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                                                    ENSAYOS FILOSÓFICOS MENSUALES
                                                                         RECOPILACIÓN 03

Miguel Cobaleda
@MACCGL

#SíntesisTesis Colección de Ensayos Filosóficos breves

021 al 030




21-LA ÚNICA JUSTICIA JUSTA ES LA “JUSTICIA ALGEBRAICA”. δἱκαιος*dinámica
Miguel Cobaleda
01-11-2022


Como indica su apellido, la justicia algebraica no deja sin igualdad ningún acto humano; para la justicia algebraica todo acto humano es un acto moral –aunque no todo acto de los seres humanos, desde luego: no respirar, o parpadear, o los actos reflejos...–. Retribuye todo acto humano=moral hasta que su cuenta quede a cero, hasta que se equilibre la ecuación entre el debe y el haber. Claro que todo esto resulta infantilmente improcedente: imposible, pueril. Ahora bien, sin la justicia algebraica, lo que nos queda es la injusticia contralgebraica, que es lo que tenemos actualmente en nuestra sociedades. Puede ser que ésta –la rampante injusticia contralgebraica– no sea pueril, puede que sea la única actitud posible y que tengamos que seguir soportándola como venimos haciendo desde que el mundo es mundo.

A similitud con la Termodinámica y sus 3 (4) principios, desarrollo aquí una δἱκαιοςdinámica.

Principios de la “δἱκαιος*dinámica”:

Principio 0 prologal.- Si dos sistemas, uno con injusticia estructural, el otro con justicia estructural, se relacionan socialmente, tienden a igualar su “estatus dikaios” en una fusión de fondo estructural único en el que prevalece la injusticia. Una dialéctica posible parecería sugerir la igualación final del quantum de justicia y del quantum de injusticia; el desequilibrio es inmensamente más probable que el equilibrio, ya que éste último es una única posición infinitesimal, mientras que el desequilibrio, salvo esa posición, lo es todo. Como en términos de justicia/injusticia, la injusticia es el desequilibrio, el principio 0 postula que el equilibrio de la balanza final se dará en el terreno de la injusticia. En el contacto social entre ambas estructuras, la justicia se irá rebajando hacia injusticia más deprisa que la injusticia sublimando hacia justicia.

Primer Principio.- El impulso moral inherente a la naturaleza humana ni se crea ni se destruye en el curso de la historia, solamente se transforma. La justicia y la injusticia se aproximan a una equiparación final, aunque la justicia se degrade más deprisa de lo que la injusticia se sublima. Esto es, se transforman la una en la otra, aunque el quantum moral –no evaluado como tal– permanezca constante. La justicia inexistente es un deseo moral, la injusticia rampante es un hecho moral. Ese impulso no se crea ni se destruye, no lo podemos aumentar ni disminuir por medio ninguno que no sea terminar con la Humanidad. Pero se transforma, sus componentes se influyen, se suponen, se superponen, se imponen, se mezclan, a veces se sustituyen los unos a los otros. E incluso llegan a confundirse según quién relate el relato.

Segundo Principio.- Toda estructura social humana tiende hacia un máximo de injusticia, es la “αδικἱα”. La justicia algebraica, el equilibro absoluto, es un desideratum deseable, pero alcanzable sólo asintóticamente. A la αδικἱα se opone la tendencia moral hacia la justicia algebraica, que exige un enorme esfuerzo individual y social, que no es alcanzable en términos históricos actuales, pero que contiene un quantum de energía moral indestructible que se abre paso siempre, incluso en medio de los más tercos procesos de αδικἱα de la δἱκαιοςdinámica.

La injusticia contralgebraica, la desigualdad en términos morales o desigualdad ante la moral, es una αδικἱα creciente, cualquier proceso de interacción humana tiende a esa αδικἱα de forma natural y constante. La desigualdad –la injusticia como desigualdad– es el estado natural “de reposo” de las interacciones humanas, acaban en αδικἱα todas ellas en principio (de forma natural y según las tendencias naturales). Podría haber una razón en el hecho de que la desigualdad no exige por parte de los injustos mayor esfuerzo que seguir un impulso impreso en su naturaleza, mientras que exige por parte de los que reciben la injusticia un esfuerzo enorme para contener, primero, contrarrestar después y equilibrar finalmente la desigualdad sufrida. El derrotismo implícito en este Segundo Principio nos llevaría a suponer que la parte del Principio que se refiere a la tendencia moral hacia la justicia algebraica, está demás, o no es adecuada al argumento esencial de Principio mismo. Es decir, que la tendencia a la justicia algebraica tiene que ser explicada en términos de injusticia contralgebraica, ya que, de otro modo, queda sin explicación y sin sentido. En suma, que el Segundo Principio de la δἱκαιοςdinámica se refiere exclusivamente –sólo funciona, sólo es legítimo– en términos de injusticia. Filosóficamente analizado el asunto –y puesto que se trata de un asunto moral, netamente humano por tanto– justicia e injusticia no son diferentes en términos físicos, por muy distintos que lo sean en términos morales. Dice también este Segundo Principio: alcanzable la justicia algebraica solo “asintóticamente”. El término geométrico está bien elegido porque ese desideratum sólo será logrado cuando alcancemos –y si alcanzamos– ese estadio supra-humano del que he hablado con frecuencia. Pero es posible y es necesario.

Tercer Principio.- En la finalización de la historia (por acabamiento y desaparición, o por subida al siguiente nivel de sobre-humanidad), la αδικἱα será cero; pero estas dos alternativas son muy diferentes: si la injusticia acaba con la Humanidad, nos libraremos de la αδικἱα por el procedimiento de cortarle al enfermo la cabeza para acabar con la enfermedad. Si la entropía triunfa universalmente, la vida y la evolución habrán carecido de sentido. S la αδικἱα triunfa, la vida humana y la Humanidad como aventura moral también. Pero creo firmemente que ninguna vencerá.




22-NI ESTÁ NI SE LA ESPERA (LA CIENCIA)
Miguel Cobaleda
01-12-2022


Es opinión colectiva que, ante el ataque del SARS CvD2 a la salud global de la Humanidad, el papel salvador de la ciencia ha resplandecido con un brillo que produce a la vez gratitud y admiración, sus vacunas nos han permitido resistir el embate peor de su ataque, sí, con millones de muertos, pero también con millones de vidas salvadas. Por otra parte, y durante estos años de guerra sin cuartel, han aparecido en los medios multitud de expertos biólogos, virólogos, epidemiólogos. Nos han explicado lo relativo a los virus y a éste en particular, a las epidemias y a ésta en particular, a las proteínas y a la Spike protein en particular. Hemos descubierto que, sea cual sea el problema tremendo en que nos veamos envueltos, hay siempre una especie de “regimientos secretos de fuerzas especiales de la ciencia” que, aunque en tiempos de paz ignoremos su existencia, están preparados para la contingencia inesperada y, en el momento en que nos creemos derrotados, aparecen con su imponente formación de combate científico y cambian la balanza a nuestro favor.

Esto no es todo. Tenemos la impresión de que esa reserva de saber científico que nos ha salvado de la derrota, se ha crecido ante la dificultad actual, nos ha asistido no solamente con la sabiduría acumulada en tiempos anteriores, sino que ha sacado armas novedosas, una panoplia entera de recursos originales para frenar los ataques de este enemigo distinto.

