COMENTARIOS A LAS ALEGORÍAS MELANCÓLICCAS
06-LA INMORTALIDAD
Miguel Cobaleda
Cuando tenemos que enfrentarnos a conceptos insoportables, tratamos de
ocultarlos mediante artefactos incomprensibles.
Cuanto más espantoso e inaguantable es el suceso que late bajo ese concepto, más
etéreo, nebuloso –menos definido y definible– es el artefacto enmascarador. Si
la careta fuese algo concreto e inteligible, tendría fijados sus propios límites
conceptuales y no podría tapar por completo el horror indefinido que hay debajo.
Así que se trata de producir un instrumento psicológico que a la vez sea
consolador pero desvaído, que oculte el horror pero que, a su vez, no atraiga
nuestras miradas con un palpable sinsentido.
Eso es lo que nos sucede con la muerte y con la inmortalidad. La muerte es un
abismo tenebroso inaceptable, pero insoslayable; el conocimiento anticipado de
la fatalidad de la muerte es, quizá, lo que nos diferencia del resto de los
seres vivos que mueren, pero no tienen conciencia previa del carácter inevitable
de ese acabamiento. Ahora bien, que seamos los únicos conocedores de ese destino
no lo convierte en un privilegio o, al menos, los seres humanos no lo entendemos
como tal. Y podemos estar agradecidos por el hecho de que la muerte individual
concreta, en sus circunstancias, no nos sea conocida de antemano, porque vivir
con una condena cierta seguramente no sería posible a escala global.
Así que tratamos de esconder el hecho de la muerte mediante el subterfugio de
suprimir sus características concretas, sobre todo su consumación absoluta y su
duración infinita. Es un trampantojo muy chapucero pero muy efectivo, ya que nos
estimula a mirar hacia otro lado porque lo que vemos, sin ser absolutamente
consolador, simula ser suficientemente resolutivo.
La muerte nos asusta por absoluta e interminable –sombra y nada–, así que la
remediamos con la inmortalidad, igualmente absoluta e interminable, pero
luminosa y total. Eso sí, sin entrar en los detalles, sin mirar de cerca el
telón, no vaya a ser que un examen atento descubra que su luz es insuficiente
para iluminar toda la sombra, y que es una luz que no se sabe muy bien de dónde
mana –ni dónde desemboca–.
Los muertos iremos a un paraíso interminable de dicha y alegría, junto a todos
aquéllos que hemos amado en vida, tal y como deseamos=entendemos=imaginamos que
será ese paisaje de gozo infinito. Derrotada la muerte, quedará para siempre al
margen de ese paraíso, ya no podrá re-matarnos.
La muerte es el acabamiento, el “aquí se termina lo que había, deja de haberlo”.
La inmortalidad, en consecuencia, tiene que ser un “no se acaba, no deja de
haberlo”. Enseguida hay que añadir “no se acaba el bien”, pero “sí se acaba el
mal”, ya que los seres humanos no admitiríamos la simple eternidad si no viniese
acompañada de un bien absoluto y de la ausencia de todo mal. Para una eternidad
de lo mismo que hay en esta vida, esa mezcla dolorosa del bien con el mal en la
que el mal parece triunfar constantemente, preferiríamos un acabamiento
verdadero –que es la desesperada esperanza del suicida–. Por lo tanto el remedio
contra la muerte tiene dos caras: puesto que la muerte es terminación, la
inmortalidad es eterna; puesto que el mal está en la vida presente, estará
ausente de la vida futura.
Sin más detalles, sin más preguntas. La curiosidad mató al gato:
* La idea de paraíso feliz es diferente para cada cultura, sociedad, época,
incluso para cada individuo. ¿Habrá, pues, un paraíso individual para cada uno,
discontinuos, separados? ¿No formarán parte de nuestro paraíso los que conciban
el suyo de otro modo? ¿Será paradisíaca esa soledad de gozo despoblado?
¿Obligaré a los míos –para ser yo feliz en mi paraíso a mi medida– a que se
alojen en él aunque sea diferente del que ellos prefieren para su felicidad a su
medida? ¿Habitaré yo un paraíso ajeno en el que le sucedan maravillas a mi
gente, pero no exactamente las maravillas que yo deseo para mí?
* Sin el mal –siquiera un mínimo representante– ¿tendrá sentido, “tendrá gracia”
un bien incesante y absoluto? ¿Sabremos que ese bien es el bien si no hay
contraste? No olvidemos que una de las grandes alegrías de la vida y uno de los
grandes éxitos de lo humano es derrotar al mal...
* El acabamiento de la muerte es parte del motor de la vida, aunque no queramos
reconocerlo y lo neguemos con todas nuestras fuerzas. No se puede decir, no se
puede pensar, es insano y quizá malvado. Es parte de una cultura letal. Pero...
* La eternidad de la inmortalidad es cosa en la que preferimos no entrar. Las
religiones no entran, los sermones casi nunca tratan de este asunto, si agarran
la eternidad por los cuernos (a veces lo hacen ciertos clérigos perversos) es
para que nos asustemos del infierno, un dolor interminable, pero nunca para que
nos “alegremos” del paraíso, una felicidad interminable. Y lo rehuyen porque no
se trata del mal o del bien, de la infinita tristeza
o de la infinita alegría,
sino de lo infinito, de lo
eterno, que es lo que asusta.
* La eternidad, por tanto, no es nada definido. La inmortalidad no es nada
concreto. Son fantasmas de la imaginación, no son objetos reales del mundo –sea
de éste mundo o sea de otro mundo–, ni son siquiera conceptos de la
inteligencia. Y en cuanto fantasmas de la fantasía, tampoco son de aquéllos que,
luego de imaginarlos, los hemos categorizado y llenado de contenido, no son
centauros o quimeras, no son utopías políticas ni son ucronías filosóficas, son
apariencias difusas y confusas que nunca pelamos para ver de qué color tienen la
pulpa. En suma: para que no podamos caer en el pavor de descubrir que no tienen
trama, nunca nos acercamos lo bastante al telar donde se tejen estos tapices
transparentes. Si preguntamos, se nos responderá, con razón, que son
indefinibles –lo son–, que no son de este mundo –no lo son–, que se trata de
misterios –se trata–, que no podemos saberlo todo ni entenderlo todo –no
podemos–.
* Y ni la eternidad ni la inmortalidad acaban, ésa es su naturaleza. Que no se
acaben es la parte menos natural de todo el asunto, la que explica que no nos
acerquemos –es un sol ardiente cuya contigüidad abrasa–, y que no nos
tranquilice –también es un astro oscuro, una agujero negro que no tiene salida
(si la tuviera, volveríamos a empezar)–.
* Pensar en la eternidad es un viaje a la locura, por eso no se hace y por eso
no se aconseja. Y del que tampoco se vuelve.