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ENSAYOS FILOSÓFICOS MENSUALES
RECOPILACIÓN 03
Miguel Cobaleda
@MACCGL
#SíntesisTesis Colección de Ensayos Filosóficos breves
021 al 030
21-LA ÚNICA JUSTICIA JUSTA ES LA
“JUSTICIA ALGEBRAICA”. δἱκαιος*dinámica
Miguel Cobaleda
01-11-2022
Como indica su apellido, la justicia algebraica no deja sin igualdad ningún acto
humano; para la justicia algebraica todo acto humano es un acto moral –aunque no
todo acto de los seres humanos, desde luego: no respirar, o parpadear, o los
actos reflejos...–. Retribuye todo acto humano=moral hasta que su cuenta quede a
cero, hasta que se equilibre la ecuación entre el debe y el haber. Claro que
todo esto resulta infantilmente improcedente: imposible, pueril. Ahora bien, sin
la justicia algebraica, lo que nos queda es la injusticia contralgebraica, que
es lo que tenemos actualmente en nuestra sociedades. Puede ser que ésta –la
rampante injusticia contralgebraica– no sea pueril, puede que sea la única
actitud posible y que tengamos que seguir soportándola como venimos haciendo
desde que el mundo es mundo.
A similitud con la Termodinámica y sus 3 (4) principios, desarrollo aquí una
δἱκαιοςdinámica.
Principios de la “δἱκαιος*dinámica”:
Principio 0 prologal.- Si dos sistemas, uno con injusticia estructural, el otro
con justicia estructural, se relacionan socialmente, tienden a igualar su
“estatus dikaios” en una fusión de fondo estructural único en el que prevalece
la injusticia. Una dialéctica posible parecería sugerir la igualación final del
quantum de justicia y del quantum de injusticia; el desequilibrio es
inmensamente más probable que el equilibrio, ya que éste último es una única
posición infinitesimal, mientras que el desequilibrio, salvo esa posición, lo es
todo. Como en términos de justicia/injusticia, la injusticia es el
desequilibrio, el principio 0 postula que el equilibrio de la balanza final se
dará en el terreno de la injusticia. En el contacto social entre ambas
estructuras, la justicia se irá rebajando hacia injusticia más deprisa que la
injusticia sublimando hacia justicia.
Primer Principio.- El impulso moral inherente a la naturaleza humana ni se crea
ni se destruye en el curso de la historia, solamente se transforma. La justicia
y la injusticia se aproximan a una equiparación final, aunque la justicia se
degrade más deprisa de lo que la injusticia se sublima. Esto es, se transforman
la una en la otra, aunque el quantum moral –no evaluado como tal– permanezca
constante. La justicia inexistente es un deseo moral, la injusticia rampante es
un hecho moral. Ese impulso no se crea ni se destruye, no lo podemos aumentar ni
disminuir por medio ninguno que no sea terminar con la Humanidad. Pero se
transforma, sus componentes se influyen, se suponen, se superponen, se imponen,
se mezclan, a veces se sustituyen los unos a los otros. E incluso llegan a
confundirse según quién relate el relato.
Segundo Principio.- Toda estructura social humana tiende hacia un máximo de
injusticia, es la “αδικἱα”. La justicia algebraica, el equilibro absoluto, es un
desideratum deseable, pero alcanzable sólo asintóticamente. A la αδικἱα se opone
la tendencia moral hacia la justicia algebraica, que exige un enorme esfuerzo
individual y social, que no es alcanzable en términos históricos actuales, pero
que contiene un quantum de energía moral indestructible que se abre paso
siempre, incluso en medio de los más tercos procesos de αδικἱα de la
δἱκαιοςdinámica.
La injusticia contralgebraica, la desigualdad en términos morales o desigualdad
ante la moral, es una αδικἱα creciente, cualquier proceso de interacción humana
tiende a esa αδικἱα de forma natural y constante. La desigualdad –la injusticia
como desigualdad– es el estado natural “de reposo” de las interacciones humanas,
acaban en αδικἱα todas ellas en principio (de forma natural y según las
tendencias naturales). Podría haber una razón en el hecho de que la desigualdad
no exige por parte de los injustos mayor esfuerzo que seguir un impulso impreso
en su naturaleza, mientras que exige por parte de los que reciben la injusticia
un esfuerzo enorme para contener, primero, contrarrestar después y equilibrar
finalmente la desigualdad sufrida. El derrotismo implícito en este Segundo
Principio nos llevaría a suponer que la parte del Principio que se refiere a la
tendencia moral hacia la justicia algebraica, está demás, o no es adecuada al
argumento esencial de Principio mismo. Es decir, que la tendencia a la justicia
algebraica tiene que ser explicada en términos de injusticia contralgebraica, ya
que, de otro modo, queda sin explicación y sin sentido. En suma, que el Segundo
Principio de la δἱκαιοςdinámica se refiere exclusivamente –sólo funciona, sólo
es legítimo– en términos de injusticia. Filosóficamente analizado el asunto –y
puesto que se trata de un asunto moral, netamente humano por tanto– justicia e
injusticia no son diferentes en términos físicos, por muy distintos que lo sean
en términos morales. Dice también este Segundo Principio: alcanzable la justicia
algebraica solo “asintóticamente”. El término geométrico está bien elegido
porque ese desideratum sólo será logrado cuando alcancemos –y si alcanzamos– ese
estadio supra-humano del que he hablado con frecuencia. Pero es posible y es
necesario.
Tercer Principio.- En la finalización de la historia (por acabamiento y
desaparición, o por subida al siguiente nivel de sobre-humanidad), la αδικἱα
será cero; pero estas dos alternativas son muy diferentes: si la injusticia
acaba con la Humanidad, nos libraremos de la αδικἱα por el procedimiento de
cortarle al enfermo la cabeza para acabar con la enfermedad. Si la entropía
triunfa universalmente, la vida y la evolución habrán carecido de sentido. S la
αδικἱα triunfa, la vida humana y la Humanidad como aventura moral también. Pero
creo firmemente que ninguna vencerá.
22-NI ESTÁ NI SE LA ESPERA (LA CIENCIA)
Miguel Cobaleda
01-12-2022
Es opinión colectiva que, ante el ataque del SARS CvD2 a la salud global de la
Humanidad, el papel salvador de la ciencia ha resplandecido con un brillo que
produce a la vez gratitud y admiración, sus vacunas nos han permitido resistir
el embate peor de su ataque, sí, con millones de muertos, pero también con
millones de vidas salvadas. Por otra parte, y durante estos años de guerra sin
cuartel, han aparecido en los medios multitud de expertos biólogos, virólogos,
epidemiólogos. Nos han explicado lo relativo a los virus y a éste en particular,
a las epidemias y a ésta en particular, a las proteínas y a la Spike protein en
particular. Hemos descubierto que, sea cual sea el problema tremendo en que nos
veamos envueltos, hay siempre una especie de “regimientos secretos de fuerzas
especiales de la ciencia” que, aunque en tiempos de paz ignoremos su existencia,
están preparados para la contingencia inesperada y, en el momento en que nos
creemos derrotados, aparecen con su imponente formación de combate científico y
cambian la balanza a nuestro favor.
Esto no es todo. Tenemos la impresión de que esa reserva de saber científico que
nos ha salvado de la derrota, se ha crecido ante la dificultad actual, nos ha
asistido no solamente con la sabiduría acumulada en tiempos anteriores, sino que
ha sacado armas novedosas, una panoplia entera de recursos originales para
frenar los ataques de este enemigo distinto.
