ANTOLOGÍA DE RELATOS BREVES 011-020

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ANTOLOGÍA 02

Miguel Cobaleda
@MACCGL

#LosCuentosDelAmanuense Colección de micro-relatos

SEGUNDO GRUPO: 011 AL 020

11-04-2021 AL 13-06-2021




011-CANCIONES
Miguel Cobaleda
11-04-2021


Me lo estaba temiendo: si las canciones se rebelan y protestan (con razón) y no les hacemos caso, acabarán por irse.

Bueno, pues ya se han ido. Se han marchado de golpe, sin despedirse. Estaba una joven madre cantándole una nana a su bebé mientras le amamantaba, y la nana se ha ido sin más, el bebé la ha mirado con extrañeza, preguntándose ¿a qué lugar me han traído? Una sección de marines que marcaba el paso cantando su estribillo de marcha, se han callado tan de golpe que han tropezado los unos con los otros. Un barítono del coro de Voces Graves de la Parroquia de San Dunstán, se ha atragantado con el silencio: asfixiado, muerto. El oficiante de hoy en la Misa de doce ha intentado cantar el “Santo”... menos mal que ya estaba en la iglesia y su ayudante, el coadjutor, le ha podido dar el santóleo.

Y es que era por demás: las baladas pregonadas, las arias perseguidas, los motetes con la cabeza puesta a precio, las saetas proscritas, incluso los boleros ¡los boleros, por Dios!, reclamados por la justicia. No lo han soportado y se han ido, lo entiendo.

Se puede hablar, por supuesto, se puede hablar alto, incluso se puede gritar, pero a cualquier amago de canción, te ahogas.

Últimamente (porque este asunto es todo él reciente) parece que es peligroso, no ya cantar, hasta oír cantar: un pen-drive con una antología country –que nadie entiende por qué seguía conteniendo canciones– ha matado fulminantemente a todos los viajeros de un autocar, cuyo chófer ha cometido la imprudencia de ponerlo en los altavoces.

A causa del pánico desatado y de la histeria colectiva, están linchando a los compositores, cantantes, canta-autores... Los únicos que estamos a salvo somos los sordomudos. Hay ahora por doquier un silencio que hasta nosotros percibimos. Me parece bien: el ruido es inútil.


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012-PARAR
Miguel Cobaleda
18-04-2021



Corríamos cada uno por una orilla distinta del torrente, parecía un juego pero no había puente, nuestras miradas atravesaban un abismo insalvable que igualmente hubiese podido ser entre montaña y montaña, entre mundo y mundo, entre la vida y la muerte. A la vista, sí, pero separados por lo inabarcable.

Entonces apareció el buhonero. Me propuso (nos propuso, y eso es raro, quizá es que había a la vez dos buhoneros, o uno solo que estaba en ambas orillas del río) la solución del problema, para que no hubiese una sima entre ambos y que fuera posible vadear el rabión. La respuesta era un silbato, así de simple, un silbato. Una pieza pequeña de metal muy gastado aunque con brillo de plata, una ranura ciega que mataba el sonido, un silbato sordo, eso es lo que me dijo... Y silbó con toda fuerza y no oí –no oímos– nada, pero el río se paró de repente, todo el río, hecho piedra al instante el entero caudal.

Ya no hubo más. Pasamos andando por sobre el sólido sendero de agua detenida, nos dimos un abrazo, jugamos a deslizarnos y a saltar y a correr, al fin nos cansamos de certificar la maravilla y salimos del cauce. El buhonero silbó otra vez en silencio y el flujo del torrente se convirtió de nuevo en torrente, a veces los milagros son tautologías.

Ya me maliciaba el precio impagable que iba a pedirme el hombre por aquel artilugio (si no pensaba venderlo ¿por qué tanta propaganda?), cuando lo deslizó en mi mano, diciéndome “es un regalo” y me quedé como el río, detenido y de piedra, puro asombro agradecido.

Allí fue ella, parar, fluir, parar, fluir, parar, fluir... el pobre caudal estaba como poseso, ya podéis imaginar: juguete de un niño que tiene un silbato paralizador de ríos...

