretaria (cosa de urgencia de un expediente atrasado), cuando llegué ya lo habían resuelto el clon y ella; satisfactoriamente, según me explicó la chica.

¿Qué queréis que os diga?... Es un chisme odioso. Está lleno de unas costumbres que son estupendas para tenerlas y disfrutarlas uno mismo, pero que son asquerosas cuando hay que soportarlas en los demás. Come cebolla y pepino y le producen halitosis amarga, una fetidez que tira de espaldas. Hace ruido de gorgoteo cuando sorbe el tazón de leche, y el muy marrano se lleva alimentos a la boca usando el cuchillo como pala. Es vanidoso, pedante, miedoso... a quién demonios se parecerá el detestable remedo. Le aborrezco.

Felizmente estos artefactos tienen una duración limitada, han de atenerse a un estricto reglamento de clones. En las especificaciones del mío indica claramente que su duración es de un año; a los 365 días exactos se desactivará por fulminante fallo cardíaco.

Pero lo del maldito chisme ha pasado a segundo plano porque no me encuentro bien... En efecto, desde hace unos días noto cierta molestia difusa por el brazo izquierdo y un creciente dolor en el pecho.


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025-RECUENTO DE HIGIENE
Miguel Cobaleda
18-07-2021


A veces es divertido saltar de época en época con mi máquina del tiempo. Tuve un encuentro muy agradable con una hermosa mujer de cierto siglo medieval. Resultó ser amable, y, al rebasarme –yo iba andando–, detuvo la tartana y me invitó a subir, cosa que hice sin pensarlo dos veces.

–Vamos, caballero, subid en buenhora, si es que no os importa la compañía...
–No sabéis cuán agradecido os estoy. Y en cuanto a eso: ¿por qué habría de importarme?... Al contrario, más bien honrarme.
–Bien se ve que sois extranjero... El acento del sur, la ropa extraña de un lino tan sutil que...
–Metaberilato cristalizado en hilatura standard. Lo compré por Interne... Sí, bueno, es...
–...como digo, de lino. Bien, ¿no habéis notado mi justillo dorado con entorchado escarlata?
–Ciertamente, y que es hermoso...
–Llamativo más bien, cual se pretende. Sabed que es la seña de...
–¿Orden monástica quizá, femenino club de damas de...?
–De mi oficio, señor caballero, que quizá podáis vos adivinar sin esfuerzo...
–La bella donosura, el porte noble y elegante, gesto altivo y señorial...
–Ramera, señor caballero, y hacia la feria voy, que hay que buscar tajo donde lo haya.
–¿Y da para tartana vuestro... trabajo social?
–Si se está en la edad buena, como ya veis que es mi caso, y se sabe escoger el porte ¿noble y elegante habéis dicho?... y se trata el trato con justeza sobria...
–Lenguaje florido no os falta, entiendo que sois maestra en lo vuestro.
–Oficiala solamente, pero con un buen pasar. Y vos, caballero, ¿es cierto que venís de lejos?
–No sabéis cuánto, de lejos y de tarde, de país remoto.
–¿Y no hay en vuestro mundo...?
–¿Por trasladar el negocio?
–Por la pura curiosidad... Perdonad que me desabrigue un poco y me descote... El trote de mi mula briosa y el recio aire otoñal me están dando sofoco.
–Pues sí que creo yo que ha de haber también, por más que en mis viajes nunca antes de ahora...
–Aquí está todo el tema muy bien organizado, aunque en ferias y carnavales se necesite un poco de trasiego por el mucho personal que en tales casos se junta. Estamos censadas y gremiadas por ramos (más edad que raza, si me permite precisar), con recuento de higiene cada trimestre. Y no salimos mal. Ni somos caras. Ese pequeño anillo que parece de plata bastaría, si acaso no es recuerdo que apreciéis en exceso...
–¿El cronoloj de titanoceramia, queréis decir? Cada vez los hacen más pequeños. Es un... [¿Cómo se explica una máquina del tiempo a alguien medieval?] ...un conjuro de tiempos cruzados... Una máquina cronovariable... o sea...
–Aquí por estas tierra no les ponemos nombre, vulgarmente se llaman anillos de plata.
–¿No sería bueno que sujetáseis las riendas?
–Safo sabe sola seguir su camino, acercadme aquella mano que lleváis alejada, ved que tengo dos, necesitáis las dos manos. Es que en esta tierra casi todo es a pares, salvo cierta única cosa... permitid que compruebe...

Llegamos juntos a la feria y eran raros de ver mi “jubón de metaberilato” y el justillo de oro reluciendo los dos al sol del mediodía. La mujer forzó el aro al ponerlo en su dedo y se encontró de pronto en la misma feria tres mil años después, si no es por el justillo con entorchado escarlata no hubieran sabido a qué se dedicaba. Se detiene poco en cada siglo, sus mejores clientes son un rey babilonio y el vigésimo presidente de la federación de mundos, pero regresa cada trimestre por el recuento de higiene.