Pues bien: todo eso es bastante discutible. La sensación de “nuevas formas de
combate” que introduce el párrafo anterior, se debe sobre todo a la explosión de
expertos en los medios de comunicación. Pero es más el ruido que las nueces.
Aunque los profanos lo ignoremos, los astrónomos conocen miles de estrellas. Los
botánicos conocen miles de vegetales. Los traumatólogos conocen los nombres de
todos los huesos del cuerpo y todos los modos de fracturarlos, los entomólogos
conocen nombres y características de un millón de especies de insectos. Y los
biólogos se saben la estructura y función de miles de compuestos bioquímicos de
todos los seres vivos. Pero son saberes sabidos, no conquistas recientes.
1) Supongamos que alguna estrella errante amenazara con caernos encima y
convertir este planeta en un escombro: aparecerían montones de expertos
astrónomos hablando de distancias inmensas de los astros cercanos. Algunos
optimistas explicarían que las distancias astronómicas hacen imposible ese
evento; los pesimistas dirían que “α del Centauro” está solamente a cuatro años
de distancia.
[– ¡A cuatro años luz!
– Sí, pero quizá pueda caernos encima si viene más deprisa que la luz.
– ¡Imposible!, la física lo niega, nada se mueve más deprisa.
– Han sido postulados los taquiones... Y acaso la estrella no siga nuestra
física...]
2) Supongamos que de repente las termitas nos declarasen la guerra. Aparecerían
montones de expertos entomólogos hablando de su gregarismo irredento, su torpeza
individual, su carencia de dirigentes estratégicos.
[– ¡Son trillones!
– Trillones de individuos sin cerebro.
– Peor aún, porque seguirán ciegamente, como una sola hormiga, las órdenes de
sus mandos.
– Sólo se preocupan de poner huevos.
– Otros trillones más para sus ejércitos...]
¿Serían nuevos esos saberes de los astrónomos, de los entomólogos..? ¿Son nuevos
los conocimientos que han prodigado en los medios los expertos virólogos,
epidemiólogos, biólogos? No, no hay tales novedades, lo que dicen esos expertos
son datos ya conocidos en su especialidad desde hace tiempo –aunque no los
conociésemos los profanos–, saberes que se pueden encontrar en los libros de
texto, (aunque parezcan originales las cataratas repentinas de datos que dichos
expertos derraman sobre la audiencia). Si se analizan con detalle las
explicaciones de los expertos en la pandemia:
1) Son muchos expertos y se contradicen con frecuencia los unos a los otros
tanto en pesimismo como en optimismo, tanto en valoración del enemigo como en
estima de nuestras defensas.
2) Cuando se ven obligados a fundamentar sus afirmaciones, acuden a la
estadística: en pacientes de entre 50 y 80 años de edad, la efectividad
demostrada es del 85%. O bien: no se puede garantizar una efectividad superior
al 30% en grupos mayores de 80 años porque no hay estadísticas, ya que las
muestras no reúnen suficientes individuos de estos grupos. Lo que ofrecen no son
explicaciones científicas, sino datos numéricos.
3) Si explican, es lo que ellos saben y los profanos no, pero lo que saben es lo
que sabían desde hace tiempo, no es aumento de conocimientos actuales, no es
crecimiento o avance milagroso del progreso científico.
La principal novedad de la ciencia en esta guerra del SARS CvD2, es que las
llamadas vacunas ya no son virus atenuados. En estas “vacunas” de ahora se trata
de otra cosa, de usar el ARN mensajero para introducir instrucciones espurias
que cambien el ADN y obliguen al organismo a crear remedos de las proteínas del
virus, especialmente la Spike protein, la “llave” capaz de abrir las puertas de
las células, para que la alarma sea muy intensa y las defensas del organismo se
activen de forma inmediata cuando el virus real entre en el cuerpo. Aparte de
esto no hay mucho más. [Caminamos por el amable bosque ingenuos y confiados,
cuando nos alarma un rugido amenazante. El guía silencioso que viaja a nuestro
lado nos habla con gran erudición de los murmullos generales de las florestas,
desde el aullido inofensivo del macaco hasta el chasquido inocente de una rama.
Como sus conocimientos estaban ocultos hasta ese momento y como nos ha
tranquilizado su gran saber, es fácil suponer que su sabiduría es reciente,
acaba de aparecer para defendernos, es una genial conquista que se ha producido
milagrosamente ante nosotros...] Ahora bien, cuando el peligro sea nuevo y la
amenaza inminente, ese saber obsoleto no servirá, necesitaremos un guía
verdadero que tenga respuestas creadoras, tan originales como la amenaza
reciente.
La ciencia actual no da la talla porque no es actual, es la misma de ayer. Si el
SARS CvD2, en lugar de contagiar mucho y matar poco, hubiese contagiado mucho y
matado más, habríamos estado completamente indefensos.
23-EL REMORDIMIENTO
Miguel Cobaleda
01-01-2023
RESUMEN.- El remordimiento no existe, es egoísmo y vanidad. Consiste en que el
sujeto se diga a sí mismo: “Fue un momento especial, yo no soy así, no tengo la
culpa de lo que me pasó, nunca antes me había pasado”. El delito –el pecado, el
crimen, lo que fuere– no ha sido “hecho”, sino “padecido”. Ni es posible ni
serviría para nada.
No es posible en el sentido que se le da habitualmente:
* Si consiste en una pose superficial, entonces no es auténtico, se trata
solamente de una ficción burda para que el delincuente se maquille ante su
propio espejo.
* Si consiste en una actitud auténtica, pero somera, de “pésame Señor haberos
ofendido”, entonces se trata de una recuperación de la tranquilidad espiritual,
de satisfacer el precio del producto para quedarse con la conciencia tranquila:
“no he cometido delito puesto que me arrepiento del delito cometido”. Una burla
¿inconsciente?
* Si consiste en una actitud auténtica y profunda, de verdadera contrición, se
trata de castigar la maldad que también tenemos dentro, cauterizarla, sanarla
por medios quirúrgicos, cuanto más dolorosos más quirúrgicos, más curativos;
para recuperar la dignidad perdida, aunque sea a costa de una cicatriz y de una
amputación (esa cosa maligna que, por suerte, ya no tengo dentro). Todos son
modos de egoísmo, de auto-sosiego, pues nos repugna nuestro propio
comportamiento y solamente queremos limpiarnos de esa repugnancia, desollarnos
si es preciso para arrancar de nosotros esa mancha inmunda (en cuyo caso el
remordimiento es una quimioterapia de salvación propia, egoísta, porque la
alternativa es la muerte, la auto-destrucción).
* Si fuese posible, tendría que ser una intelección diáfana, judicial,
equilibrada; una volición decidida, determinada; y un sentimiento sin indultos.
** Una intelección diáfana, judicial, equilibrada.- Debería el delincuente
juzgarse a sí mismo como le juzgaría un juez ajeno, desconocido y profesional:
con los hechos desnudos sobre la mesa, midiendo los motivos en lo que son y
valen. Sin conocerse por dentro como se conoce a sí mismo. Un atributo del juez
justo e imparcial es que no conoce al reo como el reo se conoce a sí mismo, no
puede ser parcial a su favor ni serlo en su contra. La ausencia de este
requisito –que es imposible que se dé porque en el remordimiento es el reo su
propio juez– es lo que hace imposible el tal remordimiento.
** Una volición determinada, decidida.- Esta condición sí puede darse, aunque
siempre bajo sospecha y, por tanto, sin la pura desnudez judicial. Si el
delincuente se es demasiado favorable, o si se es demasiado adversario, esa
volición está contaminada.