Cuando el viejo ambulante me vio pensativo –muy luego de tanta aventura maravillosa–, observando el cilindro con ojo analítico, acercándome al agua y examinando las ondas como hidráulico experto, sonrió comprensivo y se avino a explicarme para tranquilizar mi ánimo.

En efecto, era un truco, no se puede parar la corriente de un río. Lo único que hacía el famoso silbato (que guardo en algún sitio como recuerdo de infancia) era moverlo todo, todo lo demás, las orillas, los árboles, las montañas, los campos, los soles, las galaxias, a la misma velocidad con que fluía el agua, dando de este modo la sensación –pero falsa– de que era el propio torrente el que se había parado. Así se explica, no podía ser de otro modo, nadie puede detener la corriente de un río.


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013-MUDAS NUEVAS
Miguel Cobaleda
25-04-2021



Por fin han logrado producirlas en serie y ya se puede cambiar de alma. Las almas de un solo uso eran terribles, se gastaban, envejecían, repensaban, remordían, olvidaban... Ahora son de usar y tirar, ni siquiera son caras, porque el proceso de su fabricación industrial utiliza almas recicladas y no necesita grandes inversiones.

Han tenido que añadir –a los de cristal, papel y orgánico– un contenedor para almas (que por cierto: es obligatorio envolverlas en glassferrita termosellada, porque hieden), pero es lo de menos en comparación con poder estrenar alma de vez en cuando.

Eso sí, yo no me creo lo del reciclaje aunque me tachen de conspiranoico. Vamos a ver: supongamos que en Salamanca fuésemos todos ricos y cambiásemos de alma cada noche. Como somos unos ciento cincuenta mil, son ciento cincuenta mil almas a la basura. Dejemos de lado el asunto de que se necesitarían mil veces más contenedores, y vayamos al tema principal: si con el reciclado de cien almas se obtiene espiriplast para cincuenta (cifras oficiales), con el total de almas viejas de cada noche se pueden hacer setenta y cinco mil almas nuevas... pero somos el doble, así que las cuentas no salen.

Conozco la tesis de los que dicen que el espiriplast que falta se importa desde otros continentes, pero si esos tales son igual de ricos, el problema subsiste, y si son pobres y no cambian de alma con frecuencia, el problema se agrava. Ya sé, ya sé que explican que mucha población miserable de esos continentes venden las almas y no las reponen, pero todo tiene un límite, porque si no las reponen, no las pueden volver a vender.

Aunque no admito por completo las habladurías de que usan toda clase de mierda-base para hacer almas (el rumor pretende que emplean odios, mentiras, rencores, envidias, tristezas, desesperaciones y otras basuras), algo tiene que haber, porque en ciertos lugares privilegiados donde viven los gerifaltes, cambian de almas con sólo unas horas de uso, a veces minutos. No puede ser todo reciclaje, sencillamente no es posible.

En mi familia (cuidado: no somos ricos, tenemos un pasar, pero nada de lujos), en mi familia hemos adquirido la costumbre de cambiar de alma una vez por semana (o antes si se necesita por remordimientos puntuales o desesperanzas concretas, pero sólo en esos casos), y nada más. Tenemos un stock de almas nuevas de tres para cada uno de nosotros, y nos hemos prometido no pedir almas prestadas. A mí me miran con ironía porque no me mudo con frecuencia, a veces un alma me dura más de un mes; comprendo que es poco higiénico, pero prefiero cambiar la pila de memoria y seguir con la misma alma... Yo soy así (y las almas las uso poco, porque casi siempre voy a cuerpo).


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014-LA TRUCHA MECÁNICA
Miguel Cobaleda
02-05-2021



Mi padre es el peor pescador del mundo: es impaciente (¡un pescador impaciente!), confunde los cebos, confunde las horas, confunde las especies, confunde los ríos... Pero él se cree el mejor ¡no!: el único pescador del mundo. Es mi padre, sí, y le respeto mucho, pero en esto de la pesca no hay quien le aguante. Y está lleno de trucos marrulleros que no duda en usar con atrevida im-punidad, como aquella vez que, habiendo enganchado yo una hermosa trucha, hizo no sé qué jaleos con su sedal, lo enredó en el mío y consiguió de algún modo que la trucha emigrase de mi aparejo al suyo. Así que un buen día, harto de soportar sus engaños, maquiné proporcionarle un pequeño escarmiento.

