COMENTARIOS A LAS ALEGORÍAS MELANCÓLICCAS

21-ALEGORÍA DE B Y DE B
Miguel Cobaleda


TEXTO.-


En realidad este texto debería llamarse ALEGORÍA DE B Y DE DB, pues no es el tema de LA BELLA Y LA BESTIA, sino el tema de la BELLA Y LA DES-BESTIA, más bien.

En los primeros compases, todo igual:

Bella va a parar, semi-secuestrada, al castillo del gran señor convertido en monstruo por su gran desprecio y altivez, y condenado a seguir bajo esa apariencia hasta que una mujer humana se enamore de él, de su alma maravillosa, a pesar de su espantosa fealdad.

Hay un tiempo de trato incipiente, con temores y terrores de la Bella ante la presencia del Deforme (una especie de quimera, para entendernos, aunque algo distinta de la de Arezzo: cuerpo de jabalí, cabeza de tigre, cola de cocodrilo, patas de elefante, ojos de cobra).

Poco a poco la gentileza del Quimérico, su serenidad, sus razones mesuradas, su sensatez, su bondad intrínseca, van ganando el corazón de Bella que pierde el temor, abre su comprensión, incluso enciende su ternura y siente cómo todo su ser se precipita hacia el amor.

Y finalmente la apoteosis romántica con un enamoramiento denso, profundo, basado en cualidades del alma y no en los perfiles del cuerpo. Monstruo y Bella se enamoran completamente y, fiel a las reglas del sortilegio, el milagro se produce, el señor recobra su apariencia humana, hermoso y viril ejemplar de aristócrata joven, fuerte, agraciado, gentil.

Tenemos que dejar un rato para que el cuento se macere y la masa fermente, los dos amantes gozando de su mutua presencia y de sus cuerpos felices.

Bueno, ya.

Una mañana, al despertar, Bella se estremece de amor y de pasión pensando en que a su lado duerme con feroces ronquidos la masa enorme del tigre paquidermo, del jabalí lagarto... pero cuando su mano se tiende para acariciar con suave ternura la escamosa/y/peluda piel del Compuesto Inhumano ¡oh, desolación, oh, desengaño!... es el brazo humano, el rostro humano, el perfil humano el que su mano acaricia ¿y quién quiere un ser humano después de haber tenido en el lecho un “jabalí, con cabeza de tigre, cola de cocodrilo y patas de elefante”?... Hombres humanos los hay a miles, Bella ha rechazado a unos cuantos y puede conseguir los que quiera con solo remangarse la falda. Lo que escasea son Bestias, con B de Bestia, y la muchacha descubre con horror que ha tenido y perdido lo que, en el fondo y en la forma, su alma anhelaba. [A muchos nos pasa, que dejamos pasar la oportunidad de nuestras vidas porque se presenta con cola de lagarto, patas de elefante y ojos de serpiente, cuando hemos creído esperar –¡necios que somos!– suaves presencias hermosas, seres de humana apariencia y amable perfil].

– Te noto rara, Bella. ¿Es que ya no me quieres?

– No es eso, Marqués-Duque, no es cosa de sentimientos sino de sentidos.

– ¿Son distintos?

– Ahora no roncas, mientras que antes tus ronquidos hacían temblar las almenas del castillo. Tu piel es suave, incluso cuando no te afeitas, pero antes era una lija para metales. Ahora hueles a Eau de Toilette pour Homme, antes olías a cuadra y estiércol, un cosa densa, que se masticaba. Y lo echo de menos.

– Si se arregla comiendo más fabada...

– También podría ser algo menos físico, más... conceptual. Mi alma anhelaba perderse en lo misterioso, salir del cada día, ahogarse en lo profundo de la barbarie primigenia, de la bestia remota de tiempos ancestrales, regresar al Paraíso que era una selva indomable, oscura, letal, llena de muerte y de vida. No este edén decadente donde lo más amenazante es el cartero. ¿No se podría desandar el sortilegio, que me enamorase ahora del tú amable y, por magia, te convirtieses de nuevo en aquel Animal feroz?

– Antes o después volveríamos a estar donde estamos, me temo...

– En fin, ya lo dijo Hannah Arendt: “todos los hombres matan lo que aman”.

– No fue ella, fue un poeta irlandés. Lo que ella dijo fue...

– ¡¡Qué más dará, pedante!!... ¿Crees que el tú antiguo –el semental mestizo– habría oído hablar de un poeta irlandés prisionero por la intolerancia, o de una filósofa judía prisionera de la banalidad? Me voy a volver con mis padres, lo siento, el arriero de su pueblo huele... mej... huele más que tú.

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COMENTARIO.-

Hay un deseo constante, aunque muchas veces inconfesado, por lo salvaje ancestral, lo oscuro instintivo que se opone a lo apolíneo de la razón, de la educación, de la elegancia limpia y de las buenas maneras.