Pues bien: todo eso es bastante discutible. La sensación de “nuevas formas de combate” que introduce el párrafo anterior, se debe sobre todo a la explosión de expertos en los medios de comunicación. Pero es más el ruido que las nueces. Aunque los profanos lo ignoremos, los astrónomos conocen miles de estrellas. Los botánicos conocen miles de vegetales. Los traumatólogos conocen los nombres de todos los huesos del cuerpo y todos los modos de fracturarlos, los entomólogos conocen nombres y características de un millón de especies de insectos. Y los biólogos se saben la estructura y función de miles de compuestos bioquímicos de todos los seres vivos. Pero son saberes sabidos, no conquistas recientes.

1) Supongamos que alguna estrella errante amenazara con caernos encima y convertir este planeta en un escombro: aparecerían montones de expertos astrónomos hablando de distancias inmensas de los astros cercanos. Algunos optimistas explicarían que las distancias astronómicas hacen imposible ese evento; los pesimistas dirían que “α del Centauro” está solamente a cuatro años de distancia.

[– ¡A cuatro años luz!

– Sí, pero quizá pueda caernos encima si viene más deprisa que la luz.

– ¡Imposible!, la física lo niega, nada se mueve más deprisa.

– Han sido postulados los taquiones... Y acaso la estrella no siga nuestra física...]


2) Supongamos que de repente las termitas nos declarasen la guerra. Aparecerían montones de expertos entomólogos hablando de su gregarismo irredento, su torpeza individual, su carencia de dirigentes estratégicos.

[– ¡Son trillones!

– Trillones de individuos sin cerebro.

– Peor aún, porque seguirán ciegamente, como una sola hormiga, las órdenes de sus mandos.

– Sólo se preocupan de poner huevos.

– Otros trillones más para sus ejércitos...]

¿Serían nuevos esos saberes de los astrónomos, de los entomólogos..? ¿Son nuevos los conocimientos que han prodigado en los medios los expertos virólogos, epidemiólogos, biólogos? No, no hay tales novedades, lo que dicen esos expertos son datos ya conocidos en su especialidad desde hace tiempo –aunque no los conociésemos los profanos–, saberes que se pueden encontrar en los libros de texto, (aunque parezcan originales las cataratas repentinas de datos que dichos expertos derraman sobre la audiencia). Si se analizan con detalle las explicaciones de los expertos en la pandemia:

1) Son muchos expertos y se contradicen con frecuencia los unos a los otros tanto en pesimismo como en optimismo, tanto en valoración del enemigo como en estima de nuestras defensas.

2) Cuando se ven obligados a fundamentar sus afirmaciones, acuden a la estadística: en pacientes de entre 50 y 80 años de edad, la efectividad demostrada es del 85%. O bien: no se puede garantizar una efectividad superior al 30% en grupos mayores de 80 años porque no hay estadísticas, ya que las muestras no reúnen suficientes individuos de estos grupos. Lo que ofrecen no son explicaciones científicas, sino datos numéricos.

3) Si explican, es lo que ellos saben y los profanos no, pero lo que saben es lo que sabían desde hace tiempo, no es aumento de conocimientos actuales, no es crecimiento o avance milagroso del progreso científico.

La principal novedad de la ciencia en esta guerra del SARS CvD2, es que las llamadas vacunas ya no son virus atenuados. En estas “vacunas” de ahora se trata de otra cosa, de usar el ARN mensajero para introducir instrucciones espurias que cambien el ADN y obliguen al organismo a crear remedos de las proteínas del virus, especialmente la Spike protein, la “llave” capaz de abrir las puertas de las células, para que la alarma sea muy intensa y las defensas del organismo se activen de forma inmediata cuando el virus real entre en el cuerpo. Aparte de esto no hay mucho más. [Caminamos por el amable bosque ingenuos y confiados, cuando nos alarma un rugido amenazante. El guía silencioso que viaja a nuestro lado nos habla con gran erudición de los murmullos generales de las florestas, desde el aullido inofensivo del macaco hasta el chasquido inocente de una rama. Como sus conocimientos estaban ocultos hasta ese momento y como nos ha tranquilizado su gran saber, es fácil suponer que su sabiduría es reciente, acaba de aparecer para defendernos, es una genial conquista que se ha producido milagrosamente ante nosotros...] Ahora bien, cuando el peligro sea nuevo y la amenaza inminente, ese saber obsoleto no servirá, necesitaremos un guía verdadero que tenga respuestas creadoras, tan originales como la amenaza reciente.

La ciencia actual no da la talla porque no es actual, es la misma de ayer. Si el SARS CvD2, en lugar de contagiar mucho y matar poco, hubiese contagiado mucho y matado más, habríamos estado completamente indefensos.





23-EL REMORDIMIENTO
Miguel Cobaleda
01-01-2023

RESUMEN.- El remordimiento no existe, es egoísmo y vanidad. Consiste en que el sujeto se diga a sí mismo: “Fue un momento especial, yo no soy así, no tengo la culpa de lo que me pasó, nunca antes me había pasado”. El delito –el pecado, el crimen, lo que fuere– no ha sido “hecho”, sino “padecido”. Ni es posible ni serviría para nada.

No es posible en el sentido que se le da habitualmente:

* Si consiste en una pose superficial, entonces no es auténtico, se trata solamente de una ficción burda para que el delincuente se maquille ante su propio espejo.

* Si consiste en una actitud auténtica, pero somera, de “pésame Señor haberos ofendido”, entonces se trata de una recuperación de la tranquilidad espiritual, de satisfacer el precio del producto para quedarse con la conciencia tranquila: “no he cometido delito puesto que me arrepiento del delito cometido”. Una burla ¿inconsciente?

* Si consiste en una actitud auténtica y profunda, de verdadera contrición, se trata de castigar la maldad que también tenemos dentro, cauterizarla, sanarla por medios quirúrgicos, cuanto más dolorosos más quirúrgicos, más curativos; para recuperar la dignidad perdida, aunque sea a costa de una cicatriz y de una amputación (esa cosa maligna que, por suerte, ya no tengo dentro). Todos son modos de egoísmo, de auto-sosiego, pues nos repugna nuestro propio comportamiento y solamente queremos limpiarnos de esa repugnancia, desollarnos si es preciso para arrancar de nosotros esa mancha inmunda (en cuyo caso el remordimiento es una quimioterapia de salvación propia, egoísta, porque la alternativa es la muerte, la auto-destrucción).

* Si fuese posible, tendría que ser una intelección diáfana, judicial, equilibrada; una volición decidida, determinada; y un sentimiento sin indultos.

** Una intelección diáfana, judicial, equilibrada.- Debería el delincuente juzgarse a sí mismo como le juzgaría un juez ajeno, desconocido y profesional: con los hechos desnudos sobre la mesa, midiendo los motivos en lo que son y valen. Sin conocerse por dentro como se conoce a sí mismo. Un atributo del juez justo e imparcial es que no conoce al reo como el reo se conoce a sí mismo, no puede ser parcial a su favor ni serlo en su contra. La ausencia de este requisito –que es imposible que se dé porque en el remordimiento es el reo su propio juez– es lo que hace imposible el tal remordimiento.

** Una volición determinada, decidida.- Esta condición sí puede darse, aunque siempre bajo sospecha y, por tanto, sin la pura desnudez judicial. Si el delincuente se es demasiado favorable, o si se es demasiado adversario, esa volición está contaminada.

