DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS
Miguel Cobaleda
01-02-2023
23-EL REMORDIMIENTO
El remordimiento no existe, es egoísmo y vanidad. Consiste en que el sujeto se
diga a sí mismo: “Fue un momento especial, único, me cogió desprevenido, yo no
soy así, no tengo la culpa de lo que me pasó, nunca antes me había pasado”. El
delito –el pecado, el crimen, lo que fuere– no ha sido “hecho”, sino “padecido”,
este pobre criminal es más víctima que la víctima.
Además, lo mismo que el perdón, ni es posible ni sirve para nada.
No es posible:
* Si consiste en una pose superficial, entonces no es auténtico, se trata
solamente de una ficción burda para que el delincuente se maquille ante su
propio espejo.
* Si consiste en una actitud auténtica, pero superficial, de “pésame Señor
haberos ofendido”, entonces se trata de una recuperación de la tranquilidad
espiritual, de satisfacer el precio del producto para quedarse con la conciencia
tranquila de que no estamos robando, y poder marcharse a casa con el artículo
pagado. Habíamos fingido que lo robábamos, pero no: “yo no soy así, yo pago mis
deudas, soy de fiar, buena gente, cumplo mis compromisos”.
* Si consiste en una actitud auténtica y profunda, de verdadera contrición, se
trata de castigar la maldad que también tenemos dentro, cauterizarla, sanarla
por medio quirúrgicos, cuanto más dolorosos más quirúrgicos, más curativos; para
recuperar la dignidad perdida, aunque sea a costa de una cicatriz y de una
amputación (esa cosa maligna que, por suerte, ya no tenemos dentro).
* Si consiste en un sentimiento devastador que nos empuja a la desesperación,
entonces una de dos:
** O nos identificamos con la víctima y sentimos el delito como lo siente ella
(en cuyo caso el tal sentimiento devastador es un castigo suficiente que condona
el delito y deja sin sentido al remordimiento),
** o nos repugna nuestro propio comportamiento (que es en realidad otro modo de
identificarnos con la víctima) y solamente queremos limpiarnos de esa
repugnancia, desollarnos si es preciso para arrancar de nosotros esa mancha
inmunda (en cuyo caso el remordimiento es una quimioterapia de salvación cuya
alternativa es la muerte, la auto-destrucción).
* Si fuese posible, tendría que ser una intelección diáfana, judicial,
equilibrada; una volición decidida, determinada; y un sentimiento sin indultos.
** Una intelección diáfana, judicial, equilibrada.- Debería el delincuente
juzgarse a sí mismo como le juzgaría un juez ajeno, desconocido y profesional:
sin confusión de objetivos, móviles, atenuantes, agravantes... sino con los
hechos desnudos sobre la mesa, midiendo los motivos en lo que son y valen,
pesando los pros y los contras en una balanza imparcial. Sin conocerse por
dentro como se conoce a sí mismo. Un atributo del juez justo e imparcial es que
no conoce al reo como el reo se conoce a sí mismo, no puede ser parcial a su
favor ni serlo en su contra. La ausencia de este requisito –que es imposible que
se dé porque en el remordimiento es el reo su propio juez– es lo que hace
imposible el tal remordimiento que, cuando mejor, sólo es un simulacro de juicio
en el que no hay más testigos que el reo, y en el que todos los supuestos
concomitantes están degradados por la subjetividad.
** Una volición determinada, decidida.- Esta condición sí puede darse, aunque
siempre bajo sospecha, bajo mucha sospecha y, por tanto, sin la pura desnudez
judicial. Si el delincuente se es demasiado favorable, o si se es demasiado
adversario, esa volición está contaminada. La volición depende –no en su poder
volitivo, sí en su guía intelectual– de la primera condición y está muy
mediatizada por ella. Podría encontrase en algún caso extraño, pero no debería
ser atendida en el juicio “remordiente” por defecto de procedimiento, como se
dice en la jerga judicial cuando el fondo puede que sea válido, pero la forma
está contaminada.
