DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS
28-LA FAMOSA FRASE DE
LORD ACTON
Miguel Cobaleda
01-06-2023
Ha sido repetida hasta la exageración la famosa frase de John Emerich Edward,
Lord Acton (1834-1902) “El poder corrompe, el poder absoluto corrompe
absolutamente”, tal como escribió en una de sus cartas. En la misma frase añade
que los hombres poderosos suelen ser hombres malos. Esta frase es repetida
siempre sin mayor análisis, como si los que la recuerdan, los que la repiten y
los que la escuchan supieran de sobra de qué tipo de corrupción se habla: pues
claro, la corrupción del poder que vuelve a los poderosos mentirosos,
prepotentes, vanidosos, altaneros, traidores, insolidarios, y demás lindezas que
los súbditos de todos los amos conocemos de primera mano. Pero, al parecer,
nadie se ha molestado en analizar el concepto “corrupción” bajo otros supuestos,
no sólo bajo la apariencia del poder, en la intimidad de esas almas hediondas.
La corrupción que caracteriza al poder se extiende también a un territorio –no
personal– del poder mismo, a la eficacia en el gobierno, a la competencia en la
administración, gobernación y desarrollo de los negocios públicos. Y este
aspecto es mucho más importante que si el amo es mentiroso, altanero, vanidoso y
prepotente, que sí, claro, es todo eso que entra en la definición esencial del
concepto “amo”, pero que sus actos como amo, aparte de mentir, enriquecerse y
chulear, sus actos como gobernante y administrador de lo público son
infinitamente más interesantes que los vicios de su alma miserable. Si es
mentiroso, pero gobierna bien, si es altanero pero maneja con eficiencia los
asuntos públicos, si es vanidoso hasta el ridículo pero eficaz en su gestión
administrativa ¿qué le importan a los ciudadanos sus mentiras –pronto
descubiertas–, sus chulerías –displicentemente despreciadas–, sus vanidades
–siempre ridiculizadas–? Lo que cuenta es su competencia gubernativa, su
eficacia administrativa, lo bien que marchan bajo su mando los asuntos públicos.
Las sociedades humanas se enfrentan constantemente con problemas enormes
derivados de su propio camino histórico y de la complejidad de los tiempos y
circunstancias. Para que los resuelvan y permitan que la sociedad avance nuevos
pasos en su proceso temporal, necesitan una elite dirigente, una clase creadora
capaz de resolver esos problemas y desatascar el bache momentáneo en que la
sociedad se ha estancado. Si esa clase dirigente es verdaderamente creativa y
resuelve problemas, el común del pueblo accede a seguirla con fervor y
obediencia, permitiendo que se adorne con los privilegios del mando, mejor
calidad de vida, mejores implementos materiales (palacios, coches de lujo,
aviones, yates, protección, servidumbre...), y soporta con benevolencia sus
petulancias y altanerías. Pero no es eso lo que sucede: la clase dirigente que
acaso ha sido capaz de resolver algún problema inicial, enseguida se revela
ineficiente, torpe, incapaz de seguir creando soluciones, pero conservando todos
los beneficios de un poder que ya no merece. Es en ese momento cuando su
ineficiencia se reviste de mentira, chulería, banalidad, prepotencia... porque
no hay ningún contenido creador que sustente mejores atributos.
Lo que ha sucedido es que “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe
absolutamente”, esto es, una forma de corrupción distinta de los fétidos vicios
personales de los amos. Se trata de que la corrupción del poder ha destruido la
capacidad creadora de la minoría dirigente, ha descompuesto la estructura
funcional y orgánica de su potencial de gestión y administración. Ahora esa
clase, que fue altanera sí, pero eficiente, vanidosa pero creativa, se ha vuelto
un instrumento roto, lleno de sarro y herrumbre, que ha dejado de valer para
cualquier cometido importante, pero que no quiere renunciar a los oropeles del
poder y del mando. El poder es una carcoma de la eficacia y pudre todo buen
gobierno, porque consiste –su esencia es– en desviar los recursos (creativos
sobre todo, no ya los materiales, que también) necesarios para el bien común,
hacia los predios particulares de los poderosos concretos, de forma que en la
mente enferma de los amos desaparece la imagen del colectivo al que deben
servir, para superponerse su propia imagen privada. El poder destruye la
creatividad –siempre solidaria por su propia naturaleza–, y maltrata las
herramientas de las soluciones sociales porque emplea su potencial en tareas
insolidarias, usa lo que fue creatividad y ya sólo es mando, para destruir:
aborta, roba, maltrata, miente...
De que el poder corrompe tenemos ejemplos inmediatos: ministerios que protegen a
la mujer soltando violadores y maltratadores; que protegen la propiedad
defendiendo a los ladrones y a los okupas; que sostienen el trabajo aumentando
hasta la exasperación el paro laboral; que pretenden mantener los privilegios
que ya no merecen (la corrupción los ha destruido y son cadáveres que ignoran su
condición, herramientas podridas que se parten al menor intento) mintiendo sobre
verdades palmarias, sobre datos incontestables, sobre evidencias fehacientes,
disfrazando la ineficiencia con arrogancia.
Antes o después, las sociedades queman esos esqueletos danzantes, echan a los
cerdos las cenizas y promueven al poder a nuevas elites para que resuelvan
nuevos problemas. ¡Pero tengan cuidado esos amos recientes!... porque “El poder
corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
(Parte de las ideas de este ensayo se deben al filósofo e historiador inglés
Arnold Joseph Toynbee).