Tengo cierta habilidad manual y algunos saberes ingenieriles, de forma que construí una trucha mecánica que me proporcionara el adecuado cauce para mi venganza. Al principio pensé hacerla de tamaño descomunal, pero poco a poco fui bajando de ambiciones y finalmente la hice justo en el límite del gálibo natural de la especie. ¿Para qué quería tanto tamaño?... Bien: me proponía ponerle un motor de mi invención (acero-ceramia ultra-galvanizada) a cuyo servicio estaba una batería de cadmio e iridio mega-prensados que sería capaz de entregar un millón de julios... (ju-lio: “cantidad de trabajo realizado por una fuerza constante de un newton en un metro de longi-tud en la misma dirección de la fuerza”, ignorantes) convirtiendo a la trucha en un tanque. En forma de trucha pero tanque. ¿Y por qué y para qué semejante potencia?... Si rompes un cristal con el puño, además del agujero que haces, también los bordes se astillan, pero si disparas una bala ultrarrápida, entonces el cristal no tiene tiempo de astillarse y queda el agujero circular níti-do y sin grietas. Pues yo me proponía que la trucha, al pescarla mi padre, diese de repente un ti-rón tan brutal que el sedal no tuviera tiempo de romperse, mi padre no tuviera tiempo de soltar la caña y la trucha le paseara arriba y abajo por el río unas cuantas veces hasta dejarlo en la orilla exhausto y vencido.

Muy de mañanita, y habiendo colocado los controles del mecanismo en el carrete de mi caña, dejé el chisme en el remanso del recodo donde solíamos pescar y, como todo llega en este mun-do, llegó el momento. Probando probando le hice al engendro dar un salto tal, que temí por un instante que mi padre recelase, pero no, solamente sirvió para que se diera por enterado. Se puso tan frenético que no acertaba con los cebos, acabó poniendo un trozo de la butifarra que llevába-mos para comer... Por fin consiguió lanzar su sedal al agua y, como yo estaba impaciente por aca-bar el juego, “mordí el anzuelo” y solté con los controles toda la potencia de la bestia metálica...

¡Quién podía pensar que fuese tanta la resistencia del viejo!... Afianzó en el suelo los grandes za-patones, tensó las fuertes y correosas piernas, engatilló los brazos en un ángulo cerrado y resistió el tirón como si fuese un álamo de la ribera. No mucho después enarbolada con júbilo en su mano izquierda la derrotada bestia y lo hacía con tanto entusiasmo que ni siquiera notó que la trucha echaba chispas y soltaba humo y láminas chamuscadas de metal escamoso.

Fue una de los días más penosos de mi vida: por un lado sufrí la más humillante de las derrotas, y por otro lado tuve una de las digestiones más pesadas...

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015-ESCUDO
Miguel Cobaleda
09-05-2021



Por lo visto, las madres de los soldados de la antigua Esparta, cuando sus hijos iban a la guerra les despedían con la frase “vuelve con tu escudo o sobre él”, queriendo decirles que volvieran victoriosos o muertos, que de otro modo no volvieran porque no les reconocerían...

¡También nuestras mujeres les iban a decir a sus hijos cuando fuesen a la batalla semejante burrada!

Me gustaría saber quién desnaturalizó de semejante modo a las pobres madres espartanas para que dijeran tamaña estupidez.

Las madres no son así de suyo, ni mucho menos, tuvo que ser alguna insistencia incansable, el repetir y repetir incesante de lo que valen las patrias y la muerte gloriosa antes que la derrota o el deshonor, la deshonra, la ignominia, esa cosa, fuere lo que fuere.

Lo natural de una madre es guardar a su hijo para que no vaya al combate y, en caso de no poder impedirlo, aconsejarle prudencia, cobardía, bajar la cabeza, huir rápidamente, abrigarse bien, no mojarse los pies en la trinchera, cosas buenas de las que recomienda una madre. No esa barbaridad del escudo, que está bien para un general loco ansioso de fama militar, pero que son palabras que a una madre le suenan a locura, a locura ansiosa de fama militar.

