DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS
18-LA AMISTAD
Miguel Cobaleda
01-08-2022
Se suele comparar la amistad con el amor cuando se trata de definir a la
primera, como si fuese una especie vicaria del amor, secundaria, subordinada y
menor: un amor sin relación carnal, un amor sin intimidad corporal, un amor pero
no tanto, un amor sin convivencia, un amor sin, sin y sin... No voy a hacer
ahora nada parecido.
Es cierto que amistad y amor comparten cualidades y, por tanto, es legítimo y
natural apoyarse en el conocimiento o definición de uno de los dos para definir
o estudiar al otro. Incluso es posible que ese manera de plantear ambas
reflexiones beneficie a las dos, en el sentido de que las características que se
estudian de uno aclaren las mismas características cuando se dan en el otro. No
es mi propósito.
Cuando se usa el amor como andamio para definir la amistad, se suele uno topar
con la diferencia que hay entre dos posibilidades: “amistad entre dos personas
del mismo sexo, hombre-hombre, mujer-mujer”, o la “amistad que se da entre dos
personas de distinto sexo”. A mi entender, esta cuestión es irrelevante, y
espero que mi análisis lo demuestre así.
He definido el amor anteriormente, no es éste el lugar para repetir lo dicho.
Ahora quiero ocuparme del concepto de amistad por sí mismo y en sí mismo, sin
referirlo a ninguno otro cercano o similar.
*** *** ***
La amistad, como concepto, representa un objeto sentimental y moral de tanta
potencia, con tantas dimensiones que, aunque quizá admita (ya lo veremos...) una
definición austera, es muy preferible, al menos desde mi punto de vista,
proceder a analizar sus “notas más esenciales” (no digo “notas esenciales”
porque esa expresión implicaría todas las notas, y mi análisis no pretende –ni
espera conseguir– algo tan exhaustivo). Acaso al final me atreva a intentar la
fórmula escueta que la contenga (que quizá, atrevida o no, no sea posible).
La amistad se presenta –casi siempre de golpe– al sujeto que la recibe como un
milagro especial, inesperado y mágico, con una serie de aspectos; de entre todos
ellos quiero destacar aquí los siguientes:
* 1 Deslumbramiento.-
La personalidad del Proto Amigo [PA: usaré esta abreviatura para Proto Amigo, y
esta expresión para referirme al que será amigo enseguida, pero que en un
instante primitivo no ha llegado a serlo aún] se presenta como una luz casi
sobrenatural, algo no específicamente físico aunque sí perceptible, algo capaz
de entresacar la figura y el rostro del PA de entre la muchedumbre, o de entre
las sombras, o de entre la rutina. Frecuentemente ocurre, al recordar los
primeros momentos de una amistad, que se rememora la efigie del PA como algo
distinta de la que el amigo ha llegado a tener en el curso natural de la
relación amistosa; se la recuerda aislada del resto del entorno, separada, y se
la ve como encendida, inspiradora. Sucede porque, en efecto, ese deslumbramiento
se produce. No incluye generalmente atracción corpórea, consiste en algo que
llamaré “relación de auto-retorno” (RAR): en ese flash inicial sentimos que el
PA nos mira y nos ve mirándole y viéndole, que somos un PA para él al tiempo que
es un PA para nosotros, que somos un PA para él en tanto y porque es un PA para
nosotros. No es algo orgánico y, aunque digo que ese recuerdo incluye esta RAR
tan poderosa y sostengo que vemos a posteriori al amigo iluminado por ella en
aquél momento, puede ocurrir que no recordemos los detalles de su aspecto
personal o, incluso, que los equivoquemos suplantados por otros más recientes.
