DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS

05-LA MENTIRA
Miguel Cobaleda

Se dice que nos diferencian de los animales la inteligencia, el lenguaje (o ambos, como anverso y reverso de una misma realidad). Que la mano nos hizo humanos. O la postura erguida. O el uso de herramientas... En mi opinión, lo que más nos diferencia de todas las especies animales es la mentira: nosotros, los seres humanos, somos mentirosos. Hemos inventado una cantidad infinita de mentiras dentro de una cantidad infinita de clases. De entre esa inmensidad, entresaco las siguientes para proceder a un análisis social y metafísico de la mentira:

1 Análisis social de la mentira.

1.1 Por la extensión y la profundidad:
1.1.1 Mentira singular.
1.1.1.1 Protección del sujeto físico.
1.1.1.2 Protección del Yo.
1.1.1.3 Protección del estatus del Yo.
1.1.1.4 Mentira piadosa.
1.1.1.5 Mentira perezosa o simplificadora.
1.1.2 Mentira ocasional o coyuntural.
1.1.3 Mentira habitual.
1.1.3.1 Mentira política.
1.1.3.2 Mentira publicitaria.
1.1.4 Mentira institucional.
1.1.5 Mentira fundamental.

1.2 Por el modo:
1.2.1 Mentiras que se dicen sin saber que lo son (equivocaciones, errores, pero no mentiras propiamente dichas).
1.2.2 Mentiras que se dicen sabiendo que lo son.
1.2.3 Mentiras como pensamiento.
1.2.4 Mentiras como Humanidad, Humanidad como mentira (los animales no mienten ¿? los “fásmidos”, los cazadores y sus tretas, etc.)

1.3 La mentira y la moral.
1.3.1 Mentira estafadora.
1.3.2 Mentira explotadora.
1.3.3 Mentira dominadora.
1.3.4 Mentira destructora.

2 Análisis metafísico de la mentira.

2.1 La mentira como “realidad”.
2.1.1 La mentira como “realidad oscura”.
2.1.2 La mentira como hacer trampas en el juego.
2.1.3 La mentira como romper las reglas = “romper la baraja”.
2.1.4 La mentira como otro juego diferente.
2.1.5 La mentira como una realidad “otra”, alternativa a la realidad.

2.2 ¿El mundo creado a partir de la mentira?
2.3 1.1.6 Mentira fundamental. 1.2.3 Mentiras como pensamiento.

*** *** ***

Este esquema no es riguroso desde el punto de vista programático, de forma que muchas clases de mentiras se solapan unas sobre otras. Hay mentiras que son a la vez singulares y coyunturales, pero también estafadoras o “creativas” –de pensamiento–. Y casi todas, sean de la raza que sean, tratan de proteger al mentiroso, a su yo, a su estatus, a su vanidad, a su osadía, a su cobardía...

1.1.1.1 Protección del sujeto físico.- [Ejemplo: Si eres responsable de un daño, y el dañado viene preguntando quién es el autor con evidente deseo de venganza violenta, mientes diciendo que no has sido tú, o que ha sido otro]. Este tipo de mentira es la más elemental y, por ello, la más justificada o menos delictiva desde el punto de vista moral. Podría entrar dentro de la ¿legítima? defensa, aunque no tan legítima, claro. Radica en el propio instinto de conservación y suele emitirse en una instancia previa a la reflexión intelectual. Sin llegar a ser como el pánico –sistema de defensa irracional y primitivo, derivado del reptil ancestral que también somos–, sin embargo es una variante de lo mismo.

1.1.1.2 Protección del Yo.- [Ejemplo: un individuo de mi trato cercano interpretaba a sus progenitores como pedestales de su propia personalidad; si se sentía cercano de un cierto partido político, entonces es que “su padre había sido de ese partido toda su vida”. En cuanto a su madre, “sisar” cantidades de la paga marital mensual –a espaldas del marido– constituía a la vez una habilidad estimable y un procedimiento astuto; y las cantidades mismas servían de símbolo del poder económico de la familia y se proyectaban en el hijo; por lo cual siempre que se refería a las “sisas” de su madre adaptaba la cantidad a las decrecientes cuantías del valor de la moneda. La primera vez habló de que su madre había sisado 400 pesetas; después fueron 1.400; luego 4.000; luego 40.000; la última cantidad se elevaba a 400.000 pesetas. Es de advertir que siempre había un cuatro, “ancla” de su memoria y de su conciencia, que le permitía creerse su propia mentira creciente]. En este tipo de mentira se trasparenta un bucle interesante: el Yo es, en gran medida, resultado de una visión especular, porque obtenemos buena parte del criterio estético, intelectual y moral que tenemos sobre nosotros mismos, del reflejo de nuestro yo en la apreciación de los demás. Cuando se nos devuelve esa imagen (cuando interpretamos a nuestro gusto lo que suponemos que los demás piensan de nosotros, tanto si lo piensan como si no), la convertimos en un cliché que nos sirve de base para construir cierto “retrato robot” de nosotros mismos, de nuestro propio Yo. Es importante, pues, que proyectemos sobre ese espejo una imagen digna para que el espejo “nos devuelva” lo que queremos ver. Así que nos maquillamos el Yo para que el resultado nos guste.

