COMENTARIOS A LAS ALEGORÍAS MELANCÓLICCAS
13-ALEGORÍA DE D EXT
Miguel Cobaleda
TEXTO.-
Deambulando por los vericuetos de Twitter he acabado por darme cuenta (acabado,
empezar ya había empezado hace mucho, antes de las “retículas masivas”) de que
soy una especie extinta. No una especie en extinción, sino ya extinta, ultimada.
Es decir, un dinosaurio. Pero no un saurio terrible, como dice su etimología,
alguna especie de tiranosaurio o de raptor: más bien algo pequeño, herbívoro,
inofensivo, desaparecido del planeta hace unos doscientos millones de años. Un
animal inconspicuo, indecisa su clasificación, con escasos ejemplares fósiles,
sin interés, incluso sin pasado (que ya es decir, porque pasado tiene todo el
mundo). Mi existencia actual, tantos millones de años después de que mi especie
haya sido extinguida, es un despropósito cronológico que solamente se explica
por una de esas bromas que los poderes celestiales le gastan de vez en cuando a
la sufrida Humanidad. Como tal espécimen representante de un pretérito
pretérito, mis condiciones culturales acusan el desfase entre la rabiosa
actualidad y mi rabiosa obsolescencia.
Soy escritor, escribo sobre asuntos que no sólo no están de moda, sino que
resultan totalmente incomprensibles para cualquier lector actual de cultura
actual y gustos actuales. Mis argumentos parecen ahora vericuetos sin
peripecias, finales obsoletos que simulan ser chistes pero que no tienen gracia,
en todo caso desgracia.
Soy filósofo, reflexiono sobre temas que ya eran viejos cuando Roma perdió la
silla, leo a pensadores no sólo presocráticos, sino incluso pre-lingüísticos, de
antes de que se inventara la escritura, anteriores al propio lenguaje,
contemporáneos de los neandertales, gente como Parménides –del que se conservan
únicamente un par de páginas, Heráclito –se guardan suyos unos pocos
parrafillos–, Trasímaco –del que no sabríamos nada si no lo hubiese citado
Platón–... y si leo a gente ulterior, como Spinoza, Berkeley, Hume, Kant, Hegel,
siguen siendo más antiguos que los teléfonos celulares, con que ya me diréis.
Mis temas de reflexión son los que estaban de moda en el siglo de Kant, sigo
rumiando aquellos asuntos del conocimiento como si aún fuesen “problemas”; soy
igual que el patético autor que escribió la Segunda Parte de El Quijote,
ignorando que Cervantes ya lo había hecho.
Cuando, en el transcurso de la historia del pensamiento, los problemas
irresueltos empiezan a “oler” a podrido, se olvidan, se sustituyen por cosas
nuevas más atractivas, aunque queden sin resolver. A mí siempre me ha parecido
que en ese procedimiento hay algo que no cuadra: si no eran problemas ¿por qué
las mentes más geniales ocuparon tanto tiempo y esfuerzo en resolverlos?. Si sí
eran problemas, ¿olvidarlos sin resolver en la cuneta sirve de algo, no pasarán
factura? Ahora no se llevan ontologías, gnoseologías –antiguallas metafísicas–,
sino sociologías, filosofías políticas, o de la ciencia y de la técnica,
filosofías de la economía, lógicas transicionales... Así que en este tema
profesional soy un diplodocus, una especie de san jorge trasnochado luchando
contra dragones de opereta, un ingeniero “pre-conciliar” construyendo puentes
sobre cauces secos. Me gustan –y las frecuento (los ensayos 13 y 14 pueden
demostrarlo)– la física cuántica actual, la matemática actual, incluso la
cosmo-física de hoy... pero como diletante, para estar informado de los nuevos
quebraderos de cabeza... que serán abandonados en cuanto los jóvenes emergentes
los noten un poco faisandés, y sustituídos por vaya usted a saber qué novedades
de reluciente similor.
Soy relator, y cuento cuentos en espacios vacíos, anfiteatros con eco, salones
de casinos de pueblo a los que no pertenece nadie porque ya no existen los
casinos de pueblo, ni siquiera los pueblos. Y si pretendo contar mis historias a
la luz de las hogueras de campamento, recordemos que no se pueden encender
hogueras por temor a los terribles incendios de sexta generación y por miedo a
que nos detenga la guardia anti-botellones. Además, los oyentes no sólo no se
esperan al asombroso final, ni siquiera se esperan al sorprendente principio.
Tengo que declarar ya mismo que mi condición de dinosaurio no se debe al hecho
actual de la edad avanzada, sino que siempre he sido un dinosaurio, nací ya
reptil ancestral de gustos horrendos. Soy de la misma quinta de los “Escarabajos
de la música beat”, de los Piedras Rodantes y, cuando todos mis contemporáneos
se maravillaban con las composiciones musicales de estos egregios conjuntos, a
mí me parecían bazofia –me lo siguen pareciendo–, ripios con musiquillas
ratoneras, antepasados del rap. La pintura abstracta me produce mareos y un
desprecio íntimo con el que me siento muy superior, sentimiento imposible de
mantener ante Miguel Ángel o Leonardo, incluso ante los pintores de Altamira.
