DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS
19-LA INMORTALIDAD
Miguel Cobaleda
01-09-2022
Resumen.- Si no hay muerte,
hay vida eterna. Si no hay acabamiento, hay continuidad interminable. No existe
término medio. Pues bien, la continuidad interminable no es considerada con
atención y analizada con lupa por las religiones que denuncian el dato absoluto
de la muerte, lo recusan y proponen la alternativa de la vida eterna.
Podemos definir la vida eterna como queramos, ya que su existencia se produce en
un paraíso celestial que nadie perfila y que cada cual puede interpretar como
sus deseos quiméricos le propongan. Pero hay que ir paso a paso y de menos a
más:
1. ¿Durante cuánto tiempo?... Porque si somos los mismos que somos, nos
acabaremos aburriendo del panorama si no en el primer mes, ni en el primer año,
ni en el primer milenio, ni en el primer millón,... seguramente sí en el millón
cuatro mil millones, o en el cincuenta mil trillones.
2. ¿Que no seamos los mismos?... ¿Soportaremos el Paraíso si dejamos de ser los
que somos y pasamos a ser otros?... ¿Queremos una vida eterna que, para durar,
tenga que convertirnos de cuando en cuando en unos extraños absolutos, y luego
en otros y después en otros, borrados para siempre los que fuimos, los que ahora
somos...?
3. En caso de que ya no sea temporal ese lugar celestial de la vida eterna,
¿queremos ir a tal escenario del que es imposible que nos hagamos idea ahora
mismo porque es tan diferente de todo lo imaginable que está fuera de nuestra
capacidad?
4. Todo esto son palabras vanas porque lo relativo al Paraíso es totalmente otra
cosa, absolutamente otra cosa. Bien, de acuerdo. Pero el nosotros de ahora no es
otra cosa, no somos otra cosa, somos lo que somos. Si para encajar tenemos que
dejar de ser lo que somos y ser algo completamente distinto ¿estamos seguros de
que queremos dejar de ser lo que somos?
5. La cuestión de que nosotros seamos los que somos o seamos otros; y la
cuestión de que se trate de un Paraíso Celestial conforme a lo que ahora
imaginamos y deseamos, o se trate de algo completamente diferente, tanto que ni
siquiera se nos puede explicar porque está totalmente fuera de nuestra
comprensión, estas cuestiones no son triviales. Las religiones –y nosotros–
confiamos en una vida eterna que sí que será eterna, sí que será vida y sí que
será de nuestro agrado, esto es, sí que será feliz. Es esencial que ese
nosotros, que no será nosotros, sea feliz con una felicidad que no es la
felicidad en ese Paraíso que no es el Paraíso. Y es esencial que todo ello
suceda en una eternidad que no se corrompa con su propia infinitud, una
eternidad que no será el tiempo duradero, sino otra cosa que no podemos ni
entender ni asimilar...
6. La alternativa a morir es no morir. Nunca. Las religiones no se adentran en
estos asuntos porque tales temas no son decidibles. Hablan de una vaga sensación
de felicidad imprecisa, pero incluso si en eso consistiera todo y no hubiera
ninguno de los interrogantes anteriores que he citado, la felicidad no es para
todos la misma cosa, en realidad nadie tiene claro en qué consista ni siquiera
la suya propia. Bien, encendamos en el interior de esos espíritus incorpóreos
una sensación de felicidad, cada cual la suya... ¿Parece un paraíso?... parece
una comuna de fumados, cada cual en su éxtasis particular.
7. La memoria es otro asunto. Si cada inmortal tiene memoria de todo lo que
experimenta en su paraíso ¿nunca se borra ese almacén de infinitos recuerdos? Si
no tiene memoria, si cada instante es único y nace desde la nada anterior y en
la nada posterior se disipa ¿cómo es la consciencia de tal paraíso, de tal
felicidad? Porque no creo que nadie de los que ahora esperamos una vida eterna
en el Paraíso, desee esa vida eterna como vivencia instantánea, no temporal
porque el tiempo dejará de tener sentido, sin recuerdo de lo que fuimos –que ya
no lo seremos–, sin constancia del yo, sin conservación de la identidad que nos
hace ser esto que somos.
8. Las religiones saben que necesitamos cercanía, por eso los redentores son
humanos o, si son divinos, se hacen humanos, viven entre nosotros, sufren como
nosotros, mueren por nosotros. Por lo tanto en este asunto de la vida eterna
–sobre todo en este asunto de la vida eterna– los feligreses de a pie
necesitamos cercanía, un Paraíso que sea a la vez posible y creíble.
9. La coartada de los avatares y re-encarnaciones de ciertas religiones de Asia
siempre me ha parecido infantil: si no recuerdas tus vidas anteriores, no has
tenido vidas anteriores. Si no las olvidas, tu memoria infinita es un infierno y
no una solución.
10. La inmortalidad supone la eternidad y la eternidad es uno de los avatares
del infinito:
a. Si concebimos la eternidad como una duración infinita, en un tiempo infinito
caben infinitas veces infinitos sucesos, e infinitas veces infinitas partes de
cada suceso infinito. Como no podemos imaginarlo, simplificamos y nos quedamos
con que es un tiempo que dura mucho, una cosa estupenda porque lo malo del
tiempo es que “se nos acabe”; pero no somos conscientes del concepto “no se
acaba”.
b. Si concebimos la eternidad como una duración simultánea, entonces su densidad
es esencial, no superficial. Significa que cada vivencia es la suma de todas las
infinitas vivencias. Cada vivencia es tan densa que consiste en la totalidad, es
inextinguible, es absoluta. Pero no somos conscientes del concepto “densidad
absoluta de cada vivencia”.
11. “Inmortalidad” es la negación de una negación. Ya sólo este hecho debería
ponernos sobre aviso: en primer lugar, cuando algo no puede ser definido de
forma afirmativa, sino sólo de forma negativa, significa que es imposible de
definir, que no tiene –o no conocemos– sus límites. Además, las definiciones
negativas quieren decir que no sólo carecemos del concepto de algo, sino que
carecemos de la posibilidad de definirlo, ni sabemos lo que es ni sabemos lo que
no es.
12. La muerte nos espanta, de modo que admitimos sin reflexión cualquier cosa
(promesa, concepto, consejo, receta...) que aleje ese espanto de nosotros.
Puesto que somos limitados y el espanto nace de que la muerte es ilimitada, se
nos convence y sosiega con un truco que consiste en decir que lo ilimitado de la
muerte se conjura con... lo ilimitado de la vida. Abarcamos vitalmente un
paisaje muy pequeño en el que no caben horizontes infinitos; por ello no podemos
hacer otra cosa que circunscribir lo ilimitado al panorama posible, mutilar el
universo para que quepa en nuestro mapa, y poner en los márgenes de ese plano
insuficiente la leyenda “etcétera”, que no sabemos lo que significa. Cuando
consigamos encajar la muerte en nuestras expectativas (solamente el acto creador
le confiere sentido), entonces habremos alcanzado otro nivel de Humanidad y nos
habremos reconciliado a la vez con una muerte eterna y con una vida eterna –si
es que no son la misma cosa–.