El deslumbramiento no necesariamente se produce al inicio de una amistad o,
mejor dicho, sí se produce siempre si la amistad ha tenido inicio. Hay amistades
que no lo tienen. Me explicaré mejor: por supuesto que toda relación humana, sea
la que sea, ha tenido un principio en el tiempo, pero me refiero ahora –para
excluirlas en este momento, no del todo– a las amistades que “no se sabe cómo
empezaron”, “somos amigos desde siempre”, “fuimos juntos a la guardería, a la
escuela, nuestros padres son amigos...”. Este tipo de amistad empezaría alguna
vez, pero no tiene inicio en el sentido en que lo uso aquí. Las amistades
“inveteradas” suelen sustituir el deslumbramiento inicial por la “iluminación
progresiva”; no son una luz que explota y nos hace parpadear al encender de
golpe todas las luces del árbol de Navidad; son como ese truco de los belenes
navideños en que se va haciendo gradualmente de día: el resultado es una luz que
posibilita el reconocimiento de una RAR –repentina o paulatina, da lo mismo–.
El deslumbramiento de la amistad no es algo sencillo ni solamente presente en
los momentos iniciales, es algo más. Se trata de uno de los fundamentos más
sólidos de la amistad. La personalidad humana es muy rica, cada uno de nosotros
es un mundo de paisajes variados, muchos superficiales y a plena luz de los
demás, muchos otros ocultos, aunque no necesariamente ocultados, sino
simplemente en sombra tras otros más prominentes. El deslumbramiento nos
deslumbra por la novedad y por la RAR, y nos impulsa a desvelar ese territorio
nuevo y fascinante que es el otro, un PA por ahora, pero al que intuimos muy
próximo, muy prójimo, muy amigo. Ese impulso hace que nos adentremos gozosos en
la personalidad del otro, que se abre a nosotros como nosotros nos abrimos a él;
llevamos en cada mano una llama poderosa, la de la curiosidad engendrada por el
deslumbramiento, por la novedad, por la maravilla del paisaje entrevisto, por el
calor de amistad que empezamos a recibir como una brisa bienhechora; la llama va
iluminando zonas ocultas del otro que el otro desconoce de sí mismo, al mismo
tiempo que él ilumina con su ardiente curiosidad zonas ocultas de nuestro
paisaje interior ignoradas para nosotros también.
Se trata, pues –y es una parte esencial del milagro de la amistad– de un
deslumbramiento que nos ilumina por dentro, nos hace ver ciertos tesoros propios
que la llama del PA descubre en nosotros para admiración suya y nuestra. No
sabíamos que esos tesoros existían dentro de nuestra individualidad hasta que la
llama de amigo los ilumina. Al mismo tiempo es un camino de ir y de venir, esos
tesoros dobles son iluminados a la vez. Se dice que la admiración es un
fundamento de la amistad: lo es, consiste en esto que acabo de explicar, en cada
uno descubre en el otro algo admirable y hace que el otro, que protagoniza un
descubrimiento similar, se maraville también de sí mismo.
No es raro que esos tesoros sean alumbrados a la vez –deslumbrados a la vez–:
son de la misma naturaleza, son de la misma esencia, en cierto sentido es como
si fuesen una misma mina de maravilla cuyas vetas se engarzan en dos almas
distintas que, por ellas, se reconocen y se amigan. Siempre hay un puente de
tesoro entre las almas de dos amigos, no se puede ser amigo de nadie si ese
puente no se da. Hay gente con la que no sientes ninguna afinidad. Hay gente que
no esconde ningún tesoro. Hay gente cuyas zonas ocultas son hediondos
estercoleros de ambición, egoísmo y maldad.
* 2 Vasos comunicantes en lo profundo.-
Se desprende de lo anterior como la conclusión se desprende de sus premisas. Los
amigos siempre se sienten unidos en las zonas profundas del ser, esto es, por
encima de los avatares y de las circunstancias, incluso por encima de las
características superficiales como las manías, las peculiaridades y los
momentos. Suelen saber cuál es el estado de ánimo real del amigo, sienten con
antenas invisibles ese ánimo por debajo de cualquier periferia; y se deslizan de
vaso a vaso con una intimidad que es, al mismo tiempo, un bálsamo si es
necesario, una inyección de ánimo si se precisa, un aplauso si corresponde, una
lágrima si hay que compartir la tristeza, una sonrisa si hay que alegrarse a la
vez, incluso una maldad si lo pide la circunstancia.