1.1.1.3 Protección del estatus del Yo.- [Ejemplo: En cualquier reunión, el Yo de cada cual se siente amenazado de postergación, de ignorancia, de menosprecio. Es tanto una disposición individual, como un protocolo colectivo, pero así son los sujetos y los grupos. Como defensa o previsión, se propende a mentir en sentido auto-hagiográfico, elevando al cubo las dimensiones del estatus real del Yo]. El Yo vive rodeado, pertenece a una sociedad que le envuelve; la etiqueta que llevamos prendida en la solapa y le dice al entorno quiénes somos (lo importantes que somos) es el estatus. Mentir sobre el estatus es, a la vez, demostrar que no estamos conformes con el que suponemos real, y que queremos elevarnos por encima de ese nivel. Si dices que eres maître cuando sólo eres camarero, es que no estás de acuerdo con ser sólo camarero y te parecería estupendo ser maître.

1.1.1.4 Mentira piadosa.- [Ejemplos: “mujer, estás guapa así, ese vestido te sienta estupendamente”. “Tu hijo es muy inteligente, se nota a la legua”. “Has quedado muy bien, todos te admiran”]. Es una mentira cobarde, además de piadosa y, aunque parece que representa –por piadosa– un sentimiento positivo hacia el sujeto mentido, en realidad manifiesta desprecio y desamor, pero sobre todo ganas de no enfrentarse con el otro en una pelea que a nosotros no nos interesa ni siquiera ganar, y que damos por perdida de antemano por falta de valoración del sujeto mentido. Las mentiras piadosas tienen, por tanto, doble delito moral: la falsedad y la cobardía.

1.1.1.5 Mentira perezosa o simplificadora.- [Ejemplos: “Papá, ¿qué es el amor?”, “Es lo que sienten los amigos, unos por otros”. “¿Mamá es amiga tuya?”, “Sí, claro”. “¿A cuánta distancia está la luna?”... “¿Por qué es azul el cielo?”... “¿Qué es ‘filosofía’?”...]. Seguramente podemos dar mejores respuestas que las que solemos dar a este tipo de preguntas, pero nos produce muchísima pereza entrar en análisis o en detalles. Podemos buscar la explicación (si somos padres de un niño preguntón, entonces deberíamos saber esas respuestas sin buscarlas...): la luz del Sol es blanca porque contiene la totalidad de los colores, pero cuando sus emisiones llegan hasta la Tierra, las ondas largas de color –el rojo, por ejemplo– penetran con suavidad, pero las olas cortas, como el azul, chocan con las partículas de la atmósfera y se dispersan apartando a las demás y quedando ellas como “señoras del color del cielo”, que se ve azul; cuando atardece y el ángulo de penetración es agudo, chocan mucho más, tanto, que entonces se dispersan demasiado y permiten que los otros colores recuperen espacio. En fin, el cielo se ve azul porque la radiación dominante en esos momentos tiene una longitud de onda que oscila entre los 460 y los 482 nanómetros. En cuanto al amor, o a la filosofía, pues bueno...

*** *** ***

1.1.2 La mentira ocasional o coyuntural no es lo mismo que la mentira singular, aunque suela ser singular también. Las mentiras singulares no pertenecen a una raza de mentiras, cada una obedece a su momento y a su circunstancia, como las ocasionales, pero éstas se distinguen porque aprovechan la ocasión aunque no traten de proteger nada y suelen pertenecer a una raza de mentiras; suelen, porque si pertenecen siempre, entonces yo las llamo mentiras habituales. [Ejemplo: “¿Qué haces aquí, no trabajas hoy?”, “Sí... estoy trabajando; tengo que entrevistar para su seguro a un empleado de aquí, en el cajón de salida, por eso he venido al hipódromo...”]. Este tipo de mentiras sale en la coyuntura, sí, y la aprovecha en el caso concreto, pero se emiten con tanta facilidad, que cabe suponer que pertenecen a una costumbre concreta del mentir, aunque no lleguen a ser habituales.

