DESARROLLOS DE LOS MICRO-ENSAYOS
15-LA REALIDAD
TEXTO.- 
[“La nada=lo=que=hay es convertida por la inteligencia en la 
realidad=lo=que=no=hay, en un mundo, en el mundo del hombre en el que vivimos”.
Pocas ideas como esta –o éstas– me han producido tantos quebraderos de cabeza 
para explicarlas, fundamentarlas y justificarlas. No por alguna dificultad 
personal para admitirlas yo mismo, de ninguna manera: en el momento en que fuí 
asaltado por este trabalenguas feroz, ví con absoluta claridad que se trataba de 
algo indiscutible, de meridiana certeza, más seguro y firme que cualquier otro 
aserto. No, los quebraderos han venido por la necesidad doble=sencilla de tener 
que convertir esa red de paradojas en algo digerible y de tener que defender ese 
carácter digerible ante posibles lectores remisos (remisos a asentir al 
absurdo).
Veamos: 
 Si fuésemos un neutrino dotado de conocimiento sensorial e, incluso, de 
conocimiento racional, podríamos atravesar la galaxia Vía Láctea, llegar al 
planeta Tierra y atravesarlo de polo a polo como el espeto de una barbacoa, 
atravesar el Sol... y no veríamos nada, ni sentiríamos nada, ni nos acercaríamos 
a nada, ni sabríamos que habíamos atravesado tanta cantidad de materia, por la 
sencilla razón de que para el neutrino –dados su tamaño y su velocidad– el Sol, 
la Tierra, el sistema solar y la galaxia entera, están vacíos.
 La cartulina verde que tengo antes mis ojos y que es verde a todos los 
efectos, es verde para mí, pero no para mi primo daltónico. Y la “verdidad” 
consiste en: 
 la superficie de este papel contiene las moléculas que contienen los átomos 
que contienen las partículas, 
 las cuales, al recibir los fotones de la iluminación, reaccionan para 
recuperar el equilibro físico perdido 
 emitiendo radiación en forma de ondas cuya longitud en este caso preciso es de 
512 nanómetros, 
 la cual radiación expulsada va directamente a mi ojo 
 donde, concentrada por el cristalino, se dirige a la fóvea, 
 en la cual los conos reciben el impacto ondular, 
 lo convierten en una corriente electroquímica 
 que envía al cerebro la señal de “verde”. 
 De haber tal verde, sería en el cerebro donde lo hay, pero es que en realidad 
el verde no existe.
 Una lágrima es una gota, tres millones de trillones de cuatrillones de gotas 
son un océano, no una llantina inconsolable. Lo mueve la luna que está muy 
distante y, a pesar de la distancia y de lo grande que el océano es, lo trae y 
lo lleva cada seis horas de orilla en orilla. 
 Una cuerda vibra arañada por el arco en un violín solista que interpreta el 
segundo movimiento, Larghetto en Sol mayor, del Concierto en Re mayor, opus 61, 
de Ludwig van Beethoven. En este momento produce una determinada nota, 
inmediatamente antecedida por otra e inmediatamente seguida por otra, con esa 
continuidad que solamente la cuerda es capaz de producir. Es un esfuerzo 
totalmente inútil pretender que la cuerda, que cuando no vibra no vibra, nos 
explique la esencia del concierto, o “recuerde” la síntesis completa de la 
melodía.
En resumen: ¿Lo que hay es lo que creemos que hay?... Está claro que no. No hay 
el verde si somos la cartulina, no hay el planeta si somos el neutrino, no hay 
el océano si somos la gota, no hay melodía si somos la cuerda del violín. Lo que 
hay es una onda que no es verde, un vacío hueco, una gota que no es océano, una 
nota que no es melodía, lo que hay es la nada, trozos de nada que, como tales 
trozos de nada, carecen de realidad porque la realidad es el verde, el planeta, 
el océano y la melodía (cosas que, por cierto, no las hay, ya que lo que hay es 
la onda, el hueco, la gota y la nota... que tampoco los hay, porque lo que hay 
son elementos absolutos, la nada.)] Miguel Cobaleda. 07 de Marzo de 2017 
MICRO-ENSAYOS (El subrayado último es un añadido posterior, actual, cuando 
escribo esta nota: 27-09-2020).
