COMENTARIOS A LAS ALEGORÍAS MELANCÓLICCAS

05-LA PROVINCIA
Miguel Cobaleda


Parafraseando a los neoyorquinos cuando dicen “lo que no sucede en Nueva York, no sucede”, diré que lo que ocurre en Salamanca no ocurre. Lo que está fuera del foco –y ha habido varios– es inexistente, no tiene entidad social, histórica, argumental.

Durante milenios el foco fue la operación de los imperios: si el imperio de tu tiempo estaba interesado en tragarte y mandaba tropas para matar a tu gente y saquear tus bienes, entonces existías. Eras un bocado suave –y te alababan sus relatores en forma de “se trató de una campaña rápida”–; o eras un bocado áspero –“los germanos se defendieron con bravura y algunas legiones desaparecieron sin dejar rastro”–; o eras un bocado intragable –“hubo que devastar Cartago, matar o trasladar a toda su población, arrasar la ciudad, sembrar sal en los campos”–. O, por el contrario, eras insustancial, inexistente, hueco, transparente, invisible.

Luego el foco fue la propia historia, que se limitó a plagiar y repetir lo que habían escrito los relatores imperiales.

Más tarde fueron los análisis de los tratadistas, los cuales añadieron, sí, reflexiones de su propia cosecha, pero ni aumentaron ni disminuyeron la visibilidad/invisibilidad de los elementos que permanecían fuera del foco.

Ahora son los medios de masas, o las masas de medios –tanto monta– es decir las redes sociales, los canales audiovisuales, la prensa cada vez menos prensa y más pantalla... los que deciden qué existe y qué no existe poniendo su foco o quitando su foco. Esa luz ficticia y cuantitativa, ajena a toda valoración cualitativa, es la autora de la existencia y de la inexistencia. Y jamás pone el foco en la PROVINCIA.

Uso mayúsculas porque se trata de un arquetipo platónico, de una esencia universal: provincia es Marsella lo mismo que Toulouse –no son París, ni siquiera están cerca–; provincia es Philadelphia lo mismo que Raleigh (ciudad capital de Carolina del Norte) –no son Nueva York, ni siquiera salen en el cine–; provincia es Cardiff lo mismo que Edimburgo –no son Londres, ni siquiera son inglesas...–; provincia es Chengdu lo mismo que Kunming –no son Pekín, ni siquiera son Wuhan–; provincia es Salamanca lo mismo que Teruel –no son Madrid, ni siquiera son Barcelona o Bilbao o Valencia, no son nada, no existen–.

La provincia es un concepto etéreo, como los elfos o las meigas. Puede que aparezcan en relatos fantásticos, de geografía-ficción, pero no existen en la realidad. Sus habitantes somos como los troyanos o los griegos de la Ilíada (no los héroes troyanos o griegos, no Héctor ni Aquiles, sino los figurantes contratados in situ para morir en montones siendo el fondo gris de las muertes luminosas de las estrellas del film), somos sombras fugaces de objetos que no hay, transparencias de luces que no lucen a través de láminas impalpables. Lo que nos pasa no pasa, no tenemos argumento porque nadie escribe nuestro guión, nadie produce nuestra empresa, nadie protagoniza nuestra aventura y nadie dirige la función (o sí, pero fuera de foco y, por lo tanto, no).

Ahora bien, como los sucesos –que no suceden– que suceden en la provincia, suceden fuera del foco, en la provincia tienen lugar oscuros comportamientos que nadie nota y heroicas conductas que nadie aplaude, lo mismo los unos que las otras. El ladrón roba con más descaro, el mentiroso miente con más desfachatez, el comentarista comenta con más desparpajo, el héroe se esfuerza con más coraje, el sabio enseña con más discreción, incluso el necio resplandece menos que a plena luz –no todo son desventajas...–.

Es por eso por lo que yo, que siempre he sido de alma provinciana y rehuí la corte cuando pude escogerla –miedo me daba ser un simple pececillo en un mar de escualos–, de vez en cuanto me atrevo –¡cuidado, en la ficción, no en la realidad, recordemos que la provincia es ficticia e irreal!– a soñar con que monto en mi enorme percherón blanco (que relincha como un pre-socrático siciliano) y me bato contra malandrines que aprovechan la sombra para atacar a mi patria. O sea, a mi patria chica, a la otra que la defiendan los que salen en la tele.

 

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