DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS
22-NI ESTÁ NI SE LA
ESPERA (LA CIENCIA)
PRÓLOGO.-
Siempre me manifiesto como defensor de una pretendida metafísica antigua frente
a la ciencia actual “numérica”. Cierto es que el afán matemático de las ciencias
actuales es exagerado y pueril, parece que toman la matematización como una
predicación de los Santos Evangelios, y ninguna ciencia de hoy se considera tal
si no puede exhibir –venga o no a cuento– toda una base de funciones
algebraicas, no ya la física, la química o la astronomía, incluso ciencias de
las que llamo “líricas”, como la psicología o la sociología, que están al nivel
de la astrología y que no consiguen salir del estadio estadístico para acceder
al palco de las matemáticas serias.
Digo “una pretendida metafísica antigua” porque, en mi simplificación, parecería
que se trata de algo único y sin variaciones desde Parménides hasta Locke. No
hay tal cosa, en todo caso serían docenas de versiones de una manera de
reflexionar que tampoco es la misma, como mucho relativamente parecida; y no
constituye de ninguna manera un solo cuerpo de doctrina, ya que la propia
Antigüedad tiene una panoplia enorme de pensamientos diferentes, y no digamos la
Edad Media y aún la Moderna antes de llegar a Galileo o a Descartes.
Tampoco es cierta esa frontera que digo defender cuando retrocedo desde la
ciencia de hoy hasta la filosofía de antesdeayer: no creo ni defiendo que la
filosofía antigua contuviese mayor verdad que las ciencias actuales. Lo que
sucede es que lucho contra algo que, todavía hoy y a pesar de algunos
debeladores inteligentes como Popper o Kuhn, es tomado y defendido como un
sistema de creencias religiosas. La ciencia sigue siendo ahora mismo la religión
actual, con toda su masa de verdades indiscutibles –“dogmas revelados por el
dios matemático”–; de chamanes inequívocos –los científicos siguen teniendo un
respaldo más sacramental que otra cosa–; con sus feligreses multitudinarios –los
creyentes en esta religión actual son todos los habitantes del mundo–; y con una
confianza –la raíz de toda certidumbre religiosa– que no tiene parangón, por lo
entregada e ingenua, con ninguna anterior “fe del carbonero”. Tengo que
arremeter con toda contundencia contra ese minotauro ciego –esta
religión=ciencia tiene un status sagrado de asentimiento absoluto no informado–
y no me puedo detener en minucias. No, no defiendo una pretendida metafísica
antigua que nunca hubo en realidad, al menos tal como yo la manifiesto.
Sí que hay que dar de baja a esta ciencia actual, demasiado convencida de sus
procedimientos y de sus logros (ninguna religión anterior ha tenido tanta
soberbia y prepotencia en sus ministros, en sus sacramentos, en sus templos o en
sus feligreses), y que ya no se sostiene a pesar de los pesares. Sus cambios de
sentido, sus “donde dije digo, digo diego”, sus reformulaciones de sucesivos
paradigmas, sus errores, su insuficiencia teórica, su hastiante recurso
matemático... son síntomas de que ya no está en situación de seguir ejerciendo
el liderazgo de la civilización. Ni siquiera su hija tonta, una técnica
ingenieril que le saca punta a la menor consecución, basta para sostener un
edificio viejo y agrietado.
No para volver a esa metafísica medieval que ya fue desmontada hace tantos
siglos: para pasar a otra cosa. Lo que ocurre es que esa cosa es el futuro y
todavía no podemos ponerle ni rostro ni nombre a su cartel de “se busca”.
A lo mejor somos pocos, o poquísimos, los que hemos dejado de creer en la
ciencia de hoy con razones de peso y argumentos sólidos, pero al principio todas
las religiones tienen pocos seguidores, generalmente mártires. Da igual. De lo
que se trata no es de llorar ni de convencer (si el barco se hunde, antes o
después lo descubrirán los que van a bordo, tanto si quieren como si no),
[detengo el proceso en que ando, para ilustrar el ejemplo del barco agrietado:
estamos ahora mismo –domingo 29 de marzo del año 2020– confinados en nuestros
hogares todos los habitantes del mundo a causa de una pandemia producida por un
virus – no tan letal como la Yersinia–, y ni las instituciones modernas con todo
su poder, ni la ciencia actual con toda su sabiduría, han sabido preverlo,
atajarlo y vencerlo; en ello están a trancas y barrancas, mientras nos
vanagloriamos de haber descubierto las galaxias y sostenemos en nuestras manos
satisfechas productos de la tecnología que nos permiten hablar por vídeo con
nuestro primo de Australia. Eso sí, nuestro primo está tan confinado como
nosotros y la ciencia “numérica” tan poderosa no ha sido capaz de ganarle la
partida ni siquiera a un sólo virus... los organismos más sencillos y simples
que hay... El barco hace aguas, claro que sí, y lo están descubriendo los
escépticos metidos en sus casas y preguntándose qué pecados han cometido contra
este dios actual de la ciencia imperante.]