1.1.3 Si se hacen habituales, entonces las coloco en una casilla especial porque entiendo que no son mentiras aisladas aunque lo parezcan en cada ocasión, sino que pertenecen a una raza de mentiras generalmente nutrida. [Ejemplo: “¡Qué tarde otra vez! ¿Qué ha sido hoy, reunión de nuevo?”, “No, el jefe no está, pero nos ha dejado encomendado el balance trimestral y tiene que estar el lunes a primera hora, así que...”, “Como tantos fines de semana, entonces...”, “Unas veces es el balance, otras veces la prospección financiera, otras veces la planificación... cada fin de semana es un tema”]. Este tipo de mentira, a la vez habitual y protectora, es moralmente perversa porque casi siempre el mentido es alguien a quien debemos la verdad; en efecto, si no le debemos la verdad, no tenemos por qué mentirle, y menos de forma habitual. Al delito de mentir se le añade la traición de contrato, la deslealtad, la acumulación de artificios irreales y, por tanto, la construcción dolosa de toda una arquitectura de embustes que se sostiene sobre su propia falsedad.

Casos muy especiales de mentira habitual son las mentiras políticas y las publicitarias, aunque en ambas los mentirosos les deben la verdad a los mentidos, ya que los políticos se la deben a sus votantes y ciudadanos en general, y los empresarios se la deben a sus clientes. El mundo en que vivimos ha acabado por suponer –dar por bueno, admitir, descontar, perdonar..– las mentiras de ambas clases de mentiroso, lo cual produce el asombroso resultado de que tanto los unos como los otros se sienten autorizados a seguir mintiendo y ya no se creen culpables. Pero deberían, porque las dos clases de mentiras son moralmente criminales y, además, patológicas. Pretenden beneficios tangibles y perversos que tratan de obtener dolosamente a costa del bien debido a votantes y clientes. Cosas como las mentiras electorales –en el caso de los políticos, que las sueltan sin rubor y con el beneplácito general– y la obsolescencia programada –en el caso de las empresas, que la practican defendiéndose, además, con necesidades del mercado...–, son atentados al bien debido de clientes y votantes, desde luego en sus posesiones materiales, pero también en sus personas y en sus propiedades espirituales. Son robos, atracos y agresiones violentas, aunque la violencia esté oculta por los “guantes de terciopelo” de mítines que se dan ante los amigos del partido, o disfrazada en spots publicitarios creados por genios de la propaganda que ponen su talento al servicio de los cuarenta ladrones y no del pobre Alí Babá.

[Ejemplos son todos: todo lo que dicen todos los políticos es siempre mentira, y toda la publicidad es falsa, incluso cuando es verdadera, ya que su objetivo es anular el pensamiento de los destinatarios para implantar en su lugar un pensamiento ficticio y quimérico pues, aunque toda mentira abriga, entre otros, el propósito de convencer, en estos dos casos extremos, la política y la publicidad, convencer es el único propósito. Y como se trata de convencer de lo irreal y de lo falso, las dos mentiras producen –en realidad pretenden– una destrucción del pensamiento ajeno].

1.1.4 Mentira institucional.- Las instituciones son arquitecturas cuya mampostería y cimiento es la mentira, una clase de mentira que no es personal –aunque todos los estatutos, reglamentos y leyes que fundamentan las instituciones han sido desarrollados, claro está, por seres humanos concretos–. Nacen las instituciones como segregados de la necesidad colectiva que se concreta en ellas para responder a esa necesidad con acciones conjuntas que se beneficien del poder común y de los recursos comunes. Así los ayuntamientos, las comunas, los parlamentos, las constituciones, los estados, las naciones. Ahora bien, en cuanto se constituyen como tales instituciones colectivas, su propósito declarado es el bien común –nunca el bien individual, que por el contrario es preterido y descuidado–, al mismo tiempo que son administradas por individuos que, en el mejor de los casos, se sujetan a reglamentos y protocolos consensuados y, en el peor, obedecen solamente a sus propios intereses privados y se sirven de ellas para beneficio propio.