Como en los vasos comunicantes, se trata de una continuidad, es algo más que una
simpatía fronteriza; no son dos líquidos próximos, uno de cada recipiente, sino
el mismo y, por ser el mismo, puede alcanzar la superficie de cada vaso desde la
superficie del otro.
No estoy disfrazando la realidad con metáforas, la explicito. Cuando vemos al
amigo y nos cambia el estado de ánimo ¿qué sería, sino la continuidad de dos
vasos comunicantes por su fondo? No significa esto –ni nada de lo que explico
aquí– que el amigo anule al amigo, al contrario, muy al contrario. Un amigo que
lo sea –hay malos amigos y son otro asunto, ésos sí que suplantan y anulan y
destruyen, pero la palabra “amigo” no les corresponde en absoluto–, un amigo que
lo sea nos siembra virtualidades, nos labra las praderas yermas del alma con
maravillas que no había en nuestro interior antes de su entrega, y lo hace desde
su fondo, desde lo profundo de sí mismo nos comunica su don.
Los amigos son parlanchines. Son silenciosos. Es la misma cosa: cuando se trata
de la amistad, es la misma cosa. Son silenciosos porque se comunican por su
fondo, de intimidad a intimidad, sintiendo continuidades. Son parlanchines
porque quieren hacer palabra, sonido que se expanda, una experiencia tan
gratificante, y se quieren reír juntos contagiando al mundo de su risa –aunque
guardando celosos su secreto–.
Como vasos comunicantes en lo profundo, forman una sociedad de sobreentendidos y
de alianzas establecidas “desde siempre” (si eres enemigo de alguien que tiene
siete amigos, tienes ocho enemigos).
Paremos un momento en el “desde siempre”: los vasos comunicantes en lo profundo
sienten esa continuidad como ajena al tiempo –a los cambiantes módulos de la
circunstancia– y, por lo tanto, “desde siempre”, aunque haga tres horas, o dos,
o una. Ser ajeno al tiempo no quiere decir ser ajeno al tiempo, la amistad surge
en el tiempo (como ya he dicho), evoluciona en el tiempo (como ya diré), se
decanta con el tiempo; quiere decir que su sustancia no está hecha de tiempo, ni
siquiera cuando el tiempo la lija y la rompe (lo que no deja de ser una
espantosa desgracia), porque mientras es amistad, el tiempo no cuenta.
La metáfora de los vasos comunicantes nos abandona en un punto esencial: si
fuesen lo que el ejemplo sugiere, dos tubos, por ejemplo de cristal, y uno de
ellos se quiebra a cierta altura, el líquido que contienen ya solamente podrá
llegar hasta ese punto en cualquiera de los dos, en el roto porque no continúa,
en el otro por la ley física que los define. La amistad como vasos comunicantes
en lo profundo es capaz de superar la quiebra “a cierta altura” de uno de los
dos y seguir subiendo más allá del lugar roto, más allá de la desgracia (incluso
–que se lo pregunten a los amigos que han perdido a un amigo– más allá de la
muerte).
* 3 Egoísta con el yo del otro, no con el propio yo.-
La amistad es un conjunto de milagros, no es raro que surjan prodigios a cada
paso de su análisis.
Es natural –infinidad de veces he repetido que es un eco del reptil ancestral
que fuimos y que sigue latiendo en el limo de nuestra sentina– que seamos
egoístas en la exaltación y defensa del propio yo. En la amistad lo que sucede
es que somos egoístas en la exaltación del yo del amigo, no en el nuestro, somos
egoístas de su ego, no del nuestro. Nos hemos hecho fan de su club de fans y
hemos dejado por el momento de ser del propio.
