DESARROLLOS DE LOS MICRO ENSAYOS
01-EL PODER
Miguel Cobaleda
RESUMEN.- El acto esencial de todo poder humano consiste en troquelar
con su cuño los comportamientos de todas los individuos que estén bajo su
dominio.
El acto esencial de todo poder humano –sea individual o colectivo, personal o
institucional, social, económico, político, religioso, militar...– consiste en
troquelar con su cuño los comportamientos –es decir: la inteligencia, la
voluntad y la libertad– de todas los individuos que, a solas o en grupos, estén
bajo su dominio. El avaricioso lo hará con su avaricia, el ambicioso con su
ambición, el mentiroso con su mentira, el loco con su locura, el estúpido con su
estupidez. Desgraciadamente es difícil que se lo proponga el sabio con su
sabiduría, porque el sabio rehuye la conquista del poder. Los propósitos que el
detentador del poder persiga de forma privada en cada caso son triviales, no
importan, serán cosas insignificantes como la riqueza, la fama, la gloria, o,
cuando se trate del más trivial de los objetivos, para ostentar el mando.
[Los poderosos (que suelen ser gentes del medio
–de cultura media, de inteligencia mediocre–, nunca sabios, porque la sabiduría
repudia el poder, comprende que se trata de una patología cuyo carácter letal se
ejerce primaria y especialmente sobre aquellos que lo detentan) ignoran o
desprecian la esencia ponzoñosa de ese propósito esencial, la unificación de
todos los comportamientos y aún de todos los pensamientos. Creen –si son listos–
que su pretensión es el mando propio, la riqueza propia, la fama propia, y
pretenden –si son idiotas y se engañan a sí mismos– que les mueve el bien común
(?). No es esperable de este tipo de seres humanos una introspección profunda ni
una reflexión certera sobre la esencia del poder y las pulsiones que realmente
les empujan a ellos en su obra viva, por debajo de la visible línea de flotación
de la superficie de las aguas políticas.]
La muy repetida y famosa frase de Lord Acton (John Emerich Dalberg-Acton) “El
poder propende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente” se explica
por el hecho de que, siendo casi siempre ése el curso del poder, la pretensión
de unificar los comportamientos bajo un mismo patrón persigue, por ello, la
supresión de cualquier otra posibilidad ajena al formato del bárbaro troquel, es
decir, anula la libertad al anular la diferencia. Es un lecho de Procusto en el
que se siega con saña cualquier asomo de singularidad que se salga del margen.
[Aunque no se consiga ese propósito unificador,
troquelador, mutilador (a veces sí se consigue, cuando los pueblos se dejan
engañar por mensajes de grandilocuente falsedad, por la prostitución del
lenguaje, por la prepotencia del mando... y consienten en ser cortados por el
mismo patrón y seguir votando al mismo sastre que les obliga a pensar
pensamientos que no son los suyos, a comportarse con comportamientos ajenos e
incluso a creerse saciados con las migajas que el poderoso barre de su mesa).
Aunque no se consiga esa violencia, repito, la putrefacción del tejido social
sano empieza siempre por ese ataque que el poderoso ejecuta con una prepotencia
pareja de su impunidad. Es la muerte de la libertad porque es la pérdida de la
originalidad del pensamiento y de la individualidad del propósito. La única
satisfacción que le cabe al súbdito sometido a esas violencias, es saber que el
poderoso pagará caro su atrevimiento (pero la mayoría de los poderosos no se
enteran de esa factura, porque se necesita tener alma para saber que la vida la
cobra).]
No obstante, el poder es necesario sobre el cuerpo social, porque la anarquía ha
demostrado repetidamente sus frutos: el desorden, la brutalidad del fuerte sobre
el débil, la injusticia rampante, y, lo peor de todo, la ineficiencia para la
solución de los problemas sociales. Es por ello por lo que las sociedades más
sanas –en esta disyuntiva crucial– establecen límites al uso del poder
distribuyendo el todo en partes independientes, o sujetándolo con leyes que
moderen su rigor y tratando –en la medida en que los mejores consientan en
entregarse a esa práctica feroz, y en la medida en que el cuerpo social sea lo
bastante inteligente como para confiárselo a ellos–, de que el poder recaiga en
las manos que, a la vez, mejor lo administren y menos lo deseen.
[Resulta una idea estrafalaria, casi aberrante,
no tanto lo de encargar el poder a quienes lo aborrezcan y lo eviten, cuanto
suponer que hay gente así... Pero la hay, y serían los únicos a la vez
eficientes, honrados e incorruptibles. Como el poder siempre tiene pretendientes
que lo desean, la sociedad –por pereza, por idiotez– permite que se lo queden
éstos, en lugar de resistirse a ellos y obligar a los otros a encargarse de una
tarea que les atemoriza. Porque a los sabios el poder les asusta, saben de qué
clase de enfermedad abrumadora se trata, imaginan perfectamente las llagas que
produce en el espíritu, las secuelas de su padecimiento, que es –en el mejor de
los casos– una patología crónica que constantemente se recrudece.]
Pensemos ahora por un instante en lo pavoroso que resulta que las actuales redes
sociales sean una forma de poder casi ilimitado que ni siquiera está sometido a
los controles habituales. Ajeno a la distinción de poderes, deslizándose
suavemente por las fisuras de las legislaciones nacionales, está huérfano de
todo control en medio de la gritería infinita, mientras algunos aurigas
estúpidos creen seguir ellos llevando las riendas porque esa frenética cabalgada
sin control deja las calzadas llenas del estiércol que tales insensatos atesoran
y llaman riqueza.
[La globalidad de la aldea planetaria tiene
importantes ventajas, pero tiene fatales inconvenientes. Hemos comprobado con el
Sars CvD2 que una pandemia universal es posible, incluso fácil. ¿Y creemos acaso
que lo que se produce en el terreno orgánico es imposible en el terreno
espiritual? ¿Somos tan ingenuos que –si bien comprendemos no estar a salvo del
mal físico– pensamos estar a resguardo del mal moral?... ¿No advertimos el
avance del odio universal, de la enemistad creciente, del propósito aniquilador
de las disidencias, del ansia criminal de suprimir la libertad, del auge de
prohibir toda discrepancia, del afán de matar al que sonría a destiempo? Vemos
impasibles que se van alzando muros ciegos que ya no nos permiten movernos a
nuestro gusto por el paisaje humano, que dictadores de todo signo dictan
conductas, pensamientos, incluso emociones, que obligan a usar su lenguaje de
poder y nos prohíben usar el nuestro de libertad, que arrojan al sabio libre a
las fauces de la jauría de sus perros seguidores. Pero no hacemos nada, nos
dejamos morder y desgarrar... así que no nos extrañe que tengamos al final que quejarnos
de nuestras heridas en el idioma de los amos.]
El poder de la muchedumbre, a diferencia y por encima de lo que hacen y hacían
los poderes habituales –establecer cómo se actúa, se quiera o no–, empieza por
decidir cómo se habla, por lo tanto cómo se piensa, en consecuencia por hacer
que deseemos actuar como el poder del gentío irracional impone. Y puesto que el
troquel, el cuño, de la muchedumbre es necio y áglota, el for-mato final será,
inevitablemente, “no hable, no piense, grite y diviértase”. En suma: “destruya,
no se moleste en construir, que para ello hay que pensar y pensar no es
divertido”.