** Un sentimiento sin indultos (y sin condenas sumarísimas; ni lo uno ni lo
otro).- El sentimiento ¿puro? no es cosa de este mundo, siempre rema a favor de
la corriente o en contra de ella, pero siempre rema, nunca está inmóvil. No se
dice de los amantes, que van el uno hacia el otro “por las potencias oscuras”;
no se dice de los amigos, aunque la amistad sea más limpia, porque siempre
llevamos a abordo al reptil egoísta, al niño llorón, al compadre amiguista, al
envidioso inevitable...; y no se dice de los padres a los hijos porque están
protegiendo los genes y les comanda la especie, que sólo se ama a sí misma.
Y no serviría para nada (aunque a veces se pueda devolver el objeto del
delito/ofensa y de hecho se devuelva):
* Puesto que no hay ningún sistema para volver al pasado, no existe el modo de
deshacer lo hecho, de des-cometer el delito, de des-matar al asesinado, de
des-ofender al ofendido. La esencia del delito permanece, sean cuales sean los
métodos “ortopédicos” que se usen para justificar el remordimiento. (Devolver lo
robado no borra el robo).
* Los partidarios del perdón, del remordimiento y similares, hablan de
compensación, de castigo, de penitencia. Si estos sistemas fuesen operativos, lo
primero que habría que hacer es establecer las equivalencias... y en eso
difícilmente puede haber acuerdo. Los sistemas judiciales han sido tan
diferentes en los distintos momento de la historia, y son tan diferentes ahora
de unas naciones a otras, que queda bien clara la imposibilidad de ajustar un
sistema de compensaciones que efectivamente concite un consenso general. Pero es
que, incluso si se pudiera establecer tal equilibrio por consentimiento general,
seguirían siendo de naturaleza totalmente distinta las compensaciones y los
delitos. Robas 10, devuelves 10, pero no “des-robas” el robo. En cuanto a
delitos cuya esencia impida la devolución, como la deshonra, la violencia, el
asesinato... ¿Qué equivalencia sería “equivalente”?
El remordimiento es un simple acto de compraventa. No niego que se trate de un
proceso moral, lo es por completo; lo que digo es que su nivel ético queda
reducido a una transacción del delincuente con su delito, como comprar las bulas
aquéllas que permitían comer carne cuando comer carne estaba prohibido. Es un
acto moral, a mi juicio moralmente perverso porque condona delitos y, por ello,
facilita que se sigan cometiendo. En mi opinión, en este asunto del
remordimiento la única opción moralmente admisible sería que no tuviera que
haberlo por el sistema de evitar el delito.
24-I-MEDITACIÓN DEL SALTAMONTES
Miguel Cobaleda
02-01-2023
He leído en Ortega [creo: me faltan los miles de libros de nuestra gran
estantería del pasillo, que obstaculizaba las sillas de ruedas, y de los que nos
han librado tan generosamente mis hijos, así que cito de memoria ¡mi mala
memoria!. Pido disculpas si la cita yerra], en uno de sus maravillosos ejemplos
didácticos, que al castizo saltamontes de nuestros campos se le disparan de
repente sus zancajos posteriores, le catapultan de un sitio a otro y se
encuentra de golpe, sin comerlo y sin beberlo, en medio de una realidad
enteramente diferente, a la que tiene que enfrentarse de súbito si quiere
sobrevivir a los nuevos enemigos. [Ejemplo mío: en el paisaje anterior su
adversario peor era un chicuelo que cazaba saltamontes para martirizalos con
mutilaciones diversas, así que el bicho pone agua de por medio saltando al otro
lado del arroyuelo cercano, y se promete a sí mismo jamás hacer buenas migas con
ese muchacho tan peligroso. Pero se sueltan sus zancajos y aparece en otro lugar
y con otros enemigos: ahora un cierto pájaro insectívoro es la amenaza principal
y ¡mire usted por donde!, el mozo es un aliado coyuntural porque con su
tirachinas mata pájaros; de forma que el bicho traba alianza con el enemigo
anterior al que odiaba]. Sería injusto suponerle al Caelífero un carácter mendaz
y un afán cambiante: su objetivo es siempre el mismo, sobrevivir, y nunca
cambia, lo que cambia es el paisaje y sus diferentes elementos.
Pues bien, cuando nuestro Amo es acusado de mentir como un bellaco y aliarse hoy
con sus enemigos de ayer de los que juró que le quitaban el sueño, no es mentir
su afán ni es cambiante su estrategia, lo que hace es defenderse de las amenazas
presentes con los medios presentes, y seguramente ni siquiera recuerda la
circunstancia anterior en que tuvo que enfrentarse a un peligro distinto y, por
ello, con otros aliados que ahora ya no le sirven. Su propósito no cambia, es
mantenerse en el Poder a toda costa, de forma que no se desdice hoy de lo dicho
ayer, no se trata de eso y quizá no entienda las acusaciones. Antes esos
populistas o esos sediciosos obstaculizan la confianza que espera de sus
electores: abominó de ellos; ahora está en otro paisaje y esos populistas y esos
sediciosos pueden darle la mayoría que precisa para alcanzar el Poder: los
abraza, los ama y los mete en su gobierno. Él no ha cambiado; como el Rubio de
LA MALQUERIDA, él siempre quiere lo mismo, mando; es el paisaje político el que
cambia. No pretendo defenderle (es un imposible moral defender un carácter como
ése y un imposible lógico justificar tal propósito), sólo pretendo explicarlo
porque lo único que hacen los demás es alabarle o escupirle. Pero se trata
simplemente de un insecto saltarín.
Otra cosa que se le reprocha es el nivel de los ministros (nunca mejor usado
este término, opuesto a magis-tros=maestros) que nombra, a duras penas dotados
de la capacidad de hacer la “o” con un canuto [tumban el canuto y les sale una
raya], de forma que sus departamentos nunca resuelven los problemas propios de
sus departamentos: su defensa de los trabajadores se salda con más paro, su
defensa de la mujer se salda con excarcelaciones de violadores y
maltratadores... Puede parecer un reproche válido, pero hay que mirar más de
cerca. Veamos, si el problema es simple, lo mejor es avisar a un técnico: si
tienes fugas de agua, avisar al fontanero; si tienes fiebre, tos, y te duelen
las articulaciones, ir al médico... Pero cuando los problemas son de enorme
complejidad e involucran millones de factores de difícil o imposible medición,
entonces los técnicos no existen, es decir, cualquiera vale tanto como otro
cualquiera y lo mejor es entregar el puesto a quien le debas favores o tengas
que pedirle favores más adelante, a un socio o a un amigo. ¿Que no sabe, ni
vale, ni sirve? ¿Que nombra ministra de ejes de carreta a una que ignora la
invención de la rueda y piensa que “πἱ” es el sonido de un claxon; y ministro de
degustación de café a uno que sólo ha probado la achicoria y cree que un cafetal
es un árbol que da cápsulas?... ¿Y qué?... En cuestiones complejas –la Economía
con sus intrincados laberintos, el Trabajo con sus confusos niveles jurídicos,
la Sanidad con sus perentorias necesidades sociales, la Educación, cimiento del
futuro...– nadie sabe nada, es decir: el que sí sabe mucho no lo hace mejor que
el que no sabe nada. Nos asombra que estos ministerios –entregados a amiguetes o
a amiguetes de amiguetes, indocumentados e ignaros– funcionen más o menos bien y
no se hundan en la barbarie administrativa. Bueno, muchas veces sí se hunden –al
humilde súbdito que le vayan dando–, pero otras veces los sostiene el protocolo
habitual que funciona mecánicamente, o que los funcionarios medios lo hacen
marchar renqueando, o que el sufrido ciudadano remedia como puede los rotos del
sistema.