No se trata de la defensa que se espera que un amigo haga de otro a ultranza y
contra viento y marea. Se trata de una posición de principio, de una salida en
el juego del ajedrez: cuando jugamos con el amigo, nuestra salida es tumbar al
rey y dar por vencedor al suyo. No se hace esta renuncia por la espera de una
retribución –dije que no usaría el tema del amor, pero ésta es una de las
diferencias, salvo cuando los amantes, además de amantes, son amigos, claro
está–; no se hace porque ese “club” sea mejor que el nuestro y nos convenga
hacernos de su grey para subir de status; ni se hace porque su casa sea un
palacio mucho más cómodo que nuestra choza: se hace porque, en la amistad,
recibir consiste en dar (si busco una definición sencilla al final, que no me
olvide de ésta...).
Cualquiera que tenga al menos un amigo –verdadero; aquí siempre hablo de amigos
verdaderos, ya que no hay amigos no verdaderos– sabe de lo que hablo porque lo
habrá sentido muchas veces, cómo en el intercambio de regalos no se cuida de
recibir el que le entreguen, sino del anhelo de entregar el suyo. Una de las
notas que establecen el paso de la niñez a la edad adulta –paso que podría
resumirse diciendo que ya se es capaz de tener amigos– consiste precisamente en
esa sensación, la de que el regalo recibido no importa, importa el que se da.
(De nuevo tengo que desdecirme, pero poco: importa el que se recibe porque para
el amigo, que nos lo entrega, es el que le importa a él).
Intercambiar nuestro egoísmo por el egoísmo del amigo es un transplante de ser,
se hace desde lo más hondo, significa una toma de posición en la raíz de la
persona, compromete por entero. No firmamos papeles ni nos estrechamos la mano,
es como si nos extrajésemos de la raíz donde nos ha plantado la existencia para
plantarnos en otro alcorque que, desde ese momento, es más el nuestro que el
nuestro.
Decía San Agustín que “Dios es más interior al alma que el alma misma”. El amigo
es más nosotros que nosotros, está más adentro porque es en ese adentro donde
germina y crece la amistad, mientras que nosotros, atentos a las acechanzas del
mundo, estamos más en la superficie y menos en la hondura.
* 4 Camaradería.-
Se desprende de todo lo anterior porque es lo mismo. Me gusta el concepto de
“camarada”, el que comparte la misma trinchera, esto es: tiene los mismos amigos
que yo, los mismos enemigos que yo, sufre la misma intemperie, come el mismo
rancho, persigue los mismo objetivos, defiende mi vida cuando defiende la suya,
llega con su mano a donde no llego con la mía... Decir “camarada” es otra forma
de decir “yo mismo”.
Y todo ello –otro milagro más– sin que cada cual deje de ser cada cual y tenga
sus propios objetivos y su propio camino. La amistad potencia las personalidades
de cada amigo, las protege, las ayuda, las impulsa, las cobija. Dos amigos son
mucho más que dos, son el uno, el otro, el uno para el otro, el otro para el
uno, el que defiende, el defendido...
La idea de camarada y de trinchera sugiere que la vida es una lucha (“militia
est vita hominis super terram”). Claro que lo es, inmisericorde, incesante, el
tiempo la hace así, “pugna infinita”, combate sin tregua. La soledad puede ser
la condición de ciertos guerreros, dignos de admiración, sublimes en su
heroísmo, pero si se cuenta con un camarada... entonces la trinchera es la
victoria.
Los camaradas no tienen espalda porque el amigo la defiende, descansan porque el
amigo vigila, no se lamentan de su soledad porque no están solos, no sienten
temor porque comparten la esperanza. La camaradería es la más generosa de las
formas de la amistad, no espera nada más que lo que entrega, no desea nada
porque disfruta de todo; es la amistad que se produce en el borde del abismo,
esto es, en la frontera del vivir.