ni de llorar ni de convencer: se trata de ¿adivinar? cuál ha de ser ese saber
futuro que, más allá de la ciencia periclitada, se adueñe del panorama.
No lo sé, lo más que puedo hacer es tratar de delinear algunos pocos rasgos de
un retrato robot muy esbozado, muy general (aunque en escritos anteriores me he
arriesgado mucho más):
* Seguramente prescindirá de los instrumentos=plomos que han lastrado la ciencia
pretendiendo defenderla o fundamentarla. No creo que la matemática se mantenga
en su posición de privilegio. No será posible –ni deseable– prescindir de ella
por completo, pero dejaremos de sentir que, sin ella, no somos nadie. No la
tiraremos por la borda, pero seguramente no dejaremos que sea nuestro único
lazarillo.
* Quizá el nuevo saber no tenga pareja, “sea célibe”. La ciencia ha necesitado
siempre cohabitar con la técnica (se alimentan la una de la otra), y esa
relación –que ha producido algunos vástagos de enorme poder y eficacia– también
ha sido y es fuente de espejismos: nos hace pensar que la ciencia sabe más de lo
que sabe y nos hace creer que la técnica lo puede todo. El nuevo saber
seguramente será absoluto, suelto, sin dependencias, quizá no necesite ni
requiera fundamentos, que sea un nuevo tipo de edificio sin cimiento, aéreo,
enteramente insólito.
* No será la vieja metafísica ni será la ciencia numérica. No será, por ejemplo,
la física metafísica (que “destripaba el móvil en acto/y/potencia” para estudiar
el movimiento, con una mirada internizante desnaturalizadora); ni será, por
ejemplo, la física matemática (que solamente mide parámetros, con una mirada
externizante igual de ajena). Tendrá que ser algo diferente y nuevo, algo que no
observe ni desde dentro ni desde fuera, es decir, que no observe pasivamente,
sino que construya actuando.
* Imagino el nuevo saber como una palanca de potencia; un empuje que no analiza
lo que “se encuentra” como un reportero neutral, sino que interviene en la
acción “haciendo para encontrar” como un misionero comprometido.
* Tendrá, sobre todo, que hacer una colecta general de los problemas
fundamentales, tanto los que estén planteados en presente, como los que hayamos
dejado atrás sin resolver. Y tendrá que resolverlos.
* Eso sí, no deberíamos renunciar a que ese nuevo saber, al resolver cada
problema, plantee retos nuevos: sólo de ese modo no nos cerraremos el horizonte.
Por mucho que yo vea remotísimo este paraíso que vislumbro, por mucho que dude
de que lo vayamos a alcanzar y por mucho que malicie una espera interminable, lo
cierto es que no creo que ese paraíso sea ya el término final del viaje humano:
la Humanidad tiene por delante, sin duda, un camino infinito, muchos otros
paraísos que descubrir y conseguir.
******************************
TEXTO.-
OBSOLESCENCIA Y DESAPARICIÓN DE LA CIENCIA
ACTUAL
La ciencia actual (y, sobre todo, la matemática) han llegado al extremo de su
periplo, serán sustituidas por otro algo, como lo fueron la metafísica, la
astronomía antigua, la alquimia, y demás. Actualmente la estadística –que está
colonizando todas las áreas de la ciencia, incluso las que no se habían
matematizado, como la psicología y la sociología, y que sustituye ahora al
principio de causalidad como base de la certeza científica– domina el panorama y
se espera de ella que domine todavía más. Yo no creo que tenga futuro a largo
plazo, porque sus predicciones no producen “sintonía fina” –no atañen ni
alcanzan lo individual–, porque sigue siendo matemática, y porque “no explica”.