Las madres se preocupan más por sus hijos que por los escudos de sus hijos; de éstos se preocupan en tanto en cuanto pueden evitar que maten a sus hijos, es decir, en tanto cumplan su función de escudos, no como camillas mortuorias, en ese aspecto a las madres los escudos les parecen un espanto, que es lo que son.

Si las madres pudiesen, ni siquiera habría guerras. La hipótesis de que las hembras de las especies también están interesadas en el combate para asegurarse de ese modo una mejor supervivencia de la raza por una mayor calidad de los genes, es una hipótesis idiota completamente anti-madre, porque la tesis madre es justo la contraria, qué le importa a una madre que se gane la supervivencia general por un procedimiento que mata a su hijo. Las madres no son necias, los necios son los otros.

Una madre, si la dejáis hablar, enseguida os dirá lo que podéis hacer con vuestros escudos y dónde podéis metéroslos, en lugar de pretender que sus hijos los usen de mortaja y de ataúd. Lo que pasa es que casi nunca se deja que hablen las madres. Así nos va, tan poco madremente.



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016-MANOS
Miguel Cobaleda
16-05-2021



Según una lógica rigurosamente implacable, lo contrario exacto de todo lo que puedas hacer con las manos, lo podrás hacer si te cortan las manos. Conviene, pues, muy mucho, que te las corten, porque hay más cosas opuestas a las que puedes hacer, que las que puedes hacer.

Por eso en mi tierra todo el mundo se las ha mandado cortar, es una tierra de muñones y de gente feliz que hace muchas cosas que corrientemente no se pueden hacer (y luego se apañan con los dientes para las tres o cuatro naderías restantes).

Los extraños primero sienten pena y horror, luego –cuando se les explica– les entra una risa floja que es una clase de horror más horrorizado que el primero. Pero es que hay que ser de aquí para entenderlo a fondo. Porque si se entiende, entonces ya no se tienen dudas, que es lo que nos pasa a nosotros, nadie iba a ser tan tonto como para cortarse las manos si no le saliera a cuenta.

Tanto más cuanto que las manos cortadas ni se secan ni se pudren, sino que siguen sirviendo, sueltas y por su cuenta, eso sí, pero sirviendo para un montón de tareas colectivas. En realidad trabajan para el ayuntamiento, son del común, como se suele decir. Este alcalde las emplea en bobadas (le gusta que le sigan, aplaudiéndole, cuando va o viene del café, que es donde se pasa el día); pero otros las han aprovechado en favor de la comunidad y se han hecho grandes obras públicas gracias a las manos cortadas.

Una noche al año las manos regresan a los muñones y, por un instante, se juntan a ellos y actúan de consuno. Lo que no significa que cada mano acierte con su muñón de origen, al pasar el tiempo hay siempre un confuso batiburrillo de mezclas. Yo esas noches dejo que cada mano invitada haga lo que quiera, que siga su querencia y se dedique a aquello que mejor sepa hacer o que más le plazca. Éstas de hoy escriben; bueno, pues que lo hagan, a saber de quién son o de quién han sido (las manos nunca mueren).


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017-OXÍGENO
Miguel Cobaleda
23-05-2021



Vivo en el temor, en la obsesión, en el delirio, en el pánico (no estoy exagerando, por mucho que lo parezca) de que se acaben los árboles.

Los cuento –de acuerdo ¡qué bobada!, eso no es posible–; pues yo voy por el bosque, por la ciudad, por el parque contando los árboles y mirando receloso si no estarán enfermos.

Los incendios estacionales me sacan de mis casillas y hasta tal punto me desquician que, en los veranos calientes, caigo enfermo de aprensión, una fatiga extraña, un asma, un algo.

Soy de todas las sociedades que los defienden y plantan, distingo a simple vista más de mil especies, mi gusto sería saberme no ya los nombres latinos de tipos y de razas, sino los nombres propios, individuales, concretos, de cada árbol que haya, o haya de haber, o haya habido sobre la corteza de la tierra, así estoy de loco con este terrible tema.