* 5 Sosiego en plenitud.-
Plenitud, pero sosiego. Cuando las brasas del mundo nos ponen a punto del
estallido, nos desalientan, nos derrotan, nos queman y nos destruyen, la amistad
impide esa explosión, remansa las vivencias en un sosiego de calma, nos hace
recobrar la sensatez momentáneamente perdida. Es por la amistad por lo que
conservamos la confianza y la vida. Impide que el arrebato nos impulse más allá
de la razón y nos enfrente, inermes, contra un mundo acechante. Es la amistad la
que nos recuerda que somos frágiles, al tiempo que nos protege con una armadura
de serenidad y de compañía.
La amistad es el oasis, es llegar al hogar después de un viaje peligroso y
agotador, sentarse junto al fuego, estirar los brazos y las piernas hacia el
calor, beber un vaso de agua cristalina, cerrar los ojos y dormir el sueño del
descanso. El amigo es confortable, aparte de todo lo demás; se cuida de que
estemos cómodos, aparte de todo lo demás; procura que nadie nos perturbe, aparte
de todo lo demás y vigila mientras reposamos, aparte de todo lo demás.
La amistad es una lista interminable de beneficios, como haber comprado parte
del mejor negocio posible y recibir dividendos constantemente. Este beneficio en
concreto, el sosiego en la plenitud, que acaso parezca menos importante en
comparación con el deslumbramiento o la camaradería, es precioso en su recatada
domesticidad. Todos estamos sometidos a la presión de la vida, a su desgaste, a
la continua desazón de la desesperanza: la amistad nos devuelve a la lucha
después de habernos procurado una pausa salvadora.
* 6 El tiempo.-
El tiempo, amigo y enemigo a la vez, lija la amistad como lo lija todo, el
propio vivir, como lija el cuerpo y el alma. El tiempo es el adversario de la
amistad si no sabemos convertirlo en aliado.
Nos enfrenta con nosotros mismos, nos convierte en nuestro propio rival, alguien
a quien no podemos engañar porque nos conoce completamente y siembra su
estrategia en las grietas de nuestra táctica. El tiempo es el traidor supremo,
nos ayuda a crecer y, cuando ya hemos crecido, nos va cortando pedazos de
estatura, nos hace disminuir y nos acaba matando por consunción, por
inexistencia.
Entre la amistad y el tiempo siempre se produce una confrontación o, mejor, una
carrera para ver quién se alza con la victoria. Al tiempo no es posible ganarle
en resistencia, en contumacia, en duración, él es la duración misma, cuando la
nuestra se agota, él empieza siempre como nuevo. Si la amistad y el tiempo
compiten en nuestra alma, entonces el tiempo ganará, como gana contra cualquier
enemigo que no le respete.
Podemos convertir a esos dos adversarios en colegas, no es preciso que la
amistad sufra el desgaste del tiempo si hacemos del tiempo el escudo de la
amistad, si forramos la amistad con ese tejido impalpable e indestructible. El
tiempo es también nuestro amigo, nunca olvidemos esto. Del mismo modo que el
aire es lo que se opone al vuelo del halcón –si el aire no ofreciera
resistencia, ese vuelo sería infinito–, y también es lo que sostiene ese vuelo
–sin el apoyo del aire, el vuelo del halcón se desplomaría como una piedra–, del
mismo modo el tiempo es lo que nos acaba matando, pero es igualmente el paisaje
de nuestra historia; el tiempo nos hace y nos deshace, somos de tiempo y somos
contra el tiempo.
La amistad será derrotada por él si le dejamos, pero la nutrirá para hacerla
cada día más fuerte si le pedimos ayuda y le convertimos en aliado.
* 7 La decisión.-
Podemos hacer lo que el item anterior solicita porque la amistad, además de un
deslumbramiento y de una comunidad en lo profundo, es una decisión. La decisión
es el nervio de acero que se oculta dentro de los cables aparentemente frágiles
y soporta el peso del puente. El puente entre la profundidad de dos almas se
mantiene por la decisión, que nunca cede. Esa fibra incansable lo es, no se
desgasta, el tiempo no la puede lijar porque es ajena al tiempo, está hecha de
otros materiales que nacen de la voluntad y no se queman viviendo.