En definitiva, hacer ministros como quien hace pacas de vertedero, sin mirar el
contenido de cada cual, es el medio más adecuado para premiar y/o conseguir
lealtades, así que no tiene sentido nombrar técnicos cuya función no conseguirá
tampoco mejorar el rendimiento, y con los que no se obtiene rédito electoral
alguno: hay que entenderlo, caramba, si yo fuera el amo –los dioses no lo
quieran– no pondría –cierto– a mi primo segundo de ministro del Medio Ambiente
(siempre se interesa por el otro medio), pero sí que nombraría ministro de
“Dudas y Perplejidades” a cierto colega que sólo hace preguntas y nunca
proporciona respuestas.
24-II-LECCIÓN DE LÓGICA ELEMENTAL PARA
LEGISLADORES(AS) APRESURADOS (AS)
Miguel Cobaleda
04-02-2023
Con motivo de la actualidad de una ley facturada por ignorantes (as) –“atletas
sociales” que han dado el salto vertiginoso desde las máquinas registradoras
hasta el Olimpo jurídico y que ni admiten que no saben, ni tienen tiempo para
los consejos de los que sí saben– , ley que está desprotegiendo a las mujeres
víctimas de violaciones y maltrato, al tiempo que beneficia a los violadores y
maltratadores, se produce en los medios un debate intenso sobre todos los
aspectos del desdichado adefesio jurídico, pero haciendo especial hincapié en
dos de ellos: (a) la identificación maliciosa entre un delito mayor y un delito
menor; y (b) la “voltereta” irracional que convierte la proposición “todos los
violadores y maltratadores son hombres” en su inversa “todos los hombres son
violadores y maltratadores”.
Veamos (sin tecnicismos):
En cuanto a (a), cuando –por ausencia de la capacidad legislativa – se
identifica en un texto jurídico un delito menos grave –castigado con penas
menores– con uno más grave castigado con penas mayores, se producen dos efectos
perversos:
* por un lado se “asciende” al delincuente menor a un estadio más alto de
delincuencia; del que ha agraviado a su mujer sin asomo de violencia física,
hasta el grado de maldad del que la viola y golpea, adjudicando –al menos en la
virtualidad de la intención legislativa– al delincuente menor un delito mayor.
* Por otro lado, el efecto perverso de que el delincuente mayor se beneficia del
sistema de penas del delito menor, ya que toda una panoplia de sagrados
principios jurídicos –ésos que desconocen los ignorantes (as)– aconsejan
(obligan) que se castigue al delincuente con la pena menor, y no con la pena
mayor, tipificada para ambos delitos.
En cuanto a (b), aquí va la lección elemental de lógica (para menor tecnicismo y
dificultad, me serviré de la venerable lógica medieval, así como de fórmulas muy
sencillas):
1) En una proposición (frase) universal, del tipo: “todos los pinos son
árboles”, no se puede hacer una conversión simpliciter (sujeto a predicado,
predicado a sujeto) del tipo: “todos los árboles son pinos”, porque el sujeto de
una proposición universal supone con cantidad universal, mientras que el
predicado supone con cantidad particular. Por ejemplo en la frase “todos los
alemanes son europeos” está claro que nos referimos a TODOS los alemanes, pero
no nos referimos a todos los europeos, sino solamente a aquella parte de los
europeos que son los alemanes, no nos referimos a los europeos franceses,
españoles, italianos, letones, húngaros, búlgaros..., que quedan fuera de
nuestra proposición. Por ello, aunque estamos autorizados ¿? a cambiar el sujeto
en predicado (si es cierto de todos, será cierto de algunos), no estamos
autorizados a cambiar el predicado en sujeto, pues lo que es cierto de algunos
(algunos europeos sí son alemanes), no es cierto de todos (los franceses no sólo
no son alemanes sino que se enfadarían si alguien les acusara de tal cosa).
2) Las proposiciones universales se pueden representar (técnicamente la cosa es
algo más compleja...) por medio del operador implicación, ya que si A implica B,
eso quiere decir que ser A necesariamente significa que se es B.
A ➔ B; o AL (ser alemán) ➔ EU (ser europeo)
pero de ello no se puede deducir que:
B ➔ A; o que EU ➔ AL
En lógica binaria sencilla, los valores de A ➔ B son 1-0-1-1:
A B A ➔ B
1 1 1
1 0 0
0 1 1
0 0 1
mientras que los de B ➔ A son distintos, 1-1-0-1:
A B B ➔ A
1 1 1
1 0 1 1
0 1 0 0
0 0 1 1
O dicho de forma más precisa: la expresión meta-lingüística [(A➔B)➔(B➔A)] no es
una tautología, no es una ley lógica (no siempre es verdadera para todos los
valores de A y de B).
3) Por último no olvidemos la frase del filósofo y jurista Trasímaco de
Calcedón, frase citada por Platón y que yo repito siempre que puedo: “Las leyes
con instrumentos de los poderosos para oprimir a los débiles”.
25-UN TERMÓMETRO MUY
GORDO
Miguel Cobaleda
01-03-2023
Antes, la mayoría de los termómetros clínicos –hoy prohibidos y retirados–
consistían en pequeñas cantidades de mercurio metidas en tubos capilares de
vidrio, los cuales tenían impresa en su pared exterior una escala graduada desde
los 34º centígrados hasta, generalmente, los 42º. Los sistemas nuevos para la
medición clínica de la temperatura corporal –o para pequeñas muestras de
líquidos, sólidos, etc.– son termómetros digitales, basados la mayoría en
termistores y transductores para recibir datos de temperatura y para traducirlos
a un sistema binario que permita luego su presentación en pantalla.
[Supongamos que queremos medir la temperatura del agua contenida en un
recipiente doméstico corriente, una olla que haga, por ejemplo, cuatro litros de
capacidad; el sistema sería sencillo: introducir la varita de vidrio en el agua
de la olla y esperar unos momentos mientras marca y se detiene. Pero nuestro
ejemplo exige que vayamos poco a poco aumentando el tamaño del termómetro hasta
convertirlo en un cilindro de tanto radio que quepa muy justito en la boca de la
olla. Es entonces evidente que, si el cilindro en cuestión tiene una temperatura
muy distinta del agua, siendo tan escasa la diferencia de volumen entre lo
medido –el agua– y el objeto medidor –el termómetro– la temperatura de éste se
volverá un obstáculo tremendo a la hora de confiar en el resultado, ya que un
termómetro tan grande bajará la temperatura del agua cuando lo introduzcamos en
ella por la escasa diferencia de tamaños].
Una segunda dificultad es que esos instrumentos de medida no son homogéneos con
el parámetro que tratan de medir: miden temperaturas con longitudes. En este
sentido, los termómetros digitales de la actualidad, con sus termistores, no
están mejor, sino peor.
Desde que Heisenberg enunció en 1925 el Principio de Indeterminación
–vulgarmente conocido como Principio de Incertidumbre–, sabemos que la mecánica
cuántica no respeta en absoluto el status quo convencional del mundo
macroscópico al que estamos habituados. Estamos, pues, ante la extraña
despreocupación que la ciencia tiene por las dificultades teóricas que sus
métodos presentan, dificultades insalvables muchas veces, irresueltas casi
siempre o siempre, y que deberían haber paralizado la investigación científica
al menos desde que Galileo decidió prescindir de la física aristotélica a como
diese lugar. La ciencia actual mide, aunque la actividad métrica contiene
problemas insolubles y no le importan nada los tales problemas. La ciencia
actual se expresa en el lenguaje simbólico de las matemáticas, aunque las
limitaciones demostradas por Gódel deberían producir cierta parálisis en esas
traducciones que tan alegremente hace: ¿Por qué lo hace? ¿Por qué consigue
resultados? ¿En realidad consigue resultados? ¿Los chismes tecnológicos son
resultados de la investigación científica en el sentido de que la justifican?