Una predicción no explicada es indistinta de la magia, puede ser parte de un
lenguaje esotérico, al que se respeta por erudito pero que no convence por
remoto.
El párrafo anterior parece un despropósito porque a día de hoy la Ciencia en
general –y no digamos la matemática en particular– gozan de un éxito global
inmenso, son cada vez más el credo popular que no tiene apóstatas y que congrega
a toda la población del planeta con una “fe de carbonero” que ya quisieran para
sí el Cristianismo, el Judaísmo, el Islam, el Hinduismo y el Budismo. Una más (y
quizá la más discutible) de mis “ideas prohibidas”.
El contenido de este “sacrilegio hereje” o “apostasía cismática” es, además, una
conjetura, basada más en la intuición que en datos fehacientes. No puedo mostrar
las ruinas de la ciencia, o los harapos miserables de una cultura en desplome,
solamente ciertos rasgos de cansancio, de “fatiga de los materiales”, como las
huellas casi impalpables que llevan a los técnicos aeronáuticos a desechar un
avión aparentemente en buen estado, como fuente posible de desastres, por alguna
fisura minúscula o alguna rendija menor.
Lo más que puedo mostrar para justificar esa conjetura son los siguientes
–pobres– indicios:
1. Hace demasiado tiempo que murió Louis Pasteur, (1822-1895), y no le ha
sustituido nadie... metáfora que empleo para referirme a este tiempo desasistido
del genio. Precisamente en estos momentos de la Epidemia del SARS COvD 02, lo
que se nota es el fallo de la ciencia, que sigue pautas establecidas mediante
protocolos consabidos sin nadie que dé saltos geniales y avance décadas en
semanas. Los que persiguen vacunas, los que buscan tratamientos y los que
investigan soluciones generales básicas, están haciendo los deberes conforme a
manuales anteriores, nadie está escribiendo un manual nuevo, original y
distinto. Siguen reglas trilladas, emplean la fuerza bruta que acaso consiga en
un plazo largo –muy largo, por desgracia– alguna solución de compromiso, pero no
ofrecen la novedad original que se espera del genio cuando el desastre acecha.
Nos hemos tropezado con el problema de que la caza escasea y las plantas que la
naturaleza ofrecía ya no las ofrece porque hemos esquilmado el territorio...
pero nadie aparece para inventar la agricultura o la ganadería. Nos hemos
tropezado con el problema de que el océano nos cerca y limita, impidiendo
nuestro crecimiento y hasta nuestra supervivencia, pero no aparece nadie que
invente la navegación. Nos hemos tropezado con un virus lento para producir
síntomas pero rápido para contagiar deprisa... y lo más que tenemos son
¿científicos? que solamente proponen mascarillas, distancia, higiene y
confinamiento. En todos los medios de comunicación aparecen sedicentes
científicos que muestran únicamente desconcierto y medianía, que dicen los unos
lo contrario de los otros (sin que nada de ellos sea original o novedoso), y que
propalan en palabras su sacrosanto carácter de sacerdotes de la ciencia...
aunque su dios ya no les hace caso ninguno porque han olvidado el verdadero
ritual, son repetidores de fórmulas vacías, no distintos de los curanderos que
en otras epidemias aconsejaban sangrías y cataplasmas. “No salga nunca, no se
relacione con nadie, no toque nada, si es usted viejo suicídese cuanto antes
para no aumentar el problema...”. Atestiguando la inutilidad de las medidas que
proponen, muchas críticas de esta limitación científica señalan la dificultad
teórica y práctica del “rastreo de contagios” y su pobreza de resultados reales;
la indeseable condición del confinamiento, que reduce la actividad económica, la
actividad educativa, la actividad social, y que aumenta la gravedad de las
“patologías convencionales”, los cánceres, los problemas coronarios, los
problemas de estrés; la desfachatez de los peores gobernantes de la Historia
aprovechando la morbilidad y mortalidad de la epidemia en su beneficio ambicioso
y partidista. La mayor parte de las “originalidades” que estos ¿científicos?
proponen son perogrulladas que también se les ocurren a las mentes sencillas que
no simulan conocimientos esotéricos, por cierto antes que a los propios
científicos. La sensación que producen es que, ante el enfermo aquejado de una
enfermedad contra la cual la medicina se encuentra impotente, nos acercamos a su
cama y le cambiamos las sábanas y mullimos la almohada, fingiendo que estas
menudencias externas son remedios efectivos.