El árbol no soporta el invierno –la época del asolamiento, del infortunio– por
sus hojas o, cuando faltan, por sus ramas desnudas: lo soporta por sus raíces.
Aunque a la vista nos parece que el árbol es ese verdor de tantos miles de hojas
brillantes, el árbol es su raíz, la que profundiza en la tierra, horada la roca,
se agarra a la piedra y sostiene la vida durante el tiempo que haga falta. La
raíz no teme al tiempo, las estaciones no la inmutan, ha sido diseñada para
durar, el tiempo aprende su esencia de las raíces eternas.
Casi siempre se olvida o se desconoce este elemento esencial de la amistad, no
sé por qué, porque es el más importante: sin la decisión la amistad no sobrevive
a esa primera iluminación que analicé al principio. El tiempo puede burlar
incluso esa luz y apagarla, puede desgastar el alma del otro como desgasta su
cuerpo, puede matar al amigo, muchas veces lo hace, antes o después lo hará.
Pero la decisión no puede matarla ni herirla porque se forja en una zona del ser
que está defendida del tiempo.
No somos solamente de tiempo, somos también de eternidad.
La decisión que nace en lo más hondo –si somos capaces de formarla del alma, que
es de lo que se fabrican–, nunca se rompe porque consiste en eso, precisamente,
en no romperse cuando todo lo demás se agrieta con el tiempo.
No siempre decidimos, ni siquiera en este terreno tan importante como es la
amistad, muchas veces dejamos “que nos decidan”, que nos traigan y nos lleven
como esas hojas que no son el árbol. Entonces la iluminación se apaga y nuestros
ojos se vuelven ciegos, los vasos comunicantes se secan, el otro se vuelve otro
y deja de sernos, nosotros mismos dejamos de sernos también un poco. La amistad
puede ser eterna y puede no serlo, de nuestra decisión depende.
Es un regalo de los dioses, un milagro, un don. Ni siquiera se nos pide un
precio por joya tan especial, pero tenemos que mantenerla o se marchita. Ese
cuidado asiduo es la decisión constante.
Hay que hacer un ejercicio de imaginación sobre lo de “constante”. En efecto,
mientras la iluminación nos deslumbra, parece que no necesitamos ni decisión ni
constancia, la amistad se mantiene sola, puede que nos acostumbremos a
considerar ese milagro como cosa natural que no necesita que pongamos nada de
nuestra parte. Es un error: desde el mismo principio, cuando el milagro sucede,
nuestra decisión es la tierra que sostiene esa planta.
No hay contradicción en lo que digo: parece que la amistad es una roca
imperecedera pero parece que es una frágil flor. Es las dos cosas porque depende
de nuestra decisión que sea lo uno o lo otro. Si desde su inicio la sostenemos y
en ese fundamento no nos cansamos, ella por sí misma no perece jamás; si en
algún momento le damos la espalda, desfallece. Es ajena al tiempo, pero nosotros
no. Puede ser eterna si le prestamos nuestra eternidad, porque nosotros somos
dueños de la eternidad, no solamente rehenes del tiempo. La amistad es un tema
humano y de lo humano se nutre.
*** *** ***
No creo estar en condiciones de intentar una definición escueta pero completa,
en todo caso muchas definiciones:
La amistad es un regalo de los dioses, es un don.
La amistad es el milagro humano que de lo humano se nutre.
La amistad hace que recibir consista en dar.
La amistad es una iluminación que nos deslumbra y funde dos almas en lo hondo.
La amistad es continuidad en el ser de dos seres distintos.
La amistad es una decisión que nos multiplica y expande.
Es todo eso y mucho más. No puedo definirla porque no se deja atrapar en una
fórmula, trasciende todo límite. O se la vive, o no se la conoce: no se le
pueden definir los colores a un ciego de nacimiento.