Empezando por lo segundo: cuando los administradores institucionales son honrados, obedecen los reglamentos, los cuales –en cuanto normas de función– duran siempre mucho más que las necesidades que los crearon; como los coches que salen del concesionario, se quedan obsoletos en cuanto son legislados porque su fuerza está en su permanencia mientras que la fuerza de la sociedad estriba en el cambio. Y si no son honrados, entonces todos los protocolos que se convierten en llaves del interés privado, se convierten por ello mismo en colosales embustes porque fueron creados para el interés público.

Siguiendo por lo primero: el bien común es una fantasía/mordaza, algo que suena de tal forma que acalla toda protesta en favor del bien individual. Ésa es precisamente mi tesis, que el bien individual es una primacía absoluta, y que el bien común se opone al bien individual. NO sostengo que se deba siempre suprimir el bien común en favor del bien individual, del mismo modo que no digo que haya que respetar quirúrgicamente la integridad de un miembro prescindible cuando esté gravemente enfermo y amenace la vida del sujeto. Lo que digo es que, en un estado superior y deseable, ni el bien común debería ser prevalente sobre el bien individual, ni el miembro tendría que ser amputado. Y que, en el estado actual de los asuntos humanos y de las sociedades humanas, el bien común tenga en ocasiones que pasar por encima del bien individual, no redime a las instituciones basadas en esa “mutilación”, y tampoco las justifica. Remedando a Popper en su “falsación” de las hipótesis científicas, sostengo que el bien individual debería ser siempre el propósito institucional y, cuando luego de toda averiguación y de todo esfuerzo, resulte inoperante ese propósito –o imposible– acudir, entonces sí, al bien común como mal menor, aunque mal. Las instituciones tendrían que ser protocolos de defensa del bien individual –nunca lo son, ni siquiera la sanidad o la enseñanza–, y sólo a la fuerza y contra su voluntad defensoras del bien común cuando no quedase más remedio.

[Ejemplos: puede servir cualquier reglamento de cualquier ayuntamiento. Ya solamente el lenguaje oficial, abstruso, lejano, circular –para el impreso A necesita usted el B, para el impreso B necesita usted el A–, inconsistente, incomprensible y redactado para confundir, indica con claridad que el propósito de toda la estructura es mentir al ciudadano].

1.1.5 Mentira fundamental.- Dejo este apartado para tratarlo como parte del análisis metafísico posterior.

*** *** ***

1.2.1 Mentiras que se dicen sin saber que lo son.- Suele creerse que este tipo de mentiras no son mentira, que son equivocaciones, simples errores, y que no tienen significado moral. En cierto modo es así, pero hay que hacer alguna distinción. Un ejemplo habitual es contestar a alguna pregunta con una respuesta errónea, lo que, en la mayor parte de los casos, solamente significa que el que responde tampoco conoce la respuesta verdadera. Ahora bien, en algunas ocasiones la respuesta equivocada nace sabiendo el que responde que, en realidad, no sabe, que se está inventando la respuesta por no quedar como un ignorante o por no quedar en silencio. Esta situación sí es mentirosa y sí es perversa moralmente. Lo que nos lleva a ascender por ese sendero un vericueto más y analizar los errores que decimos que sí que lo son. Incluso éstos pueden ser culpables cuando se está en el error pudiendo estar en la verdad y no se han “hecho los deberes”; o cuando la verdad es conocida por otros cercanos y nos negamos a participar por no ser borregos o por sentirnos especiales. De todos modos, y en general, no saber encierra hilos de culpabilidad ocultos dentro de la trama del tapiz del conocimiento, aunque pueda parecer muchas veces una situación inocente. El conocimiento es un manjar exquisito adornado y colocado encima de una mesa abierta, en un convite universal a donde todos hemos sido invitados; el que no lo prueba, puede excusarse con falta de apetito, o con que el manjar no le gusta (a la mayoría de los “comensales” el manjar del conocimiento les da pereza...), pero no deja de encerrar un elemento personal de desgana más o menos culpable.