Sueño con ser un héroe de legendario recuerdo, pero no entre los hombres, cuya memoria es necia y guarda solamente nombres de asesinos y prebostes feroces, no: en la imaginación de los propios vegetales, que de vez en cuando sus cortezas evoquen o sugieran los perfiles de mi rostro, que sobre alguna hoja oxidada por un otoño pintor se pueda leer mi nombre en el nervudo mapa de la red de sus vasos. Salvar del terrible incendio a bosques enteros con riesgo de mi vida, llevar los torrentes de aguas vivificantes a los secarrales remotos donde agonizan a miles, conseguir que de nuevo el espeso dosel cubra ininterrumpido los cinco continentes.

Por eso soy tan riguroso en mis demandas contra incendiarios, malandrines y aserradores locos que están despoblando la capa vegetal que es la vida de la tierra. Al que quema, quemarle, al que sierra, serrarle, cortar por lo sano esta atroz sangría... porque ¿sobre qué soporte escribiré cuando el último árbol se queme o se muera dejándome sin papel? ¿De verdad tendré que escribir tocando un vidrio que, en vez de ser materia viva, es polvo fundido y muerto?


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018-VIEJOS
Miguel Cobaleda
30-05-2021



No hemos podido exterminar a la tribu enemiga porque tienen palabras sagradas de resistencia infinita que les hacen inmortales y, por lo tanto, invencibles.

Al principio la razia iba según lo previsto, la sorpresa, la matanza inicial de víctimas desprevenidas, los primeros incendios de cabañas y campos.

Pero poco a poco fueron apareciendo unos guerreros viejos, salidos de no sé dónde, con cicatrices surcando sus rostros de cobre, en los ojos la determinación de las montañas milenarias, seguros, firmes, erguidos ante la muerte como piedras inmortales.

En ese momento la fuerza de nuestro número les fue produciendo bajas a pesar del valor sereno y heroico con que combatían y a pesar de la eficacia pavorosa de su experiencia y su capacidad. Pero cuando cualquiera de ellos caía acribillado cien veces, con la sangre escapando a borbotones por las heridas, alguno otro cercano pronunciaba en voz alta –eran sus únicas palabras, sus únicos sonidos– los conjuros sagrados, secos, rápidos, palabras como piedras lanzadas por una honda; el caído se levantaba y seguía luchando sin hacer el menor caso de las heridas abiertas, del cuello desgarrado, de los ojos hundidos o del vientre traspasado.

Demonios tranquilos, furias impávidas, frías máquinas de combatir sin desmayo, no eran seres humanos estos viejos guerreros, sus palabras sagradas les hacían inquebrantables.

No sabía yo entonces qué serían esos conjuros de tan inmenso poder...

Cuando volvíamos derrotados de regreso a nuestro valle, uno que conoce esta tribu de haber vivido cautivo, dijo que esas palabras veloces, resucitadoras, magníficas, no eran otra cosa que los nombres de sus hijos.


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019-MÁQUINAS
Miguel Cobaleda
06-06-2021



¿Dónde está el alma de una máquina?

Todo ingeniero teme el momento en que, ya terminada y ensamblada completamente su criatura, debe ponerla en marcha, conectar el interruptor, darle cuerda, soplar el barro; todos los ingenieros, desde el que hizo en el origen al ingeniero inicial. ¿Estarán conectadas las arterias de vida que inervan todo el tinglado? ¿Habrá quiebras, rupturas, en los cauces que deben conducir el fluido? ¿El diseño es bueno, eficiente, posible? ¿La construcción ha sido cuidadosa, impecable, obediente?

¿Querrá el chisme mismo ponerse en marcha?

La esencia “máquina” involucra complejidad, y la complejidad es, por sí sola, un concepto inestable. Hacer simples es sencillo (los dioses me salen a mí como churros, la simplicidad es su esencia y no entraña problemas, otra cosa es que te gusten los dioses que hagas), pero las máquinas...: ése es otro asunto.

¿Y qué decir si el invento funciona como la seda en el primer instante y luego, cuando ya das rienda suelta al aliento contenido, de repente se para sin que le pase nada, sin que se haya roto nada, sin que falle la corriente, sin que esto y sin que lo otro? ¿Eh? ¿qué decir entonces? Porque acostumbran a hacerlo, en eso se parecen todas entre sí por distantes que sean en diseño y función: al principio siempre se paran.