¿Hay chismes tecnológicos nuevos vinculados a la investigación científica, o
solamente hay magia?
Para responder a estas preguntas –al menos a algunas– es preciso admitir que
cabe la posibilidad de que estemos ante una traslación del universo del
discurso, y no sólo ante un cambio de paradigma estilo Khun. Vendrá bien un
ejemplo pedagógico:
[Supongamos una conversación que tiene lugar a principios del siglo XX, digamos
en el año 1901, “y también” en este mismo momento en que estamos, entre alguien
que se encuentra en Europa y desea ir a América –por ejemplo Lisboa-Nueva York–
para asistir a la boda de un hermano suyo, suceso del que, por una serie de
circunstancias, se ha enterado tardísimo, con sólo un día de margen para poder
acudir; y alguien que razona con él haciéndole ver que se trata de un imposible;
los buques más rápidos tardan al menos seis días a toda máquina en cruzar el
océano... El supuesto viajero le silencia con una simple frase “Pero ¿de qué
hablas?... Voy a ir en avión, tengo ya el pasaje, me marcho al aeropuerto y en
ocho horas estaré abrazando a mi hermano en su despedida de soltero”].
La ciencia actual responde a las preguntas formuladas como el viajero aéreo: sus
procedimientos no tienen limitaciones metafísicas porque su universo real es
físico y todos los supuestos de los que depende son inmanentes, intra-físicos,
nunca meta-físicos.
Es ahora cuando cobra sentido la última pregunta: ¿no será todo esto alguna
especie de magia?... En todo caso se trata, sin duda, de una cierta clase de
juego. Nosotros descubrimos mediante evidencias no cuestionadas (aunque
seguramente cuestionables, recordemos las geometrías no-euclídeas) los axiomas;
proponemos los postulados; diseñamos los objetos elementales –términos,
expresiones, etc.– del sistema; establecemos las leyes de deducción; escogemos
las pruebas de validación de los resultados y, en general, describimos por
completo la gramática del asunto. Luego partimos de nuestros axiomas, usamos
nuestros postulados y reglas para ir deduciendo teoremas, y llegamos finalmente
a conclusiones que validamos mediante las pruebas correspondientes. Esto es
todo. ¿Que, de paso, resulta que la realidad material objetiva se ajusta
“paralela” a nuestras conclusiones, que la col Romanesca ¡qué casualidad! cumple
las formas de los fractales de Manldelbrot, que el bosón aparece cuando la
teoría lo cita y es ¡pero qué amable! como tiene que ser?... Estupendo; mientras
siga, usaremos el juego para explicar; cuando deje de explicar, cambiaremos de
juego. Pero es un juego. Y carece de sentido pretender que haya instancias
trascendentes que determinen su verdad más allá de nuestros axiomas, postulados
y reglas.
26-PROHIBIR ES NO SER
Miguel Cobaleda
01-04-2023
Uno de los rasgos más acusados de la idiosincrasia de los amos españoles (amos,
amitos, poderosos, poderositos...) es el gusto, el afán, incluso el ansia, de
prohibir. Tanto en las altas instancias ministeriales y gubernativas, como en la
presidencia de las comunidades de vecinos, pasando por la presidencia de las
CCAA y por las alcaldías, quien más quien menos todo “amito” español que se
precie no descansa hasta que no está en posición de prohibirle a alguien algo
totalmente legítimo (por el contrario: cosas como matar, o violar, o traicionar
y destruir patrias no suelen ser, en cambio, objeto de prohibiciones
legislativas en esta extraña nación nuestra, sino más bien de indultos y gracias
penitenciarias).
Uno de los ejemplos públicos más señeros es la Dirección General de Tráfico,
organismo encargado, teóricamente, de regular el tráfico rodado; encargado, en
el sentir general de la nación, de ayudar en carretera; en la realidad
administrativa, por desgracia, encargado de aumentar su voluminoso reglamento
sancionador. Cualquier conductor que haya circulado entre dos ciudades de
España, pocas serán las señales de ayuda que haya encontrado –si alguna–, pero
serán cientos las que le prohíben de todo, desde pasar de tal velocidad, de
adelantar, de entrar por esta o la otra vía, de circular por este o aquel
carril, etc., etc. Los reglamentos del tráfico rodado en España son compendios
de normas prohibitorias y sancionadoras, casi nunca de ayuda a los viajeros,
hasta el punto de que han convertido a la extraordinaria Guardia Civil de
Tráfico, en lugar del organismo de ayuda que fue –tan aplaudido–, en un aparato
administrativo sancionador que todos los conductores rehuyen temerosos, en lugar
de buscarla y agradecerla cuando la encuentran en su camino.
El afán de prohibir se complementa –y éste es el aspecto más perverso del tema–
con el poder sancionador, de forma que la frase que resuma el asunto podría ser
así: “Si no aceptas que limite tu libertad con mis prohibiciones y las
desobedeces, te multaré con cientos y hasta miles de euros y te restaré puntos
de tu permiso de conducir, es decir, mutilaré tu libertad por otro
procedimiento”.
De todos modos, no desentona esta DGT en el conjunto gubernativo de la nación
española, sobre todo ahora que hay en el gobierno un grupo de autoras de leyes
que han fabricado prodigios legislativos llenos de maravillas jurídicas, como
prohibir matar ratas pero no embriones humanos, o defender a violadores pero no
a sus víctimas.
Desde el punto de vista personal psicológico el asunto es muy sencillo: las
mentes que se recrean sólo en prohibiciones y sanciones –nunca en ayuda,
formación o guía– son almas carentes de sustancia espiritual, la ausencia de la
cual deben sustituirla –para seguir respirando– por el gozo espurio que se
siente cuando se destroza la libertad del otro. Es como una cojera psíquica que
hay que disimular cortando trozos del libre arbitrio ajeno y usándolos como
“calzos” para disfrazar la propia oquedad.
Todo ese nivel psicológico es la traducción exterior de una ausencia profunda, a
nivel metafísico. Si sientes que toda tu realidad, lo que eres, va y viene a
merced de las olas del tiempo sin raigambre, sin que el ancla esté fondeada en
roca segura, y tu escaso calado moral y personal es insuficiente para sujetarte
con fuerza entre el furioso oleaje del Ser, entonces puede que trates de
torpedear la seguridad de otros más firmes, en la falsa creencia de que lo que
les quitas de su derecho aumenta tu estabilidad, y la libertad que les niegas
fundamenta tu vacío. Eres un pecio insustancial que se cree a salvo cuando
contribuye al naufragio de otros más seguros.
Las almas verdaderamente grandes rehuyen el poder por la corrupción intrínseca
que siempre comporta, pero si alguna urgencia social lo hace inevitable –de modo
transitorio–, entonces lo usan para ayudar, dirigir, formar, fundamentar,
encauzar... no para prohibir. Prohibir es un acto mutilador que siempre regresa
hacia quien lo emite, exigiendo una explicación que lo justifique y fundamente.
La soberbia y la prepotencia nunca tienen razones, porque las razones son
simples avatares de la Razón Verdadera y ésta no se deja manipular por almas
demasiado pequeñas para contenerla.