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EXPLICACIÓN
Como se puede leer en el texto de MICRO-ENSAYOS que inserto más abajo, el tema 
“NADA-LO-QUE-HAY / REALIDAD-LO-QUE-NO-HAY” es el que más palabras me ha obligado 
a escribir para su justificación=explicación, y el que más veces ha requerido 
nuevos tratamientos. Voy con otro tratamiento más:
* Nosotros, los seres humanos, vivimos en un mundo, en el mundo, en nuestro 
mundo. Yo, por ejemplo, he salido desde mi domicilio a la calle, la calle Van 
Dyck de Salamanca, ando por la acera, fijo la mirada en un toldo azul que 
protege del sol las mesas de bar –colocadas en la calzada, en la zona de 
aparcamiento, ahora que, por la epidemia de SARS CvD02, la calle está 
peatonalizada y los bares y restaurantes tienen permiso para sacar sus terrazas 
fuera de la acera–; es verano, julio furioso, y el toldo azul protector se 
agradece. Oigo conversaciones, toco una pared, huelo la fritanga que sale por la 
puerta del bar.
** Mis ojos ven el azul del toldo y el propio toldo que se recorta sobre la 
fachada rojiza-marrón de ladrillo. 
** Oigo las conversaciones de los clientes sentados en esas mesas, en especial 
la voz aguda y algo aniñada de una joven que le cuenta a su compañero cierta 
aventura que ha vivido con sus amigas, en concreto oigo las palabras “entonces 
Laura sacó mi monedero de mi bolso y pagó con mi dinero, aunque aparentando que 
nos invitaba ella, todo entre risas, porque a esas alturas ya estábamos muy 
alegres...”. 
** Me tropiezo levemente con una baldosa levantada (sostengo la firme convicción 
de que el alcalde anterior –ahora presidente de la Comunidad– supervisó por sí 
mismo todas las baldosas de todas las aceras de la ciudad para que no hubiera 
ninguna –repito: ninguna– al mismo nivel que las aledañas). Para recuperar el 
equilibrio, y mientras bendigo a toda la estirpe de ese afanoso edil, me apoyo 
en la pared de ladrillo de la fachada, al lado de la puerta del garaje.
** Huelo el aroma/o/pestilencia (según los gustos culinarios de cada cual) a 
fritanga, seguramente panceta a la plancha, y acaso el sutil olor ácido de la 
salsa con que suelen acompañarla.
Mil cosas como ésta son nuestro mundo, el suelo de la calzada, el semáforo, los 
automóviles por la calle en que desemboca la mía, bocinas, mil otros colores, 
mil otros sonidos, mil otros olores y tactos... Puertos, aeropuertos, 
carreteras, puentes, ferrocarriles, ciudades, granjas, explotaciones forestales, 
cultivos... Ríos, paisajes, océanos, cordilleras, lagos, continentes, el Sol, la 
Luna, el Lucero de la mañana, La Vía Láctea, las galaxias lejanas...
* Ésta es la realidad, nuestra realidad, el mundo real en que vivimos. ¿Todo eso 
lo hay? ¿Hay el azul del toldo, el mensaje hablado de la mujer, la pared en que 
me apoyo, la panceta que se tuesta a la plancha, las galaxias lejanas?...
* Sabemos que el azul del toldo es una secuencia compleja determinada por la 
química y la física de las partículas sub-atómicas de la superficie del toldo, y 
por los componentes de mi ojo y de mi cerebro, complejo que produce mi 
“sensación de azul”, la cual, fuera de ese complejo, no existe, no la hay, no 
está en el toldo solamente, ni está en mi retina solamente, ni está en mi nervio 
solamente, ni está en las neuronas de mi cerebro solamente.
* Sabemos que la frase graciosa de la mujer es una secuencia compleja 
determinada por la química y la física de las fonaciones de sus cuerdas vocales 
que producen fonemas que componen palabras que componen frases; cada sonido 
llega a mi oído aislado, porque el oído oye, oye, oye, pero no 
recuerda-compone-globaliza los distintos sonidos de los distintos momentos, eso 
lo hace mi cerebro con su memoria, componiendo “en realidad lo que se le entrega 
a pedazos de nada”. Sabemos que ese sentido que escucho y me hace sonreír, no 
está solamente en cada fonema, no está solamente en mi tímpano, no está 
solamente en mi oído, ni está solamente en las neuronas de mi cerebro.
* Sabemos que el olor a panceta a la plancha es una secuencia compleja 
determinada por la química y la física de las células –inmensamente complicadas, 
cada una a su vez una secuencia compleja – del tejido muscular y graso de la 
carne, del calor de la plancha, de la plancha misma, de su superficie, del aire 
que transporta los “efluvios”, de los receptores nasales de mi nariz...
