DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS
04-MEDITACIÓN DE LA BASURA
Miguel Cobaleda
RESUMEN.- La basura es un lujo de la civilización. Consiste en el desplazamiento
ontológico desde el ser a la nada, cuando la civilización decide que algo que
era, ha dejado de ser.
[Lista –no exhaustiva– de objetos que se
suelen encontrar en la basura: Menaje de cocina y similares; ropa y calzado;
mobiliario; bienes culturales, básicamente libros (los libros los guardo, me
precio de ser buen lector; caen libros de todas clases, sobre todo enciclopedias
y diccionarios que ahora, con la Wikipedia, ya no sirven para nada; a mí me
sirven, vaya que sí: sin cierta Enciclopedia de Sociología, nunca habría sabido
de gentes como Gaunilo de Marmoutiers y, si no hubiese llegado este monje a mi
conocimiento, nunca me habría enterado del argumento ontológico; dice un colega
al que traté de explicarle en qué consisten los argumentos a priori, que para
qué me sirven esas cosas a mí, que soy un Escogedor de Objetos en el vertedero;
no para el oficio mismo, desde luego, pero sí para intervenir en controversias
metafísicas cuando llega la ocasión; que siempre llega, por cierto); regalos y
adornos (el mundo de los adornos estúpidos es, según mi experiencia, infinito,
constituye por sí solo una sección del universo; he estudiado a fondo lo que los
astrónomos y cosmólogos físicos actuales llaman la “materia oscura”: en mi
opinión, los adornos estúpidos son la materia oscura del mundo y, en efecto,
forman una parte mucho mayor de la realidad que la propia materia luminosa, los
bariones y fermiones, para entendernos; un listado de su composición es
imposible, y no se puede hacer tampoco algo del tipo del cuadro periódico de los
elementos, porque los adornos idiotas son como los ángeles según Santo Tomás:
cada uno agota una especie).]
El concepto “basura” es escasamente definible porque varía con el momento, la
circunstancia, el tipo de gente, que haya o no guerras en curso... Lo que es
basura para unos, es joya para otros. Puede que a ti te den asco las mondas de
manzana que tiras al cubo, pero para Trump (mi cerdo doméstico) son
delicatessen. Ciertas épocas del pasado, por su muy vetusta antigüedad, por su
pobreza general de medios y recursos, o por vivir bajo la tensión de la guerra,
estaban obligados a no tirar nada y a aprovecharlo todo, desde los residuos de
la tierra hasta las migajas del vivir. Nada era basura, cada objeto era varias
veces utilizable; los desechos corregidos, los enseres reparados, los
instrumentos reciclados, etc. Una suela podía pertenecer en sucesivos avatares a
diferentes generaciones de zapatos o botas; una reja podía ser luego azada,
después gozne, más tarde cerrojo, finalmente espada. “Basura” es, posiblemente,
un invento de la cultura superior de una civilización avanzada. No se conciben
basuras en las cavernas, por ejemplo, donde los propios excrementos eran abonos
y donde las sobras de hoy eran el fundamento del caldo de mañana. Pero tampoco
en la menesterosa Edad Media, cuyo mundo rural sobrevivía a las miserias de la
época y a las exacciones de los señores, sacando del aire con qué. “Basura”,
como creación del mundo civilizado, es, por tanto, un exponente de ese tal
mundo, ya que le caracteriza mejor que cualquier otro rasgo cultural, como el
arte o la política. Se trataría de una nota esencial de su protocolo general, lo
que la civilización decide que ha dejado de ser cultura para pasar a ser
desecho. O, mejor dicho, cuando la civilización decide que algo que era, ha
dejado de ser. Se trata, por tanto, de un típico desplazamiento ontológico de
ciertos objetos desde el ser a la nada. En las civilizaciones avanzadas, que
tienen horror vacui, la nada nunca es la nada porque han abandonado las viejas
filosofías antiguas; y como la nada es un concepto necesario, la han sustituido
por la “basura”. “Basura” es el contra-ser, la sombra de lo real; se espera de
la basura que nunca esté a la vista, que no se nos acerque, que no se la nombre.
Y que se pueda reciclar en objetos de segundo nivel que deriven más tarde, a
través de su basurización, en objetos reciclados de tercer nivel... hasta la
desaparición física de los mismos por medios mágicos que al sujeto civilizado no
se le alcanzan. La “basura” no es, pues, un ente; como mucho un proceso, un
devenir que se degrada de forma escalar hasta deshacerse en una niebla de
reconversiones que la desintegran. Todo esto no es definir la “basura”, ya que
no se trata de algo sino de la negación de algo, y para cada época, o gente, o
sociedad, basura es una cosa distinta.