Aunque digo yo: ¿por qué, como ingenieros, le tenemos tanto pánico a que la máquina se pare? ¿Qué pasa si se para?... Pararse no es otra cosa que atravesar la duración con arreglo a otros parámetros; recortar el espacio con diferentes patrones.

Además, ¿es que no hemos pensado en la pavorosa eventualidad de que nuestro trasto semoviente –robot, excavadora, ordenador, lavadora, tractor, grúa, cortacésped, Adán y Eva, el tiempo– se ponga en marcha y no se detenga nunca?


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020-EL ARADO
Miguel Cobaleda
13-06-2021



Aunque corrían muchas leyendas sobre la materia de la que estaba hecho el arado, en realidad nadie sabía a ciencia cierta de qué. Los leñadores, en su rústica ignorancia, decían que de madera, claro ¿de qué, si no? De un olivo milenario de madera tan pulida como el cristal y tan dura como el hierro. Los herreros argumentaban que, si se quería hierro, mejor el hierro mismo que una madera que pareciese hierro, y aseguraban que el arado estaba hecho de hierro, claro, ¿de qué, si no?... Los geólogos decían que del basalto salido del volcán; los químicos que de un elixir vital de índole etérea; los astrónomos que de trozos de estrellas y soles; los teólogos que de átomos divinos; los alquimistas, en fin, que de luz. En cuanto a mí, yo siempre he pensado que el arado es pensamiento puro. Tampoco estaba claro qué fuerza animal o mecánica empujaba el arado o tiraba de él: cuando el arado araba, no se veía animal ninguno ni ningún motor. Así que, sobre este aspecto, había tantas controversias, o más, que sobre la materia misma.

Lo único en lo que todos estamos de acuerdo es en que el arado, al arar, va creando el mundo. Los arados normales hacen surcos, abren surcos en la tierra llana o estéril, o muerta. Este arado hace el surco y, a la vez, hace la tierra; no abre la tierra con un surco, sino que crea el surco como si fuese un dibujante sobre un lienzo en blanco haciendo aparecer figuras desde la nada. Cuando llega al final de la besana –que no tiene final porque va creando la besana al ir creando la tierra–, hace aparecer los árboles, las flores, el cielo mismo, las nubes, los pájaros. Crea también el arado las cosas que hacemos los hombres, los caminos cuando llega hasta donde tienen que estar, nuestras viviendas, nuestros puentes –a veces antes los ríos que los puentes, a veces hace los puentes y luego produce los ríos–. Hace los molinos y las iglesias, las orillas del mar lo mismo que las barcas de pesca. En fin, hace el mar, lo dibuja como si fuese un surco inmenso y después deja que el surco rezume de agua salada y llene ese hueco descomunal, acaso infinito. Así que no puede ser de madera ni de hierro, ni siquiera de elixir o de estrellas. Yo creo que el arado es de pensamiento puro.

Es hermoso –o aterrador– verle trabajar en silencio (sin ruido, ya esté abriendo un surco, ya esté encendiendo el sol), ir y venir dibujando seres naturales o artificiales, según convenga. Cuando paseo por el paisaje de mi lugar, me paro a verle funcionar en medio de la absoluta ausencia. Incluso he llegado, atrevido, a pisar sobre la tierra recién creada, pues no me asustan esas pamplinas de la gente según las cuales lo que el arado crea no se consolida hasta varias horas después. Tonterías: he pisado con mis propios pies yerba recién creada, me he bañado en ríos recién nacidos, he atravesado puentes recién dibujados, incluso he pensado pensamientos recién pensados y no se hunden ni se borran. No puede ser el arado de madera ni puede ser de hierro. No puede ser de estrellas. Mi creencia es que el arado está hecho de pensamiento puro. O no está hecho, porque me pregunto yo: ¿quién ha podido hacer el arado, si es el arado el que hace el mundo?

Ha sido maravilloso irle viendo crearme. Como empezó por los ojos del alma, pude seguir todo el proceso: la materia del cuerpo, las ideas de la inteligencia, los criterios de la moral, los recuerdos ya vividos, los sueños por soñar... Verlo, digo, entenderlo no lo entendí hasta que, luego de haberme finalizado por completo, sopló sobre éste que soy montón de barro y encendió mi espíritu. Tiene que ser de pensamiento puro ¿de qué, si no?



 

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