* Sabemos que, si la pared me sirve de apoyo, es porque mi consistencia y la 
suya son de parecida dimensión. Sabemos que si yo fuese de un tamaño 
yoctométrico, no sólo me hundiría en la pared, sino que, a poco fuerte que fuera 
el impulso de mi resbalón, atravesaría el planeta y saldría en las antípodas, 
por –qué sé yo... por alguna calle de Blenheim, capital de la región de 
Marlborough, en Nueva Zelanda–, para seguir y seguir atravesando sin obstáculos 
este vacío Universo...
* Sabemos que las galaxias lejanas son... ¿Qué son? ¿Dónde están?... ¿Son lo que 
ahora vemos, están donde ahora las vemos?... Si la luz que de esa estrella nos 
llega salió de la estrella hace varios millones de años, ¿sigue siendo ahora la 
estrella lo que era entonces, podemos verla ahora en lo que es ahora o solamente 
podremos ver su ahora dentro de varios millones de años, cuando su ahora se haya 
desvanecido en un pasado tan remoto que ni siquiera tiene dimensión?...
* Todas esas cosas no las hay, lo que llamamos nuestro mundo no lo hay, nuestra 
realidad no la hay.
* Cuando digo-y-siento que vivo el toldo azul y es parte de mi realidad, no me 
refiero ni siento ese entramado de partículas elementales y fotones, de 
corrientes electro/químicas, de sinapsis neuronales... me refiero-y-siento al 
toldo azul, ese tal toldo azul que es mi realidad, y eso no lo hay. Cuando 
digo-y-siento que vivo el olor de la panceta asada y es parte de mi realidad, no 
me refiero ni siento a ese conjunto de reacciones químicas y conexiones 
neuronales... me refiero y siendo al sabroso aroma de la panceta, ésa es mi 
realidad y ésa no la hay. Cuando digo-y-siento el significado de la frase que 
escucho al pasar, no me refiero a cada onda acústica de cada fonema 
independiente, ni a la vibración de mi tímpano, ni a la repercusión eléctrica 
que llega al cerebro y produce la sensación de sonido... me refiero a la frase 
misma, a su sentido, a ese conjunto de símbolos que forman un complejo que me 
hace sonreír, que es ahora parte de mi realidad, y eso no lo hay. Cuando 
digo-y-siento la rugosa y sólida contundencia de la pared –sucia de polvo y 
grafittis– en que me apoyo, y noto que es parte de mi realidad, como la traidora 
baldosa que el amable edil ha puesto a mi disposición, no siento ni me refiero a 
esa equiparación de tamaños físicos ni a esa impenetrabilidad que nos hace a la 
pared, a la baldosa y a mí habitantes físico/químicos del mismo espacio/tiempo, 
me refiero a la propia pared, a sus sucios ladrillos, a que apoyarme en ella me 
ha evitado la caída que mi bondadoso alcalde me reservaba, y todo eso no lo hay 
(ni la pared, ni la baldosa ni, ya puestos, el alcalde).
* La alusión a la frase de la joven de voz aniñada me permite penetrar un poco 
más con el berbiquí de la investigación. La realidad en la que vivimos, nuestro 
mundo, es una red de símbolos; como entes esencialmente simbólicos, vivimos en 
una malla de símbolos encadenados. No solamente el ejemplo de la frase oída al 
paso –el lenguaje, todos los lenguajes, son complejos de símbolos–, sino los 
demás, aunque lo parezcan menos. El toldo azul, por ejemplo, es para mí, cuando 
camino a su lado y mis ojos lo ven, una sensación de descanso y de sombra 
bienhechora que me resguarda de los rayos del sol furioso; pero no soy yo quien 
está defendido bajo él a su sombra, son otras personas: si siento ese descanso, 
es por relación/memoria/comparación... por todo un entramado reticular de 
símbolos. Incluso el olor de la panceta, que tan directamente atañe a mis jugos 
gástricos, le llega a mi estómago de forma química, pero me llega a mí de forma 
simbólica: relax del aperitivo del mediodía, amable conversación con amigos, 
pausa en el trajín diario, disfrute de algo de paz en medio de esta epidemia 
mixta de Coronavirus/y/gobernantes ineficaces de mierda.
* Pero admitamos el sinsentido formal de la frase “la realidad es lo que no hay” 
y procedamos a admitir que el color –aunque se trate de un proceso complejo y no 
consista en el color del toldo–; la frase –aunque se trate de una proceso 
complejo y no consista en los fonemas del habla–; el olor –aunque se trate de un 
proceso complejo y no consista en la superficie medio carbonizada de la 
panceta–; la pared que me sostiene –aunque se trate de un proceso complejo y no 
consista en un conjunto de ladrillos en los que se apoya mi mano–, de algún 
modo, por muy complejo que resulte, son reales y además los hay.