Es natural, y es natural que no queramos confesarlo, ya que nuestro yo público se enorgullece de todo eso, “ lo apolíneo de la razón, de la educación, de la elegancia limpia y de las buenas maneras”, y repudia coram populo, la suciedad y bastedad de lo salvaje y de lo sucio. Para chuparse los dies dedos, uno tras otro, en una mesa elegante, hay que ser muy gañan o, por el contrario, haber llegado a la excelsitud del modelo y ser ya el Beau Brumel que sirve de ejemplo para todas las exquisiteces.

Es la Pugna Infinita (escribí una obra de teatro con este tema/título hace una eternidad, o dos eternidades) entre la inteligencia y el instinto.

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Sobre el instinto como diferente de la inteligencia (Entrada 034 de mi libro DIARIO METAFÍSICO DE UN AMANUENSE, Salamanca, 2020):

“[Ha habido en el pasado, y sigue habiendo ahora, interpretaciones humanizadas del proceder de los animales; es una forma de relacionarse con ellos suponiéndoles modos de conducta que son propios de nosotros, los hombres, y hasta asignándoles en ocasiones roles éticos como si se tratase de gente humana, más o menos deformada por un diseño animal, pero humanos al fin y al cabo. En el mundo anglosajón y en el mundo judío este tipo de interpretación es culturalmente aceptado, pero tal práctica se da en todas las etnias y en todas las naciones. Mis colegas antropólogos y etnólogos ya les han dicho en ponencias anteriores que muchas tribus primitivas identifican la personalidad de un individuo con la de su totem animal, hasta el punto de que hay veces que no se distingue la identidad ni siquiera a un nivel puramente corpóreo.

Pondré algunos ejemplos antes de seguir:

* En la cultura judeo-cristiana que se presenta en los Escritos Bíblicos, muy particularmente en los Evangelios, se usa de forma constante y hasta repetitiva, la metáfora del rebaño de ovejas, del Buen Pastor que en verdes praderas las hace pastar, que da la vida por sus ovejas, que las cuida y las defiende y que se porta amorosamente con ellas. Con frecuencia se recuerda que el pueblo judío ancestral era un pueblo pastoril y que sus profetas y escritores, para mejor hacerse entender por la gente llana, empleaban estas metáforas extraídas de la propia vivencia popular, lo cual es cierto. Ahora bien, los Pastores Buenos, los que merecerían ese apelativo, deberían ser profesionalmente eficaces, esto es, defender a sus ovejas de los depredadores, hacerlas pastar en los mejores pastos... pero todo ello en función de su propio negocio, de rentabilizar el rebaño para aumentarlo en cada parición, de obtener el fruto pastoril que un rebaño de ovejas, bien cuidado y atendido, debe producir. Pues no podemos olvidar que el objetivo del Pastor es ordeñar, esquilar, vender y comer oveja. El bien de la oveja no es para el Pastor, sobre todo si es Bueno, un propósito de primer nivel, sino algo subordinado a la eficacia pastoril, que es la que verdaderamente determina sus actos. Si las ovejas fuesen inteligentes y hubiera entre ellas un líder concienciado, se juntarían en comandos, se armarían de la forma que pudieran y ejecutarían al Pastor, sobre todo si es Bueno, en cuanto tuvieran ocasión, para ser y sentirse libres, sin perjuicio de seguir luego las buenas disposiciones pastoriles, comer en las mejores praderas, cuidarse de los depredadores, etc., etc. Esta interpretación –al tiempo reiterada y algo pueril– pretende convertir a las ovejas, en cuanto reciben muy felices los oficios caritativos de su Pastor Bueno, en colegas del mismo, gente que aprecia sus atenciones y que, en función de ello, está dispuesta a seguirle en su predicación. Las ovejas no son seres humanos, las ovejas son ovejas, pastan donde las ponen a pastar, no tienen conciencia especial de la oficiosidad pastoril, ni sienten gratitud o animadversión hacia sus cuidadores por el mejor o peor cuidado que reciban de ellos. Del mismo modo que tampoco son capaces de defenderse del esquileo o de la matazón, ni elaboran juicios morales sobre la calidad ética de los pastores o de su oficio campestre.

* En el mundo anglosajón son varios los ejemplos que se pueden poner (dejando aparte el hecho notable de que ellos se sientan ser el pueblo elegido, una especie de israelitas más israelitas que los israelitas, como han anotado varios autores). Uno de los más icónicos es del escritor anglo-indio Rudyard Kipling y su Libro de Las Tierras Vírgenes, donde los animales tienen sentimientos, comportamientos y juicios morales humanos. En el “otro mundo anglosajón”, el de los WASP, son, no ya frecuentes sino excesivas –por ejemplo en su cargante cine “infantil”–, las muestras de animales que son seres humanos disfrazados: ratoncitos, gatitos, pececitos, avecitas, ositos, perritos...