** Un sentimiento sin indultos (y sin condenas sumarísimas; ni lo uno ni lo otro).- El sentimiento ¿puro? no es cosa de este mundo, siempre rema a favor de la corriente o en contra de ella, pero siempre rema, nunca está inmóvil. No se dice de los amantes, que van el uno hacia el otro “por las potencias oscuras”; no se dice de los amigos, aunque la amistad sea más limpia, porque siempre llevamos a abordo al reptil egoísta, al niño llorón, al compadre amiguista, al envidioso inevitable...; y no se dice de los padres a los hijos porque están protegiendo los genes y les comanda la especie, que sólo se ama a sí misma.

Y no serviría para nada (aunque a veces se pueda devolver el objeto del delito/ofensa y de hecho se devuelva):

* Puesto que no hay ningún sistema para volver al pasado, no existe el modo de deshacer lo hecho, de des-cometer el delito, de des-matar al asesinado, de des-ofender al ofendido. La esencia del delito permanece, sean cuales sean los métodos “ortopédicos” que se usen para justificar el remordimiento. (Devolver lo robado no borra el robo).

* Los partidarios del perdón, del remordimiento y similares, hablan de compensación, de castigo, de penitencia. Si estos sistemas fuesen operativos, lo primero que habría que hacer es establecer las equivalencias... y en eso difícilmente puede haber acuerdo. Los sistemas judiciales han sido tan diferentes en los distintos momento de la historia, y son tan diferentes ahora de unas naciones a otras, que queda bien clara la imposibilidad de ajustar un sistema de compensaciones que efectivamente concite un consenso general. Pero es que, incluso si se pudiera establecer tal equilibrio por consentimiento general, seguirían siendo de naturaleza totalmente distinta las compensaciones y los delitos. Robas 10, devuelves 10, pero no “des-robas” el robo. En cuanto a delitos cuya esencia impida la devolución, como la deshonra, la violencia, el asesinato... ¿Qué equivalencia sería “equivalente”?

El remordimiento es un simple acto de compraventa. No niego que se trate de un proceso moral, lo es por completo; lo que digo es que su nivel ético queda reducido a una transacción del delincuente con su delito, como comprar las bulas aquéllas que permitían comer carne cuando comer carne estaba prohibido. Es un acto moral, a mi juicio moralmente perverso porque condona delitos y, por ello, facilita que se sigan cometiendo. En mi opinión, en este asunto del remordimiento la única opción moralmente admisible sería que no tuviera que haberlo por el sistema de evitar el delito.




24-I-MEDITACIÓN DEL SALTAMONTES
Miguel Cobaleda
02-01-2023


He leído en Ortega [creo: me faltan los miles de libros de nuestra gran estantería del pasillo, que obstaculizaba las sillas de ruedas, y de los que nos han librado tan generosamente mis hijos, así que cito de memoria ¡mi mala memoria!. Pido disculpas si la cita yerra], en uno de sus maravillosos ejemplos didácticos, que al castizo saltamontes de nuestros campos se le disparan de repente sus zancajos posteriores, le catapultan de un sitio a otro y se encuentra de golpe, sin comerlo y sin beberlo, en medio de una realidad enteramente diferente, a la que tiene que enfrentarse de súbito si quiere sobrevivir a los nuevos enemigos. [Ejemplo mío: en el paisaje anterior su adversario peor era un chicuelo que cazaba saltamontes para martirizalos con mutilaciones diversas, así que el bicho pone agua de por medio saltando al otro lado del arroyuelo cercano, y se promete a sí mismo jamás hacer buenas migas con ese muchacho tan peligroso. Pero se sueltan sus zancajos y aparece en otro lugar y con otros enemigos: ahora un cierto pájaro insectívoro es la amenaza principal y ¡mire usted por donde!, el mozo es un aliado coyuntural porque con su tirachinas mata pájaros; de forma que el bicho traba alianza con el enemigo anterior al que odiaba]. Sería injusto suponerle al Caelífero un carácter mendaz y un afán cambiante: su objetivo es siempre el mismo, sobrevivir, y nunca cambia, lo que cambia es el paisaje y sus diferentes elementos.

Pues bien, cuando nuestro Amo es acusado de mentir como un bellaco y aliarse hoy con sus enemigos de ayer de los que juró que le quitaban el sueño, no es mentir su afán ni es cambiante su estrategia, lo que hace es defenderse de las amenazas presentes con los medios presentes, y seguramente ni siquiera recuerda la circunstancia anterior en que tuvo que enfrentarse a un peligro distinto y, por ello, con otros aliados que ahora ya no le sirven. Su propósito no cambia, es mantenerse en el Poder a toda costa, de forma que no se desdice hoy de lo dicho ayer, no se trata de eso y quizá no entienda las acusaciones. Antes esos populistas o esos sediciosos obstaculizan la confianza que espera de sus electores: abominó de ellos; ahora está en otro paisaje y esos populistas y esos sediciosos pueden darle la mayoría que precisa para alcanzar el Poder: los abraza, los ama y los mete en su gobierno. Él no ha cambiado; como el Rubio de LA MALQUERIDA, él siempre quiere lo mismo, mando; es el paisaje político el que cambia. No pretendo defenderle (es un imposible moral defender un carácter como ése y un imposible lógico justificar tal propósito), sólo pretendo explicarlo porque lo único que hacen los demás es alabarle o escupirle. Pero se trata simplemente de un insecto saltarín.

Otra cosa que se le reprocha es el nivel de los ministros (nunca mejor usado este término, opuesto a magis-tros=maestros) que nombra, a duras penas dotados de la capacidad de hacer la “o” con un canuto [tumban el canuto y les sale una raya], de forma que sus departamentos nunca resuelven los problemas propios de sus departamentos: su defensa de los trabajadores se salda con más paro, su defensa de la mujer se salda con excarcelaciones de violadores y maltratadores... Puede parecer un reproche válido, pero hay que mirar más de cerca. Veamos, si el problema es simple, lo mejor es avisar a un técnico: si tienes fugas de agua, avisar al fontanero; si tienes fiebre, tos, y te duelen las articulaciones, ir al médico... Pero cuando los problemas son de enorme complejidad e involucran millones de factores de difícil o imposible medición, entonces los técnicos no existen, es decir, cualquiera vale tanto como otro cualquiera y lo mejor es entregar el puesto a quien le debas favores o tengas que pedirle favores más adelante, a un socio o a un amigo. ¿Que no sabe, ni vale, ni sirve? ¿Que nombra ministra de ejes de carreta a una que ignora la invención de la rueda y piensa que “πἱ” es el sonido de un claxon; y ministro de degustación de café a uno que sólo ha probado la achicoria y cree que un cafetal es un árbol que da cápsulas?... ¿Y qué?... En cuestiones complejas –la Economía con sus intrincados laberintos, el Trabajo con sus confusos niveles jurídicos, la Sanidad con sus perentorias necesidades sociales, la Educación, cimiento del futuro...– nadie sabe nada, es decir: el que sí sabe mucho no lo hace mejor que el que no sabe nada. Nos asombra que estos ministerios –entregados a amiguetes o a amiguetes de amiguetes, indocumentados e ignaros– funcionen más o menos bien y no se hundan en la barbarie administrativa. Bueno, muchas veces sí se hunden –al humilde súbdito que le vayan dando–, pero otras veces los sostiene el protocolo habitual que funciona mecánicamente, o que los funcionarios medios lo hacen marchar renqueando, o que el sufrido ciudadano remedia como puede los rotos del sistema.