1.2.2 Mentiras que se dicen sabiendo que lo son.- Verdaderas mentiras, aunque solamente por el uso: el conocimiento de que son mentiras no implica que las tales mentiras sean producto del mentiroso, es decir, que el mentiroso –que sí que es autor “del mentir” en cuanto sabe que lo que dice no es la verdad– sin embargo puede no ser autor intelectual “de la mentira”, que no sea ocurrencia suya, invento suyo propio. Ya que estamos haciendo calificaciones morales durante todo este trayecto, digamos que moralmente estos dos casos son perversos por igual. Pero intelectualmente no son el mismo caso en absoluto, ya que el “mentiroso copista” se diferencia mucho del “mentiroso original”. El mentiroso copista no merece análisis metafísico, solamente psicológico, mientras que el original entra dentro del apartado 1.2.3, la mentira como pensamiento, que será analizada con más detalles después. De cualquier modo, mentir a sabiendas –mentir mentir– es siempre un atentado contra la realidad y una lesión del pensamiento ajeno, ambos asuntos de extrema gravedad. Intuyendo estas dos perversidades, la mentira siempre ha sido considerada nociva tanto para el que la escucha como para la sociedad en su conjunto, y es cierto. Pervertir el pensamiento ajeno es un atentado de lesa justicia (no importa si la justicia, como he escrito tantas veces, está desaparecida o incluso nonata, siempre comparece su fantasma como un desideratum que nos advierte de que no estamos siendo debidamente humanos); pero atentar contra la realidad pervierte el fundamento social y secuestra el mundo (no exagero, cada mentira secuestra –a veces para siempre– una parte del suelo que pisamos, el paisaje humano, del mundo).

1.2.3 Mentiras como pensamiento.- Diseñar mentiras, no solamente repetirlas. En este caso, la mentira es una creación de la mente que, además, se propone sustituir a la realidad. Pero la realidad es una creación de la mente.

La construcción que la mente hace de la realidad es el formato propio –la esencia– del pensamiento; una mentira creativa es pensamiento, pero lo es de forma consciente y deliberada, mientras que la creación de la realidad por la mente es el proceso racional mismo, sin que la voluntad intervenga en absoluto, ¡qué más quisiéramos!... Esta diferencia es esencial y, por cierto, es la que nos hace mentir, ya que, si la creación de la realidad fuese voluntaria y libre, las mentiras estarían de más. Mentir es una creación de una realidad alternativa que el mentiroso sabe que no es real, de forma que es una “realidad irreal” (por ser irreal es mentira, por ser realidad debe atenerse a la lógica para ser consistente). La contundencia y resistencia de la realidad frente a la levedad funcional de la mentira, nos explican las diferencias en la práctica, ya que una realidad rebelde –totalmente ajena a nuestros deseos– nos coacciona a crear alternativas plausibles que parezcan reales pero sí se nos sometan. Las mentiras pueden ser muy creativas, muy “reales”, y hasta ser generalmente confundidas con la realidad real por aquéllos que, no siendo ingenuos sino avisados, sin embargo las admiten y “se las tragan”. Pueden estar bien fundamentadas –parecerse mucho a la realidad real: siempre se ha dicho que la mejor mentira es la que se aparta de la verdad lo menos posible y la respeta en todo lo posible–, tener consistencia lógica –para que no se pille al mentiroso con más facilidad que al cojo–. Pero el mentiroso sabe que su mentira no es real, mientras que la realidad que su mente fabrica, el mentiroso sabe que sí es real.

¿Hay alguna diferencia más profunda aún que las dos que he apuntado? (Que la realidad real es contundente y rebelde, ajena a la voluntad, mientras que la mentira es dócil y se somete al deseo del que la fabrica; que el mentiroso sabe que la mentira es irreal, ficticia, dócil, mientras que la realidad real es rebelde). Sí que la hay, pero como en el caso de la Mentira Fundamental, reservo este aspecto para después.