2. Algunas actividades científicas –al parecer y en contra de la tesis anterior–
sí que han experimentado avances muy notables recientemente, cosa que ha
sucedido en varias: en la Genética, en la Astrofísica, en la Física, en la
Matemática... por ejemplo.
a. En la Genética se han dado lo que parecen ser avances espectaculares. Ayer
mismo (8-10-2020) les fue concedido el Nobel a dos mujeres científicas por el
sistema del corta/y/pega genético, el CRISPR –olvidando de paso al investigador
español inventor del procedimiento–. Es la puerta de algo grande, ciertamente,
pero es todavía una puerta trivial. Un ejemplo didáctico: supongamos que nos
hemos encontrado con rastros de una cultura extraterrestre inmensamente
avanzada, que hemos llegado cuando ellos ya no están, pero sí que continúan
presentes muchas muestras de su civilización, por ejemplo lo que creemos que son
sus bibliotecas, la suma de su saber, de su ciencia, de su literatura, de su
filosofía... Unos objetos semejantes a libros llenos de signos extraños en lo
que acaso sea un idioma o similar. Avanzamos muchísimo, sabemos cada vez más de
sus “libros” (según nos dicen muy ufanos los exo-arqueólogos, del mismo modo que
ahora los virólogos nos dicen que saben cada vez más de los virus, por ejemplo
del Coronavirus COVID 19). Bien, lo que saben cada vez más es que encuadernaban
sus “libros” con una especie de lámina sintética parecida a nuestro plástico;
que escribían sobre hojas de un material inorgánico, unas láminas como de cuarzo
ultrafino; que usaban para “tinta” unas micro-perforaciones de las láminas; que
los “libros” nunca eran más pequeños de 15 centímetros ni más grandes de medio
metro; que los colocaban en casilleros de tres metros de ancho por un metro de
alto; que los signos tienen cierto parecido entre sí, como nuestras letras; que
esos signos parecen formar secuencias, como nuestras palabras; que... Y así
todo, cosas someras, periféricas, insustanciales. Pero no saben en qué idioma –o
lo que sea– están, ni qué pueda significar cada signo –cada “letra”– o lo que
sean, cada secuencia –cada “palabra”– o lo que sean. No saben explicar por qué
no hay dos signos iguales ni, por tanto, dos secuencias iguales. No saben si
cada secuencia es un mensaje o parte de un mensaje, ni si cada mensaje –en caso
de que haya mensajes– es un mensaje solamente, con una mera descripción
informativa, o es una determinación física de acciones operativas (es decir: no
saben si una determinada serie de secuencias es una sentencia condenatoria, que
promueve una ejecución, o es ya la ejecución misma). En consecuencia, no saben
cuál pueda ser el contenido argumental de esa cultura, a pesar de haber abierto
una puerta tan prometedora. No saben nada. Nos hemos acostumbrado a analizar la
complejidad de lo complejo para reducirlo a sus simples, pero estamos estancados
ante la complejidad de lo simple, y los organismos más simples del planeta
resultan demasiado complejos para nosotros.
b. La Astrofísica ha experimentado avances enormes desde que ni siquiera
sabíamos la distancia entre estrellas o cúmulos de estrellas, hasta ahora que
sabemos de galaxias remotas –y sus distancias entre sí y hasta nosotros–, de
cúmulos de galaxias, de agujeros negros, de radiación de fondo... Y lo ha hecho
en un siglo, si suponemos –como hago yo– que toda esa maravilla empezó con el
trabajo de Henrietta Swan Leavitt, que murió hace 99 años. Ha sido abrir la
puerta de un mundo nuevo, fascinante, pero sólo la puerta. Las teorías
astrofísicas que se amontonan, todas muy interesantes y novedosas, son el juego
infantil de suponer la gran cantidad de riquezas que obtendremos cuando
exploremos ese territorio nuevo; es por eso, por tratarse de ensoñaciones y
deseos, por lo que son tan fantásticas, tan atractivas, tan originales. Jugamos
con teorías de Pluriversos de n dimensiones, de curvatura del espacio-tiempo, de
expansión o dilatación del Universo, de su principio explosivo a partir de un
mega-átomo infinitamente denso y concentrado, de su posible final...