En definitiva, hacer ministros como quien hace pacas de vertedero, sin mirar el contenido de cada cual, es el medio más adecuado para premiar y/o conseguir lealtades, así que no tiene sentido nombrar técnicos cuya función no conseguirá tampoco mejorar el rendimiento, y con los que no se obtiene rédito electoral alguno: hay que entenderlo, caramba, si yo fuera el amo –los dioses no lo quieran– no pondría –cierto– a mi primo segundo de ministro del Medio Ambiente (siempre se interesa por el otro medio), pero sí que nombraría ministro de “Dudas y Perplejidades” a cierto colega que sólo hace preguntas y nunca proporciona respuestas.




24-II-LECCIÓN DE LÓGICA ELEMENTAL PARA LEGISLADORES(AS) APRESURADOS (AS)
Miguel Cobaleda
04-02-2023


Con motivo de la actualidad de una ley facturada por ignorantes (as) –“atletas sociales” que han dado el salto vertiginoso desde las máquinas registradoras hasta el Olimpo jurídico y que ni admiten que no saben, ni tienen tiempo para los consejos de los que sí saben– , ley que está desprotegiendo a las mujeres víctimas de violaciones y maltrato, al tiempo que beneficia a los violadores y maltratadores, se produce en los medios un debate intenso sobre todos los aspectos del desdichado adefesio jurídico, pero haciendo especial hincapié en dos de ellos: (a) la identificación maliciosa entre un delito mayor y un delito menor; y (b) la “voltereta” irracional que convierte la proposición “todos los violadores y maltratadores son hombres” en su inversa “todos los hombres son violadores y maltratadores”.

Veamos (sin tecnicismos):

En cuanto a (a), cuando –por ausencia de la capacidad legislativa – se identifica en un texto jurídico un delito menos grave –castigado con penas menores– con uno más grave castigado con penas mayores, se producen dos efectos perversos:

* por un lado se “asciende” al delincuente menor a un estadio más alto de delincuencia; del que ha agraviado a su mujer sin asomo de violencia física, hasta el grado de maldad del que la viola y golpea, adjudicando –al menos en la virtualidad de la intención legislativa– al delincuente menor un delito mayor.

* Por otro lado, el efecto perverso de que el delincuente mayor se beneficia del sistema de penas del delito menor, ya que toda una panoplia de sagrados principios jurídicos –ésos que desconocen los ignorantes (as)– aconsejan (obligan) que se castigue al delincuente con la pena menor, y no con la pena mayor, tipificada para ambos delitos.

En cuanto a (b), aquí va la lección elemental de lógica (para menor tecnicismo y dificultad, me serviré de la venerable lógica medieval, así como de fórmulas muy sencillas):


1) En una proposición (frase) universal, del tipo: “todos los pinos son árboles”, no se puede hacer una conversión simpliciter (sujeto a predicado, predicado a sujeto) del tipo: “todos los árboles son pinos”, porque el sujeto de una proposición universal supone con cantidad universal, mientras que el predicado supone con cantidad particular. Por ejemplo en la frase “todos los alemanes son europeos” está claro que nos referimos a TODOS los alemanes, pero no nos referimos a todos los europeos, sino solamente a aquella parte de los europeos que son los alemanes, no nos referimos a los europeos franceses, españoles, italianos, letones, húngaros, búlgaros..., que quedan fuera de nuestra proposición. Por ello, aunque estamos autorizados ¿? a cambiar el sujeto en predicado (si es cierto de todos, será cierto de algunos), no estamos autorizados a cambiar el predicado en sujeto, pues lo que es cierto de algunos (algunos europeos sí son alemanes), no es cierto de todos (los franceses no sólo no son alemanes sino que se enfadarían si alguien les acusara de tal cosa).

2) Las proposiciones universales se pueden representar (técnicamente la cosa es algo más compleja...) por medio del operador implicación, ya que si A implica B, eso quiere decir que ser A necesariamente significa que se es B.

A ➔ B; o AL (ser alemán) ➔ EU (ser europeo)

pero de ello no se puede deducir que:


B ➔ A; o que EU ➔ AL


En lógica binaria sencilla, los valores de A ➔ B son 1-0-1-1:

A B      A ➔ B
1 1           1
1 0           0
0 1           1
0 0           1


mientras que los de B ➔ A son distintos, 1-1-0-1:

A B      B ➔ A
1 1           1
1 0 1        1
0 1 0        0
0 0 1        1



O dicho de forma más precisa: la expresión meta-lingüística [(A➔B)➔(B➔A)] no es una tautología, no es una ley lógica (no siempre es verdadera para todos los valores de A y de B).


3) Por último no olvidemos la frase del filósofo y jurista Trasímaco de Calcedón, frase citada por Platón y que yo repito siempre que puedo: “Las leyes con instrumentos de los poderosos para oprimir a los débiles”.


25-UN TERMÓMETRO MUY GORDO
Miguel Cobaleda
01-03-2023


Antes, la mayoría de los termómetros clínicos –hoy prohibidos y retirados– consistían en pequeñas cantidades de mercurio metidas en tubos capilares de vidrio, los cuales tenían impresa en su pared exterior una escala graduada desde los 34º centígrados hasta, generalmente, los 42º. Los sistemas nuevos para la medición clínica de la temperatura corporal –o para pequeñas muestras de líquidos, sólidos, etc.– son termómetros digitales, basados la mayoría en termistores y transductores para recibir datos de temperatura y para traducirlos a un sistema binario que permita luego su presentación en pantalla.

[Supongamos que queremos medir la temperatura del agua contenida en un recipiente doméstico corriente, una olla que haga, por ejemplo, cuatro litros de capacidad; el sistema sería sencillo: introducir la varita de vidrio en el agua de la olla y esperar unos momentos mientras marca y se detiene. Pero nuestro ejemplo exige que vayamos poco a poco aumentando el tamaño del termómetro hasta convertirlo en un cilindro de tanto radio que quepa muy justito en la boca de la olla. Es entonces evidente que, si el cilindro en cuestión tiene una temperatura muy distinta del agua, siendo tan escasa la diferencia de volumen entre lo medido –el agua– y el objeto medidor –el termómetro– la temperatura de éste se volverá un obstáculo tremendo a la hora de confiar en el resultado, ya que un termómetro tan grande bajará la temperatura del agua cuando lo introduzcamos en ella por la escasa diferencia de tamaños].

Una segunda dificultad es que esos instrumentos de medida no son homogéneos con el parámetro que tratan de medir: miden temperaturas con longitudes. En este sentido, los termómetros digitales de la actualidad, con sus termistores, no están mejor, sino peor.