La característica intuitiva más evidente de los objetos del vertedero es la
“inutilidad”. Pero una cosa es ser inútil en sentido metafísico –ser un fin en
sí mismo, no ordenarse a otro como instrumento a su servicio–, y otra cosa es
ser un instrumento útil, servidor de un fin más alto que él y haber perdido la
utilidad. En este caso se trata de un servidor que ya ni siquiera sirve. No ha
ascendido en la escala del ser, sino descendido. Es como pertenecer a un club
–al club del ser– y dejar de pertenecer al mismo: estos objetos ahora son nada,
no son. La basura, pues, es la nada desde un punto de vista ontológico. Pero la
basura sigue perteneciendo a la realidad, al territorio del Ser... La basura, en
cuanto nada, sigue siendo algo. Si la basura, que es nada, es algo, no lo será
por sí misma, en su ser de basura, en su entidad como objeto de vertedero, como
despojo en la montaña humeante o, mejor dicho, en su nadidad como ente, sino en
cuanto se la haga formar parte de otra vuelta en la espiral del Ser. Es así como
la nada, en cuanto nada, entra a formar parte de la taracea de la realidad, de
los tonos oscuros del Ser, de sus zonas de sombra. La condición metafísica de la
basura nos enseña, pues, que la degradación del ser –sea cual sea el proceso por
medio del cual se degrade, bien por la caída en desuso a causa de la
obsolescencia, bien por la operación incansable del segundo principio de la
termodinámica, bien por la destrucción activa de la obra humana...– no termina
en un no-ser absoluto, sino que desemboca en una nada que, por formar parte de
la realidad, sigue siendo algo. Mi tesis filosófica fundamental sostiene que los
datos absolutos carentes de sentido, átomos de la nada, se integran en hechos y
estructuras y adquieren significado gracias a la operación del conocimiento. La
nada es un infinito siempre disponible y, si sabemos integrarla, se convierte en
la materia prima abierta al Ser, en un lujo metafísico.
Pero volviendo en esta espiral sobre nuestra meditación del vertedero, es bueno
recordar que la basura, la definamos o no, es siempre un lujo, significa que
sobran cosas. Que la basura sea un lujo no la ennoblece a ella ni tampoco a la
sociedad que se la pueda permitir; es como una ortopedia de titanio gracias a la
cual caminas, que cuesta un ojo de la cara, que solamente está al alcance de los
muy ricos, pero que nadie definiría como una gloria especial o un honor
altísimo. No olvidemos esta lección tan “vertederamente” aprendida: la nada es
una ortopedia para llenar las mutilaciones del Ser, para sustituir en la
anatomía de la realidad los miembros que a ésta le faltan.
[La basura, que es nada, sigue siendo algo
porque ha sido nosotros y, en cierto sentido, lo sigue siendo. No se puede crear
el ser (nosotros, al menos, no podemos), pero tampoco se puede destruir el ser.
Por mucho que la tiremos al vertedero –fuera de nuestra vista y de nuestro
olfato–, por mucho que nos tranquilicemos pensando que algo de utilidad harán
con ella (asfalto, compost, piensos), por mucho que la olvidemos en cuanto la
dejamos en el contenedor, un instante antes de ese acto arrojadizo, la basura es
aún el tarro del que acabamos de sacar los guisantes que estamos cenando, el
envoltorio del libro “Rezar en Pascua” que me acaban de traer, los trozos
rasgados de la carta de amor que acabo de recibir y a la que no voy a contestar
porque se trata de una novia remota, romántica incurable que aún escribe en
folios perfumados y no usa el whatsapp. Esa basura que ya es basura, nada, acaba
de ser hace un momento el trabajo escolar de mi nieto que ha terminado su primer
folio de cuentas aritméticas sin haber cometido fallos. Y tengo aún entre los
dientes un granito de la pera cuyas mondas son ahora “no ser”. La basura, que es
nada, no es algo porque esperemos de ella un milagro de resurrección, ni porque
vayamos a reciclarla o porque conserve un cierto vestigio de su pasado real. Si
la basura, que es nada, es algo, lo será por sí misma, en su ser de basura, en
su entidad como objeto de vertedero, como despojo en la montaña humeante.]
[Una Escuela de Filosofía, que no puedo dejar
de citar aquí, es el Utilitarismo anglosajón del siglo XVIII, de Jeremías
Bentham, y del siglo XIX, de John Stuart Mill. Se conoce como utilitarismo
porque, según ellos, el propósito de todo acto individual y colectivo, social,
político y moral, es conseguir la utilidad. Pero no entienden por utilidad
alguna especie de consumación de groseros intereses económicos, o el simple uso
instrumental de medios para fines; al contrario, entienden por utilidad la
búsqueda de la felicidad para el mayor número, lo que podríamos llamar el
bienestar de la mayoría. Aplicando a mi tema esta tesis, diré que la falta de
utilidad de los objetos de la basura se compensa con un plus de la felicidad que
han contribuido a proporcionar. Porque la basura es como la estela que deja la
nave voladora que surca los cielos, un mensaje de “he pasado por este camino,
sigo estando aquí”.]
La basura, que no existe, es el nosotros que fuimos, que en cierto modo seguimos
siendo y que finalmente seremos.