COMENTARIOS A LAS ALEGORÍAS MELANCÓLICCAS
16-ALEGORÍA DEL CE
Miguel Cobaleda
ALEGORÍA DEL CLAVO ESTÚPIDO
TEXTO.-
Antes de llegar al meollo del asunto y plantear la equiparación que es la
esencia argumental de esta alegoría, me propongo [por si queréis evitar su
lectura] contaros unas batallitas del lejano tiempo de mi remota y antepasada
pre-adolescencia, acerca de algunos juegos de patio de colegio de cuanto no
existía el plástico [¡Oh, Señor, mi Dios Omnisciente, a TÍ te pregunto!: ¿cómo
era posible la vida humana antes del advenimiento del plástico?], ni siquiera
esos dos materiales proto-plásticos, la baquelita y el plexiglás, es decir, en
pleno Paleolítico.
Jugábamos los *chinorris de entonces [*chinorri = término que usa mi familia
para referirse a los desencuadernados zangolotinos alubios de entre 12 y 16
años] a tres cosas diferentes que aparecían y desaparecían de forma sincrónica y
misteriosa por todo el territorio nacional [a través de noticias de primos e
hijos de amigos de mis padres que vivían en ciudades lejanas, averigüé que la
aparición de cada uno de esos avatares lúdicos se daba al mismo tiempo en todo
lo que entonces se llamaba España, eso sí que era globalización y no esta
mierda]: las canicas, las carreras “ciclistas” de tapas de refrescos y el
estúpido juego del clavo.
Las canicas eran humildes bolitas de barro cocido [mucho antes de las canicas de
cristal de colores] y el simplicísimo juego consistía en lanzar la canica propia
contra una canica adversaria, sacarla de territorio del juego [el universo del
discurso, vaya, era una especie de debate térreo cuyos argumentos eran el chocar
de unas canicas con otras, como veis, de mayor altura intelectual que los
Parlamentos legislativos actuales], y apropiarse de ella. Si eras un “magister
ludi”, podías volverte a casa con el doble de bolitas, yo casi siempre pasaba
antes por el kiosko para reponer mi perdido arsenal de canicas.
Las carreras ciclistas se jugaban en una pista que se hacía con las manos en la
tierra del patio, tan sinuosa y larga como lo permitiera el corto tiempo del
recreo. Para hacer los “ciclistas corredores” usábamos las chapas desechadas que
habían sido tapaderas de cervezas, en su fondo poníamos el recorte de los
rostros de ciclistas famosos [Gino Bartali, Fausto Coppi, aquellos grandes
hombres que no volverán], encima un cristal redondeado por el método ancestral
de los hacedores de las hachas bifaces paleolíticas [golpeando sus bordes con
piedras agudas] y sujetándolo todo con masilla de cristalería; luego las
empujábamos por la pista lanzadas con el índice y el pulgar... En fin, algo
distinto de una vídeo-consola.
En cuanto al juego del clavo, era el más estúpido de todos los juegos de recreo.
No se podía jugar en el cemento, tenía que ser un suelo de tierra y en tiempo de
lluvias, con buen barro mullido y achocolatado en el que se pudiera hincar con
facilidad el largo y pesado clavo que era el único elemento necesario. Se
trazaba en el suelo una figura lo más circular posible para delimitar el
terreno; la forma más elemental se practicaba con dos jugadores. Empezaba
cualquiera clavando el clavo en algún punto interior del círculo; por ese punto
trazaba una recta entre los dos lados de la circunferencia, mar-cando dos
territorios; el jugador elegía un trozo como propio, generalmente el mayor: a
continuación el otro contendiente clavaba el clavo en el territorio ya apropiado
por su adversario, trazaba una recta entre los bordes de ese terreno enemigo y
se lo adjudicaba. Es fácil comprender por qué el juego era estúpido y duraba
pocos minutos: cuanto más grande era la propiedad de uno, más fácil resultaba
clavar en ella el clavo y arrebatarle la mayor parte; en la siguiente jugada lo
mismo pero al revés. Si tu enemigo lo tiene casi todo y tú casi nada, la jugada
siguiente inevitable te confiere a ti el casi todo y le deja a él con el casi
nada.
Los amos del mundo están acotando para sí la totalidad de los bienes existentes.