c. En la Física ha aparecido la Mecánica Cuántica, toda una magia de inmensa
cantidad de maravillas aún por descubrir. Ante esta teoría sabemos que no
sabemos, porque todo lo que sabíamos no era verdadero saber. Ya no nos sirven
los sabios venerables del pasado, tan obsoleto se ha quedado Newton como
Aristóteles, tan pasados de moda Galileo y Kepler como Ptolomeo. Lo que sucede
en lo mínimo ha desplazado por completo a lo que sucede en lo máximo. La
Cuántica ha supuesto más que una revolución, ya que las revoluciones
revolucionan lo conocido, trastocan el orden pero conservan los elementos aunque
los ordenen de otro modo; esta Física nueva es nueva en el orden y en los
elementos, es otro lenguaje, otro mundo, otra... actividad diferente que no se
parece nada a la ciencia.
d. La Matemática no se ha quedado atrás, al contrario: ha producido también dos
saltos –sobresaltos– muy notables:
i. El recambio de las soluciones de la vieja metafísica por nuevos recursos. La
causalidad –derrumbada previamente por críticos feroces como Hume, Kant y
otros–, ha sido sustituida por la estadística. Para caminar por las rutas del
saber –no sólo teórico, también práctico– ya no nos sirve averiguar cuál sea la
causa del fenómeno que nos enfrente, las causas han resultado tener muy débil
uno de sus flancos y el ejército de la Crítica Filosófica ha penetrado
profundamente en sus defensas. Ahora es la estadística la que opera como
causalidad. Para saber qué enfermedad me aqueja y produce estos dolores que
tengo, ya no es preciso conocer las causas orgánicas de la morbilidad, basta la
estadística que dice que los tales síntomas significan apendicitis en el 96% de
los casos. Para saber qué tiempo climatológico hará la semana que viene, ya no
será necesario conocer las causas de los vientos, las nubes, las lluvias, las
nieves... Siendo las que son las isobaras, hay un 87% de probabilidad de lluvia
esa semana, y un 72% de probabilidad de nieve en cotas superiores a los 700
metros. Para saber por qué he tenido este accidente tan grave en la autopista,
el conocimiento causal de la mecánica del vehículo, del estado de la calzada, de
la incidencia del tráfico, o de mi nivel de alcohol en sangre, no basta; mejor
lo explica el saber que en un puente festivo como éste el año pasado se
produjeron x accidentes: en este tramo concreto el 79%, en un vehículo como el
mío, y con parecido número de kilómetros recorridos, el 68%, y con un conductor
de mi edad y circunstancias el 87%. La estadística, y no la causalidad, me había
condenado de antemano. Pero atención: vemos que en todos los ejemplos (en casi
cualquier otro que pudiéramos poner, salvo los que usan la estadística como
función principal de sus estudios) la causalidad sigue operativa, a pesar de que
lo he negado al ejemplificar. Sí que siguen importando la causa de la
enfermedad, la causa del clima concreto, la causa del accidente singular.
Naturalmente que sí, porque estamos cambiando, todavía no hemos terminado de
cambiar. Del mismo modo que el que siga habiendo motores diesel y gasolina,
además de eléctricos, y precisamente por el hecho de que haya motores híbridos,
eso quiere decir que estamos a medias de cambiar, que no hemos terminado, pero
que no tardando desaparecerán los motores de combustible y quedarán solamente
los nuevos; del mismo modo el que siga habiendo explicaciones causales significa
que no hemos terminado de asimilar la nueva explicación, que estamos en ello,
pero esos capítulos de la Metafísica de Aristóteles están llamados a resultar
incomprensibles no tardando. Por ahora la estadística ya ha ocupado la totalidad
del territorio de las “ciencias líricas” (no consigo tomármelas en serio), como
la psicología o la sociología, y mucho territorio de otras ciencias, como la
propia física y hasta la “terrenosa” química, tan escasamente literaria élla.
ii. Las investigaciones lógico/matemáticas de Kurt Gödel han dejado los
formalismos desnudos y a la intemperie. La Aritmética (y con ella el resto de
sus hermanas y de sus primas) permanece en escena, sosteniendo un personaje que
ya no es creíble, porque nadie sabe con qué se la pueda sustituir y estamos
todos callados, como si no nos hubiésemos dado cuenta de que la actriz principal
está muerta, a ver si el público no se entera y podemos seguir con la función.