Desde que Heisenberg enunció en 1925 el Principio de Indeterminación –vulgarmente conocido como Principio de Incertidumbre–, sabemos que la mecánica cuántica no respeta en absoluto el status quo convencional del mundo macroscópico al que estamos habituados. Estamos, pues, ante la extraña despreocupación que la ciencia tiene por las dificultades teóricas que sus métodos presentan, dificultades insalvables muchas veces, irresueltas casi siempre o siempre, y que deberían haber paralizado la investigación científica al menos desde que Galileo decidió prescindir de la física aristotélica a como diese lugar. La ciencia actual mide, aunque la actividad métrica contiene problemas insolubles y no le importan nada los tales problemas. La ciencia actual se expresa en el lenguaje simbólico de las matemáticas, aunque las limitaciones demostradas por Gódel deberían producir cierta parálisis en esas traducciones que tan alegremente hace: ¿Por qué lo hace? ¿Por qué consigue resultados? ¿En realidad consigue resultados? ¿Los chismes tecnológicos son resultados de la investigación científica en el sentido de que la justifican? ¿Hay chismes tecnológicos nuevos vinculados a la investigación científica, o solamente hay magia?

Para responder a estas preguntas –al menos a algunas– es preciso admitir que cabe la posibilidad de que estemos ante una traslación del universo del discurso, y no sólo ante un cambio de paradigma estilo Khun. Vendrá bien un ejemplo pedagógico:

[Supongamos una conversación que tiene lugar a principios del siglo XX, digamos en el año 1901, “y también” en este mismo momento en que estamos, entre alguien que se encuentra en Europa y desea ir a América –por ejemplo Lisboa-Nueva York– para asistir a la boda de un hermano suyo, suceso del que, por una serie de circunstancias, se ha enterado tardísimo, con sólo un día de margen para poder acudir; y alguien que razona con él haciéndole ver que se trata de un imposible; los buques más rápidos tardan al menos seis días a toda máquina en cruzar el océano... El supuesto viajero le silencia con una simple frase “Pero ¿de qué hablas?... Voy a ir en avión, tengo ya el pasaje, me marcho al aeropuerto y en ocho horas estaré abrazando a mi hermano en su despedida de soltero”].

La ciencia actual responde a las preguntas formuladas como el viajero aéreo: sus procedimientos no tienen limitaciones metafísicas porque su universo real es físico y todos los supuestos de los que depende son inmanentes, intra-físicos, nunca meta-físicos.

Es ahora cuando cobra sentido la última pregunta: ¿no será todo esto alguna especie de magia?... En todo caso se trata, sin duda, de una cierta clase de juego. Nosotros descubrimos mediante evidencias no cuestionadas (aunque seguramente cuestionables, recordemos las geometrías no-euclídeas) los axiomas; proponemos los postulados; diseñamos los objetos elementales –términos, expresiones, etc.– del sistema; establecemos las leyes de deducción; escogemos las pruebas de validación de los resultados y, en general, describimos por completo la gramática del asunto. Luego partimos de nuestros axiomas, usamos nuestros postulados y reglas para ir deduciendo teoremas, y llegamos finalmente a conclusiones que validamos mediante las pruebas correspondientes. Esto es todo. ¿Que, de paso, resulta que la realidad material objetiva se ajusta “paralela” a nuestras conclusiones, que la col Romanesca ¡qué casualidad! cumple las formas de los fractales de Manldelbrot, que el bosón aparece cuando la teoría lo cita y es ¡pero qué amable! como tiene que ser?... Estupendo; mientras siga, usaremos el juego para explicar; cuando deje de explicar, cambiaremos de juego. Pero es un juego. Y carece de sentido pretender que haya instancias trascendentes que determinen su verdad más allá de nuestros axiomas, postulados y reglas.




26-PROHIBIR ES NO SER
Miguel Cobaleda
01-04-2023


Uno de los rasgos más acusados de la idiosincrasia de los amos españoles (amos, amitos, poderosos, poderositos...) es el gusto, el afán, incluso el ansia, de prohibir. Tanto en las altas instancias ministeriales y gubernativas, como en la presidencia de las comunidades de vecinos, pasando por la presidencia de las CCAA y por las alcaldías, quien más quien menos todo “amito” español que se precie no descansa hasta que no está en posición de prohibirle a alguien algo totalmente legítimo (por el contrario: cosas como matar, o violar, o traicionar y destruir patrias no suelen ser, en cambio, objeto de prohibiciones legislativas en esta extraña nación nuestra, sino más bien de indultos y gracias penitenciarias).

Uno de los ejemplos públicos más señeros es la Dirección General de Tráfico, organismo encargado, teóricamente, de regular el tráfico rodado; encargado, en el sentir general de la nación, de ayudar en carretera; en la realidad administrativa, por desgracia, encargado de aumentar su voluminoso reglamento sancionador. Cualquier conductor que haya circulado entre dos ciudades de España, pocas serán las señales de ayuda que haya encontrado –si alguna–, pero serán cientos las que le prohíben de todo, desde pasar de tal velocidad, de adelantar, de entrar por esta o la otra vía, de circular por este o aquel carril, etc., etc. Los reglamentos del tráfico rodado en España son compendios de normas prohibitorias y sancionadoras, casi nunca de ayuda a los viajeros, hasta el punto de que han convertido a la extraordinaria Guardia Civil de Tráfico, en lugar del organismo de ayuda que fue –tan aplaudido–, en un aparato administrativo sancionador que todos los conductores rehuyen temerosos, en lugar de buscarla y agradecerla cuando la encuentran en su camino.

El afán de prohibir se complementa –y éste es el aspecto más perverso del tema– con el poder sancionador, de forma que la frase que resuma el asunto podría ser así: “Si no aceptas que limite tu libertad con mis prohibiciones y las desobedeces, te multaré con cientos y hasta miles de euros y te restaré puntos de tu permiso de conducir, es decir, mutilaré tu libertad por otro procedimiento”.

De todos modos, no desentona esta DGT en el conjunto gubernativo de la nación española, sobre todo ahora que hay en el gobierno un grupo de autoras de leyes que han fabricado prodigios legislativos llenos de maravillas jurídicas, como prohibir matar ratas pero no embriones humanos, o defender a violadores pero no a sus víctimas.

Desde el punto de vista personal psicológico el asunto es muy sencillo: las mentes que se recrean sólo en prohibiciones y sanciones –nunca en ayuda, formación o guía– son almas carentes de sustancia espiritual, la ausencia de la cual deben sustituirla –para seguir respirando– por el gozo espurio que se siente cuando se destroza la libertad del otro. Es como una cojera psíquica que hay que disimular cortando trozos del libre arbitrio ajeno y usándolos como “calzos” para disfrazar la propia oquedad.

Todo ese nivel psicológico es la traducción exterior de una ausencia profunda, a nivel metafísico. Si sientes que toda tu realidad, lo que eres, va y viene a merced de las olas del tiempo sin raigambre, sin que el ancla esté fondeada en roca segura, y tu escaso calado moral y personal es insuficiente para sujetarte con fuerza entre el furioso oleaje del Ser, entonces puede que trates de torpedear la seguridad de otros más firmes, en la falsa creencia de que lo que les quitas de su derecho aumenta tu estabilidad, y la libertad que les niegas fundamenta tu vacío. Eres un pecio insustancial que se cree a salvo cuando contribuye al naufragio de otros más seguros.

Las almas verdaderamente grandes rehuyen el poder por la corrupción intrínseca que siempre comporta, pero si alguna urgencia social lo hace inevitable –de modo transitorio–, entonces lo usan para ayudar, dirigir, formar, fundamentar, encauzar... no para prohibir. Prohibir es un acto mutilador que siempre regresa hacia quien lo emite, exigiendo una explicación que lo justifique y fundamente. La soberbia y la prepotencia nunca tienen razones, porque las razones son simples avatares de la Razón Verdadera y ésta no se deja manipular por almas demasiado pequeñas para contenerla.