* En siglos pasados la ingenuidad ternurista con los animales era tan descabellada que incluso se hicieron ensayos para defender a los pobres herbívoros (esas tímidas gacelas de grandes ojos pasmados, esos “bambis” angelicales...) de sus feroces y despiadados depredadores, los felinos traidores, los lobos crueles, las hienas hediondas, etc., hasta que la ausencia artificial de depredadores –en los espacios naturales donde se llevaron a cabo tan necios experimentos– produjo una superabundancia de herbívoros que esquilmaron los pastos y convirtieron las praderas en desiertos, pereciendo en masa a la siguiente generación por esa alteración insensata del equilibrio ecológico.

* Otro ejemplo son las mascotas que actualmente están tan extendidas por todo el mundo “civilizado” que en algunas naciones hay más que amos humanos. Es bien frecuente, por no decir inevitable, que los dueños de perros te hablen de lo cariñosos que son, de cómo se alegran y saltan y menean el rabo cuando vuelve el dueño después de haber estado ausente un tiempo, de su “comprensión” de las emociones humanas, de su fidelidad, de su altruismo... Los cánidos son animales gregarios –los perros, los lobos, los licaones...–, sin la manada no existen. Un perro emocionado con su dueño, es un individuo de una manada que conoce al líder de la misma, el dueño, sabe que tiene que congraciarse constantemente con él para seguir admitido en el grupo, y hace lo que sea para conseguirlo porque fuera de la manada está muerto. Muchos cánidos se organizan en camadas “de estómago comunitario”, y los descendientes de miles de generaciones de cánidos salvajes llevan impreso en su instinto el comportamiento preciso para ser considerados miembros del grupo. El formato “tan gracioso” de los cachorros, sus gestos “cautivadores”, su perruna costumbre de seguir al dueño junto a su pierna... son instrumentos de pura supervivencia; cuanto más “gracioso” y “cautivador” es un cachorro, menos humano es, porque lo que está haciendo es ser, no lo más humano que puede, sino lo más perruno que consigue ser para no ser rechazado fuera de la manada.

Los animales son instinto, puro instinto. Cuanto más inteligente parece el instinto, menos inteligente es, más lejos de la inteligencia se encuentra. El instinto, un instrumento de supervivencia infinitamente más viejo que la inteligencia, ha acumulado por medios evolutivos recursos y soluciones para una ingente cantidad de problemas vitales, pero todos ellos están sujetos –firmemente, determinadamente– a sus protocolos, no se pueden separar y no se separan de las líneas ancestrales de actuación. Si una ardilla entierra con sus patas traseras una nuez en un suelo de cemento, es absolutamente incapaz de notar la ineficacia absoluta de su gesto y, mucho menos, de buscar soluciones alternativas. Cuando vemos un comportamiento instintivo que resuelve un problema complejo con una solución ingeniosa, tenemos la tentación de decir “qué inteligente”; pero si resuelve, si es solución, si es ingenioso, es porque está repitiendo por trillonésima vez un mecanismo automático de respuesta, justamente lo contrario de la inteligencia, un instrumento versátil, constantemente innovador, siempre original y novedoso.

Demarcado ya el territorio animal instintivo como diferente –divergente– del comportamiento humano, pasemos al aspecto “moral”. Los animales son inocentes en un sentido absoluto, esto es, son amorales; ni son buenos, ni son malos, ni son nada que pueda ser juzgado desde el punto de vista ético. No tienen normas que: a) hayan sido decididas por consenso universal o mayoritario; b) no tienen, pues, conocimiento de tales normas inexistentes; c) carecen de voluntad libre para acatar o desobedecer las normas inexistentes en cuestión; d) sus actos no están, por ello, en consonancia o en disonancia con lo que las normas inexistentes dicten; e) se guían por un instinto genético que está troquelado en su herencia hereditaria y al que no pueden ni ignorar ni desobedecer.

Los animales individuales son mensajeros de la naturaleza en general y de su especie en particular, que han recibido un mensaje que tienen que transmitir al futuro entregando –depositando– su código en el mayor número posible de descendientes con la mayor eficacia posible y dentro del mayor margen posible de seguridad. Ni tienen conocimiento intelectual o racional del contenido del mensaje, ni comprenden el código o su transcripción, ni saben a qué propósito sirven cuando reciben esa orden ancestral y la transmiten íntegra a sus herederos. Podemos decir, por lo tanto, que su comportamiento es –fuera de toda connotación moral– al mismo tiempo completamente egoísta y completamente altruista. Sirven a la continuidad de la especie y, para ello, tienen que ser capaces de sobrevivir frente a cualquier contingencia, sea un enemigo depredador, un enemigo presa, el competidor en el favor de las parejas sexuales o, simplemente, el cachorro hambriento que le disputa al adulto la comida cuando es escasa o requiere mucha energía. Si no se comportan con un “egoísmo” absoluto, no sobreviven y, si no sobreviven, no transmiten el mensaje, dejando abierta una posible grieta en la continuidad de la línea genética, es decir: si no son egoístas, no son altruistas. En el mundo animal, como no podía ser de otra manera, los vicios y las virtudes son la misma cosa porque no son ni vicios ni virtudes: son senderos de comportamiento inevitable, son pautas inmutables de acción”].


 

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