Todo sistema formal contiene contradicciones, salvo que hagamos arreglos para
solucionarlo; si los hacemos, ya no las habrá, pero el sistema se habrá vuelto
incompleto (incapaz de exponer la totalidad de la teoría para la que haya sido
construido). Puede ser completo o puede ser coherente, pero no las dos cosas a
la vez. En suma, no sirve para lo que tiene que servir, es decir, no sirve para
nada: o bien nos informa de que el asesino es uno que estaba y que no estaba en
la escena del crimen cuando se cometió el crimen, o bien nos dice que el asesino
es todos los sospechosos y/o cualquiera. Seguimos haciendo informes policiales
sobre el asesinato en cuestión, muy bien redactados, en folios impolutos, con la
cara muy seria, pero... pero nadie sabe qué significan esas verdades científicas
expuestas en un lenguaje matemático que... que no significa nada (aunque, al
parecer, yo soy el único tonto que levanta la mano y dice “eh, que la actriz
está muerta”, mientras los colegas me chistan para que me calle y me llaman
idiota y traidor por levantar la liebre, que a quién se le ocurre más que a mí,
que soy el bobo del barrio y todo el mundo lo sabe...).
3. En mi opinión, todas estas nuevas maravillas de las distintas disciplinas
científicas son de dos clases, pero de una sola clase: por un lado son
simplemente nuevas aperturas hacia mundos nuevos; por otro lado son mundos
nuevos recién descubiertos. Y se trata de una sola clase porque son algo nuevo e
inexplorado, nuevo por nuevo e inexplorado por nuevo. Es decir, ya no son la
vieja ciencia de Galileo y de Newton, ya no son la vieja matemática de Newton,
Leibnitz, Gauss y de Euler. Claro que Newton, Galileo, Leibnitz, Gauss y Euler
–y tantos y tantos– siguen presentes y seguirán, pero eso es porque estamos
cambiando, no hemos terminado de cambiar.
4. La ciencia aparece ante los profanos como una serie de dogmas inmutables que,
en cuanto fundamentos inmutables –repito– de la realidad, exigen una fe
absoluta, una confianza total y un ciego seguimiento de sus verdades y de sus
sacerdotes. Pero los sacerdotes saben que es más cambiante que una adolescente
enamoradiza. Los paradigmas científicos (Kuhn) cambian con cierta frecuencia, y
cuando cambian, cambian del todo, hacen en la ciencia una renovación que es más
que revolucionaria, como la que llevaron a cabo genios como Galileo y Newton, de
tal forma que, si lo que ellos hicieron era ciencia, no era ciencia todo lo
anterior. Sucede que los profanos, –que no estudian nada de ciencia– y hasta los
científicos –que estudian los manuales de su tiempo, pero no historia de la
ciencia ni los manuales de otras épocas– ignoran esos cambios, creen ser la
ciencia una historia inmutable, sólo con avances acumulativos. No saben que
“donde dije digo, digo diego” es, en la ciencia, lo más común y que las verdades
de hoy son superadas –desmentidas– mañana y se quedan obsoletas, artilugios
mentales desechados como ortopedias aparatosas y patéticas (el Almagesto podría
ser un buen ejemplo, o la Física del maestro Aristóteles).
5. La traducción=acompañamiento=fidelidad entre ciencia y matemática –que se les
debe en gran parte a esos dos genios citados varias veces, Galileo y Newton– no
tiene por qué ser un matrimonio hasta la muerte, puede ser una unión momentánea
–momentánea a escala secular–, un matrimonio de conveniencia. No está dicho que:
a. La matemática sea el único lenguaje formal de la ciencia.
b. La matemática tenga que ser el único lenguaje de la ciencia.
c. La matemática y la ciencia sean lo bastante paralelas como para marchar
unidas en todo su decurso.
d. La matemática sea una buena “traducción” de la ciencia. Si lo es, lo es más
por contribuir al lenguaje arcano –sacramental– de la misma y consiguiente
beneficio “creencial” de los profanos, que por su eficacia como idioma exponente
(puesto que, en cuanto lenguaje formal, tiene las limitaciones
correspondientes).
e. La matemática pueda acompañar a la ciencia cuando ésta se convierta en otra
cosa completamente distinta.
f. Si antes del maridaje galileico y newtoniano ciencia/matemática, la ciencia
no se expresaba necesariamente en lenguaje matemático, acabada esa relación de
conveniencia, puedan separarse como lo estaban antes.