1.2.4 Mentiras como Humanidad, Humanidad como mentira.- Los animales parece que pueden mentir, cuando cazan y se ocultan, cuando se disfrazan para parecer inofensivos, o asemejarse a otros seres no peligrosos, para engañar a otros rivales en el favor del sexo, etc. El instinto es infinitamente más viejo que la inteligencia y lo había ya inventado todo antes de que la inteligencia apareciera, todo... menos la inteligencia. Podemos, pues, encontrar parecidos... pero ni siquiera son parecidos, y menos en este caso. La mentira es un producto de la voluntad y de la inteligencia del ser humano, contiene una construcción de realidad –aunque sea ficticia–, es deliberada, consciente. El instinto nunca es deliberado, sus pautas son más que fijas –son determinadas–, más que casuales –son milenarias–, nunca son individuales sino que constituyen comportamientos específicos. El instinto es justamente lo contrario de la inteligencia y, cuando parece que se parecen, entonces es cuando menos se parecen porque sus comportamientos “parecidos” han llegado a ser parecidos viniendo desde orígenes distantes y por caminos divergentes. La Humanidad y la mentira son hermanas desde el principio (no es casual que en el relato bíblico del primer crimen, el criminal le mienta al juez del asunto...), son ¿siamesas?... No debería atreverme a tanto porque parece un prejuicio, pero en realidad ¿ha existido alguien que no haya mentido nunca? ¿es posible un ser humano que no mienta? ¿Cabe –siquiera de forma hipotética y por el hecho de que la esencia de la humanidad y la esencia de la mentira no son la misma esencia– que exista un no-mentiroso?... ¿Son distintas esencias en realidad?... Si le entregas a un ente la libertad, ¿le entregas solamente el bien?... Si le confías a un ser la inteligencia ¿solamente para que la use los días pares, pero no los impares, por la mañana pero no por la tarde?... Hay en el relato del Paraíso Terrenal –un símbolo universal y lleno de sentido– algo sospechoso: si no quieres que coman del árbol de la ciencia, no les permitas que coman, no crees el árbol o, al menos, no hagas del asunto un “spot publicitario” señalando la prohibición de forma expresa. No llegaremos a tanto como a decir que la prohibición de conocer el bien-y-el-mal, que la existencia del propio “árbol”, que la tentación del maligno... fuesen una trampa descarada, pero tenemos que reconocer que el padre=juez que efectúa esa admonición tan señaladora a sus creaturas, se parece bien poco o nada a ese otro que jamás les daría piedras a sus hijos cuando le piden pan.

La Humanidad tiene inteligencia y voluntad, esto es, tiene libre albedrío. Ni parecería posible que en los evos quizá infinitos de su existencia no fuera a usarlo nunca para el mal y para mentir, ni parecería verdaderamente libre si, al cabo de su aventura total, nunca hubiese mentido o delinquido. Es físicamente posible, incluso lógicamente plausible, vivir siempre del lado de acá de la frontera pero, si hay una frontera, no es humanamente posible no traspasarla.

Me atrevo a decir que es la mentira la que nos hace humanos... Ya, ya sé lo mal que suena..., pero no suena mal porque sea mentira, suena mal porque es verdad.

*** *** ***

1.3.1
1.3.2
1.3.3
1.3.4 La mentira y la moral.- Estas cuatro clases que anoto, mentira estafadora, mentira explotadora, mentira dominadora y mentira destructora, se implican y suponen las unas a las otras, y se superponen y subsumen, aunque estafar, explotar, dominar y destruir no sean lógicamente equivalentes. La mentira que estafa, en parte también se propone explotar, dominar y, aunque no se lo proponga, destruye. La mentira es mejor ejemplo que el asesinato como delito moral básico; asesinar destruye la vida, la mentira destruye el pensamiento; claro, sin vida no hay pensamiento... cierto, pero sin pensamiento no hay vida humana.

En realidad el único asunto que merece reflexión en cuanto a la relación de la mentira y la moral, no es tanto el tema en sí mismo, que no da para más una vez dicho lo dicho en el párrafo anterior, sino si el código moral en su fundamento ético y en su consistencia lógica realmente decreta –y supone y espera– que la mentira no exista. En 1.2.4 ya hemos visto que la Humanidad y la mentira son viejas compañeras de camino, si no es que son primas y hasta hermanas. El código moral es tan humano como lo que más, al menos tanto como la mentira ¿y ese código supone que su norma “no mentir” va a ser obedecida, “puede” ser obedecida?...

En mi opinión, la Humanidad tiene algunas características ahora que no tienen sentido ahora –no son actualmente muy operativas–: la moral, la religión, el deseo de trascendencia, el ansia de inmortalidad, el concepto de justicia... Ahora mismo, en tanto que somos lo que ahora somos, somos muy delincuentes, bastante ateos, terrenales –hasta “terrosos”–, mortales y absolutamente injustos. Si la moral, la trascendencia, la justicia..., forman parte también de lo que somos, tiene que ser porque forman parte... de lo que seremos. He hablado mucho –en otros tratados– de que este estado actual del ser humano, con esta realidad rebelde y contumaz, con una inteligencia limitada, con un destino de corto desarrollo, no es para siempre, que estamos llamados a una realidad superior y dócil, a una existencia absoluta y a una comprensión total. Creo que la moral es otro de los síntomas de ése que podría llamar “síndrome de la enfermedad sobrehumana”. Ahora mismo, una moral que dice “no mentirás” es, como la de “no matarás”, un chiste sin humor. Algún día llegará en que le veremos la gracia y nos hará reír porque seremos otros.