Si se baja el listón, incluso los lisiados saltan la barra. Eso de bajar el
listón, propio de una sociedad y de una época que sabe que no puede subirlo si
quiere alcanzar la gloria deportiva, produce varias consecuencias: por un lado
desaparecen los logros superiores de cuando el listón estaba alto, por otro lado
el olvido ejecuta a todos aquellos héroes que lo saltaban en sus posiciones más
elevadas; además, la gente del común se acostumbra a pensar que, como todos
pueden dar ese salto, todos son dignos de la corona de laurel de los vencedores
olímpicos, por lo cual no es raro ver cómo canijos incapaces de andar sin
tropezarse, ningunean los logros prodigiosos de los atletas inmarcesibles.
Pero no os preocupéis: todos acabaremos extintos.
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COMENTARIO.-
De todo el texto, lo que más me motiva es el sorprendente tema de que los
problemas no resueltos se vayan pasando de moda y se acaben olvidando.. aunque
sin resolver. Es algo que no termino de digerir. Se me ocurren diferentes
salidas (aunque acaso sean “salidas en falso”):
a. Podría ser que nunca fueron problemas, sino solamente dificultades debidas
más al momento social que al propio problema aparente. Puedo poner muchos
ejemplos, como el escándalo social cuando los homosexuales decidieron salir de
sus armarios, escándalo que desapareció por sí solo cuando el número de los
tales fue tan elevado que incluso decidieron hacer una fiesta anual para
presumir de su estilo de vida y de su glamour colectivo. O el asunto de la
libertad en el vestir —especialmente el femenino– cuando era sacrilegio enseñar
el tobillo al subir al tranvía... temas en olvido total ahora que pueden
circular en bragas y no recolectan ni una simple mirada. Pero no son estos temas
los mejores ejemplos porque se trata de asuntos menores y no son a ellos a los
que me refiero.
b. Podría ser que no pase nada si se olvidan aunque no se resuelvan, Nunca ha
sido resuelta la cuestión de cómo transita una sociedad entera desde el sistema
de trabajo para todos como fuente del status, al sistema de ocio universal
obligatorio porque las máquinas se ocupan de trabajar; está ya aquí y se está
marchando sin resolver y sin que, aparentemente, suceda nada si no lo resolvemos
(y eso que no hemos encontrado más alternativa a la consecución de status que la
política, donde unos cuantos –pocos en comparación con la población total–
encuentran sueldos obscenos, poder autocrático y privilegios impúdicos, pero el
común de la población no encuentra status fuera de un trabajo que ya casi no
existe). No creo posible que dificultades de tanta envergadura y calado se vayan
olvidando y “que no pase nada”.
c. Podría ser que “sí que pase algo, y algo gordo”, pero no de inmediato, sino
al cabo de un tiempo lo bastante largo como para que discurran incluso
generaciones entre el problema irresuelto y sus consecuencias cancerosas. Por
ejemplo: la serie de causalidades encadenadas que hacen que el ocio colectivo se
una –hay algo misterioso en el por qué, pero sucede– a la disminución de la
natalidad y de la población, que producirá la potenciación de una inmigración
controlada, pronto incontrolada, enseguida rampante y suplantadora, primero en
delitos, luego en costumbres, después en religiones y creencias, finalmente en
una conquista no tan pacífica del solar nacional invadido. Europa está de lleno
metida toda ella en este asunto, del que nos enteramos solamente de la puntas
del iceberg cuando las costumbres de los suplantadores chocan tanto con las
nuestras que ya son delictivas.
d. Podría ser que los problemas sólo se olviden cuando generan otros problemas
subsiguientes más acuciantes en sentido social o más interesantes en sentido
intelectual. Esto es: cuando intentos de solución parecen dominar el problema
presente pero producen un problema ulterior que tiene un mayor calado social o
representa un avance científico/técnico. Vamos en busca de un tesoro escondido
en la selva –un arcón lleno de monedas de oro– pero casualmente encontramos en
el subsuelo minas inagotables de tantalio, wolframio, iridio, etc., etc. y el
oro deja de ser importante. En la historia de la ciencia suele ser frecuente
este proceso, la búsqueda afanosa de soluciones a temas anteriores sin resolver,
produce de paso el advenimiento de temas mucho más sustanciosos que significan
un paso adelante. Es así como avanza el conocimiento científico, por sucesión de
casualidades que alumbran novedades muy jugosas.
e. Podría ser que los problemas de cada generación sean solamente el perfil del
rostro de dicha generación, su fisionomía particular y, cuando ésta es
sustituida por sus sucesoras, sus hijas, sus nietas, estas nuevas levas tengan
otro perfiles propios, otros problemas. Y olviden los problemas de sus
antepasados, solucionados o no.
f. Y podría ser que los problemas sean únicamente planteamientos propios de cada
época, que las siguientes ni siquiera entienden porque se plantean asuntos
diferentes y los plantean de otro modo. Ahora que la Física Cuántica ocupa
nuestros desvelos ¿a quién le preocupan los problemas científicos –obsoletos y
carentes de interés– que obstaculizaban la buena marcha de la física clásica?
Ahora que sabemos qué son las estrellas y tenemos una idea de sus inmensas
distancias ¿alguien sigue tratando de resolver los problemas del cielo
aristotélico?