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026-MEDIADOR
Miguel Cobaleda
25-07-2021



Era de oficio un humilde mediador por encargo. Como la pobre comunidad a la que pertenecía no podía permitirse el lujo de varios mediadores especialistas, él trabajaba como mediador para todo.

–Hermano Intercesor: que medies para que mi cuñado me venda las tierras que lindan por el norte con lo mío.

–Hermano Intercesor: que contrates con el viento para que sople esta tarde moderado hacia levante, por llegar a puerto antes de la noche.

–Hermano Intercesor: que medies a ver si la enfermedad no le duele tanto a mi hijo; le grita de tal modo en los huesos que ya ni nos conoce, de transido.

–Hermano Intercesor: que veas si los dioses se avienen a darme suerte en el negocio que emprendo.

–Hermano Intercesor: que la tormenta de ayer no quiere diluirse y mira que la de hoy...

–Hermano Intercesor: que contrates con la muerte un momento preciso, pues ya paso de cien años y no se me acerca.

–Hermano Intercesor: que las nubes no descargan y se nos marcha mayo.

–Hermano Intercesor, que mi hija no me dice quién es el padre de mi nieto./. Hermano Intercesor que no se me logra hacerle daño a mi medio hermano maldito y no me valen de nada todos los males de ojo./. Hermano Intercesor por favor que haya una guerra, siquiera menuda: ya va para tres años que no mato y mi espada enmohece./. Hermano Intercesor, Hermano Intercesor, Hermano Intercesor...

Luego le pagaban lo que podían, nunca mucho pero, como no gastaba, llegó a ser tan rico que dejó el oficio.

Los lugareños se pasan sin él, más mal que bien, pero se pasan.

Son los otros los que no soportan su ausencia: los dioses, los vientos, el odio, las nubes, el tiempo, la tormenta, la muerte... Ahora no saben cómo traspasar la raya.


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027-ALTERNATIVA
Miguel Cobaleda
01-08-2021



En un viejo monasterio de piedra, derrumbado por tantos siglos que no supe si el tiempo que lo había destruido era anterior o posterior a su momento, conversé con el solitario anacoreta que lo habitaba en silenciosa meditación tranquila.

Había sido antes, en un antes muy anterior, consejero principal de un rey muy poderoso y, al llegar la sazón de la lucha entre su señor y el amo del otro medio mundo, el rey enemigo le ofreció todo el poder si entregaba a su monarca. Por posición y privilegio era el único ser humano al que tenía sentido proponerle semejante traición, ninguno otro hubiera podido prestar tan señalado y definitivo servicio. Dijo que no. Era hombre de cumplir sus compromisos, seguro en la lealtad, sólido en la confianza.

La lucha estuvo indecisa y nada se decidió, los dos reinos continuaron siendo dos y las cosas no pasaron a mayores.

Cuando murió poco después el rey su señor, el príncipe heredero cambió de ministros, él fue olvidado en administraciones secundarias, se alejaron o desaparecieron los camaradas de otro tiempo, nadie sabía ya de su honesto valor. Se fue por fin a la soledad del monasterio de piedra a preguntarse a sí mismo si había hecho bien.

No supe yo tampoco contestar su pregunta, el dilema entre tener el poder, las riquezas y placeres de este mundo o ser para ti solo un hombre justo... Difícil alternativa: con la primera te adueñas de los bienes de la tierra, con la segunda consigues la entera justicia.

Conjuramos para la ocasión los espectros de los dos monarcas y los cuatro en conversación recorrimos los senderos del bosque y los claustros del convento, hablando y hablando del dilema indeciso. Una tarde apacible en que el sol entre brumas llenaba los árboles de sombras desvaídas, llegamos cansados a la conclusión de que con justicia o sin ella los soles arden y se apagan lo mismo. No sé.


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028-MUJERES SOLITARIAS
Miguel Cobaleda
08-08-2021


Me llegué hasta ella porque había oído que la llamaban la “aldea de las mujeres solitarias” y quería saber el porqué de semejante soltería o misantropía colectiva.

Si ya era raro que todos los habitantes adultos fuesen mujeres, más me lo pareció que las crías fuesen hembras también. Alguna razón extraña podría haber llevado lejos a los hombres, pero ¿es que aquellas mujeres sólo parían mujeres? ¿Y de quién, de dónde, de cómo las engendraban?

Pero no, no eran una raza de andróginos imposibles o de madres viudas parricidas de hijos varones, nada de eso, todo era mucho más sencillo. Alguna catástrofe remota había destruido completamente la aldea, matando por completo a la totalidad de sus habitantes, pero como los hombres son menos fieles, más olvidadizos e inconstantes, menos firmes en el recuerdo y más quebradizos en la raíz de los afectos, sólo los cálidos fantasmas de las hembras quedaban por entre las ruinas, pasando suavemente la mano por un viejo mueble o rozando las efigies de algún desteñido retrato, calmando con suave ternura los llantos infantiles, no permitiendo en suma que el tiempo se llevase las cosas.

Me gustó la aldea de las mujeres solitarias. Es que, incluso muertas, las mujeres son siempre otra cosa.


