COMENTARIOS A LAS ALEGORÍAS MELANCÓLICCAS

19-ALEGORÍA DE LA MD
Miguel Cobaleda


TEXTO.-


Ya desde el principio os digo que esta Alegoría de la MD no puede dar cuenta cabal de la agonía, de la angustia de la Madre Desesperada. En todo caso comentar vagamente ese sentimiento devastador de una pérdida irreparable, mostrar vagamente los aspectos externos de su congoja, de su pánico, pero vagamente, siempre vagamente. La literatura da para mucho cuando la escribe un genio –no es el caso–, pero incluso los genios tienen que acudir a lo que se llaman figuras literarias cuando quieren retratar el horror con sus palabras, y las figuras literarias se llaman figuras por algo, porque no son la propia realidad misma horrorosa, sólo se refieren a ella de refilón, vagamente.

El asunto es sencillo: estaba sentada en la sala de espera del aeropuerto con el capacho del bebé a su lado y, cuando quiso darse cuenta –la distracción no fue tal, cosa de un instante, estuvo un momento contemplando en la pared el póster de una azafata, trabajo que le gustaba, o en la fila, con envidia, la maleta viajera de un ejecutivo, o en el mostrador, con añoranza, el abanico de destinos a los que se podía ir desde ese aeropuerto...– el capacho con el bebé había desaparecido.

Lo primero es describir el golpe físico/moral/espiritual que nació desde su verija maternal y repercutió en su corazón, en su alma, en los tres tiempos de su tiempo, en su pasado, en su futuro y en su eternimiento. Una sacudida telúrica de la que participó, como la propia palabra indica, el entero planeta palpitando de angustia con esa angustia. Enseguida un grito agudo, bestial, por el que supieron las civilizaciones extraterrestres de allende las galaxias que en este pedrusco hay vida, o la había antes de que la MD perdiera a su bebé.

Y preguntar con voz atropellada y alma atropellada a los vecinos si alguien... pero nadie. A la policía del aeropuerto... pero nadie. En la oficina directiva del aeropuerto... pero nadie. Con una D que se iba convirtiendo poco a poco, de D esesperación en D esgracia, enseguida en D errota y luego en D esánimo (carencia de alma, desalmación). Después un peregrinar abrumador de instancia en instancia:

– No señora, aquí hay infinidad de maletas, de paraguas, de mascotas, incluso tenemos una sección de cuerda y otra de viento, con decirle que hay incluso un piano... Pero no tenemos bebés, nadie ha perdido un bebé hasta ahora...

– ¿Con una nana amarilla, dice?... ¿Con un mantón amarillo, dice? ¿En un capacho portátil amarillo, dice? En fin, ¿todo amarillo?... Es para redactar bien la alerta, estoy consignando todos los datos. Y dice usted que no tiene nombre todavía, que la iban a bautizar con los abuelos, por eso el viaje, que pensaban llamarla Eva, pero que seguramente no podrá responder con ese nombre por la megafonía... ¡Ya, ya!, como es solamente un bebé...

Cuando el radio de la búsqueda se amplía –el aeropuerto, los aparcamientos cercanos, los barrios periféricos, las avenidas remotas– es que la esperanza se restringe: el radio de la búsqueda y el sustento de la esperanza son inversamente proporcionales, cuando la búsqueda se aleja hasta los confines de los continentes, la esperanza ya no se llama esperanza ni es esperanza. Es una cosa espesa como el barro mezclado con sangre.

Finalmente –acorto el relato porque ni sé cómo alargarlo ni soporto el dolor sordo de esta madre enloquecida que ya sabe que ha sido cancelado su futuro, que ya sabe que está muerta en vida, o sea muerta en muerte, en fin que acorto el relato– la tenemos sentada en alguna estancia vacía donde no hay nadie más porque la desesperación ocupa muchísimo espacio, silenciosa –por fuera y por dentro y por dentro del dentro–, hundida.

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Como he acortado el relato y estas palabras finales no forman parte de él, podemos dilatar esta soledad tanto como nos parezca, hasta que finalmente se acerque a su figura trágica una presencia. Bueno, no sé cómo describirla, algo ni humano ni inhumano, aunque más inhumano que humano; algo ni benevolente ni acusador, aunque infinitamente acusador. Y le habla desde dentro de su propia angustia, sin palabras –por eso las tales palabras inexistentes no pertenecen a este relato–:

– No te entiendo, hembra de la especie humana. ¿Por qué tanto alboroto? No te lo han robado, ¿ya no recuerdas que has sido tú misma la que has abortado a tu bebé sin nombre?

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COMENTARIO.-

Como comentario único inserto aquí un texto muy antiguo, de 1972 –mi obsesión por el aplauso social a uno de los más repugnantes crímenes que se pueden cometer, la de una madre asesinando a su hijo nonato, es una obsesión eterna– , que pertenece a uno de mis libros GUÍA ALFABÉTICA PARA BIEN DESESPERAR (Pontevedra y Vigo. 16 de Febrero de 1972 al 05 de Junio de 1972):

[ MASANA ║

Ciudad de los que nunca vinieron a la vida por expresa y activa voluntad de sus madres, que se arrancaron de las entrañas la semilla que su propia voluntad había plantado.

En Masana no hay un astro que aparezca por oriente a una cita diaria: todo el horizonte de la ciudad es un occidente de sombra.

En Masana no se parecen unos a otros, pues cada cual fue desarraigado en un punto diferente de su propia e incomunicable historia.

En Masana no se tiene miedo de la muerte porque la muerte no puede penetrar en el recinto sagrado.

En Masana no se odia a los vivos porque no se les conoce.

Nadie hay allí que gobierne aquel mundo de abortos y, aunque todos fueron engendrados en un abrazo bendecido por la tierra y por la especie, jamás atravesaron del todo el estrecho conducto que lleva a la luz; algunos, los más desgraciados, fueron sepultados en la nada cuando se encontraban ya en el camino mismo, en el mismo umbral. No tienen conciencia de un destino ininterrumpido, se parecen a los vivos en que no notan la espantosa ausencia que constituyen en el universo. No son lo que hubieran podido ser, no les queda un refugio de sombra en que puedan complacerse imitando su posible sí mismos condenado a lo imposible. Al arrancarles el futuro, sus madres les arrancaron el pasado. Ignoran que son acreedores de una promesa incumplida, la promesa mayor que ha logrado inventar hasta ahora esta especie temporal y perecedera: la promesa de la eternidad.

No existe balanza capaz de pesar su silencio. No podemos saber qué son éstos que no son lo que hubieran debido ser. Cuando estábamos viniendo los que fuimos autorizados a llegar sin tropiezo, vimos una legión de manos que enviaban un adiós imposible; por eso cada vez que levantamos nuestra mano se revuelven con terror las entrañas de las embarazadas.

A pesar de los abismos y de las barreras de sombra, todos estamos en Masana un poco].



 

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