27-EL MONOTEÍSMO ES POLITEÍSTA
Miguel Cobaleda
01-05-2023


Pongamos el caso del Dios de los cristianos, que es UNO, unísimo, sí, pero también es triple o, como dicen los teólogos, Uno y Trino. Mas no se trata de discutir la unicidad del Dios Supremo ni tampoco de entrar en análisis teológicos del misterio de la Trinidad, sino de anotar la inmensa cantidad de “dioses menores” o subsidiarios, intercesores, o santos. Y de la necesidad psicológica de acudir a todos estos intermediarios en lugar de acudir a la Fuente misma de los favores que se solicitan o de las ayudas que se necesitan.

El sentimiento religioso nativo primigenio era el politeísmo naturalista, ni siquiera el panteísmo, ya que éste es una elaboración muy abstracta de teólogos y filósofos de la religión, la cual no concuerda en absoluto con ese sentimiento primitivo, muy pegado al terreno, digamos, muy de tú a tú con fuerzas naturales –desconocidas, poderosas, incluso feroces, pero muy próximas– a las que acudir con la veneración y el miedo que su potencia provoca, sí, pero también con la confianza de la vecindad; al fin y al cabo el trueno y el rayo es en mi valle donde retumban, el río es por mi valle por donde corre, el viento es en mi valle donde sopla y el sol recorre mi valle de este a oeste todos los días. Esa fragmentación del poder, al tiempo que el equilibrio de los poderes, significa que cada uno de ellos, por muy divinos que sean, son “de mi tamaño”, de mi escala. El politeísmo es la religión del cuerpo material, del hambre y del sueño, de la procreación, de la vida en su transcurso con los problemas menudos de cada día. Toda religión está vinculada, por supuesto, con la temporalidad y con la muerte: si fuésemos eternos e inmortales seríamos nosotros mismos nuestros propios dioses. Pero el monoteísmo es un artificio teologal muy elaborado, muy de la razón y del espíritu, poco corporiento. Cuando el alma se siente alma y puede prescindir del cuerpo porque sus necesidades están satisfechas, entonces es monoteísta, etérea, teológica, luz inmaterial; cuando el alma nota al cuerpo a su lado, doliente, hambriento, asustado, entonces es politeísta, terrosa, material, barro mojado.

Lo que sucede es que las religiones superiores, precisamente a causa de su monoteísmo, son susceptibles de un “estudio” que termina por “suplicar” politeísmos:

1) En cuanto al aspecto teologal, fundamentan su oficio con toda una serie de “verdades” teológicas, nacidas de los análisis profesionales que los eruditos tienen que hacer constantemente como parte natural de su trabajo.

2) En cuanto al aspecto ministerial, fundamentan su cargo unificando el proceso puramente religioso con el comportamiento moral. La moral así unida a la religión tiene que ser condigna de un Dios tan elevado, no puede consistir en pamplinas, ni puede tener carácter aleatorio o poco profesional. La única manera de conseguir esto consiste en hacer nacer de Dios mismo el catálogo de normas que, además, deben tener contenidos “suficientemente nobles”. Por lo cual, la religión monoteísta se ve inevitablemente vinculada, por un lado, a toda una serie de normas que son indiscutibles –en cuanto emanadas de la propia divinidad–; y por otro lado a dogmas teológicos igualmente indiscutibles que son los cimientos de la creencia auténtica. Por lo cual, los fieles humildes “se defienden”, digámoslo así, con un doble método:

a) Por un lado le vuelven la espalda a las dificultades dogmáticas sin despreciarlas, pero obviándolas sin discutirlas: “La Santa Madre Iglesia tiene doctores que te sabrán responder”. Y luego, ya a salvo de la posible heterodoxia, con formas de creencia popular que, si fuesen analizadas a fondo, se verían como herejías flagrantes, porque tratan al cristo de palo de la iglesia de su pueblo como al Cristo Mismo (no como a una imagen de Cristo), etc.

b) Por otro lado “interpretan” las normas de forma que se pueda convivir con ellas.

[En lo que hace a este punto, nada mejor que la siguiente anécdota –anécdota que me relató el periodista español Francisco Pablos–: en la procesión del Santo Patrón de la ciudad, alguien le susurró al Sr. Obispo que las prostitutas del puerto se habían unido muy fervorosas al final de la fila. Asombrado, incluso algo asustado, llamó secretamente a la que parecía más devota, y le hizo ver que, dada su pecaminosa profesión, no debían formar parte del cortejo, además de que no entendía tan contradictorio comportamiento. La respuesta de la mujer fue sencilla: “Será como usted dice, Sr. Obispo, que sabe más que yo de todo esto. Pero mire vuestra ‘inminencia’, estábamos tan mal que pensábamos cerrar el burdel y volvernos cada una a nuestro pueblo y a la vida miserable que allí nos esperaba; entonces le rezamos al Santo Patrón y le prometimos venir en la procesión si nos ayudaba. Bueno, pues esa semana atracó en el puerto la escuadra americana y hasta hemos podido comprar colchones nuevos”].

Seguramente el Santo Patrón, desde su sitio en la corte celestial, miraba con ternura a sus putas, llenas de fervor y penitencia. Por lo cual, el pueblo llano feligrés no teólogo, esto es, la gente, respetando, sí, los dogmas de suprema verdad, obedeciendo, sí, las normas de estricta exigencia, pero tratando a la vez de resolver sus problemas que esos dogmas y esas normas ni resuelven ni consuelan, se comporta en la práctica de forma politeísta, ya que, como al Dios Supremo no se le puede suplicar que mande a una escuadra extranjera para que sus marinos y marines vengan a follar pagando y nos saquen del hambre, se dirigen a un “dios menor” que acepta compromisos, que negocia, que pacta y que, en general, cumple lo pactado.




28-LA FAMOSA FRASE DE LORD ACTON
Miguel Cobaleda
01-06-2023


Ha sido repetida hasta la exageración la famosa frase de John Emerich Edward, Lord Acton (1834-1902) “El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”, tal como escribió en una de sus cartas. En la misma frase añade que los hombres poderosos suelen ser hombres malos. Esta frase es repetida siempre sin mayor análisis, como si los que la recuerdan, los que la repiten y los que la escuchan supieran de sobra de qué tipo de corrupción se habla: pues claro, la corrupción del poder que vuelve a los poderosos mentirosos, prepotentes, vanidosos, altaneros, traidores, insolidarios, y demás lindezas que los súbditos de todos los amos conocemos de primera mano. Pero, al parecer, nadie se ha molestado en analizar el concepto “corrupción” bajo otros supuestos, no sólo bajo la apariencia del poder, en la intimidad de esas almas hediondas. La corrupción que caracteriza al poder se extiende también a un territorio –no personal– del poder mismo, a la eficacia en el gobierno, a la competencia en la administración, gobernación y desarrollo de los negocios públicos. Y este aspecto es mucho más importante que si el amo es mentiroso, altanero, vanidoso y prepotente, que sí, claro, es todo eso que entra en la definición esencial del concepto “amo”, pero que sus actos como amo, aparte de mentir, enriquecerse y chulear, sus actos como gobernante y administrador de lo público son infinitamente más interesantes que los vicios de su alma miserable. Si es mentiroso, pero gobierna bien, si es altanero pero maneja con eficiencia los asuntos públicos, si es vanidoso hasta el ridículo pero eficaz en su gestión administrativa ¿qué le importan a los ciudadanos sus mentiras –pronto descubiertas–, sus chulerías –displicentemente despreciadas–, sus vanidades –siempre ridiculizadas–? Lo que cuenta es su competencia gubernativa, su eficacia administrativa, lo bien que marchan bajo su mando los asuntos públicos.