27-EL MONOTEÍSMO ES POLITEÍSTA
Miguel Cobaleda
01-05-2023
Pongamos el caso del Dios de los cristianos, que es UNO, unísimo, sí, pero
también es triple o, como dicen los teólogos, Uno y Trino. Mas no se trata de
discutir la unicidad del Dios Supremo ni tampoco de entrar en análisis
teológicos del misterio de la Trinidad, sino de anotar la inmensa cantidad de
“dioses menores” o subsidiarios, intercesores, o santos. Y de la necesidad
psicológica de acudir a todos estos intermediarios en lugar de acudir a la
Fuente misma de los favores que se solicitan o de las ayudas que se necesitan.
El sentimiento religioso nativo primigenio era el politeísmo naturalista, ni
siquiera el panteísmo, ya que éste es una elaboración muy abstracta de teólogos
y filósofos de la religión, la cual no concuerda en absoluto con ese sentimiento
primitivo, muy pegado al terreno, digamos, muy de tú a tú con fuerzas naturales
–desconocidas, poderosas, incluso feroces, pero muy próximas– a las que acudir
con la veneración y el miedo que su potencia provoca, sí, pero también con la
confianza de la vecindad; al fin y al cabo el trueno y el rayo es en mi valle
donde retumban, el río es por mi valle por donde corre, el viento es en mi valle
donde sopla y el sol recorre mi valle de este a oeste todos los días. Esa
fragmentación del poder, al tiempo que el equilibrio de los poderes, significa
que cada uno de ellos, por muy divinos que sean, son “de mi tamaño”, de mi
escala. El politeísmo es la religión del cuerpo material, del hambre y del
sueño, de la procreación, de la vida en su transcurso con los problemas menudos
de cada día. Toda religión está vinculada, por supuesto, con la temporalidad y
con la muerte: si fuésemos eternos e inmortales seríamos nosotros mismos
nuestros propios dioses. Pero el monoteísmo es un artificio teologal muy
elaborado, muy de la razón y del espíritu, poco corporiento. Cuando el alma se
siente alma y puede prescindir del cuerpo porque sus necesidades están
satisfechas, entonces es monoteísta, etérea, teológica, luz inmaterial; cuando
el alma nota al cuerpo a su lado, doliente, hambriento, asustado, entonces es
politeísta, terrosa, material, barro mojado.
Lo que sucede es que las religiones superiores, precisamente a causa de su
monoteísmo, son susceptibles de un “estudio” que termina por “suplicar”
politeísmos:
1) En cuanto al aspecto teologal, fundamentan su oficio con toda una serie de
“verdades” teológicas, nacidas de los análisis profesionales que los eruditos
tienen que hacer constantemente como parte natural de su trabajo.
2) En cuanto al aspecto ministerial, fundamentan su cargo unificando el proceso
puramente religioso con el comportamiento moral. La moral así unida a la
religión tiene que ser condigna de un Dios tan elevado, no puede consistir en
pamplinas, ni puede tener carácter aleatorio o poco profesional. La única manera
de conseguir esto consiste en hacer nacer de Dios mismo el catálogo de normas
que, además, deben tener contenidos “suficientemente nobles”. Por lo cual, la
religión monoteísta se ve inevitablemente vinculada, por un lado, a toda una
serie de normas que son indiscutibles –en cuanto emanadas de la propia
divinidad–; y por otro lado a dogmas teológicos igualmente indiscutibles que son
los cimientos de la creencia auténtica. Por lo cual, los fieles humildes “se
defienden”, digámoslo así, con un doble método:
a) Por un lado le vuelven la espalda a las dificultades dogmáticas sin
despreciarlas, pero obviándolas sin discutirlas: “La Santa Madre Iglesia tiene
doctores que te sabrán responder”. Y luego, ya a salvo de la posible
heterodoxia, con formas de creencia popular que, si fuesen analizadas a fondo,
se verían como herejías flagrantes, porque tratan al cristo de palo de la
iglesia de su pueblo como al Cristo Mismo (no como a una imagen de Cristo), etc.
b) Por otro lado “interpretan” las normas de forma que se pueda convivir con
ellas.
[En lo que hace a este punto, nada mejor que la siguiente anécdota –anécdota que
me relató el periodista español Francisco Pablos–: en la procesión del Santo
Patrón de la ciudad, alguien le susurró al Sr. Obispo que las prostitutas del
puerto se habían unido muy fervorosas al final de la fila. Asombrado, incluso
algo asustado, llamó secretamente a la que parecía más devota, y le hizo ver
que, dada su pecaminosa profesión, no debían formar parte del cortejo, además de
que no entendía tan contradictorio comportamiento. La respuesta de la mujer fue
sencilla: “Será como usted dice, Sr. Obispo, que sabe más que yo de todo esto.
Pero mire vuestra ‘inminencia’, estábamos tan mal que pensábamos cerrar el
burdel y volvernos cada una a nuestro pueblo y a la vida miserable que allí nos
esperaba; entonces le rezamos al Santo Patrón y le prometimos venir en la
procesión si nos ayudaba. Bueno, pues esa semana atracó en el puerto la escuadra
americana y hasta hemos podido comprar colchones nuevos”].
Seguramente el Santo Patrón, desde su sitio en la corte celestial, miraba con
ternura a sus putas, llenas de fervor y penitencia. Por lo cual, el pueblo llano
feligrés no teólogo, esto es, la gente, respetando, sí, los dogmas de suprema
verdad, obedeciendo, sí, las normas de estricta exigencia, pero tratando a la
vez de resolver sus problemas que esos dogmas y esas normas ni resuelven ni
consuelan, se comporta en la práctica de forma politeísta, ya que, como al Dios
Supremo no se le puede suplicar que mande a una escuadra extranjera para que sus
marinos y marines vengan a follar pagando y nos saquen del hambre, se dirigen a
un “dios menor” que acepta compromisos, que negocia, que pacta y que, en
general, cumple lo pactado.
28-LA FAMOSA FRASE DE LORD ACTON
Miguel Cobaleda
01-06-2023
Ha sido repetida hasta la exageración la famosa frase de John Emerich Edward,
Lord Acton (1834-1902) “El poder corrompe, el poder absoluto corrompe
absolutamente”, tal como escribió en una de sus cartas. En la misma frase añade
que los hombres poderosos suelen ser hombres malos. Esta frase es repetida
siempre sin mayor análisis, como si los que la recuerdan, los que la repiten y
los que la escuchan supieran de sobra de qué tipo de corrupción se habla: pues
claro, la corrupción del poder que vuelve a los poderosos mentirosos,
prepotentes, vanidosos, altaneros, traidores, insolidarios, y demás lindezas que
los súbditos de todos los amos conocemos de primera mano. Pero, al parecer,
nadie se ha molestado en analizar el concepto “corrupción” bajo otros supuestos,
no sólo bajo la apariencia del poder, en la intimidad de esas almas hediondas.
La corrupción que caracteriza al poder se extiende también a un territorio –no
personal– del poder mismo, a la eficacia en el gobierno, a la competencia en la
administración, gobernación y desarrollo de los negocios públicos. Y este
aspecto es mucho más importante que si el amo es mentiroso, altanero, vanidoso y
prepotente, que sí, claro, es todo eso que entra en la definición esencial del
concepto “amo”, pero que sus actos como amo, aparte de mentir, enriquecerse y
chulear, sus actos como gobernante y administrador de lo público son
infinitamente más interesantes que los vicios de su alma miserable. Si es
mentiroso, pero gobierna bien, si es altanero pero maneja con eficiencia los
asuntos públicos, si es vanidoso hasta el ridículo pero eficaz en su gestión
administrativa ¿qué le importan a los ciudadanos sus mentiras –pronto
descubiertas–, sus chulerías –displicentemente despreciadas–, sus vanidades
–siempre ridiculizadas–? Lo que cuenta es su competencia gubernativa, su
eficacia administrativa, lo bien que marchan bajo su mando los asuntos públicos.