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029-ESTATUAS
Miguel Cobaleda
15-08-2021



Me eligieron alcalde en una aldea montañesa, más bien grande y rica, comerciantes en pieles, artesanos, gente de la uva y del vino, posaderos... en fin: con buen pasar y sólido común sentido. Tan sólido que nadie quería hacer de edil y se lo endosaron al primer forastero con pinta ansiosa (seguramente algo me notaron, digo yo) que pasó por allí.

Pagaban puntuales los diezmos y alcabalas, tenían la ciudad limpia y ordenada, no armaban jaleos, no se emborrachaban, con el sol empezaban y con él se ponían... Daba gusto ser alcalde de un sitio tan tranquilo. Les propuse un sistema más limpio de alcantarillado, diáfanas farolas de aceite refinado, un sistema de padrón más eficiente y ciertas mejoras en los servicios generales. A todo dijeron que sí, con todo estuvieron conformes.

Algo me chocaba que no tuviesen fiestas, siempre “Por año viejo y nuevo, entonces ya veremos” a mis preguntas decían, trabajaban como hormigas, laboriosos, precisos, obedientes, tranquilos, daba gusto ser alcalde de una aldea tan sumisa.

Y me hubiese quedado en el lugar “para siempre” de no haber tenido ellos la curiosa costumbre de despedir el año viejo destripando al alcalde.

Por pies salí de aquélla, así estaban de “propias” las efigies que vi de ediles anteriores en tamaño natural en el salón de sesiones. Un año fui, 364 días, alcalde de una villa, guardo el bastón de mando, siento haberles descabalado la colección de estatuas.


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030-RECETA (para Mony, en su 90 aniversario)
Miguel Cobaleda
21-08-2021

En mi tribu somos muy pocos y vivimos muy escaso tiempo. No pasamos de los diez mil millones –quizá ni siquiera seamos tantos– y rara vez alcanzamos los cien años de vida. Así que estamos, como quien dice, al borde de la extinción. Cualquier peligro menor nos amenaza, cualquier riesgo mínimo nos asedia.

Por eso celebramos la longevidad milagrosa y fantástica de los que se acercan a ese límite, hacemos fiesta, alborozo, bullicio y alegría. En esas contadas y magníficas efemérides cada uno colabora como mejor sabe, unos con viandas y dulces, otros con poemas y canciones, éstos con bailes y festejos, aquéllos con palmas y fuegos de artificio, los más piadosos con plegarias y acciones de gracias.

Yo –así de humilde es mi condición– me veo reducido a simplemente amar, no tengo ninguna otra cosa. Por eso en esta ocasión, y como la longevidad mágica, bienaventurada, me sucede tan próxima, estoy ensayando una especie nueva de amor –o quizá no sea nueva–, una cosa distinta –o tal vez no sea distinta–, una emoción recién estrenada –o acaso venga de antiguo, desde siempre–. Intentaré explicaros la receta (aunque ya sabéis lo torpe que soy con las palabras).

Los ingredientes no son raros, no hay que ir a buscarlos a continentes remotos ni que gastar en su adquisición fortunas enteras:

admiración –de la que consiste en asombro fascinado, no de la corriente de ignorancia y torpeza–;

atracción –física, claro, pero, si se puede, también espiritual, no es cara–;

agrado –alegría y placer de/en/para/por la compañía del otro–;

simpatía –es decir, sim-patía, sentir a la vez, con-sentir–;

paciencia –conformidad, calma, tolerancia, magnanimidad..., donde dispongan de uno de los sinónimos, dispondrán de todos los demás, se expenden juntos–;

camaradería, compañerismo –es un ingrediente que se suele olvidar pero, como la vida es una trinchera, “militia es vita hominis super terram” [Job, 7,1], tener junto a ti un camarada que defienda tu espalda, tu alma, es esencial–;

constancia –mientras lata la vida y siga habiendo aliento, no dejar de añadir este ingrediente–;

cariño –hay tantas especies que... bueno, pues cuarto y mitad de cada–;

y ternura –toda la que tengan, toda la que se pueda conseguir–.

Se juntan los ingredientes en un único molde vital y se baten durante unas cuentas décadas. Es importante que la mezcla no se enfríe ni se agriete, el fuego nunca se debe descuidar.

Atención: cocineros de escasa experiencia pueden sentir la tentación de dejar de batir antes de tiempo, o de pensar que el guiso se ha echado a perder y no hay que seguir. O caer en la impaciencia y apagar el fuego de-masiado pronto, creyendo que la masa ya es firme y no se desmoronará. Nunca se puede dejar de batir esa mezcla, el secreto está ahí.

En mi tribu lo sabemos bien, ponemos todo nuestro cuidado porque somos muy pocos y vivimos muy escaso tiempo. No pasamos de los diez mil millones –quizá ni siquiera seamos tantos– y rara vez alcanzamos los cien años de vida. Así que estamos, como quien dice, al borde de la extinción. Yo, por poner de mi parte todo lo que pueda –aunque me vea reducido a simplemente amar– nunca dejo de batir ni descuido el fuego.


 

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