** Un sentimiento sin indultos (y sin condenas sumarísimas; ni lo uno ni lo
otro).- El sentimiento puro es cosa que no parece de este mundo, siempre rema a
favor de la corriente o en contra de ella, pero siempre rema, nunca está
inmóvil. No se dice de los amantes, que van el uno hacia el otro “por las
potencias oscuras”; no se dice de los amigos, aunque la amistad sea más limpia,
porque siempre llevamos a abordo al reptil egoísta, al niño llorón, al compadre
amiguista, al envidioso inevitable...; y no se dice de los padres a los hijos
porque están protegiendo los genes y les comanda la especie, que sólo se ama a
sí misma y sólo quiere sobrevivir.
Y no sirve para nada:
* Puesto que no hay ningún sistema para volver al pasado, no existe el modo de
deshacer lo hecho, de des-cometer el delito, de des-matar al asesinado, de
des-ofender al ofendido. La esencia del delito permanece, sean cuales sean los
métodos “ortopédicos” que se usen para justificar el remordimiento.
* Los partidarios del perdón, del remordimiento y similares, hablan de
compensación, de castigo, de penitencia, multa, contrición, etc. Si estos
sistemas fuesen operativos, lo primero que habría que hacer es establecer las
equivalencias... y en eso difícilmente puede haber acuerdo. Los sistemas
judiciales han sido tan diferentes en los distintos momento de la historia, y
son tan diferentes ahora de unas naciones a otras, que queda bien clara la
imposibilidad de ajustar un sistema de compensaciones que efectivamente concite
un consenso general. Pero es que, incluso si se pudiera establecer tal
equilibrio por consentimiento general, seguirían siendo de naturaleza totalmente
distinta las compensaciones y los delitos. Esto convertiría el remordimiento en
un comercio, donde de forma convencional asignamos un valor crematístico a
ciertos objetos y bienes, en el entendimiento mutuo de que estamos todos
conformes y de que, en realidad, la equivalencia no se produce: un plátano no
vale dos céntimos (ni tres ni mil, no es evaluable en céntimos, como no lo es
una consulta médica, ni una clase profesoral, ni la pericia y el tiempo del
mecánico que nos arregla el coche). En el comercio hemos llegado –desde los
geniales fenicios– a ese acuerdo universal, pero nunca lo podríamos extrapolar
al interior del alma humana donde el remordimiento se produce.
* Admitiendo que se diera lo que no puede darse, nadie garantiza el puente entre
el remordimiento del delincuente y la “victimidad” de la víctima, nadie nos
asegura –ni nos puede asegurar– que el remordimiento acceda a ese protocolo
victimado, lo toque, lo asimile, lo desactive y lo anule.
* Puede plantearse la cuestión de que “no necesita servir para”, que es algo que
es como es y basta. Que es suficiente con que se produzca para que se produzca.
Cierto, si deja el espíritu como lo encuentra, si no actúa, en fin... si no
existe, si no se produce. Cualquier movimiento del espíritu tiene que tener
justificación, no necesariamente en relación a terceros ajenos, puede que
solamente en sí mismo, pero alguna. No olvidemos que hablamos del espíritu
humano, no del viento o de las nubes o del oleaje del mar, que se producen sin
propósito. Si algo se produce sin propósito en nosotros, los seres humanos –y no
será desde luego el remordimiento–, se produce no en cuanto humanos, sino en la
parte animal y vegetal que también somos.
El remordimiento es un simple acto de compraventa. No niego que se trate de un
proceso moral, lo es por completo; lo que digo es que su nivel ético queda
reducido a una transacción del delincuente con su delito, como comprar las bulas
aquéllas que permitían comer carne cuando comer carne estaba prohibido. Es un
acto moral, a mi juicio moralmente perverso porque condona delitos y, por ello,
facilita que se sigan cometiendo. En todo caso su índole no es como para
presumir, aunque los pecadores arrepentidos tengan buena prensa y hasta imagen
romántica, con sus harapos remendados, sus cayados de palo y sus golpes de
pecho.
En mi opinión, en este asunto del remordimiento la única opción moralmente
elegante es que no tenga que haberlo por el sistema de evitar el delito. Nadie
nos obliga a pecar, así que mejor “vayamos y no pequemos más”.