*** *** ***

2 Análisis metafísico de la mentira.-

2.1.1
2.1.2
2.1.3
2.1.4
La mejor manera de entrar en este nivel del análisis es comparar la realidad con un juego y entender la mentira como una trampa que rompe –o niega, o sustituye– las reglas del juego. La comparación no se hace sin motivo, ya que la realidad es un juego de la mente, aunque se diferencia de los juegos en que no somos nosotros, los seres inteligentes, los que diseñamos las reglas ni las aplicamos, esas reglas están impresas en el propio acto intelectual de creación de la realidad –en la capacidad relacional general: son las normas esenciales de su diseño y función–, de modo que la realidad, como tantas veces he escrito, es rebelde y contumaz, es como es, no como nosotros, acaso, querríamos que fuese. Y solamente en un futuro, si llegamos y lo merecemos, pasaremos a otro nivel.

De todos modos y sea como sea, la realidad tiene unas reglas que la constituyen –físicas, lógicas, metafísicas, psicológicas...– que la hacen ser lo que es. La mentira conculca esas reglas, pero: NO en cuanto a modificarlas en esas cotas que he listado –física, lógica, metafísica, psicológica–, pues no podemos, repito, cambiar el modo en que nuestra capacidad relacional general crea la realidad ni podemos modificar las reglas que la constituyen.

Lo que hace la mentira es simular, mediante un trampantojo “puesto delante”, que la realidad es otra que la que es; la mentira es un tahúr que ni puede cambiar las reglas del juego (el juego es que el es mientras sus reglas son las que son y le constituyen) porque cambiar las reglas del juego es jugar a otro juego diferente que ya no es el juego al que se estaba jugando; ni cambiar el diseño de los naipes (tal cosa no la puede hacer el jugador, sólo la instancia superior –instancia aparte, la fábrica de naipes, algo externo, de otra índole y superior al jugador en cuanto estamos hablando del propio juego); pero sí puede superponer su “trampantojo”, su trampa, a los naipes de la mesa –a la realidad real del juego mismo– sacando naipes ilegales de la manga, duplicando naipes, escondiendo naipes... engañando al resto de los jugadores con una mano que, en realidad, no es realidad.

Técnicamente lo que hace el tahúr, lo que hace la mentira, es cambiar de juego sin aparentar que se cambia de juego.

Ahora bien, tanto la trampa del tahúr como la mentira, tienen de diferente al juego real y a la realidad verdadera, que las nuevas “reglas” del nuevo juego –al que se ha cambiado el tahúr sin decírselo al resto– y las nuevas estructuras de la nueva realidad –la que maneja el mentiroso sin reconocer que está mintiendo–, no son reglas verdaderas del juego auténtico

[nadie puede inventarse un juego si no es en un consenso común en el que las reglas se definen al definir al juego; ni siquiera en un solitario de naipes porque, si el jugador inventa un juego solitario de naipes “en consenso consigo mismo”, entonces, o respeta las reglas, aunque sean las suyas, o se hace trampas a sí mismo, esto es, cambia constantemente del juego al que juega, es decir, no juega a ninguno; por eso hacer trampas en un solitario es, además de una estupidez, un sinsentido],

ni son determinaciones verdaderas de la realidad real.

Las trampas del tahúr y las mentiras del mentiroso simulan ser juego y ser realidad, pero no sólo no son EL juego ni son LA realidad, sino que no son juego y no son realidad. Tanto el tahúr como el mentiroso habitan lo que me gusta llamar “la realidad oscura”.

La física del siglo XX nos ha acostumbrado a los conceptos de materia oscura y energía oscura, y al hecho de que, al parecer, la mayor parte del Pluriverso no son la materia y la energía que nosotros conocemos, las que nos rodean, nos alimentan, “nos respiran”, nos constituyen y nos sostienen, sino una materia y una energía oscuras opuestas a la materia visible y a la energía luminosas que son las nuestras.

La realidad oscura, la mentira en cuanto tal, es particularmente interesante desde el punto de vista metafísico porque, en comparación con la realidad, no es rebelde al deseo de la mente que la constituye, sino dócil a los caprichos del que la inventa; pero, en cambio, no es realidad sino... ¿sino qué?... La mentira es un disfraz de la realidad, pero es un disfraz que pretende ser un guante, procura adaptarse a la realidad con perfiles tan semejantes que pueda ser tomada por la realidad misma. Si entre la mentira que se superpone a la realidad y la realidad real, la distancia supera cierto límite, entonces “se nota” la realidad por debajo de la mentira y la “mentira no cuela”. Por esa razón la mentira tiene que tener –para sostenerse como tal mentira– los rasgos de la realidad, parecer realidad sin serlo.