* Aunque lleguemos a esa concesión, no se puede negar que esa realidad, “ese tal 
haberlos”, se debe a lo que hacemos nosotros con lo que se nos ofrece, por 
ejemplo, lo que hace el cerebro con lo que el toldo le ofrece, lo que hace el 
cerebro con lo que la frase le ofrece... Lo que el toldo le ofrece y lo que la 
frase le ofrece son datos absolutos carentes de sentido. Si la realidad, nuestro 
mundo, tiene un sentido (y es real para nosotros, es nuestro mundo porque lo 
tiene y en tanto que lo tiene), entonces no queda otra alternativa que sostener 
la tesis: que los datos carentes de sentido –que es lo que hay, la nada–, son 
estructurados por nuestra capacidad relacional general para producir ese 
sentido, nuestro mundo, –que es lo que no hay, la realidad–.
* Nadie defiende (salvo el insensato...), por muy 
realista/objetivista/naturalista/sentido-común-ista que sea, que el azul del 
toldo está en el toldo, “lo hay en el toldo”. Nadie defiende (salvo el 
insensato...), por muy realista/objetivista/naturalista/sentido-común-ista que 
sea, que el significado gracioso de la frase está en los aislados sonidos que la 
componen, “lo hay en los fonemas”. ¿Por qué, pues, tanta gente sostiene que sí 
que hay nuestro mundo y que la demostración más palmaria es que vivimos en 
él?... ¿No se entiende que, precisamente eso, que vivamos en él, demuestra que 
lo estamos construyendo al vivirlo y que esa construcción no se debe a lo que 
hay, sino que se debe a lo que no hay, que es lo que nosotros “ponemos”?...
* ¿Cuál es la dificultad de comprender que, puesto que lo que hacemos es 
inventar el cuento del que somos protagonistas, eso significa que somos parte de 
un cuento inventado?
*** *** ***
A propósito de este extraño tema quiero romper una lanza en favor de la 
humildad. Los filósofos no somos muy amigos de esa virtud porque estamos 
convencidos de la verdad de nuestros argumentos y porque solemos ser más 
dogmáticos que modestos, más prepotentes que sencillos. Pero en este caso voy a 
tratar de mirarme a mí mismo con cierta distancia.
Riéndose de Heidegger, de quien hace críticas duras, el filósofo argentino Mario 
Bunge cita una frase del alemán: “El ser es ello mismo”. A propósito de la tal 
frase, dice Bunge que Heidegger pretende estar siendo muy metafísico y muy 
profundo, pero que esa frase es una simpleza, una tontería, y que no significa 
nada aunque parezca que significa mucho. Estoy de acuerdo con Bunge, desde 
luego, aunque también puedo entender la catarata de planos significativos que 
dicha frase puede contener y que, a juicio de Heidegger, contiene.
Pues bien, mi frase: “La nada es lo que hay, la realidad es lo que no hay”, 
parece talmente de parecida familia y parentesco, prima hermana de la frase “El 
ser es ello mismo”, una simpleza semejante, una tontería, algo que no tiene 
sentido y que solamente busca aparentar y sorprender. Es posible.
Entre los metafísicos de todos los tiempos abundan ese tipo de asertos, muy 
serios de planteamiento y muy profundos de apariencia, contundentes máximas de 
condensada brevedad que se refieren a conceptos... ¿de “gran altura 
filosófica”?. Casi todas tienen detrás argumentaciones largas y serias, muchas 
han transformado nuestro modo de pensar y aún de ser... pero suenan como 
simplezas carentes de sentido:
“El ser es ser percibido”
“Dios o la naturaleza”
“Las realidades verdaderas son las ideas”
“La realidad es la substancia”
“La causalidad causa el ser”
“La causalidad es un sentimiento producido por la costumbre”
“La existencia es la inmediatez”
“Todo consiste en agua”
“Todo consiste en aire”
“Todo consiste en fuego”
“Todo consiste en lo indefinido”
“Todo se mueve”
“El movimiento no existe”
“Lo mismo es el pensar y el ser”
“Todo consiste en los quarks”
Y miles más.
La metafísica, puesto que se mueve –en fin: o se movía– por territorios 
inexplorados, a veces se perdía en las selvas sin caminos de esos territorios. 
Pero como dichos parajes no tenían caminos, la mayor parte de las veces no era 
posible saber si el metafísico en cuestión estaba perdido o no lo estaba.
La cuestión es que a algunos no nos es posible dejar de explorar esos 
territorios, incluso ahora que ya no se considera necesario seguir explorándolos 
porque, al parecer, ni siquiera existen.