Las sociedades humanas se enfrentan constantemente con problemas enormes derivados de su propio camino histórico y de la complejidad de los tiempos y circunstancias. Para que los resuelvan y permitan que la sociedad avance nuevos pasos en su proceso temporal, necesitan una elite dirigente, una clase creadora capaz de resolver esos problemas y desatascar el bache momentáneo en que la sociedad se ha estancado. Si esa clase dirigente es verdaderamente creativa y resuelve problemas, el común del pueblo accede a seguirla con fervor y obediencia, permitiendo que se adorne con los privilegios del mando, mejor calidad de vida, mejores implementos materiales (palacios, coches de lujo, aviones, yates, protección, servidumbre...), y soporta con benevolencia sus petulancias y altanerías. Pero no es eso lo que sucede: la clase dirigente que acaso ha sido capaz de resolver algún problema inicial, enseguida se revela ineficiente, torpe, incapaz de seguir creando soluciones, pero conservando todos los beneficios de un poder que ya no merece. Es en ese momento cuando su ineficiencia se reviste de mentira, chulería, banalidad, prepotencia... porque no hay ningún contenido creador que sustente mejores atributos.

Lo que ha sucedido es que “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, esto es, una forma de corrupción distinta de los fétidos vicios personales de los amos. Se trata de que la corrupción del poder ha destruido la capacidad creadora de la minoría dirigente, ha descompuesto la estructura funcional y orgánica de su potencial de gestión y administración. Ahora esa clase, que fue altanera sí, pero eficiente, vanidosa pero creativa, se ha vuelto un instrumento roto, lleno de sarro y herrumbre, que ha dejado de valer para cualquier cometido importante, pero que no quiere renunciar a los oropeles del poder y del mando. El poder es una carcoma de la eficacia y pudre todo buen gobierno, porque consiste –su esencia es– en desviar los recursos (creativos sobre todo, no ya los materiales, que también) necesarios para el bien común, hacia los predios particulares de los poderosos concretos, de forma que en la mente enferma de los amos desaparece la imagen del colectivo al que deben servir, para superponerse su propia imagen privada. El poder destruye la creatividad –siempre solidaria por su propia naturaleza–, y maltrata las herramientas de las soluciones sociales porque emplea su potencial en tareas insolidarias, usa lo que fue creatividad y ya sólo es mando, para destruir: aborta, roba, maltrata, miente...

De que el poder corrompe tenemos ejemplos inmediatos: ministerios que protegen a la mujer soltando violadores y maltratadores; que protegen la propiedad defendiendo a los ladrones y a los okupas; que sostienen el trabajo aumentando hasta la exasperación el paro laboral; que pretenden mantener los privilegios que ya no merecen (la corrupción los ha destruido y son cadáveres que ignoran su condición, herramientas podridas que se parten al menor intento) mintiendo sobre verdades palmarias, sobre datos incontestables, sobre evidencias fehacientes, disfrazando la ineficiencia con arrogancia.

Antes o después, las sociedades queman esos esqueletos danzantes, echan a los cerdos las cenizas y promueven al poder a nuevas elites para que resuelvan nuevos problemas. ¡Pero tengan cuidado esos amos recientes!... porque “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

(Parte de las ideas de este ensayo se deben al filósofo e historiador inglés Arnold Joseph Toynbee).





29-EL CÍRCULO DE LA EXISTENCIA HUMANA
(De mi libro ANTROPOLOGÍA FANTÁSTICA)
Miguel Cobaleda
01-07-2023


La más dilatada longevidad no consiente al individuo humano concreto más horizonte familiar que dos o tres generaciones por encima y otras dos o tres por debajo de su concreta existencia, en lo que se refiere al dilatado proceso de su entera estirpe. Dichoso el que, habiendo conocido a sus padres, abuelos y bisabuelos, conoce a sus hijos, nietos y bisnietos. Y estaríamos tomando el término ‘generaciones’ en un sentido especial. Nuestro uso del término supone que se darían al tiempo dos circunstancias: el hecho de una procreación muy temprana y la regularidad de ese comportamiento a lo largo de toda la serie, unidas además a la conveniente longevidad de los miembros de las distintas generaciones. Si queremos atenernos a un modelo plausible, lo mejor es que pensemos en dos generaciones antecesoras y dos generaciones sucesoras, cinco en total contando con la generación del centro: ése es el horizonte vital que rodea la vida humana, el círculo del ‘paisaje de sangre’ que un individuo de la especie puede tener ‘al tiempo en su mente’, el minúsculo lago purpúreo que momentáneamente se remansa del río ancestral de su estirpe.

Más allá, pues, de nuestros bisabuelos y de nuestros bisnietos se puede decir, en resumen, que no hemos existido. En efecto, es como si, en medio de la niebla espesa y general de la existencia humana, un grumo de esa masa informe cobrase poco a poco configuración, sustancia, perfil diseñado y reconocible, hasta hacerse –entresacado del oscuro medio que lo circunda– nuestro propio rostro que se va concretando en las líneas de los antepasados que nos prefiguran. Ese proceso acaba produciendo, ya ahora de modo firme, contundente, nítido, este ser concreto que nosotros somos y que dura un breve instante para enseguida comenzar a desleírse, a desdibujarse en los ángulos de los descendientes que nos desfiguran hasta volver poco a poco a la niebla general de que saliera. Vano sería pedirle a poder ninguno del tiempo anterior o del posterior a episodio tan efímero que lo anticipe o lo recuerde. Y como incesantemente, infinitamente, esos vagos fantasmas están de continuo apareciendo y desapareciendo a miles, a millones, a miles de millones, ni memoria ni registro se guarda de esa –acaso soñada– secuencia de fugacidades. Existimos ahora, si existimos. Ayer, mañana: ni siquiera ellos mismos existen.

Es la fantasía, como siempre, la que nos procura cierta salida mental para que no nos agobie la claustrofobia de una prisión generacional tan reducida. Imaginamos una continuidad con remotas gentes de épocas pasadas de cuya existencia sabemos por la historia y a cuya ‘estirpe’ nos adherimos como si realmente todos los antepasados fuesen nuestros antepasados. ¿Qué es lo que importa, lo que nos importa? ¿El largo y poderoso río de la sangre, esto es, el conjunto de genes y su inmensa cantidad de posibles combinaciones, las múltiples dimensiones encerradas en su potencialidad? ¿O solamente esta combinación concreta, irrepetible y única que es el nosotros individual? ¿La partida entera o la precisa jugada que nos define? ¿La línea infinita sin principio ni fin o el punto que la corta, divide, condensa y resume?

Otro misterio –trampa de la naturaleza que ha inventado la especie pero que no ha inventado el individuo, corolario despreciable al que no le presta atención– es que el inmenso amor que se le puede tener a un hijo, ya sea real, ya sea imaginado, presentido, deseado, pueda irse convirtiendo en el cariño –fuerte, sí, pero otra cosa– que se le tiene a un nieto; y luego en el afecto borroso de ese extraño bisnieto que perturba en raras ocasiones nuestra atención a los achaques y los dolores. Los tataranietos, por definición, no existen.