Las sociedades humanas se enfrentan constantemente con problemas enormes
derivados de su propio camino histórico y de la complejidad de los tiempos y
circunstancias. Para que los resuelvan y permitan que la sociedad avance nuevos
pasos en su proceso temporal, necesitan una elite dirigente, una clase creadora
capaz de resolver esos problemas y desatascar el bache momentáneo en que la
sociedad se ha estancado. Si esa clase dirigente es verdaderamente creativa y
resuelve problemas, el común del pueblo accede a seguirla con fervor y
obediencia, permitiendo que se adorne con los privilegios del mando, mejor
calidad de vida, mejores implementos materiales (palacios, coches de lujo,
aviones, yates, protección, servidumbre...), y soporta con benevolencia sus
petulancias y altanerías. Pero no es eso lo que sucede: la clase dirigente que
acaso ha sido capaz de resolver algún problema inicial, enseguida se revela
ineficiente, torpe, incapaz de seguir creando soluciones, pero conservando todos
los beneficios de un poder que ya no merece. Es en ese momento cuando su
ineficiencia se reviste de mentira, chulería, banalidad, prepotencia... porque
no hay ningún contenido creador que sustente mejores atributos.
Lo que ha sucedido es que “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe
absolutamente”, esto es, una forma de corrupción distinta de los fétidos vicios
personales de los amos. Se trata de que la corrupción del poder ha destruido la
capacidad creadora de la minoría dirigente, ha descompuesto la estructura
funcional y orgánica de su potencial de gestión y administración. Ahora esa
clase, que fue altanera sí, pero eficiente, vanidosa pero creativa, se ha vuelto
un instrumento roto, lleno de sarro y herrumbre, que ha dejado de valer para
cualquier cometido importante, pero que no quiere renunciar a los oropeles del
poder y del mando. El poder es una carcoma de la eficacia y pudre todo buen
gobierno, porque consiste –su esencia es– en desviar los recursos (creativos
sobre todo, no ya los materiales, que también) necesarios para el bien común,
hacia los predios particulares de los poderosos concretos, de forma que en la
mente enferma de los amos desaparece la imagen del colectivo al que deben
servir, para superponerse su propia imagen privada. El poder destruye la
creatividad –siempre solidaria por su propia naturaleza–, y maltrata las
herramientas de las soluciones sociales porque emplea su potencial en tareas
insolidarias, usa lo que fue creatividad y ya sólo es mando, para destruir:
aborta, roba, maltrata, miente...
De que el poder corrompe tenemos ejemplos inmediatos: ministerios que protegen a
la mujer soltando violadores y maltratadores; que protegen la propiedad
defendiendo a los ladrones y a los okupas; que sostienen el trabajo aumentando
hasta la exasperación el paro laboral; que pretenden mantener los privilegios
que ya no merecen (la corrupción los ha destruido y son cadáveres que ignoran su
condición, herramientas podridas que se parten al menor intento) mintiendo sobre
verdades palmarias, sobre datos incontestables, sobre evidencias fehacientes,
disfrazando la ineficiencia con arrogancia.
Antes o después, las sociedades queman esos esqueletos danzantes, echan a los
cerdos las cenizas y promueven al poder a nuevas elites para que resuelvan
nuevos problemas. ¡Pero tengan cuidado esos amos recientes!... porque “El poder
corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
(Parte de las ideas de este ensayo se deben al filósofo e historiador inglés
Arnold Joseph Toynbee).
29-EL CÍRCULO DE LA EXISTENCIA HUMANA
(De mi libro ANTROPOLOGÍA FANTÁSTICA)
Miguel Cobaleda
01-07-2023
La más dilatada longevidad no consiente al individuo humano concreto más
horizonte familiar que dos o tres generaciones por encima y otras dos o tres por
debajo de su concreta existencia, en lo que se refiere al dilatado proceso de su
entera estirpe. Dichoso el que, habiendo conocido a sus padres, abuelos y
bisabuelos, conoce a sus hijos, nietos y bisnietos. Y estaríamos tomando el
término ‘generaciones’ en un sentido especial. Nuestro uso del término supone
que se darían al tiempo dos circunstancias: el hecho de una procreación muy
temprana y la regularidad de ese comportamiento a lo largo de toda la serie,
unidas además a la conveniente longevidad de los miembros de las distintas
generaciones. Si queremos atenernos a un modelo plausible, lo mejor es que
pensemos en dos generaciones antecesoras y dos generaciones sucesoras, cinco en
total contando con la generación del centro: ése es el horizonte vital que rodea
la vida humana, el círculo del ‘paisaje de sangre’ que un individuo de la
especie puede tener ‘al tiempo en su mente’, el minúsculo lago purpúreo que
momentáneamente se remansa del río ancestral de su estirpe.
Más allá, pues, de nuestros bisabuelos y de nuestros bisnietos se puede decir,
en resumen, que no hemos existido. En efecto, es como si, en medio de la niebla
espesa y general de la existencia humana, un grumo de esa masa informe cobrase
poco a poco configuración, sustancia, perfil diseñado y reconocible, hasta
hacerse –entresacado del oscuro medio que lo circunda– nuestro propio rostro que
se va concretando en las líneas de los antepasados que nos prefiguran. Ese
proceso acaba produciendo, ya ahora de modo firme, contundente, nítido, este ser
concreto que nosotros somos y que dura un breve instante para enseguida comenzar
a desleírse, a desdibujarse en los ángulos de los descendientes que nos
desfiguran hasta volver poco a poco a la niebla general de que saliera. Vano
sería pedirle a poder ninguno del tiempo anterior o del posterior a episodio tan
efímero que lo anticipe o lo recuerde. Y como incesantemente, infinitamente,
esos vagos fantasmas están de continuo apareciendo y desapareciendo a miles, a
millones, a miles de millones, ni memoria ni registro se guarda de esa –acaso
soñada– secuencia de fugacidades. Existimos ahora, si existimos. Ayer, mañana:
ni siquiera ellos mismos existen.
Es la fantasía, como siempre, la que nos procura cierta salida mental para que
no nos agobie la claustrofobia de una prisión generacional tan reducida.
Imaginamos una continuidad con remotas gentes de épocas pasadas de cuya
existencia sabemos por la historia y a cuya ‘estirpe’ nos adherimos como si
realmente todos los antepasados fuesen nuestros antepasados. ¿Qué es lo que
importa, lo que nos importa? ¿El largo y poderoso río de la sangre, esto es, el
conjunto de genes y su inmensa cantidad de posibles combinaciones, las múltiples
dimensiones encerradas en su potencialidad? ¿O solamente esta combinación
concreta, irrepetible y única que es el nosotros individual? ¿La partida entera
o la precisa jugada que nos define? ¿La línea infinita sin principio ni fin o el
punto que la corta, divide, condensa y resume?
Otro misterio –trampa de la naturaleza que ha inventado la especie pero que no
ha inventado el individuo, corolario despreciable al que no le presta atención–
es que el inmenso amor que se le puede tener a un hijo, ya sea real, ya sea
imaginado, presentido, deseado, pueda irse convirtiendo en el cariño –fuerte,
sí, pero otra cosa– que se le tiene a un nieto; y luego en el afecto borroso de
ese extraño bisnieto que perturba en raras ocasiones nuestra atención a los
achaques y los dolores. Los tataranietos, por definición, no existen.