En el siglo pasado lo ensayaron a lo bestia, metiendo la cigala en agua
hirviendo [Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot...] con la consiguiente rebeldía de
algunos pueblos que “saltaron fuera del cazo” y eliminaron a esos sangrientos
lacayos (no a todos, alguno de ellos murió en su cama, y en “olor de santidad”).
En este Siglo XXI han aprendido que hay que meter a la cigala en agua fría e ir
subiendo la temperatura poco a poco para que no se alarme ni se rebele. Con sus
nuevos instrumentos de destrucción del sano tejido social occidental: la
inmigración masiva “destroza-cultural”, las resucitadas guerras de religión, la
perversión de los sistemas legislativos mediante leyes absurdas y abusivas, el
manejo de la economía para empobrecer a los pobres y enriquecer a los ricos, la
mentira absoluta constante que hace de la verdad una rareza sospechosa, la
atomización nacionalista... y auxiliados por los lacayos presidenciales y
ministeriales de todos los países, van poco a poco llevando hasta sus arcas
sedientas el flujo completo de los bienes del planeta. Llegarán a poseerlo casi
todo, son insaciables, no cejan, sus instrumentos serviles están bien pagados y
aleccionados, la masa popular está desmotivada y sólo quiere que les echen cada
día su ración de maíz.
Ahora bien, cuando los amos lo posean casi todo, será fácil arrebatarles de un
golpe lo conseguido porque será posible clavar el clavo en cualquier parte y
hacerles pasar del casi todo a la casi nada en una sola jugada. Esta profecía se
cumplirá, no lo veremos nosotros porque el tiempo histórico es más lento que el
recreo escolar, pero se cumplirá y los amos contemplarán cómo su predio inmenso
se lo queda el enemigo al clavar el clavo en el lugar preciso. Malditos sean.
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COMENTARIO.-
Las varias revoluciones que ya ha habido (francesa, rusa, etc.) nos han enseñado
lo sencillo que es arrebatar a los amos su enorme territorio de bienestar social
que han conseguido empobreciendo a los pobres y sojuzgando, mintiendo y robando
a sus poblaciones. Con esos procedimientos simples (bien que brutales y
sangrientos) han entregado al pueblo todo lo que es del pueblo y le han
arrebatado a los amos anteriores todo lo robado, sus vidas inclusive.
Pero también nos ha enseñado la historia que la cosa se repite, que los nuevos
gestores=amos, lejos de devolver al pueblo lo suyo, usan el concepto “pueblo”
para un nuevo engaño más sofisticado que el anterior, y para quedarse ellos, los
nuevos amos, con todo lo que existe, mientras el pueblo permanece como estaba o
peor. Incluso ahora suprimen “el clavo” para que nadie sienta la tentación de
hacerles a ellos otra revolución reivindicadora, son más listos que los amos
anteriores.
No tiene remedio, al parecer, todos los que se alzan con el puesto de mando, lo
usan para robar, mentir, sojuzgar al pueblo, nunca para restituirle lo que es
suyo, nunca para establecer de una vez las ansiadas libertad, igualdad,
justicia, fraternidad y las otras mentiras que los amos y sus altavoces
proclaman para que continúe el pueblo tan engañado como antes.
Digo que la profecía se cumplirá, y seguramente verán los siglos venideros cómo
nuevos dictadores roban el poder a los antiguos, les arrebatan bienes y vidas, y
se ponen en su lugar de mando, seguramente más de una vez. Lo que no será tan
fácil de ver es que llegue un amo que, conseguido arrebatar el botín a los
ladrones anteriores, lo devuelva a sus propietarios legítimos, e instaure una
sociedad libre, justa, igualitaria, solidaria y feliz.
Incluso la famosa democracia, que tanto ha prometido a las sociedades de
Occidente, puede servir de trampolín, como hemos visto en varias naciones
europeas (España) para que maleantes mentirosos y sin escrúpulos usen el poder a
fin de seguir en el poder, aunque hablen constantemente –mintiendo ¡hasta el
punto de desacreditar a sus propias mentiras!– de libertad y de “progreso”
(palabra que no se les cae de la boca, estúpido lugar común, aunque no saben en
qué consiste ni tienen el menor interés en el asunto).
Ahora bien, si llegase le momento histórico en que la libertad, la igualdad y la
justicia se implantasen sobre la tierra, indudablemente sería porque finalmente
hemos dejado de jugar al “clavo estúpido” y hemos vuelto a ser los unos
compañeros de los otros.