DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS
26-PROHIBIR ES NO SER
Miguel Cobaleda
01-04-2023
Uno de los rasgos más acusados de la idiosincrasia de los amos españoles (amos,
amitos, poderosos, poderositos...) es el gusto, el afán, incluso el ansia, de
prohibir. Tanto en las altas instancias ministeriales y gubernativas, como en la
presidencia de las comunidades de vecinos, pasando por la presidencia de las
CCAA y por las alcaldías, quien más quien menos todo “amito” español que se
precie no descansa hasta que no está en posición de prohibirle a alguien algo
totalmente legítimo (por el contrario: cosas como matar, o violar, o traicionar
y destruir patrias no suelen ser, en cambio, objeto de prohibiciones
legislativas en esta extraña nación nuestra, sino más bien de indultos y gracias
penitenciarias).
Uno de los ejemplos públicos más señeros es la Dirección General de Tráfico,
organismo encargado, teóricamente, de regular el tráfico rodado; encargado, en
el sentir general de la nación, de ayudar en carretera; en la realidad
administrativa, por desgracia, encargado de aumentar su voluminoso reglamento
sancionador (al actual director de ese organismo –01-04-2023–, prohibir le
produce, al parecer, un placer tan intenso como exigua es su estatura).
Cualquier conductor que haya circulado entre dos ciudades de España, pocas serán
las señales de ayuda que haya encontrado –si alguna–, pero serán cientos las que
le prohíben de todo, desde pasar de tal velocidad, de adelantar, de entrar por
esta o la otra vía, de circular por este o aquel carril, etc., etc. Los
reglamentos del tráfico rodado en España son compendios de normas prohibitorias
y sancionadoras, casi nunca de ayuda a los viajeros, hasta el punto de que han
convertido a la extraordinaria Guardia Civil de Tráfico, en lugar del organismo
de ayuda que fue –tan aplaudido–, en un aparato administrativo sancionador que
todos los conductores rehuyen temerosos, en lugar de buscarla y agradecerla
cuando la encuentran en su camino.
El afán de prohibir se complementa –y éste es el aspecto más perverso del tema–
con el poder sancionador, de forma que la frase que resuma el asunto podría ser
así: “Si no aceptas que limite tu libertad con mis prohibiciones y las
desobedeces, te multaré con cientos y hasta miles de euros y te restaré puntos
de tu permiso de conducir, es decir, mutilaré tu libertad por otro
procedimiento”.
De todos modos, no desentona esta DGT en el conjunto gubernativo de la nación
española, sobre todo ahora que hay en el gobierno un grupo de autoras de leyes
que han fabricado prodigios legislativos llenos de maravillas jurídicas, como
prohibir matar ratas pero no embriones humanos, o defender a violadores pero no
a sus víctimas.
Desde el punto de vista personal psicológico el asunto es muy sencillo: las
mentes que se recrean sólo en prohibiciones y sanciones –nunca en ayuda,
formación o guía– son almas carentes de sustancia espiritual, la ausencia de la
cual deben sustituirla –para seguir respirando– por el gozo espurio que se
siente cuando se destroza la libertad del otro. Es como una cojera psíquica que
hay que disimular cortando trozos del libre arbitrio ajeno y usándolos como
“calzos” para disfrazar la propia oquedad.
Todo ese nivel psicológico es la traducción exterior de una ausencia profunda, a
nivel metafísico. Si sientes que toda tu realidad, lo que eres, va y viene a
merced de las olas del tiempo sin raigambre (porque sólo consistes en el reflejo
servil de los que te aplauden y besan tu mano), sin que el ancla esté fondeada
en roca segura, y tu escaso calado moral y personal es insuficiente para
sujetarte con fuerza entre el furioso oleaje del Ser, entonces puede que trates
de torpedear la seguridad de otros más firmes, en la falsa creencia de que lo
que les quitas de su derecho aumenta tu estabilidad, y la libertad que les
niegas fundamenta tu vacío. Eres un pecio insustancial que se cree a salvo
cuando contribuye al naufragio de otros más seguros.
Las almas verdaderamente grandes rehuyen el poder por la corrupción intrínseca
que siempre comporta, pero si alguna urgencia social lo hace inevitable –de modo
transitorio–, entonces lo usan para ayudar, dirigir, formar, fundamentar,
encauzar... no para prohibir. Prohibir es un acto mutilador que siempre regresa
hacia quien lo emite, exigiendo una explicación que lo justifique y fundamente.
La soberbia y la prepotencia nunca tienen razones, porque las razones son
simples avatares de la Razón Verdadera y ésta no se deja manipular por almas
demasiado pequeñas para contenerla.