COMENTARIOS A LAS ALEGORÍAS MELANCÓLICCAS

09-EL TORPEDO ANTRÓPICO
Miguel Cobaleda


Si alguno de los poderes superiores (Dios, el Destino, el Azar, el Segundo Principio de la Termodinámica...) hubiese querido asegurarse de la cancelación final de todos los procesos, –esto es: de terminar y cerrar la historia estelar, abolir galaxias, desnacer la vida, etc. para dar por concluido el experimento de los pluriversos infinitos desde el Big Bang hasta el Big Crunch– seguramente la mejor solución a su alcance sería –es– el torpedo antrópico.

Llamo “torpedo antrópico” al ser humano y su historia, a la Humanidad en su conjunto, a la existencia y decurso milenario de esta especie letal, un torpedo que –proyectado por el Destino desde el principio de los tiempos para rematar la limpieza al acabar la función, y lanzado al ruedo existencial en el momento preciso– debería ser –será– la escoba definitiva para que la entropía domine fugazmente un instante final y luego todo se apague y permita que el Olimpo descanse unos evos después de tanto trajín.

Como acabadores no tenemos precio, ésa es la verdad. Eliminamos especies vivientes a razón de unas cuatro a la semana, achicharramos aires, pudrimos mares, incendiamos bosques, hacemos guerras, matamos y matamos con un empeño y una fruición tan desmedidos que ninguna otra especie viviente puede competir con nosotros, ni siquiera los estúpidos virus.

Somos, pues, un invento calcinador, algo salido de la siniestra fantasía de algún mandamás divino que, consciente de que al final del juego hay que limpiar la escena, proyecta desde el principio un instrumento de limpieza que, después de dejar el escenario como los chorros del oro, se limpie también a sí mismo y se meta directamente en el cubo de la basura del tiempo. Un torpedo que barra del océano todas las embarcaciones que lo ensucian y que se hunda también a sí mismo en las profundidades del averno cuando termine con todo lo demás.

Cierto, cierto: en muchos ensayos he manifestado mi ¿esperanza? de que la especie humana supere su actual estado y, ascendiendo a un nivel superior de existencia y de realidad, llegue a dominarlo todo, incluso el tiempo, mediante el procedimiento de ser dueña de sí misma. No reniego aquí de esa esperanza. Siempre que me he referido a ella he indicado que, si bien la espero, no confío mucho en que se produzca, que la espero pero que no la espero, una más de mis contradicciones ubérrimas.

En este comentario a la ALEGORÍA DE EX, prefiero insistir en la siniestra parte letal del torpedo antrópico, su capacidad –nuestra capacidad– de destruir, matar, demoler, derrumbar, despedazar.. y todos los otros sinónimos que me ofrece el programa. Porque si bien la esperanza de un destino superior es una sospecha relativamente infundada, que somos letales, asesinos, criminales y locos no es un sospecha, es un hecho constatable. Nadie sabe lo que hemos destruido porque ni siquiera la calculadora digital de los dioses tiene una pantalla lo bastante grande como para dar cabida a un guarismo que agota con su infinitud la deriva numérica de todas las aritméticas. Somos la bomba definitiva, cuando los creadores de armas sofisticadas (misiles hipersónicos, drones nucleares aéreos y submarinos, láseres desintegradores...) se cansen de crear engendros, comprenderán que ya desde el principio la Humanidad contaba con un “arma de destrucción masiva y definitiva”, el propio hombre, y mandarán contra el enemigo legiones y falanges sin gladios ni picas, con la sola maldad humana penetrante y fatal. Como le dice Krishna/Vishnú a su primo el arquero pandava Arjuna (remiso a matar amigos y parientes en una orgía de sangre) en el Bhagavad-Gita: “somos la muerte, el destructor de mundos”. En fin, ese poema hindú, tan sabio y tan hermoso, no solamente nos hace saber que es ésa nuestra condición, sino que tenemos el deber de asumirla. Una especie de metafísica del equilibrio cósmico parece haberse preocupado por la cuestión de que si hay un creador que crea, alguien deberá destruir... si es que no queremos que esa creación se desborde y lo llene todo de humanidad chorreante y espesa, aceite sucio de vida y esperanza que anegará los espacios y los tiempos si no mandamos a tiempo al... al torpedo antrópico.

Hay un cierta belleza de la paz mental en el deseo de borrarlo todo para empezar de nuevo... pero... La cuestión es doble:

* Borrarlo todo significa borrarlo todo, lo malo y lo bueno, la oscuridad y la luz, dejar el gris sin matices dominando la nada, quedarnos ni a oscuras ni a brillos, ni ciegos ni videntes, anteriores al diseño del ojo. Esa nada sin salpicaduras no puede luego ser germen de ninguna otra creación futura, es sólo la escoria sobrante –apagada ya, muerta ya– de una hoguera que, pues la hemos borrado absolutamente, no hubo nunca. Limpiar la existencia y luego auto-destruirnos es como no haber sido, no diferente de no haber sido.

* Empezar de nuevo no se puede porque, o se repite en un todo lo que ya ha habido, o se crea algo diferente.

** Si es lo primero, entonces no es un empezar nuevo, una nueva creación, ni siquiera la misma, no otra vez la misma historia sino única vez única historia.

** Si es lo segundo, no podremos hacer ni saber un cambio real/existencial si no conocemos y recordamos la historia previa, que no podremos conocer ni saber si ha sido borrada hasta no haber sido.

Sólo tenemos una historia, así que mejor es que no aceptemos ser ese torpedo destructor. Si el Poder Supremo que nos invita a semejante holocausto quiere destruir lo creado, que no lo cree porque, una vez creado, no es posible destruirlo, ni Krishna ni nadie.

 

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