Así como el paisaje circular que nuestra mirada dibuja sobre la gris pelota plomiza del planeta es un continuo, un inmediato indistinguible del centro en que el ojo lo perfila, así esas cuatro generaciones, esas cinco, por nuestro amor son dibujadas en el río incesante de la raza y se condensan, se son, en un único ser que ese amor construye para superponerlo encima de la desnuda piel del tiempo, pelada del hombre, inhumana, transparente duración sin contenido hasta que la ternura de los hombres la maquilla de carne palpitante y entrelazada. Dice Marcel en un hermoso apéndice de su Diario Metafísico, que la existencia es la continuidad de mi cuerpo con los otros cuerpos: sea lo que sea este yo que soy yo, un trozo de carne soy, contiguo al trozo de mis padres y mis hijos, almado por los mismos códigos, trenzado por las mismas fibras; cuando mueve mi voluntad el músculo del alma, mis ancestros y mis vástagos hacen el gesto; con su amor propio yo les amo, yo no me amaría si ellos no me amasen, cuando me olvidan me olvido, me desdibujo, me transparento, a mi través se trasluce de nuevo la pelada piel del tiempo. Y los seres que te ayudan a desplegar la obra de amor de tu linaje ¿de qué otra materia están hechos sino del amor mismo que te fecunda? Sin olvidarme ahora del místico africano (Plotino) que argumenta a favor de esta sencilla y verídica tesis, reconozco que no sé si hemos empezado siendo uno o hemos llegado a serlo: superponer lo humano sobre la trama calva de la duración no puede hacerse sin que el amor uno se haga dos y el amor dos se haga uno, sucesos que son el mismo y en los cuales consiste la aventura del hombre sobre-a-través de los tejidos de la historia. En esta burbuja mínima –a salvo de la eternidad– yo estoy cómodo y caliente.




30-LA CULTURA QUE NOS DEFINE
(De mi libro ANTROPOLOGÍA FANTÁSTICA)
Miguel Cobaleda
01-08-2023

La razón de que contemplemos con desprecio a los representantes de las culturas primitivas, nosotros los occidentales del siglo XXI, con aires de superioridad, marginando, infravalorando, un médico de Bethesda a un indio navajo, un abogado de Harvard a un hechicero yaqui, un doctor por Salamanca a un aborigen australiano, es que los occidentales modernos somos unos ignorantes, no que nuestras referencias culturales sean superiores a las suyas.

Un artista australiano aborigen, por cuya mano se expresa, por cuya imaginación discurre la corriente impetuosa del arte milenario que llega desde los tiempos del sueño, tiene con su cultura una relación completa, de suprema identidad, de amorosa contradanza en que él es lo que su cultura representa y su cultura es lo que él interpreta. Mientras que el cultísimo abogado o el doctor eximio no conocen, ni controlan, ni expresan parte significativa alguna de su cultura nativa. ¿El más sabio y erudito de los estudiosos occidentales domina y conoce el UNO POR MIL MILLONES de nuestros saberes...? Ni siquiera. Hace mucho tiempo que nuestra cultura nos ha dejado tan atrás, que ya la hemos perdido de vista –se ha olvidado por completo de nosotros en su velocísima carrera hacia ninguna parte–. Somos simples apretadores de botones, confiamos en que las leyes de la física se sigan cumpliendo con la misma ingenuidad y mucha menos comprensión con que el antepasado ancestral confiaba ver cumplidos los pactos entre él y sus dioses; pero ese remoto pariente –o su correlato actual en las tribus supervivientes– eran –son– substancia de su propia cultura, que en ellos se concreta y vive, mientras que nosotros solamente tenemos, para relacionarnos con la nuestra, la tosca naturalidad del que vive junto al inmenso lago de abismal profundidad y cree conocerlo porque surca sobre un bote el trozo orillero de la superficie, sin intuir siquiera los misterios y maravillas que encierra en sus honduras. Lo que sabe y conoce nuestra inteligencia es un acotado y breve trozo, circular acaso, de todo lo que sería posible saber y que ‘alguien’ sabe. Ha llegado el momento de decir que el conjunto total de saberes a que alcanza en la vida una inteligencia humana, es también limitado, circular, finito, paisaje gris, brumoso y entreverado de nieblas. Porque en este asunto del saber no solamente la esfera de nuestros ejemplo es de radio menor, sino que los elementos que encierra su contorno vagan imprecisos –flotan a la deriva– en un mar desorientado y sin puntos cardinales.

Sin restar lo que el olvido desdibuja de lo que supimos un día y otro día dejamos de saber, al contrario: sumando todo lo que nuestro entendimiento haya comprendido desde que comenzamos a pensar, el conjunto de nuestros saberes es siempre un trozo mínimo de red desgarrada y abierta por la que se escapa constantemente el pez escurridizo de la verdadera sabiduría. Acabo de decir que los elementos de nuestra sapiencia flotan a la deriva –se entiende, pues, que sueltos– y ahora digo que, aunque rasgada y mínima, forman una red. Las dos cosas son ciertas y las dos definen la pobreza y pequeñez del saber humano en su dimensión personal individual. Sabemos lo poco que nos ha ido llegando y que hemos conseguido entender/asimilar, venido desde instancias diversas, generalmente aislado y sin lazos de conexión que lo integren en una totalidad de sentido coherente; a veces de nuestra enseñanza infantil, dispersa también en materias, libros y maestros diversos; a veces de la oleada de mensajes interesados con que la publicidad mercantil, política y social nos bombardea; a veces –las menos, para mucha gente ninguna– de nuestra propia reflexión y estudio. Mas luego que llegan hasta nosotros, y pues que somos mentes sometidas más o menos a las leyes de la lógica y de la coherencia intelectual, se integran –mejor sería decir ‘se adhieren’– en una red que la propia inteligencia traza para dotar de sentido, de concatenación estructurada, a esas moléculas de saber que de otro modo serían presas solitarias de los feroces depredadores del olvido y la locura.

La red misma es algo artificial y extrínseco a los propios elementos, pero al menos constituye para el sujeto una globalidad de coherencia en la que se reconoce, con la que ‘puede pensar’ y a la cual puede referirse para situar los nuevos recursos que le vayan llegando. Con esa pobre almadía toscamente amarrada por las lianas del ir viviendo debe el hombre moderno sobrevivir en el océano de la enorme cultura acumulada, de la cual únicamente nota los embates furiosos que la misma mole inmensa promueve por su sola presencia masiva. ¿Qué puede hacer para que el oleaje no le destruya en un naufragio de oscuridad y pecios sueltos de quebrada cordura?... ¿Imaginar que cada cresta del desmedido maremoto que le envuelve es orilla y puerto y bita segura a la que atracar su navecilla?... ¿Dejarse ir a sabiendas de que “sólo sabe que no sabe nada”?... ¿Resignarse a coleccionar los pocos memes que le lleguen y a pegarlos por orden cronológico en el álbum escuálido de su memoria?... Los mejores de nosotros somos niños hambrientos con un hambre que nunca puede ser saciada. Y los peores ni siquiera tenemos hambre, pasamos ante el inacabable alimento con eructos de hastío y el regusto de acabar de masticar ahora mismo la nada de nuestra ignorancia.


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