El tema de la distancia se revela entonces determinante porque es lo que diferencia a las ficciones novelescas, cinematográficas y, en general, a las ficciones creadas por la literatura y el arte, de las mentiras. Entre las creaciones del arte y la realidad hay una cercanía que permite entender el sentido, asimilar los argumentos y descifrar las estructuras, pero esa cercanía no es total, admite y requiere una cierta distancia que consiente al receptor saber que lo que oye o ve es una ficción, aunque haya puentes entre arte y realidad para que ese saber de la distancia no obstaculice lo dicho, “entender el sentido, asimilar los argumentos y descifrar las estructuras”. En las mentiras la distancia quiere ser mínima, incluso no existir si eso fuese posible, que el receptor descifre la estructura de la mentira como si fuese la estructura de la realidad, asimile el argumento de la mentira como argumento real y, sobre todo, entienda el sentido de la mentira como sentido de la realidad; los dos últimos definen a la mentira, el primero –que la estructura de la mentira pase como estructura de la realidad– es el cebo puesto por el mentiroso para que el receptor acepte que, pues la estructura es la misma, el argumento y el sentido también lo serán.

Late aquí (como en tantos otros asuntos de metafísica: el ser y el tiempo, la misma forma sobre materia distinta...) el tema de la identidad. El mentiroso construye una “pseudo-identidad” entre su ficción y la realidad, no quiere que el receptor se enfrente a dos realidades –incluso si estuviera dispuesto en tan raro caso a admitir la mentira como verdadera–, sino que quiere que haya una identidad entre lo que cuenta y lo que es, un mismo lo mismo para que no haya dualidad, enfrentamiento ni distancia –como no las hay entre lo mismo y lo mismo–.

Esa “realidad” que no lo es, sino ficción aunque oculta; esa “identidad” que no lo es, sino distancia aunque secreta; esa “docilidad” que no lo es, sino vacuidad aunque con apariencia sólida, constituyen una modalidad de “ser” que no lo es, sino mentira, la cual resulta un intermedio metafísico entre la nada y la realidad –la realidad es un extremo que pone el sustantivo (realidad); la nada es el otro extremo que pone el adjetivo (oscura), y por eso llamo a la mentira “realidad oscura”. ¿Más oscura que realidad, puesto que no es LA realidad?... ¿Más realidad que oscura, puesto que es una ficción entitativamente superior a la nada?

La mentira no es la realidad, pero tampoco es la nada. Los animales, que no viven en la realidad, en un mundo, sino en la nada, no mienten, no porque no quieran sino porque no pueden (acaso querrían si pudiesen). Si la mente constituye la realidad integrando datos absolutos en estructuras reales, sometida a las determinaciones de la Capacidad Relacional General [cfr. LA ARQUITECTURA DE LA REALIDAD, Miguel Coableda, Universidad de Salamanca, Acta Salmanticensia 179, Salamanca, 1986], la mente, con la mentira y con el arte, constituye una forma de irrealidad que es distinta de la nada pero distinta de la realidad, porque no estructura datos absolutos, sino que estructura trozos de la propia realidad a los que arranca de su marco genuino para extraerles el sentido previo real y dotarlos de un sentido ulterior quimérico. El arte –ya lo he dicho– lo hace con la distancia suficiente para desvelar su propósito, la mentira lo hace con la menor distancia posible para ocultar su finalidad. Cuando se dice que mentir es un arte, se acierta y se yerra a la vez, porque mentir se propone lo contrario del arte, suplantar a la realidad, no iluminarla ni embellecerla (ni explicarla).

La mentira usa la realidad para construir su ficción, toma la realidad y la des-realiza, la destruye y trocea hasta que los trozos carecen de sentido –sin llegar a ser datos absolutos primitivos– para reproducir una forma que tenga el suficiente parecido con la realidad como para ser tomada por realidad, sin serlo. La esencia metafísica de la mentira consiste, por tanto, en ser una construcción de la mente que estructura escorias de realidad, para crear un simulacro de la misma con el propósito de que sea admitido como si fuese ella. La mentira no crea un mundo, lo que crea es un remedo inconsistente que pretende ser un mundo pero que, por lo mismo que su docilidad se somete al mentiroso que la fabrica, carece de la firmeza necesaria para soportar la existencia humana. Se dice que no podemos vivir en la mentira: es cierto, sólo podemos vivir en el mundo, en la realidad.

 

VOLVER