Así como el paisaje circular que nuestra mirada dibuja sobre la gris pelota
plomiza del planeta es un continuo, un inmediato indistinguible del centro en
que el ojo lo perfila, así esas cuatro generaciones, esas cinco, por nuestro
amor son dibujadas en el río incesante de la raza y se condensan, se son, en un
único ser que ese amor construye para superponerlo encima de la desnuda piel del
tiempo, pelada del hombre, inhumana, transparente duración sin contenido hasta
que la ternura de los hombres la maquilla de carne palpitante y entrelazada.
Dice Marcel en un hermoso apéndice de su Diario Metafísico, que la existencia es
la continuidad de mi cuerpo con los otros cuerpos: sea lo que sea este yo que
soy yo, un trozo de carne soy, contiguo al trozo de mis padres y mis hijos,
almado por los mismos códigos, trenzado por las mismas fibras; cuando mueve mi
voluntad el músculo del alma, mis ancestros y mis vástagos hacen el gesto; con
su amor propio yo les amo, yo no me amaría si ellos no me amasen, cuando me
olvidan me olvido, me desdibujo, me transparento, a mi través se trasluce de
nuevo la pelada piel del tiempo. Y los seres que te ayudan a desplegar la obra
de amor de tu linaje ¿de qué otra materia están hechos sino del amor mismo que
te fecunda? Sin olvidarme ahora del místico africano (Plotino) que argumenta a
favor de esta sencilla y verídica tesis, reconozco que no sé si hemos empezado
siendo uno o hemos llegado a serlo: superponer lo humano sobre la trama calva de
la duración no puede hacerse sin que el amor uno se haga dos y el amor dos se
haga uno, sucesos que son el mismo y en los cuales consiste la aventura del
hombre sobre-a-través de los tejidos de la historia. En esta burbuja mínima –a
salvo de la eternidad– yo estoy cómodo y caliente.
30-LA CULTURA QUE NOS DEFINE
(De mi libro ANTROPOLOGÍA FANTÁSTICA)
Miguel Cobaleda
01-08-2023
La razón de que contemplemos con desprecio a los representantes de las culturas
primitivas, nosotros los occidentales del siglo XXI, con aires de superioridad,
marginando, infravalorando, un médico de Bethesda a un indio navajo, un abogado
de Harvard a un hechicero yaqui, un doctor por Salamanca a un aborigen
australiano, es que los occidentales modernos somos unos ignorantes, no que
nuestras referencias culturales sean superiores a las suyas.
Un artista australiano aborigen, por cuya mano se expresa, por cuya imaginación
discurre la corriente impetuosa del arte milenario que llega desde los tiempos
del sueño, tiene con su cultura una relación completa, de suprema identidad, de
amorosa contradanza en que él es lo que su cultura representa y su cultura es lo
que él interpreta. Mientras que el cultísimo abogado o el doctor eximio no
conocen, ni controlan, ni expresan parte significativa alguna de su cultura
nativa. ¿El más sabio y erudito de los estudiosos occidentales domina y conoce
el UNO POR MIL MILLONES de nuestros saberes...? Ni siquiera. Hace mucho tiempo
que nuestra cultura nos ha dejado tan atrás, que ya la hemos perdido de vista
–se ha olvidado por completo de nosotros en su velocísima carrera hacia ninguna
parte–. Somos simples apretadores de botones, confiamos en que las leyes de la
física se sigan cumpliendo con la misma ingenuidad y mucha menos comprensión con
que el antepasado ancestral confiaba ver cumplidos los pactos entre él y sus
dioses; pero ese remoto pariente –o su correlato actual en las tribus
supervivientes– eran –son– substancia de su propia cultura, que en ellos se
concreta y vive, mientras que nosotros solamente tenemos, para relacionarnos con
la nuestra, la tosca naturalidad del que vive junto al inmenso lago de abismal
profundidad y cree conocerlo porque surca sobre un bote el trozo orillero de la
superficie, sin intuir siquiera los misterios y maravillas que encierra en sus
honduras. Lo que sabe y conoce nuestra inteligencia es un acotado y breve trozo,
circular acaso, de todo lo que sería posible saber y que ‘alguien’ sabe. Ha
llegado el momento de decir que el conjunto total de saberes a que alcanza en la
vida una inteligencia humana, es también limitado, circular, finito, paisaje
gris, brumoso y entreverado de nieblas. Porque en este asunto del saber no
solamente la esfera de nuestros ejemplo es de radio menor, sino que los
elementos que encierra su contorno vagan imprecisos –flotan a la deriva– en un
mar desorientado y sin puntos cardinales.
Sin restar lo que el olvido desdibuja de lo que supimos un día y otro día
dejamos de saber, al contrario: sumando todo lo que nuestro entendimiento haya
comprendido desde que comenzamos a pensar, el conjunto de nuestros saberes es
siempre un trozo mínimo de red desgarrada y abierta por la que se escapa
constantemente el pez escurridizo de la verdadera sabiduría. Acabo de decir que
los elementos de nuestra sapiencia flotan a la deriva –se entiende, pues, que
sueltos– y ahora digo que, aunque rasgada y mínima, forman una red. Las dos
cosas son ciertas y las dos definen la pobreza y pequeñez del saber humano en su
dimensión personal individual. Sabemos lo poco que nos ha ido llegando y que
hemos conseguido entender/asimilar, venido desde instancias diversas,
generalmente aislado y sin lazos de conexión que lo integren en una totalidad de
sentido coherente; a veces de nuestra enseñanza infantil, dispersa también en
materias, libros y maestros diversos; a veces de la oleada de mensajes
interesados con que la publicidad mercantil, política y social nos bombardea; a
veces –las menos, para mucha gente ninguna– de nuestra propia reflexión y
estudio. Mas luego que llegan hasta nosotros, y pues que somos mentes sometidas
más o menos a las leyes de la lógica y de la coherencia intelectual, se integran
–mejor sería decir ‘se adhieren’– en una red que la propia inteligencia traza
para dotar de sentido, de concatenación estructurada, a esas moléculas de saber
que de otro modo serían presas solitarias de los feroces depredadores del olvido
y la locura.
La red misma es algo artificial y extrínseco a los propios elementos, pero al
menos constituye para el sujeto una globalidad de coherencia en la que se
reconoce, con la que ‘puede pensar’ y a la cual puede referirse para situar los
nuevos recursos que le vayan llegando. Con esa pobre almadía toscamente amarrada
por las lianas del ir viviendo debe el hombre moderno sobrevivir en el océano de
la enorme cultura acumulada, de la cual únicamente nota los embates furiosos que
la misma mole inmensa promueve por su sola presencia masiva. ¿Qué puede hacer
para que el oleaje no le destruya en un naufragio de oscuridad y pecios sueltos
de quebrada cordura?... ¿Imaginar que cada cresta del desmedido maremoto que le
envuelve es orilla y puerto y bita segura a la que atracar su navecilla?...
¿Dejarse ir a sabiendas de que “sólo sabe que no sabe nada”?... ¿Resignarse a
coleccionar los pocos memes que le lleguen y a pegarlos por orden cronológico en
el álbum escuálido de su memoria?... Los mejores de nosotros somos niños
hambrientos con un hambre que nunca puede ser saciada. Y los peores ni siquiera
tenemos hambre, pasamos ante el inacabable alimento con eructos de hastío y el
regusto de acabar de masticar ahora mismo la nada de nuestra ignorancia.