6. La ciencia está ya desde hace tiempo rizando el rizo, ocupada con manierismos
demasiado sutiles y demasiado poco resolutivos (este aspecto lo suple la
técnica), se ha alejado y se aleja cada vez más de una comprensión abarcable. Lo
que parece enorme riqueza especializada, puede que no sean más que ignorancias
sumadas muy poco operativas. No sólo desapareció con Leibnitz el científico
universal que abarcaba todos los saberes: ahora abarcar incluso territorios
acotados de ciencias particulares, no está al alcance de nadie, sólo minúsculas
parcelas de especialización. Y no existe una suma total mecánica (un ordenador
que lo sume todo, una wikipedia infinita), porque, aunque existiera, ningún ser
humano le podría hacer con sentido –y comprendiendo las respuestas– TODAS las
preguntas.
7. La división especialista de las ciencias –sobre todo la actual, tan grande,
tan agrietada–, conlleva, como acabo de decir, que ninguna mente individual ni
sanedrín colectivo abarque-y-comprenda el totum. Además impide la estabilidad
general de la Ciencia, con mayúsculas, cuando alguna o algunas, desnutridas y/o
confusas, hacen agua por grietas de su casco que ningún genio consigue tapar.
Puede que la física como tal no se resienta de las hendiduras –enormes, como
estamos viendo– de la medicina, o que la química como tal no sienta las
vacilaciones de la economía... pero el conjunto sí tiembla con esos temblores y
sí amenaza ruina general.
8. También los antiguos saberes estaban por el estilo –de exquisitos y
confiados– cuando llegó “paco-con-la-rebaja” y los dejó en la cuneta de la
historia. La gran Metafísica, comenzada incoativamente por gente como Parménides
y Heráclito, llevada a alturas luminosas por Platón y a excelsos resultados con
Aristóteles, engrandecidas por generaciones sucesivas de Plotinos, Escotos,
SantosTomases y Ockams, incluso respetada por los racionalismos... no parecía
atacable, hasta que el empirismo hincó sus garras afiladas en sus verdades
sublimes y, un zarpazo tras otro, dieron con ella en la fosa metafísica de la
Crítica kantiana.
9. Llevamos demasiado tiempo con esta “fe de la ciencia” que ya no es una “fe en
la ciencia” (los más avisados, y hasta los medio avisados, empiezan anotar que
el barco zozobra); a causa de ello sentimos ese hastío de lo muy usado que ya no
abriga, que está desgastado por todas las dobleces. Los feligreses de la ciencia
seguimos repitiendo las “oraciones sagradas de nuestro culto” –seguimos todos
los protocolos de la creencia– porque no tenemos otro dios al que rezar en este
mundo de templos vacíos y creencias muertas, pero ya no surten efectos mágicos
esas plegarias, ya no se nos aparece nadie en el Camino de Emaús.
10. La técnica tampoco puede tapar siempre las miserias de la ciencia. Ella
misma está usando demasiada pólvora en salvas, remediando con ingeniería la
falta de ideas creadoras.
a. La informática tan rampante, que parece seguir siendo la diosa tecnológica
sublime, hace tiempo que no adquiere ninguna idea nueva, sólo mejora “el
tamaño”, siendo los componentes cada vez menores, sí –una tarjeta Micro SD, del
tamaño de la uña del meñique, puede llegar actualmente hasta los 1.024 GB, para
lo cual hace décadas se hubiesen necesitado varios edificios–, aparentando
empuje y novedad, sí, pero es pura apariencia. Es cierto que un ladrillito
tamaño teléfono celular es ahora más potente –más rápido–, y capaz en cuanto a
memoria, que un ordenador de hace setenta años, grande como un hangar, por lo
cual podemos transportar ordenadores muy poderosos en los buques de la armada,
en las entrañas de los misiles, en el coche, en el reloj de la muñeca, incluso
en el bolsillo de la camisa... pero no consigue mucho más de lo que conseguía su
hermano anterior a base de miles de bombillas y de aireadores gigantescos.
b. La astrofísica tan poderosa y en aparente proceso de expansión, construye,
sí, telescopios cada vez más potentes, como el que está en curso en Chile,
desierto de Atacama, y logrará ver mejor y más lejos, sí... pero no tiene ideas
nuevas sobre qué hacer con lo que ve o cómo interpretarlo.